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Authors: Daniel Goleman

Tags: #Ciencia, Psicología

Inteligencia Social (5 page)

BOOK: Inteligencia Social
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Nadie sabe con seguridad cuántas veces se casó a lo largo de su carrera —porque lo suyo parecía ciertamente una carrera— romántica, pero bien pudo haberlo hecho unas cien veces ya que Vigliotto se ganaba la vida casándose con mujeres ricas. Pero todo concluyó cuando Patricia Gardner, una de sus conquistas, le demandó por bigamia.

El juicio puso de relieve lo que llevó a tantas mujeres a enamorarse de él. Gardner admitió que una de las cosas que más le atrajo de aquel encantador bígamo fue lo que ella denominó el “rasgo sincero “de mirarla directamente a los ojos y sonriendo... aunque lo cierto era que mentía más que un sacamuelas.

Son muchas las cosas que los expertos de las emociones saben “leer” en la mirada. Según dicen, es muy frecuente que la tristeza, el disgusto y la culpa o la vergüenza nos hagan bajar la mirada, desviarla y bajarla y desviarla, respectivamente. Esto es algo que la mayoría de la gente sabe de manera intuitiva, por ello la sabiduría popular nos advierte de que un indicio de que alguien está mintiendo es su incapacidad de “mirar directamente a los ojos”.

Esto es algo que Vigliotto, como buen estafador, sabía muy bien y era lo suficientemente diestro para sonreír y mirar directamente a los ojos de sus víctimas.

Él estaba tramando algo, pero quizás tenía más que ver con el establecimiento del vínculo que con la mentira. En opinión de Paul Ekman, un experto mundialmente conocido en la detección de la mentira, la mirada que parece decir “debes creer lo que te estoy diciendo” no parece tener mucho que ver con decir o no la verdad.

A lo largo de sus muchos años de estudio sobre la expresión facial de las emociones, Ekman se ha especializado en la detección de la mentira. Su ojo está tan adiestrado en el registro de las sutilezas faciales que detecta fácilmente discrepancias entre la máscara de las emociones fingidas que utiliza una persona y las fugas que expresan lo que realmente está sintiendo.

Mentir exige la actividad consciente e intencional de lo que denominamos vía superior, que controla los sistemas ejecutivos que mantienen la congruencia entre nuestras palabras y nuestras acciones. En opinión de Ekman, los mentirosos prestan más atención a la elección de sus palabras y censuran lo que dicen, desatendiendo simultáneamente su expresión facial.

La represión de la verdad exige tiempo y esfuerzo mental. Cuando una persona miente al contestar a una pregunta, su respuesta se inicia un par de segundos después que cuando es sincera, un retardo debido al esfuerzo que se requiere para elaborar la mentira y controlar los canales emocionales y físicos a través de los cuales la verdad puede acabar desvelándose.

Mentir bien exige concentración, un esfuerzo mental que requiere del concurso de la vía superior. Pero, puesto que la atención es una capacidad limitada, el hecho de mentir —que va acompañado de la inhibición del despliegue involuntario de emociones que podría traslucir esa mentira— consume una dosis extra de recursos neuronales del área prefrontal que la deja provisionalmente vacía para acometer otra tarea.

Sólo las palabras pueden mentir. Pero el signo más frecuente de que alguien miente tiene que ver con la discrepancia entre sus palabras y su expresión facial, como cuando alguien nos asegura que está “muy bien” mientras el temblor de voz revela claramente la angustia que está experimentando.

«No existe ningún detector de mentiras completamente fiable —me dijo Ekman—. Pero cualquiera puede detectar las situaciones críticas», es decir, los momentos en los que las emociones de la persona no coinciden con lo que nos dice, indicio de un esfuerzo mental adicional que requiere a gritos una consideración más detenida. Y las razones de esa discrepancia pueden ser muy diversas, desde el simple nerviosismo hasta la más desvergonzada de las mentiras.

Los músculos faciales y la decisión de mentir se hallan controlados, respectivamente, por la vía inferior y por la vía superior. Es por ello que, mientras estamos contando una mentira, nuestro rostro contradice lo que estamos diciendo. A fin de cuentas, la vía superior encubre, mientras que la inferior revela.

Los circuitos de la vía inferior abren muchos caminos al puente neuronal silencioso que conecta nuestros cerebros. Son precisamente ellos los que nos ayudan a eludir los escollos que amenazan nuestras relaciones, contribuyendo a detectar también en quién podemos confiar y a quién debemos evitar... y transmitiendo contagiosamente nuestros sentimientos.

El amor, el poder y la empatía

El poder desempeña un papel muy importante en el flujo interpersonal de la emoción. Aunque no resulte posible calibrar el poder relativo de los integrantes de una pareja, siempre es posible estimarlo aproximadamente en términos prácticos diciendo que el miembro más poderoso es el que menos esfuerzo debe hacer por cambiar y aproximarse al otro. En el caso de una relación amorosa, el miembro más poderoso es el que más influye en el modo en que el otro le siente o se siente a sí mismo y el que más cosas tiene que decir a la hora de tomar decisiones conjuntas sobre cuestiones económicas o aspectos de la vida cotidiana como, por ejemplo, ir o no a una fiesta.

A decir verdad, las parejas suelen repartirse tácitamente el poder y uno, por ejemplo, se ocupa de las cuestiones económicas, mientras que el otro se encarga, pongamos por caso, de la planificación de las relaciones. Por otra parte y, en lo que respecta al dominio global de las emociones, el miembro menos poderoso es el que se ve obligado a realizar los mayores ajustes internos para converger emocionalmente con el otro.

Estos ajustes son más evidentes cuando uno de los miembros asume deliberadamente una actitud emocionalmente neutra, como sucede en el caso de la psicoterapia. Desde la época de Freud, los psicoterapeutas han advertido que su cuerpo reproduce las emociones que experimentan sus clientes. No es de extrañar que, cuando un cliente evoca un recuerdo doloroso o se siente aterrado por un recuerdo traumático, al terapeuta se le humedezcan los ojos o experimente en su propio estómago la emergencia del miedo.

Freud señaló que el hecho de conectar con su propio cuerpo proporciona a los psicoanalistas una ventana para asomarse al mundo emocional de sus clientes. Mientras que la mayor parte de la gente puede registrar las emociones que se expresan abiertamente, los grandes psicoterapeutas han aprendido a dar un paso más allá y conectar con matices emocionales que sus pacientes ni siquiera han permitido que aflorasen a su conciencia.

Casi un siglo después de que Freud descubriese esas sutilezas, los investigadores han empezado a desarrollar un método para detectar los cambios fisiológicos simultáneos que ocurren de continuo durante una conversación. El avance vino de la mano de la aparición de nuevos métodos estadísticos y ordenadores que permiten a los científicos analizar la extraordinaria cantidad de datos (como el ritmo cardíaco y similares) que tienen lugar durante una determinada interacción.

Estos estudios han puesto de relieve que, durante una discusión de pareja, el cuerpo de uno de los implicados tiende a imitar los cambios que acontecen en el otro. No creo que nadie se asombre de que la ciencia haya descubierto recientemente que, cuanto más avanza una discusión, más se exacerban los sentimientos de ira, pena y tristeza.

Más interesante fue lo que hicieron ciertos investigadores de la relación de pareja, grabar en vídeo una discusión e invitar luego a desconocidos a visionar las grabaciones y conjeturar las emociones que estaba experimentando uno de los participantes. El hecho es que, cuando esos voluntarios esbozaron sus opiniones, su respuesta fisiológica se asemejaba a la del miembro del que se ocupaban.

Cuanto más exacta es la imitación de la persona observada, más exacta es también la sensación de lo que esa persona está sintiendo, un efecto que resulta más patente en el caso de emociones negativas como la ira. Parece pues que la empatía (es decir, la capacidad de experimentar las emociones que otra persona está sintiendo) es tanto psicológica como mental y se asienta en el hecho de compartir el estado interno de la otra persona. Esta danza biológica tiene lugar cuando una persona empatiza con otra, es decir, cuando comparte sutilmente el estado fisiológico de la persona con la que está conectada.

Las personas cuyos rostros expresan las expresiones más intensas son también las que más exactamente juzgan los sentimientos de los demás, lo que parece derivarse del principio general que afirma que, cuanto más similar sea, en un determinado momento, el estado fisiológico de dos personas, más fácilmente podrá sentir cada uno de ellos lo que el otro está experimentando.

Así pues, cuanto mayor es la conexión con una determinada persona, más fácilmente podremos entender lo que ésta, aunque sólo sea de manera sutil, está experimentando. En tales casos, la resonancia es tal que, aunque no queramos, sus emociones son las nuestras.

Resumiendo, pues, las emociones que percibimos tienen consecuencias, lo que nos proporciona una buena razón para esforzarnos en cambiarlas en una dirección positiva.

CAPÍTULO 2

UNA RECETA PARA EL RAPPORT

La sesión de psicoterapia está en marcha. El psiquiatra está tenso y permanece formalmente sentado en su butaca, mientras su paciente yace tumbada y abatida sobre un sofá de cuero. Es evidente que se encuentran en longitudes de onda muy diferentes.

El psiquiatra acaba de cometer un grave error terapéutico, interpretando desafortunadamente un comentario de su paciente. Entonces se disculpa diciendo “Sólo quería subrayar algo que creo que obstaculiza el tratamiento”.

—No... —comienza la paciente, pero el terapeuta la interrumpe de nuevo con otra interpretación y, en el momento en que está a punto de responder, vuelve a cortarla.

Cuando finalmente logra hilvanar una frase entera, la paciente se queja de lo que se vio obligada a soportar mientras vivía con su madre —un comentario que también encierra una queja implícita hacia la actitud del terapeuta.

Así va discurriendo la sesión como un concierto discordante de instrumentos desafinados.

Veamos ahora lo que sucede, en otro entorno psicoterapéutico, en un momento de rapport especialmente intenso.

El paciente acaba de comentarle a su terapeuta que ayer mismo concertó con su novia la fecha de su boda. Llevaban varios meses explorando el miedo al compromiso de su paciente, que finalmente parecía haber acopiado el coraje necesario para enfrentarse al matrimonio. Por ello celebraron contentos y en silencio ese momento.

El rapport es tan completo que sus posturas y movimientos encajan como si estuvieran ejecutando deliberadamente una danza en la que, cuando uno avanza, el otro retrocede.

Las grabaciones en vídeo de estas sesiones de terapia muestran un par de cajas metálicas rectangulares apiladas a modo de los componentes de un equipo estéreo, de los que salen cables que se hallan conectados a uno de los dedos del terapeuta y de la paciente y que se encargan de registrar los cambios sutiles de sus respuestas de sudoración durante toda la sesión.

Estas sesiones se grabaron durante una investigación destinada a poner de manifiesto la danza biológica que subyace a nuestras interacciones cotidianas. En los vídeos de esas sesiones psicoterapéuticas, la respuesta fisiológica aparece bajo cada uno de los implicados como una línea ondulada (azul para el paciente y verde para el terapeuta) que oscila al ritmo de la emergencia y desaparición de las emociones.

El vídeo correspondiente a la primera sesión constituye la imagen misma de la desconexión y se parece al vuelo nervioso de dos pájaros que van cada uno por su cuenta.

En la segunda sesión, no obstante, las líneas parecen ejecutar una danza coordinada que se asemeja al vuelo de una bandada de pájaros y refleja la sintonía fisiológica que acompaña al rapport.

Este ejemplo ilustra los sofisticados métodos utilizados hoy en día para estudiar la actividad cerebral, de otro modo invisible, que subyace a nuestras relaciones interpersonales. Aunque la respuesta de sudoración pueda parecer ajena al funcionamiento cerebral, la comprensión de lo que sucede en el sistema nervioso central nos permite aventurar los correlatos neuronales que subyacen a esa especie de tango interpersonal.

Este estudio fue llevado a cabo por Carl Marci, psiquiatra de la facultad de medicina de Harvard, que llevó consigo el equipo de monitorización a la consulta de varios terapeutas voluntarios del área de Boston. Marci ha reunido a un grupo selecto de investigadores pioneros que han descubierto métodos muy ingeniosos para ir más allá del cráneo que hasta entonces constituía una frontera infranqueable de la ciencia del cerebro. Tiempo atrás, la neurociencia sólo podía centrarse en el estudio del funcionamiento de un solo cerebro pero, en la actualidad, está en condiciones de analizar simultáneamente el funcionamiento de dos cerebros, poniendo de relieve la danza neuronal en la que están implicados.

Los datos de las investigaciones realizadas por Marci le han permitido esbozar lo que él ha denominado el “logaritmo de la empatía”, es decir, una expresión matemática que expresa la interacción concreta existente en la respuesta de sudoración de dos personas en el momento especial del rapport en el que uno se siente comprendido por el otro.

El resplandor de la simpatía
[1]

Recuerdo haber experimentado este tipo de rapport cada vez que, siendo estudiante de psicología, entré en el despacho de Robert Rosenthal, profesor de estadística de Harvard. Bob (como todo el mundo le llamaba) tenía la merecida reputación de ser el profesor más afectuoso de todo el departamento. Independientemente de nuestras razones y de la ansiedad con la que fuésemos a verle, todos salíamos de su despacho con la sensación de haber sido escuchados, entendidos e invariablemente nos sentíamos, de un modo que me atrevería a calificar como mágico, mejor.

Bob tenía una habilidad muy especial para que todo el mundo se sintiera bien y lo hacía de un modo que ni siquiera se notaba. Bien podríamos decir que su verdadera especialidad científica giraba en torno a los vínculos no verbales que establecen el rapport. Años más tarde, Bob y una colega publicaron un importante artículo subrayando los ingredientes fundamentales que convierten a una relación en algo mágico, es decir, la receta del rapport.

El rapport sólo existe entre los seres humanos y se halla presente en cualquier relación afectuosa, comprometida y amable. Pero su importancia va mucho más allá de los momentos fugaces de bienestar porque, en tal caso, las decisiones que toman las personas implicadas —ya se trate de una pareja organizando sus vacaciones o de un equipo de directivos planificando la estrategia de la empresa— son más creativas y eficaces.

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