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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (21 page)

BOOK: Todo por una chica
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—Quizás deberías ver cómo te va con Sam viviendo en su casa —dijo Andrea.

—Si quieres que sea infeliz haremos eso —dijo Alicia.

—Oh, por el amor de Dios —dijo Robert—. No todo lo que decimos o hacemos está calculado para destrozaros la vida, ¿sabes? A veces, sólo muy ocasionalmente, tratamos de pensar en lo que es mejor para vosotros.

—Muy ocasionalmente —dijo Alicia—. Muy, muy ocasionalmente.

—Estaba siendo sarcástico.

—Y yo no.

—¿Sabes, Sam, lo terrible que es compartir un dormitorio con alguien? —dijo Andrea.

Robert la miró.

—Lo siento, pero es la verdad —dijo Andrea—. La falta de sueño. Los pedos y los ronquidos.

—Yo no me tiro pedos ni ronco —dijo Alicia.

—No sabes lo que haces —dijo Andrea—, porque nunca has compartido la cama con nadie. Y no sabes lo que un bebé puede hacerte.

—Nadie te impide irte a otra parte —dijo Robert.

—¿Crees que no lo he pensado? —dijo Andrea.

—Bien, aquí tenemos un buen ejemplo, he de decir —dijo Andrea—. Bienvenido, Sam. Ven a unirte a nuestra feliz familia.

Si yo hubiera sido Robert o Andrea, habría dicho: «¿Lo veis? ¿Es así como es? ¿Marido y mujer? ¡Que Sam se quede con su madre! ¡Podrá ver al bebé durante todo el día y todos los días! Pero no lo dijeron. Lo debieron de pensar, pero no lo dijeron, por mucho que me hubiese gustado que lo dijeran.

Necesitaba mi tabla.

Cuando llegué a casa aquella noche, fui directamente a mi cuarto a coger la tabla. No la había usado desde mi viaje a Hastings. Estaba apoyada contra la pared, bajo mi póster de TH; pude ver con claridad que Tony se sentía decepcionado de mí.

—He tenido demasiadas cosas entre manos —dije.

—No quería la responsabilidad de incluir en mi vida a alguien de forma tan estrecha, y en todos los niveles —dijo Tony.

Yo no quería verme envuelto en una conversación, así que cogí la tabla y salí corriendo.

Basuras estaba en la Hondonada, solo, haciendo unos cuantos trucos. No lo había visto desde que me enteré de lo de Alicia, pero no me preguntó dónde había estado (porque lo sabía). Sabía lo del bebé, de todas formas. Antes nadie hablaba de mí —que yo supiera—, porque, además, ¿qué iban a hablar de mí? Nunca he hecho nada. La gente se enteraba de cosas mías porque yo se las contaba, no porque se lo contaran unos a otros. Ahora todo el mundo sabía mis cosas, y era extraño.

—¿Cómo te va? —dijo. Estaba practicando los rock and rolls. No había mejorado nada.

—Bueno, bien. Ya sabes.

Yo estaba haciendo un grind 5—0 en la Hondonada, fingiendo concentrarme mucho más de lo que me estaba concentrando.

—Estás jodido, ¿no?

—Gracias.

—Perdona. Pero lo estás.

—Gracias otra vez.

—Perdona. Pero...

—No irás a decirme que estoy jodido por tercera vez, ¿verdad?

—Explícame por qué no lo estás, entonces.

—No puedo explicarte por qué no lo estoy. Porque sí lo estoy.

—Oh —dijo—. Lo siento. Te lo repito. Acabo de darme cuenta.

—¿De qué?

—No lo sé. Cuando alguien le dice a un chico de nuestra edad que está jodido, normalmente no lo está, ¿no es cierto? No de veras. Me refiero a que quizás acabe ganándose una buena torta. O una bronca de un profesor. Pero no algo que vaya a arruinarle la vida, ¿no? Sucede algo no demasiado importante, y se pasa y ya está. Pero que vayas a ser padre... Eso es serio, ¿no? Me refiero a que de veras estás...

—No lo repitas. En serio. Porque si no vas a estar jodido tú. Al viejo estilo. O sea, tendré que darte un tortazo.

Nunca pego a nadie, pero me estaba poniendo los nervios de punta.

—Lo siento. Me refiero a que siento haber estado a punto de decirlo otra vez. Y siento todo lo que ha pasado.

—¿Por qué? ¿Ha sido culpa tuya? ¿Has sido por casualidad tú el que has dejado preñada a Alicia?

Estaba bromeando, pero parecía preocupado, quizás porque le había amenazado con darle un tortazo.

—Ni siquiera la conozco. Sólo quería decir..., ya sabes. Mala suerte. —Sí. Vale.

—¿Qué vas a hacer?

—¿Sobre qué?

—No lo sé. Sobre cualquier cosa.

—No tengo ni idea.

Estaba disfrutando mucho al sentir cómo la tabla caía con fuerza contra el cemento, sobre todo porque sabía lo que estaba haciendo. Era la primera vez en siglos que sabía lo que estaba haciendo. Basuras era una mierda haciendo grinds y rock and rolls, y casi todo en realidad, pero yo quería ser él. Quería que los trucos de skate fueran lo único en el mundo capaz de preocuparme. Yo antes era como Basuras, con la diferencia de que yo sabía hacer los trucos. Desde donde ahora me encontraba, ésa era la vida perfecta. Yo había tenido la vida perfecta y no me había dado cuenta. Y ahora todo se había acabado.

—Basuras —dije.

No me hizo caso. El problema de que te llamen Basuras es que no sabes muy bien cuándo te están hablando.

—Basuras. Escucha. —Sí.

—Tu vida es perfecta. ¿Lo sabías?

Justo en ese momento, perdió el equilibrio. Se estrelló las rodillas contra el banco de cemento, se cayó de la tabla y se quedó tendido en el suelo maldiciendo y tratando de no llorar.

—¿Lo sabías? —dije de nuevo—. Perfecta. Daría cualquier cosa por ser tú en este mismo momento.

Me miró para ver si me estaba riendo de él. Pero no me reía de él. Lo decía en serio. Yo también me había pegado trastazos con la tabla. Pero jamás un trastazo como el de ahora. Las ruedas se habían salido de sus anclajes, los anclajes se habían salido de la tabla, y yo me había visto lanzado al aire, a una altura de más de tres metros, y luego proyectado contra un muro de ladrillo. O eso es lo que me pareció, al menos. Pero había acabado sin el menor rasguño.

—Ha llamado Andrea —me dijo mi madre más tarde.

Me quedé mirándola con fijeza.

—La madre de Alicia —aclaró. —Oh. Sí.

—Ha dicho que Alicia y tú estáis planeando vivir juntos en su casa cuando nazca el bebé.

Me miré los zapatos. Nunca me había dado cuenta cabal de que los agujeros para los cordones fueran rojos en la circunferencia de fuera.

—¿No pensabas hablar conmigo de eso?

—Sí. Pensaba hablarlo contigo.

—¿Cuándo?

—Hoy. Ahora. Si no te lo decían antes. Me has ganado por diez segundos.

—¿Crees que todo esto va de broma?

Es cierto que estaba bromeando sobre el momento en que iba a contárselo. Pero el quid de mi broma era que en realidad nada era divertido, y que lo que estaba haciendo era tratar de ser valiente. Me lo tomaba todo tan en serio que hacer una broma al respecto era lo más cercano al heroísmo que podía permitirme. Pensé que se habría dado cuenta, y de que me amaría más por ello.

—No —dije—. Lo siento.

No tenía sentido explicárselo. Mi madre no iba a pensar que estaba siendo un héroe.

—¿Quieres vivir en casa de Alicia?

—Poco importa ya lo que quiera, ¿no?

—No es así —dijo—. No debes pensar eso. No eres más que un jovencito. Tienes toda la vida por delante.

—¿Fue eso lo que sentiste cuando te quedaste embarazada?

—No. Por supuesto que no. Pero...

—Pero ¿qué?

—Nada.

—Pero ¿qué?

—Bueno. A mí no me quedó otra opción, ¿no? Yo te llevaba conmigo a todas partes. No podía escapar.

—¿Quieres decir que los tíos pueden escaquearse?

No podía creer lo que estaba oyendo. ¡Mi madre! ¡Decirme que debería escurrir el bulto!

—No estoy diciendo que puedas librarte de todo ello. No estoy sugiriendo que huyas a Hastings. Sería patético.

—Gracias.

—Tendrás que optar por una u otra cosa. No puedes ir por ahí diciendo lleno de orgullo que los tíos no pueden escaquearse en estas situaciones y a los cinco minutos tratar de hacer exactamente lo contrario.

¿Qué podía responder a eso?

—Lo que yo digo, Sam, es que vayas a su casa todos los días. Y que cuides de tu hijo. Que seas un padre para él. Sólo que... no vivas en el cuarto de Alicia.

—Quiere que lo haga. Y hay que levantarse montones de veces por la noche, y hacerle eructar y demás, ¿no? ¿Por qué va a tener que hacerlo todo ella sola?

—¿Ha visto Alicia tu cuarto? Apenas te las arreglas para vivir contigo mismo, así que con otra persona... ¿Vas a tirar por el suelo los calzoncillos sucios? ¿Has pensado en todo eso?

No había pensado en nada de ello. Y no veía por qué tenía que hacerlo, además.

Aquella noche la última cosa que hice fue hablar con TH.

—¿Qué voy a hacer? —dije—. No me sigas hablando de tu vida. Estoy harto de oírte contar cosas de tu vida. Dime cosas de la mía. Di: «Sam, esto es lo que tienes que hacer con Alicia y el bebé.» Y dame algunas repuestas.

—Riley nos exigía un cambio de estilo de vida, y Cindy y yo nos las arreglamos para encontrar una forma de hacer que todo funcionara como es debido —dijo.

Riley era su hijo. A mí no me interesaba su hijo.

—¿Qué te acabo de decir? —dije—. No me sirve para nada todo eso que me cuentas de Riley. No soy un as del skate de fama mundial. No me estás escuchando.

—Por qué la gente del parque dejó de vapulearme, nunca lo sabré. Yo podía llegar a ser el mayor de los idiotas sin darme la más mínima cuenta.

Ya habíamos hablado de eso. Me di cuenta de que me decía esto cuando se sentía frustrado conmigo, cuando pensaba que estaba siendo un idiota. Y cuando se sentía frustrado, me proyectaba hacia el futuro.

Me fui a la cama. Pero sin saber
cuándo
iba a despertar.

12

Mi madre me despertó aporreando la puerta de mi cuarto. Supe que estaba metido en algún lío cuando empecé a mirar alrededor en busca de algo para ponerme. Recogí los vaqueros del suelo, y cuando fui a coger una camisa del armario encontré un montón de ropa que jamás había visto antes: unos pantalones de Hawk llenos de bolsillos y un par de camisetas de Hawk muy molonas que yo había querido conseguir en una época: la del emblema del halcón, y la otra con el logotipo del halcón en llamas. Había estado antes en aquel lugar. Supe de inmediato que era el futuro. Y lo primero que noté en aquel futuro fue que no estaba viviendo en casa de Alicia, pero quizás era que me había puesto la camiseta del halcón llameante y había entrado en la cocina.

Mark estaba en la cocina con el bebé. Parecía una niña. Y no era ningún bebé diminuto. Estaba sentado en una trona y comía una especie de puré de Weetabix con una cuchara.

—Aquí está —dijo Mark—. Aquí está tu hermano mayor.

Estaba preparado. Sabía quién era aquella niña, y dónde estábamos, y todo lo demás. Ya había estado en el futu ro antes. Pero cuando Mark dijo aquello, me sentí muy emocionado. Era el hermano mayor de aquel bebé. Y ella era mi hermanita pequeña. Yo había sido hijo único toda mi vida, y de repente aparecía este nuevo ser. Y, además, yo le gustaba. Se puso a sonreírme, y luego abrió los brazos como si quisiera que la cogiera. Fui hacia ella.

—Aún no ha terminado —dijo Mark.

Él no sabía que para mí era todo un acontecimiento conocer a mi hermanita. Seguramente él me había visto la noche anterior, y seguramente yo había visto a mi hermana la noche anterior, y para Mark aquél era sólo un momento más, uno entre un millón de pequeños momentos más. Pero no para mí. Para mí aquel momento no era en absoluto un momento más.

Y conocer a aquel bebé era diferente. Conocer a Roof había sido un shock, en muchísimos sentidos. Entonces no sabía lo que era ser proyectado hacia el futuro, así que fue un verdadero shock. Y no sabía con seguridad si Alicia estaba embarazada o no, así que conocer a tu propio hijo antes de tener la seguridad absoluta de que tu novia —o tu ex novia— iba a tener un bebé... Eso habría sido un shock para cualquiera. Además, no sabía lo que se sentía al tener un hijo. O, mejor, no sabía
cómo me sentía
, y como me sentía era «mal». Pero aquel bebé no era mi bebé, era mi hermanita, y nada de lo relativo iba a hacerme sentirme triste o preocupado.

Quería saber su nombre.

—Venga, gordita. Come. Papá tiene que ir a trabajar.

—¿Dónde está mi madre?

De pronto recordé a aquel chico del colegio que no conocía a nadie de la casa donde vivía. Quizás mi madre se había ido, y yo vivía con Mark y con aquel bebé del que no sabía ni su nombre.

—Está en la cama. Ésta se ha despertado a media noche.

«Roof.» «Ésta.» «Gordita.» ¿Por qué la gente nunca llama a los bebés por su nombre verdadero?

—¿Está bien? —dije.

—Sí. Muy bien. Pero es una diablillo.

—¿Puedo darle de comer?

Mark me miró. Adiviné que no me prestaba a hacer cosas de ésas con mucha frecuencia.

—Por supuesto. ¿Tienes tiempo?

Me acordé entonces de la cosa que más odiaba de estar en el futuro, aparte de tener un miedo enorme a no volver nunca a mi tiempo. En el futuro nunca sabías lo que se suponía que tenías que hacer en cada momento.

Me encogí de hombros.

—¿Qué estás haciendo ahora?

Volví a encogerme de hombros.

—¿La universidad? ¿Roof?

Así que seguían llamándolo Roof, entonces. Al parecer se había quedado con el mote.

—Lo de costumbre —dije.

—Pues entonces no tienes tiempo.

—¿La veré luego? —dije.

—Va a estar aquí —dijo Mark—. Vive aquí.

—Y yo también —dije yo.

Era más una pregunta, pero él no lo sabía.

—Te has despertado muy agudo —dijo Mark—. Si sabes ya dónde vives, hoy no habrá nada que te detenga.

Sonreí, para que supiera que sabía que estaba bromeando. Pero era de las pocas cosas que sabía.

Mi madre entró en la cocina en bata, con aire de dormida, y de más vieja, y de más gorda. Siento que pueda sonar rudo, pero es la verdad. Se acercó y le dio un beso a la niña en la coronilla. Y ella no pareció darse ni cuenta.

—¿Todo bien?

—Sí —dijo Mark—. Sam acaba de ofrecerse a dar de comer a la niña.

—Vaya —dijo mi madre—. Ya estás otra vez sin blanca.

Me palpé los bolsillos. Encontré un billete.

—No. Creo que no necesito nada.

—Estaba siendo sarcástica.

—Oh.

—¿Te has despertado bobo?

—Mark acaba de decirme que me he despertado agudo.

—Yo también estaba siendo sarcástico —dijo Mark.

Odiaba estar así. Me parecía que cuando TH se disponía a proyectarme hacia el futuro, al menos antes tendría que sentarme y ponerme al corriente de ciertas cosas. De las cosas básicas. Si estás en una habitación con tu hermanita y no sabes su nombre, te sientes estúpido, por mucho que tu hermanita no sea más que un bebé.

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