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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (7 page)

BOOK: Todo por una chica
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En fin, en ese estado de nervios estaba cuando salimos de casa, así que no puede decirse que fuera el mejor de los comienzos. Fuimos a los multicines a ver qué películas había además de
Brokeback Mountain
, y no había gran cosa. Bueno, en realidad eso no es cierto. Había muchas pelis que yo quería ver, como la de 50 Cent y
King Kong
, y otras tantas que mi madre quería ver, por ejemplo esa sobre jardinería y esa otra sobre las chicas japonesas que se hacían pequeños los pies. Pero no había casi ninguna que los dos quisiéramos ver. Y nos quedamos tanto rato discutiendo que no pudimos sentarnos a comer las pizzas, así que las compramos para llevar y nos las fuimos comiendo camino del cine. Acabamos viendo una peli malísima sobre un tipo que se tragaba sin querer una pieza del móvil y resultaba que luego podía interceptar con el cerebro los mensajes de texto de todo el mundo. Y al principio el tipo consigue conocer a montones de chicas a las que han dejado sus novios, pero luego intercepta el mensaje de unos terroristas que quieren volar un puente en Nueva York, y él va y lo impide con la ayuda de una de las chicas. No me importó mucho verla. No era aburrida, al menos. A mi madre le pareció horrenda, y luego discutimos muchísimo. Ella decía que lo de tragarse un móvil era ridículo, pero yo decía que no sabíamos lo que podía pasar si nos tragábamos alguna pieza de móvil, y que por tanto eso no era precisamente lo estúpido. Pero ni siquiera me dejó decirle lo que a mí me parecía estúpido. Y se puso a hablar y hablar de cómo mi mente se había vuelto una especie de papilla con tanto videojuego y tanta tele.

Nada de eso importa ahora. Lo realmente importante de aquella tarde fue que mi madre conoció a un tipo. Ya sé, ya sé. Se suponía que lo importante era que mi madre y yo hubiéramos salido y lo hubiéramos pasado bien juntos, y que Alicia y yo no nos hubiéramos visto ese día. Y resultó que la cosa se convirtió en algo completamente diferente. Para ser justo con mi madre, he de decir que el hecho de conocer a un tipo no nos llevó mucho tiempo. Yo ni siquiera me di cuenta de que lo había conocido hasta un par de días después, cuando el tipo apareció por casa. (O, mejor, sabía que había conocido a un tipo. Lo que no sabía era que había Conocido a Un Tipo, si sabéis a lo que me refiero.) Cuando esperábamos a que nos entregaran las pizzas para llevar, nos dijeron que nos sentáramos en una mesa, cerca de la puerta utilizada por los clientes que no iban a quedarse a comer en el local. Mientras esperábamos fui al servicio, y cuando volví mi madre estaba hablando con el tipo que estaba sentado con su hijo en la mesa de al lado. Hablaban de pizzas, y de las pizzerías que les gustaban, y de ese tipo de cosas. Pero cuando llegaron nuestras cajas le dije a mi madre:

—Oh, qué rápida eres.

Y ella dijo:

—No, yo no tonteo.

Y seguimos así, bromeando.

Sólo que luego resultó que no todo había sido en broma. No me dijo nada entonces, pero luego me enteré de que conocía al tipo del trabajo. Él lo había dejado hacía un par de años, y la recordaba, a pesar de que en la oficina jamás se habían hablado. Trabajaban en departamentos diferentes. Mi madre trabaja en Ocio y Cultura, y Mark —sí, Mark, como una mancha en los pantalones
[ 4]
— trabajaba en Salud y Asistencia Social. Cuando vino por primera vez a casa, dijo que en Islington nunca había podido dedicar tiempo a la Salud.

Fuimos a casa andando. Habíamos tenido ya la discusión sobre la película. Y mi madre intentaba hablarme de Alicia.

—No tengo nada que decir —dije. Y añadí—: Por eso no quería salir: porque no quería tener Una Charla. —Lo dije así, para que pudieran oírse las mayúsculas—. ¿Es que no podemos salir
solamente
? ¿Sin tener que hablar de nada en concreto?

—¿Y cuándo voy a poder hablar contigo? —dijo ella—. Porque nunca estás en casa.

—Tengo novia, mamá —dije—. Eso es todo. No hay nada más que decir. Venga, pregunta. Pregúntame si tengo novia.

—Sammy...

—Venga.

—¿Se me permite una serie de preguntas?

—Una.

—¿Tienes relaciones sexuales?

—¿Y tú? —dije yo.

Lo que quería decir era lo siguiente: No puedes preguntarme eso. Es demasiado personal. Pero desde que había roto con Inútil Steve, no había estado saliendo con nadie, así que no le importaría responderme.

—No —dijo.

—Bien, y ¿antes?

—¿Qué significa todo esto? —dijo ella—. ¿Me estás preguntando si he tenido relaciones sexuales alguna vez?

—Calla —dije, porque me sentía violento. Ojalá no hubiéramos empezado aquella conversación.

—Dejemos mi persona a un lado. ¿Qué hay de ti? ¿Os acostáis?

—Sin comentarios. Es cosa mía.

—Eso quiere decir que sí.

—No. Es «sin comentarios».

—Si no os acostarais me lo dirías.

—No, no te lo diría. Tampoco. Y todo esto fue idea tuya.

—¿Qué es todo esto?

—Alicia. Pensaste que me gustaría, así que me hiciste ir a la fiesta. Y me gustó.

—Sam, sabes que tenerte a la edad en que te tuve...

—Sí, sí. Te jodio la vida.

Nunca utilizaba esa palabra delante de ella, porque le disgusta. No la palabra en sí, o en especial, sino porque empieza a mortificarse por haber sido una madre quinceañera y soltera que no pudo criar a su bebé como es debido, y odio que se sienta así. Creo que ha hecho un excelente trabajo conmigo. O sea, que no soy el peor chico del mundo, ¿no? Pero la dije porque quería que pensara que me había disgustado a mí, aunque no lo había hecho, en realidad.

Resulta extraño saber que mi nacimiento le puso toda la vida patas arriba. Lo cual no me molesta, por dos razones. La primera, porque no es culpa mía, sino suya (suya y de mi padre, claro). Y la segunda, porque ya no tiene la vida patas arriba. Se ha puesto al día, más o menos, en las cosas que se perdió por mí. Podría decirse incluso que ha recuperado con creces el tiempo perdido. No destacó gran cosa en el colegio, dice, pero se sentía tan desdichada por no haber terminado sus estudios que luego se esforzó el doble. Fue a clases nocturnas, obtuvo títulos, consiguió un empleo en el ayuntamiento. Si no se hubiera quedado embarazada, habría dejado el colegio a los dieciséis años, habría encontrado trabajo en Top Shop y habría tenido un bebé a los veinte. No estoy diciendo que fuera una buena idea tenerme a mí a la edad en que me tuvo, pero mi nacimiento sólo arruinó una pequeña parte de su vida, no su vida entera. Pero este asunto siempre está ahí. Y si alguna vez quiero zafarme de algo —como de una conversación sobre si tengo o no sexo con Alicia—, lo que tengo que hacer es decir, todo triste y amargo, que le jodí la vida. Y sea lo que sea aquello de lo que quiero zafarme se olvida de inmediato. Nunca le he dicho que me siento fuera del universo de todo el mundo precisamente por culpa de eso.

—Oh, Sam, lo siento.

—No. Está bien. —Pero lo dije en un tono como heroico, como para que ella supiera que no estaba bien.

—Pero no estás preocupado por eso, ¿verdad? —dijo mi madre.

—No sé por qué estoy preocupado. ¿Puedo salir con ella como es debido?

—¿Con quién?

—Con Alicia. ¿Puede venir a cenar a casa un día?

—Si quieres...

—Me gustaría. Así no me daría tanto miedo.

¡Miedo de Alicia! Creo que ahora lo veo con claridad, aunque en aquel momento no hubiera podido expresarlo como es debido. Mi madre estaba preocupada porque las cosas estaban cambiando, porque se estaba quedando sola, porque yo estaba llegando a ser parte de la vida de alguien y de la familia de ese alguien, porque estaba haciéndome mayor y empezaba a dejar de ser su hijito, porque me estaba convirtiendo en alguien diferente... Todas estas cosas o sólo algunas de ellas, no sé... Y entonces no podíamos saberlo, pero tenía razón al preocuparse. Ojalá hubiera conseguido preocuparme a mí. Ojalá me hubiera llevado a casa aquella noche y me hubiera encerrado en mi cuarto y hubiera tirado la llave a la calle.

Así que a la tarde siguiente fue como si ninguno de los dos hubiera podido respirar durante dos días, y lo que hicimos fue aspirarnos a bocanadas el uno al otro, y decirnos tonterías, y actuar como si fuéramos Romeo y Julieta y el mundo entero estuviera en contra nuestra. Estoy hablando de Alicia y de mí, no de mi madre y de mí, por supuesto. Hablamos como si mi madre me hubiera llevado fuera de Londres durante un año, cuando lo que había hecho era llevarme —una sola tarde— al Pizza Express y luego al cine.

¿Sabéis eso que estaba diciendo antes? ¿De que contar una historia es más difícil de lo que parece, porque uno no sabe qué poner y dónde ponerlo en cada momento? Bien, pues hay una parte de esta historia que tiene que venir aquí, y es algo que nadie sabe, ni siquiera Alicia. La parte más importante de esta historia —su única finalidad, de hecho— no sucede todavía (aún falta un poco). Y cuando sucedió en la vida real me di cuenta de que me sentía conmocionado y asombrado y disgustado. Y sí, me sentí conmocionado y disgustado, pero si he de ser totalmente sincero no podría decir que me asombrara realmente. Sucedió aquella misma noche, lo sé. Jamás le conté nada a Alicia, pero la culpa fue mía. Bueno, la culpa fue mía en su mayor parte, pero también a Alicia le correspondería una parte mínima de culpa. Habíamos estado enredando sin yo ponerme nada para protegernos, porque ella dijo que quería sentirme totalmente, y... Oh, no soy capaz de hablar de ello. Estoy ruborizándome. Pero pasó algo. Pasó algo a medias. O sea, no llegó a pasar
entero
, porque aún fui capaz de salir y de ponerme un condón y de hacer como que todo era normal. Pero sabía que no había sido totalmente normal, porque cuando lo que se supone que tiene que pasar al final pasó finalmente, no sentí que fuera como de costumbre, porque ya había sucedido a medias segundos antes. Y ésa es la última vez que voy a..., ya me entendéis, a hablar de ahí abajo.

—¿Estás bien? —me preguntó Alicia. Normalmente no me pregunta, así que se debió de dar cuenta de que había pasado algo diferente. Puede que ella tuviera una sensación distinta, o puede que yo actuara de forma diferente, o puede que cuando terminamos yo estuviera callado y distraído, no sé... Y respondí que estaba bien, y lo dejamos así. Me pregunto si llegó a darse cuenta de que fue aquella noche. No lo sé. No volvimos a mencionarlo nunca.

Lo que me parece increíble es que seas capaz de evitar meterte en líos casi durante cada minuto de tu vida, y que apenas cinco segundos puedan meterte en el peor lío de todos (más o menos). Resulta asombroso, si te pones a pensarlo. No fumo porros, no pongo a parir a los profesores, no me meto en peleas, intento hacer los deberes. Pero corrí un riesgo durante unos cuantos segundos, y resulta que se me vino encima algo peor que todas las cosas que acabo de mencionar juntas. Una vez leí una entrevista con un skater —no me acuerdo quién— que decía que lo que le resultaba más increíble del deporte era la cantidad de concentración que exigía. Estabas haciendo el mejor circuito de tu vida, y justo en el momento en que empezabas a darte cuenta de que estabas consiguiendo el mejor patinaje de tu vida te veías mordiendo el asfalto. Ir sobre el monopatín durante nueve minutos y cincuenta y cinco segundos no era suficiente, porque cinco segundos bastaban para hacer de ti un completo desastre. Sí, la vida es así, es cierto. No me parece justo, pero ahí lo tienes. Y ¿tan grave es lo que hice? No es tan grave, ¿no? Fue un error, eso es todo. Oyes hablar de chicos que se niegan a usar condones y demás, y oyes hablar de chicas a las que les parece guay tener un niño a los quince años... Bien, pues eso no son errores. Eso es estupidez. Yo no quiero pasarme el día quejándome de lo injusto que es el mundo y todo eso, pero ¿cómo es posible que su castigo sea el mismo que el mío? Eso no es justo, ¿no? Me parece a mí que si nunca te pones condón deberías tener trillizos, o quintillizos. Pero la cosa no funciona así, me temo.

Un par de noches después, Alicia vino a cenar a casa, y todo fue de perlas. Estuvo encantadora con mi madre, y mi madre estuvo encantadora con ella, y se hicieron bromas sobre lo inútil que yo era, y a mí no me importó lo más mínimo porque estaba contento de que los tres nos sintiéramos felices.

Pero luego Alicia le preguntó a mi madre qué se sentía al tener un bebé a los dieciséis años, y yo traté de cambiar de conversación.

—Seguro que no quieres oírlo —le dije a Alicia.

—¿Por qué no?

—Es muy aburrido —dije.

—Oh, no fue aburrido en absoluto, te lo aseguro —dijo mi madre, y Alicia se echó a reír.

—No, pero es aburrido ahora —dije yo—. Porque ya pasó.

Fue una estupidez decir eso, y lo lamenté desde el momento mismo en que acabó de salir de mis labios.

—Oh, bien —dijo mi madre—. Eso es todo. Se descarta la Historia entera. Por a-bu-rri-da.

—Pues sí, lo es —dije. No quería decirlo realmente, porque hay trozos de la historia que no son en absoluto aburridos, como la Segunda Guerra Mundial y demás. Pero no quería volverme atrás.

—Y tampoco ha pasado —dijo mi madre—, porque sigues estando aquí y yo sigo estando aquí y nos llevamos dieciséis años y seguirá siendo así toda la vida. No ha acabado.

Y me quedé allí sentado preguntándome si no había acabado ya de un modo que ella ni siquiera podía sospechar.

4

No es que las cosas empezaran a ir mal entre Alicia y yo. Sencillamente dejaron de ser tan buenas. No puedo explicar por qué, la verdad. No muy bien, al menos. Me desperté una mañana y no me sentí como de costumbre. No me gustaba no sentirme como siempre, porque sentirme como siempre era sentirme bien, y al faltarme eso me sentía como desinflado; ya no me sentía igual, y no podía hacer nada para que todo volviera a ser como antes. Incluso traté de fingir que todo seguía igual, pero lo único que conseguí fue empeorarlo.

¿Adonde había ido aquello? Era como si en un plato que tuviéramos delante hubiera habido un montón de comida, y nos lo hubiéramos comido muy, muy rápido, y ya no quedara nada. Tal vez sea eso lo que permite que algunas parejas sigan juntas: no ser «glotones». Saben que lo que tienen enfrente tiene que durar mucho tiempo, así que lo que más o menos hacen es no acabárselo de golpe. Espero que no sea así, sin embargo. Espero que cuando una pareja es feliz junta el asunto sea como si alguien les fuera sirviendo más y más comida en el plato. Aquella noche, la noche siguiente a no haberla visto durante casi dos días,

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