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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (6 page)

BOOK: Todo por una chica
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Me tiró el condón encima.

—Venga. No tenemos todo el tiempo del mundo.

—¿Por qué no? —dije.

—Porque se está haciendo tarde y mi madre y mi padre saben que estás aquí arriba. Pronto empezarán a aporrear la puerta. Es lo que hacen normalmente cuando hay un chico aquí en el cuarto y es tarde.

Debió de verme una expresión rara en la cara, porque se arrodilló junto a la cama y me besó en la mejilla.

—Lo siento. No quería que fuera así.

—¿Y cómo querías que fuera?

Estaba diciendo lo primero que me venía a la cabeza. Quería que se hiciera aún más tarde de lo que ya era, para que sus padres empezaran a aporrear la puerta y yo pudiera irme a casa.

—No quieres hacerlo, ¿verdad? —dijo.

—Sí, claro que sí —dije. Y luego añadí—: No, la verdad es que no.

Se echó a reír.

—Así que no estás confuso o algo parecido, entonces.

—No sé por qué quieres hacerlo tú —dije—. Me dijiste que no estabas preparada para el sexo con el chico con el que salías.

—No lo estaba.

—Entonces, ¿cómo es posible que estés preparada para el sexo conmigo? Si ni siquiera me conoces.

—Me gustas.

—¿Él no te gustaba mucho, entonces?

—No, no mucho. Bueno, al principio sí. Pero luego se me pasó.

No me apetecía seguir haciéndole preguntas sobre el asunto. Nada de todo aquello tenía demasiado sentido. Era como si Alicia estuviera diciendo que teníamos que acostarnos rápidamente, antes de que le dejara de gustar; como si supiera que no le iba a gustar al día siguiente, y tuviéramos que hacerlo aquella misma noche. Si lo miras desde otro punto de vista, sin embargo, todo el mundo es así. O sea, que te acuestas con alguien porque no te pone enfermo, y cuando ese alguien te empieza a poner enfermo dejas de hacerlo.

—Si no quieres que hagamos nada, ¿por qué no te vas? —dijo.

—De acuerdo. Me voy.

Me levanté para irme, y Alicia se echó a llorar, y yo me quedé allí quieto, sin saber qué hacer.

—Me gustaría no haber dicho lo de que quería ser modelo. Ahora me siento estúpida.

—Oh, no tiene nada que ver con eso —dije—. Si con algo tiene que ver, es con que somos de mundos distintos.

—¿De mundos distintos? —dijo ella—. ¿De dónde te sacas eso?

Sabía de dónde me lo sacaba. Me lo sacaba de que mi madre tenía dieciséis años cuando me tuvo. Si alguien conoce la historia de mi familia, ahí tiene todo lo que hay que ver, todo lo que hay que oír sobre ella: ahí lo tiene todo. Pero no le conté nada. Me quedé sentado en la cama, y la abracé, y cuando dejó de llorar me besó, y así fue como acabamos teniendo sexo por mucho que yo antes hubiera decidido no tenerlo. Si superé el récord de los veintidós segundos y medio de TH, no pudo ser por más que por ese medio segundo.

Cuando llegué a casa se lo conté todo a TH. Tenía que contárselo a alguien. Pero contar ese tipo de cosas es duro, así que no hay duda de que, si tienes algo que contar, lo mejor que puedes hacer es contárselo a un póster. Creo que le gustó lo que le conté. Por lo que sabía de él, creo que le habría gustado Alicia.

3

Durante las dos semanas siguientes fui al colegio como en un sueño. Fui por la vida como en un sueño. Todo era esperar. Me recuerdo esperando el autobús aquella primera semana —el autobús 19, que me llevaba de mi casa a la suya—, y cayendo en la cuenta de pronto de que esperar el autobús era mucho más fácil que cualquier otra espera, porque sólo era esperar. Cuando estaba esperando el autobús no tenía que hacer nada más que esperar, pero todas las demás esperas se me hacían difíciles. Desayunar era esperar, así que no desayunaba mucho. Dormir era esperar, así que no podía dormir mucho aunque quisiera, porque dormir era una buena forma de pasar ocho horas de un tirón. El colegio era esperar, así que nunca me enteraba de lo que estaban hablando, ni en clase ni fuera de clase. Ver la tele era esperar, así que era incapaz de seguir ningún programa. Hasta patinar era esperar, ya que sólo practicaba cuando Alicia estaba haciendo cualquier otra cosa.

Normalmente, sin embargo, Alicia no hacía ninguna otra cosa. Eso era lo increíble. Quería estar conmigo tanto como yo quería estar con ella (que yo supiera, al menos).

Nunca hacíamos gran cosa. Veíamos la tele en su cuarto, o a veces abajo, sobre todo si sus padres estaban fuera, íbamos a pasear a Clissold Parle. ¿Sabéis esos trozos de película en los que se ve a parejas riendo y cogiéndose de la mano y besándose en montones de sitios, mientras suena la música? Pues éramos así, un poco, sólo que nosotros no íbamos a montones de sitios. íbamos sólo a tres (y eso contando con el cuarto de Alicia).

Estábamos en Clissold Park cuando Alicia me dijo que me quería. Yo no sabía qué decir, la verdad, así que le dije que yo también la quería a ella. No decírselo habría sido muy desconsiderado por mi parte.

—¿De verdad? —dijo ella—. ¿De verdad me quieres? —Sí —dije.

—No puedo creerlo. Nadie me ha dicho eso nunca en toda mi vida.

—¿Y tú se lo has dicho a alguien alguna vez?

—No. Por supuesto que no.

Eso explicaba por qué nadie se lo había dicho nunca a ella, pensé. Porque si alguien te dice que te quiere, te ves obligado a decírselo tú también a quien te lo dice, ¿no? Tienes que ser muy duro para no hacerlo.

Y, además, la quería. Alguien como mi madre diría: «Oh, si no eres más que un chiquillo, no puedes saber lo que es el amor.» Pero yo no pensaba en otra cosa que en estar con Alicia, y nunca sentía que estaba donde quería estar más que cuando estaba con ella. O sea, que aquello podía perfectamente ser amor, ¿o no? El tipo de amor del que mi madre habla está lleno de preocupación y de esfuerzo y de perdonar y soportar a gente y cosas por el estilo. No es nada divertido, eso seguro. Si eso es lo que realmente es el amor —amor del tipo del que habla mi madre—, entonces nadie puede saber nunca si ama a alguien, ¿no? Da la sensación de que lo que ella dice es que si estás completamente seguro de que amas a alguien —como yo estaba seguro durante aquellas semanas—, entonces no lo amas, porque eso no es lo que el amor es. Intentar entender lo que ella entiende por amor volvería loco a cualquiera.

Mi madre no quería que estuviera con Alicia todo el tiempo. Empezó a preocuparse al cabo de un par de semanas. Yo no le había contado nada de lo del sexo, pero ella sabía que yo iba en serio, y que Alicia también. Y sabía lo de que yo andaba como en un sueño, porque lo podía ver con sus propios ojos.

Una noche en que volví muy tarde, mi madre me estaba esperando.

—¿Qué tal si mañana por la tarde nos quedamos en casa? ¿Viendo un DVD? —me dijo.

No dije nada.

—O podemos salir, si quieres. Puedo llevarte a un Pizza Express.

Seguí sin decir nada.

—Pizza Express y un cine. ¿Qué te parece?

—No, tienes razón —dije, como si estuviera siendo agradable conmigo y me estuviera ofreciendo algo. Bueno, eso es lo que estaba haciendo, en cierto modo. Me estaba ofreciendo una pizza y una película. Pero, por otra parte, lo que hacía era tratar de impedirme hacer lo que yo quería hacer, y ella lo sabía, y yo lo sabía.

—Te lo diré de otra manera —dijo—. Vamos a pasar juntos la velada de mañana. ¿Qué es lo que te gustaría hacer? Tú eliges.

Ahí está ese rasgo mío. Que no puedo ser malo. Quizás penséis que acostarme con Alicia es malo, pero a mí no me lo parecía, así que no cuenta como malo. Estoy ha blando de cosas en las que sé que me equivoco. En el colegio hay chicos que despotrican contra los profesores, y se meten contra compañeros que se supone que son gay, o se meten con los profesores y ponen verdes a los chicos que se supone que son gay... Yo nunca he podido hacer eso, y nunca podré. Soy malísimo mintiendo, e incluso peor robando. Una vez intenté birlarle un poco de dinero a mi madre del bolso, y me dieron náuseas, y lo devolví al instante. Es como una enfermedad o algo parecido: no querer ser malo. O sea, que odio a Ryan Briggs más que a nadie de este planeta. Es un matón horrible, violento, feo, aterrador. Pero cuando veo que le está pegando en la cara a algún crío para quitarle el teléfono móvil, o que está mandando a un profesor a tomar por el culo, hay una parte de mí que le envidia, ¿sabéis? Él no tiene la enfermedad. No es complicado ser él. La vida sería mucho más fácil si me importara todo un pimiento, pero las cosas me importan. Y sabía que lo que mi madre me pedía no estaba totalmente fuera de lugar. Me pedía que pasara una tarde sin Alicia, y me ofrecía algo a cambio. Traté de no verlo de este modo —el suyo—, pero no pude, así que estaba metido en un buen lío.

—¿Puede venir Alicia?

—No. Ésa es justamente la idea de la velada.

—¿Por qué?

—Porque la estás viendo demasiado.

—¿Y eso por qué te molesta?

—No es sano.

Es cierto que no salíamos mucho a la calle, pero no era eso lo que mi madre quería decir. Aunque la verdad es que yo no sabía lo que quería decir.

—¿Qué significa «no es sano»?

—Entorpece otras cosas.

—¿Qué cosas?

—Amigos. Estudios. Familia. Skate... Todo. La vida.

La verdad era lo contrario, porque la vida sólo sucedía cuando estaba con Alicia. Todas las cosas que me estaba mencionando eran justamente las cosas de las esperas.

—Sólo una tarde —dijo—. No te matará.

Bueno, no me mató. A la mañana siguiente de haber estado en el Pizza Express y en el cine, desperté y comprobé que seguía vivo. Pero fue como una de esas torturas que leemos en los libros y que por lo visto son peores que la muerte misma, porque en realidad prefieres estar muerto. Pido disculpas si parece que no siento ningún respeto por esas personas que han pasado por ese tipo de torturas, pero de momento es lo más cerca que yo he estado de sufrirlas en toda mi vida. (Y ésa es una de las razones por las que yo jamás me meteré en el ejército, dicho sea de paso. Odiaría, odiaría con toda mi alma, que me torturasen. No digo que a la gente que se mete en el ejército le guste que le torturen. Pero tienen que haber pensado en ello, ¿no? Y deben de haber decidido que la tortura no es tan mala como otras cosas, como estar en el paro o trabajar en una oficina. Para mí trabajar en una oficina sería mucho mejor que la tortura. Que no se me malinterprete. No sería feliz trabajando en algo aburrido, como fotocopiar un papel una y otra vez, día tras día, hasta el día de mi muerte. Pero, en conjunto, sería mucho más feliz haciendo eso que teniendo que soportar que me metieran cigarrillos en los ojos y cosas por el estilo. Lo que espero es que esas dos no sean mis únicas opciones.)

En aquellas semanas, ya era bastante malo despertar por la mañana y saber que no iba a verla hasta después del colegio. Una tortura. Como si te arrancaran las uñas una por una. Pero el día del Pizza Express me desperté sabiendo que no iba a verla HASTA EL FINAL DEL DÍA SIGUIENTE, y eso era mucho más que la tortura que Ryan Briggs imprimió de Internet. No voy a entrar ahora en qué era. Pero había perros y pelotas, y no precisamente de fútbol. Aún siento como que cierro muy fuerte las piernas cuando pienso en ello.

Bien, no ver a Alicia durante unas cuarenta y dos horas no era como que te... las pelotas o algo parecido. Pero era como no respirar. O no respirar como es debido, como si no me entrara suficiente oxígeno en el pecho. Durante aquellas horas no conseguía llenarme los pulmones de una vez, e incluso empezaba a entrarme el pánico, un poco, como le entraría a cualquiera que estuviera sumergido en el fondo del mar y viera que la superficie estaba aún lejos, muy lejos, y que se le acercaban tiburones y... No, eso es pasarse un montón. Sin tiburones. Ni perros, ni nada. Nada de tiburones. El tiburón tendría que ser mi madre, y mi madre no se parece en nada a un tiburón. Lo único que quería mi madre era invitarme a un trozo de pizza. No iba a desgarrarme el hígado con los dientes. Así que me pararé ahí, con la superficie del agua muy, muy lejos. Alicia = superficie.

—¿Puedo llamar por teléfono? —le pregunté a mi madre cuando llegué a casa del colegio.

—¿Tienes que llamar? —Sí.

Era verdad. Tenía que llamar. No había otra forma de decirlo.

—Nos vamos enseguida.

—Son las cuatro y media. ¿Quién
se come una pizza
a las cuatro y media?

—La pizza a las cinco y media. La peli a las seis y media.

—¿Qué vamos a ver?

—¿Qué te parece Brokeback Mountain?

—Ya, vale.

—¿Qué quiere decir eso de «Ya, vale»?

—Es lo que decimos. Cuando alguien hace un chiste tonto o algo —dije.

—¿Quién está haciendo un chiste tonto? —dijo ella.

Y entonces me di cuenta de que hablaba en serio. Quería que fuéramos a ver
Brokeback Mountain.
En el colegio habíamos empezado a llamar «Brokeback» a uno de los profes de ciencias, porque era jorobado y todo el mundo pensaba que era gay.

—Sabes de qué va la peli, ¿no? —dije.

—Sí. De una montaña.

—Cállate, mamá. No puedo ir a verla. Mañana me despellejarían.

—¿Te despellejarían si fueras a ver una peli sobre vaqueros gay?

—Sí. Porque ¿por qué iba a querer verla? Sólo existe una respuesta, ¿no?

—Dios mío —dijo mi madre—. ¿A esos extremos se llega en el colegio?

—Sí —dije. Porque era verdad.

Decidimos ir a ver otra película, y luego telefoneé al móvil de Alicia, y me salió el contestador. Esperé un par de minutos y volví a llamar, y volvió a salirme el contestador. Y después estuve llamando cada treinta segundos o así, y en todas me salió el contestador. Ni se me había pasado por la cabeza la posibilidad de no poder hablar con ella. Y entonces empecé a tener pensamientos... negros. ¿Por qué tenía el teléfono apagado? Sabía que intentaría llamarla. Sabía que aquel día era nuestro día malo. La noche anterior, cuando le dije que mi madre quería que no nos viéramos un día, se había echado a llorar. Y ahora era como si quisiera no hablar con nadie, a menos que hubiera salido con alguien. Y me puse a pensar, ya sabéis... Joder. Qué zorra. No puedo verla una tarde y se pone a salir con otro tío. Hay palabras para ese tipo de chicas. Y, la verdad, si no puede pasarse ni una sola tarde sin acostarse con alguien, es una ninfómana, ¿o no? Tiene un problema. Era como un adicto al crack o algo así. Pero en lugar de al crack, al sexo.

De veras. Así es como me sentía. ¿Y sabéis lo que pensé después de un rato, cuando me calmé un poco? Pensé: esto no es sano. No puedes ir por ahí llamando zorra y puta y ninfómana a tu novia sólo porque no le funcione el cargador de la batería. (Eso es lo que le pasaba. Me mandó un sms diciéndomelo, cuando enchufó el teléfono al cargador de su padre. Era un mensaje precioso, además.)

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