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Authors: Daniel Goleman

Tags: #Ciencia, Psicología

Inteligencia Social (8 page)

BOOK: Inteligencia Social
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A ese primer hallazgo de las neuronas espejo en el cerebro de los simios le siguió su descubrimiento en el cerebro humano. En un estudio muy interesante en el que un electrodo del tamaño de un láser controlaba la activación de una sola neurona en una persona despierta, se observó la excitación de la neurona tanto cuando la persona anticipaba el dolor de un pinchazo como cuando veía que alguien recibía un pinchazo, por ejemplo. Ésa fue la que bien podríamos calificar como una instantánea neuronal de los rudimentos de la empatía.

Muchas neuronas espejo se encuentran en el córtex premotor, que gobierna actividades que van desde el lenguaje hasta el movimiento y la simple intención de actuar. De este modo, el hecho de que se hallen junto a las neuronas motoras implica que las regiones cerebrales desencadenantes de un determinado movimiento pueden verse fácilmente movilizadas por la observación de alguien ejecutando ese mismo movimiento. El ensayo mental de una determinada acción —como imaginamos pronunciando una conferencia o visualizando los delicados movimientos que intervienen en un swing de golf— activan las mismas neuronas de la corteza premotora que se activan cuando efectivamente pronunciamos una conferencia o ejecutamos ese swing. Desde una perspectiva neurológica, simular un acto es lo mismo que realizarlo sólo que, en aquel caso, la ejecución real se halla, por así decirlo, inhibida.

Las neuronas espejo se activan cuando vemos que alguien, por ejemplo, se rasca la cabeza o se enjuga una lágrima, de modo que parte de la activación neuronal de nuestro cerebro imita la suya. Y esto transmite a nuestras neuronas motoras la información de lo que estamos viendo, permitiéndonos participar en las acciones de otra persona como si fuésemos nosotros quienes realmente las estuviésemos ejecutando.

Son muchos los sistemas de neuronas espejo que alberga el cerebro humano. Algunas se ocupan de imitar las acciones de los demás, mientras que otras se encargan de registrar sus intenciones, interpretar sus emociones o comprender las implicaciones sociales de sus acciones. Cuando, por ejemplo, voluntarios que están conectados a un RMNf contemplan un vídeo que muestra el semblante ceñudo o risueño de otra persona, las regiones que se activan en su cerebro son las mismas que operan en la persona que experimenta la emoción aunque no, obviamente, de un modo tan intenso.

El fenómeno del contagio emocional se asienta en estas neuronas espejo, permitiendo que los sentimientos que presenciamos fluyan a través de nosotros y ayudándonos así a entender lo que está sucediendo y a conectar con los demás. “Sentimos” al otro en el más amplio sentido de la palabra experimentando en nosotros los efectos de sus sentimientos, de sus movimientos, de sus sensaciones y de sus emociones.

La habilidad social depende de las neuronas espejo. Por un lado, el hecho de resonar con lo que advertimos que sucede en otra persona nos predispone a dar una respuesta rápida y adaptada. Por otro, las neuronas responden a los más pequeños indicios de la intención de moverse y nos ayudan así a rastrear la motivación que la alienta. Y es que el hecho de experimentar las intenciones de los demás —y su motivación— nos proporciona una información socialmente valiosa para aventurar, como camaleones sociales, lo que puede suceder a continuación.

Las neuronas espejo son esenciales para el aprendizaje infantil. Hace ya tiempo que sabemos que el aprendizaje por imitación constituye el principal camino del desarrollo infantil, pero el descubrimiento de las neuronas espejo explica el modo en que los niños pueden aprender a través de la mera observación. De este modo, la observación va grabando en su cerebro un repertorio de emociones y conductas que le permiten conocer el modo en que funciona el mundo.

Las neuronas espejo del ser humano son mucho más flexibles y diversas que las de los simios, reflejando así nuestras habilidades sociales más sofisticadas. Al imitar lo que otra persona siente o hace, las neuronas espejo establecen un ámbito de sensibilidad compartida que reproduce en nuestro interior lo que ocurre fuera. Así es como entendemos a los demás convirtiéndonos, al menos parcialmente, en ellos. Esta sensación virtual de lo que alguien está experimentando coincide con una noción emergente en el campo de la filosofía de la mente, según la cual, entendemos a los demás traduciendo sus acciones a un lenguaje neuronal que nos predispone a ejecutar sus mismas acciones y, de ese modo, nos permite sentir lo mismo que él está sintiendo.

Dicho de otras palabras, yo entiendo sus acciones creando de ellas un modelo en mi cerebro. Como dice Giacomo Rizzolatti, el neurocientífico italiano que descubrió las neuronas espejo, estos sistemas «nos permiten entender lo que sucede en la mente de los demás no a través del razonamiento y el pensamiento conceptual, sino de la simulación directa y el sentimiento».

La activación paralela de dos circuitos neuronales diferentes a través de la vía inferior nos proporciona la sensación inmediata de lo que realmente importa en un determinado momento, lo que genera la sensación de inmediatez intercerebral que la neurociencia ha denominado “resonancia empática”.

Los signos externos de esos vínculos internos han sido minuciosamente descritos por Daniel Stern, psicólogo americano que trabaja en la Universidad de Ginebra y lleva décadas observando sistemáticamente la relación entre madres e hijos. Científico evolutivo de la tradición de Jean Piaget, Stern también se ha dedicado a explorar otro tipo de relaciones adultas como las que tienen lugar entre amantes o entre psicoterapeuta y paciente.

Sus investigaciones han llevado a Stern a concluir que nuestro sistema nervioso «está construido para ser registrado por el sistema nervioso de los demás y sentir lo que sienten como si estuviéramos dentro de su piel», momento en el cual resonamos con su experiencia y ellos con la nuestra.

«Ya no podemos —añade Stern— seguir considerando a nuestra mente como algo independiente, separado y aislado», sino que debemos entenderla como algo “permeable” y que se halla en continua interacción con otras mentes, como si un hilo invisible nos uniera a ellas. Continuamente estamos manteniendo un diálogo inconsciente con las personas con las que nos relacionamos sintonizando nuestros sentimientos con los suyos. Provisionalmente, al menos, nuestra vida mental parece una cocreación, una matriz de la relación interpersonal.

Los circuitos neuronales que movilizan la musculatura facial permiten que los demás puedan interpretar las emociones que emergen en nuestro interior (a menos que las reprimamos activamente) y la activación de las neuronas espejo garantiza que, en el mismo instante en que alguien advierte en nuestro rostro una determinada emoción, pueda sentirla. Por ello decimos que nosotros no somos los únicos que experimentamos aisladamente nuestras emociones, sino que también las experimentan —tanto de un modo manifiesto como encubierto— las personas con las que nos relacionamos.

En opinión de Stern, las neuronas imitadoras se ponen en marcha cada vez que experimentamos el estado de ánimo de otra persona y resonamos con sus sentimientos. Este vínculo intercerebral es el que permite que nuestros pensamientos y emociones discurran por los mismos senderos y que nuestros cuerpos se muevan a la vez. Cuando las neuronas espejo establecen un vínculo intercerebral, emprenden un dueto tácito que desbroza el camino para transacciones más sutiles y poderosas.

El efecto de la cara feliz

Cuando, en los años ochenta, conocí a Paul Ekman, acababa de pasar casi un año de su vida aprendiendo a controlar voluntariamente, delante de un espejo, cada uno de los cerca de doscientos músculos de la cara, lo que no dejaba de estar exento de cierta heroicidad porque, en varias ocasiones, se vio obligado a aplicarse una ligera descarga eléctrica para poder ubicar algunos músculos difíciles de detectar. Después de dominar esa hazaña de autocontrol, esbozó un mapa muy exacto de los distintos sistemas musculares que se ponen en marcha al exhibir cada una de las grandes emociones y sus múltiples variantes.

Ekman ha identificado dieciocho tipos diferentes de sonrisa basados en distintas combinaciones de los quince músculos faciales implicados. Entre ellas cabe señalar, por nombrar sólo unas pocas, la sonrisa postiza que parece pegada a un rostro infeliz y transmite una actitud del tipo “sonríe y apechuga” que parece el reflejo mismo de la resignación; la sonrisa cruel que exhibe la persona malvada que disfruta haciendo daño a los demás y la sonrisa distante característica de Charlie Chaplin, que moviliza un músculo que la mayoría de la gente no puede mover voluntariamente y parece, como dice Ekman, “reírse de la risa”.

También hay, obviamente, sonrisas genuinas que transmiten la alegría y la diversión espontánea y que son, con toda probabilidad, las más evocadoras, por cuanto que son las que más fácilmente registran las neuronas espejo destinadas a detectar sonrisas y desencadenar las nuestras. Como dice cierto proverbio tibetano: «La mitad de tu sonrisa es para ti y la otra mitad para el mundo».

La sonrisa es la más positiva de todas las expresiones emocionales, porque el cerebro humano parece preferir los rostros felices y los reconoce más fácil y rápidamente que los que expresan emociones negativas, algo que se conoce como “el efecto de la cara feliz”.

Algunos neurocientíficos sugieren que el cerebro posee un sistema que nos predispone hacia los sentimientos positivos y nos lleva a asumirlos con más frecuencia que los negativos y a tener, en consecuencia, una visión más positiva de la vida.

Eso significaría que la naturaleza tiende a fomentar las relaciones positivas y que no nos hallamos inicialmente predispuestos hacia la hostilidad, independientemente del importante papel que desempeña la agresividad en los asuntos humanos.

Los momentos positivos y alegres desencadenan de inmediato la resonancia, aun entre completos desconocidos. En lo que puede ser otro ejemplo de investigación psicológica destinada a demostrar lo evidente, se propuso a parejas de desconocidos una serie de juegos absurdos como por ejemplo dirigir, hablando a través de una pajita, el movimiento del otro que, con los ojos vendados, trataba de lanzar y recoger una pelota de esponja [nerfball], un ejercicio que abocada a una impotencia que no tardaba en provocarles las más sonoras risotadas.

Cuando el mismo juego se llevó a cabo sin emplear la pajita y sin vendar los ojos no llegaban, sin embargo, a estallar en carcajadas, aunque sí que experimentaban una fuerte sensación de proximidad, por más que sólo hubieran estado practicando unos pocos minutos.

Ciertamente, la risa puede ser la distancia más corta entre dos cerebros, provocando un contagio irrefrenable que establece un vínculo social inmediato. Cuanto más amigos sean dos adolescentes, por ejemplo, más atolondradamente se reirán y mayor será la sincronía que experimentarán o, dicho en otras palabras, mayor será su resonancia, hasta el punto de que lo que para un padre puede simplemente parecerle un bullicio infernal puede resultar, para su hijo, el paradigma de la proximidad.

Guerra de memes

Desde la década de los setenta, las canciones rap han glorificado el estilo de vida de las bandas juveniles, las armas, las drogas, la agresividad, la misoginia, los chulos, los buscavidas y el gusto por la ostentación. Pero últimamente las cosas parecen estar cambiando, como también lo hace la vida de algunos de sus músicos.

«Parece como si el hip-hop tuviera que ver con fiestas, armas y mujeres —reconoce Darryl McDaniels, cantante del conocido grupo de rap Run D.M.C. Pero McDaniels, que prefiere el rock and roll al rap, añade— Eso está bien para estar en una disco pero, desde las nueve de la mañana hasta el momento en que me acuesto, esa música no me dice gran cosa».

Esta queja presagia el advenimiento de una nueva ola rap que abraza una visión más completa, aunque todavía controvertida, de la vida. Como admitió John Stevens, uno de estos raperos reformados al que se conoce como Legend: «Lo cierto es que no me siento a gusto componiendo música que exalta la violencia y cosas por el estilo».

En lugar de eso, Legend y su reformado colega rap Kanye West han ido derivando hacia una actitud que combina la autocrítica con la ironía social, una sensibilidad más acusada que refleja su experiencia vital y ha discurrido por caminos muy ajenos a los que siguieron la mayoría de las estrellas de rap del pasado. Stevens es graduado por la University of Pennsylvania y Kanye es el hijo de una profesora de universidad. Como dice Kanye: «Mi madre es profesora y yo también soy una especie de maestro».

La letra del rap, como cualquier poema, ensayo o novela, puede entenderse como un sistema de transmisión de “memes”, es decir, de ideas que se transmiten de una mente a otra como lo hacen las emociones. No olvidemos que la noción de un meme se vio modelada por la de gen, una entidad que también se reproduce transmitiéndose de una persona a otra.

Memes especialmente poderosos como los de “democracia” o “higiene personal” nos llevan a actuar de un determinado modo, porque son ideas que tienen un impacto muy poderoso. Y, cuando unos memes se oponen a otros, nos hallamos en presencia de una batalla de ideas.

El poder de los memes parece deberse a su relación con la vía inferior, a través de su asociación con las emociones intensas. Tengamos en cuenta que, para nosotros, una idea es importante en la medida en que nos moviliza y eso es precisamente lo que hacen las emociones. Los ritmos oscilantes de la vía inferior intensifican el impacto provocado por la letra de las canciones rap (o de cualquier otra canción) y le proporcionan una fuerza muy superior a la que provocaría su mera lectura. Quizás, en este sentido, los memes sean algún día entendidos como neuronas espejo en acción.

Sus guiones inconscientes determinan gran parte de lo que hacemos, especialmente cuando funcionamos en la modalidad “automática”. Pero cuanto mayor es su poder sutil para movilizarnos a actuar, más elusivos resultan.

Veamos ahora el extraordinario poder que tienen los memes para dirigir lo que hacemos en las relaciones interpersonales. En un determinado experimento, un grupo de voluntarios escuchó una lista de palabras que contenían referencias indirectas a la mala educación, como “grosero” y “asqueroso”. mientras que otro grupo oyó palabras como “considerado” y “educado”. después de lo cual se les invitó a transmitir un mensaje a alguien que estaba hablando con una tercera persona. Los resultados pusieron de relieve que dos de cada tres de los que habían atravesado el primer proceso no tuvieron problema alguno en interrumpir la conversación, mientras que ocho de cada diez de los que habían atravesado por el segundo aguardaron hasta diez minutos antes de atreverse a interrumpirla.

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