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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

El aprendiz de guerrero (4 page)

BOOK: El aprendiz de guerrero
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—Tesslev —señaló Miles. Miró burlonamente sus propios pies: quizá me haga sastre, entonces, estoy preparado para ello; aunque ahora están tan obsoletos como los condes.

—Tesslev, sí, ése era. Murió horriblemente cuando atraparon a su patrulla. Un hombre valiente, un hombre valiente… —El silencio cayó entre ellos por un momento.

El viejo conde eligió una pajita de la silla y la apretó.

—¿El examen lo dirigieron con justicia? Uno nunca se sabe, en esta época; un plebeyo con un hacha que afilar en su poder…

Miles sacudió la cabeza y se apresuró a derribar esa fantasía antes de que pudiera florecer.

—Fue muy justo. Fui yo. Me confundí yo solo, no presté atención a lo que estaba haciendo. Fracasé porque no fui lo suficientemente bueno. Punto final.

El viejo retorció los labios con una malhumorada negativa. Sus manos se apretaron coléricamente y se abrieron sin esperanza.

—En otros tiempos nadie hubiera cuestionado tu derecho…

—En otros tiempos el precio de mi incompetencia hubiera sido pagado con la vida de otros hombres. Esto es más productivo, creo yo. —La voz de Miles era apagada.

—Bien… —El viejo miraba sin ver a través de la ventana—. Bien, los tiempos cambian. Barrayar ha cambiado. Soportó todo un mundo de cambios entre la época en que yo tenía diez años y la época en que tuve veinte. Y otro entre el momento en que tuve veinte y cuarenta años. Nada era lo mismo… Y un nuevo mundo de cambios entre los cuarenta y los ochenta que tengo ahora. Esta generación débil, degenerada…, incluso sus pecados están agudos. Los viejos piratas del tiempo del tiempo de mi padre podrían habérselos comido a todos en el desayuno y digiriendo sus huesos antes del almuerzo. ¿Sabes?, seré el primer conde Vorkosigan en nueve generaciones que morirá en el lecho. —Hizo una pausa, aún fija la mirada, y susurró un poco para sí—. Dios, me he cansado de los nuevos cambios. La sola idea de aguantar otro mundo nuevo me desanima. Me desanima.

—Señor —dijo Miles con ternura.

El viejo levantó la vista rápidamente.

—No es culpa tuya, muchacho, no es culpa tuya. Fuiste atrapado por las ruedas del cambio y de la fortuna, igual que todos nosotros. Fue un puro azar que el asesino eligiera ese veneno en particular para tratar de matar a tu padre, ni siquiera apuntaba a tu madre. Te has desenvuelto bien a pesar de ello. Nosotros…, nosotros esperábamos demasiado de ti, eso e todo; que nadie diga que no lo has hecho bien.

—Gracias, señor.

El silencio se extendió de un modo insoportable. El cuarto estaba poniéndose caluroso.

A Miles le dolía la cabeza por la falta de sueño y sentía náuseas debido a la combinación del hambre y de los medicamentos. Se encaramó torpemente sobre sus pies.

—Si usted me excusa, señor…

El viejo movió una mano a manera de despedida.

—Sí, debes de tener cosas que hacer… —Hizo una pausa nuevamente y miró a Miles con curiosidad—. ¿Qué vas a hacer ahora? Es muy extraño para mí; siempre hemos sido los Vor, los guerreros, aun cuando la guerra cambió el resto de las cosas…

Parecía muy disminuido, ahí en su silla. Miles se recompuso para dar una apariencia de jovialidad.

—Bueno, ya se sabe, siempre está la otra línea aristocrática a la que recurrir; si no puedo ser un militar gruñón seré un bufón popular. Tengo pensado ser un famoso epicúreo y amante de mujeres, siempre es más divertido que ser soldado.

El abuelo se unió a la broma.

—Sí, yo siempre he envidiado la casta; adelante con ello, muchacho. —Sonrió, pero Miles sintió que era algo tan forzado como lo suyo. De todas maneras, era mentira: «holgazán» significaba un insulto en el vocabulario del viejo. Miles recogió a Bothari y realizó su propia fuga.

Miles estaba sentado, encorvado en una desmantelada silla de brazos, en un pequeño salón que daba a la calle lateral de la vieja mansión, con los pies levantados y los ojos entrecerrados. Era un cuarto privado que rara vez se usaba; una buena oportunidad para estar solo y cavilar en paz. Jamás había llegado a una interrupción tan completa, un entumecimiento absoluto y vacío, parecido al dolor. Tanta pasión gastada para nada; una vida de nada, alargándose interminablemente hacia el futuro, por culpa de una fracción de segundo de estúpida y colérica vergüenza…

Oyó el ruido de una garganta que se aclaraba detrás de él y luego una voz tímida.

—Hola Miles.

Sus ojos se abrieron parpadeando y, de pronto, se sintió poco menos que un animal herido ocultándose en su cueva.

—¡Elena! Deduje que habías vuelto con madre anoche desde Vorkosigan Surleau. Pasa.

Ella se apoyó sobre el brazo de otra silla, cerca de él.

—Sí, ella sabe lo que me gusta ir a la capital. A veces, siento que es casi mi madre.

—Díselo. Le agradará.

—¿Lo crees de verdad? —preguntó ella con timidez.

—Absolutamente. —Se sacudió, espabilándose. Quizás un futuro no del todo vacío…

Ella se mordió suavemente el labio inferior, sus grandes ojos absorbían el rostro de él.

—Pareces totalmente abatido.

No se desangraría delante de Elena. Desterró su negrura, mofándose de sí mismo, reclinándose efusivamente hacia atrás y sonriendo.

—Literalmente. Demasiado cierto. Me recuperaré. Tú… ya has oído todo el asunto, supongo.

—Sí. ¿Fue… todo bien con mi señor conde?

—Oh, seguro. Después de todo, soy el único nieto que tiene. Eso me da una excelente ventaja, puedo sacarle cualquier cosa.

—¿Habló de que te cambiaras de nombre?

Miles clavó la vista.

—¿Qué?

—Al patronímico corriente. Estuvo hablando de eso, cuando tú…, oh —Se detuvo, pero Miles comprendió el significado completo de aquella revelación a medias.

—Ah, claro, cuando me convirtiera en un oficial; ¿tenía pensado ceder finalmente y concederme mis nombres de heredero? Muy gentil por su parte, diecisiete años después del hecho. —Ahogó una profunda rabia bajo una sonrisa irónica.

—Nunca entendí qué era todo eso.

—¿Qué? ¿Lo de mi nombre, Miles Naismith, por mi abuelo materno, en lugar de Piotr Miles por ambos? Todo se remonta al lío de mi nacimiento. Aparentemente, después de que mis padres se recuperaron del gas soltoxin y descubrieron cuál iba a ser el daño en el feto (de paso, se supone que yo no sé nada de esto), el abuelo era partidario de un aborto. Tuvo una gran pelea con mis padres (bueno, con mi madre, supongo, y padre, atrapado en medio) y, cuando mi padre la respaldó a ella y le hizo frente a él, el abuelo se enojó y pidió que no se me diera su nombre. Más tarde, se serenó, cuando descubrió que yo no era un desastre total. —Sonrió afectadamente e hizo tamborilear los dedos sobre el brazo de la silla—. ¿Así que estaba pensando tragarse sus palabras? Sólo que, posiblemente, yo hubiera fracasado igual. Pudo haberse atragantado. —Apretó los dientes con más amargura y deseó revocar su último parlamento. No tenía sentido mostrarse ante Elena más enfadado de lo que ya estaba.

—Sé lo mucho que lo preparaste, lo siento.

Fingió estar de humor.

—Ni la mitad de lo que lo siento yo. Me gustaría que hubieras pasado tú mis exámenes físicos, ¡entre ambos haríamos un oficial del demonio!

Algo de la antigua franqueza que compartían de niños escapó de pronto de los labios de ella.

—Sí, pero, por las normas de Barrayar, estoy en mayor desventaja que tú; soy mujer. Ni siquiera se me permitiría presentar la petición para hacer los exámenes.

Las cejas de él se alzaron con una mueca de acuerdo.

—Lo sé, y es absurdo. Con lo que te ha enseñado tu padre, todo lo que necesitarías es un curso de armamento pesado y podrías así arrollar a nueve de cada diez de los tipos de vi allí. Piénsalo, sargento Elena Bothari.

—Me estás tomando el pelo.

—Sólo estoy hablando como un civil a otro civil —se excusó a medias.

Ella asintió con una inclinación y de repente recordó el motivo que la había llevado allí.

—Ah, tu madre me ha enviado para que vayas a almorzar.

—Vaya. —Se incorporó con un gruñido sibilante—. He ahí un oficial al que nadie desobedece. El capitán del almirante.

Elena sonrió ante la imagen.

—Sí. Ahora, ella fue oficial de los betanos y nadie piensa que sea extraña ni la critica por querer romper las reglas.

—Al contrario, es tan extraña que nadie siquiera piensa en tratar de incluirla en las reglas. Simplemente, ella va haciendo las cosas a su antojo.

—Desearía ser betana —dijo hoscamente Elena.

—Oh, no te equivoques; ella también es extraña para las normas betanas. Aunque creo que te agradaría la Colonia Beta, algunas de sus partes —musitó.

—Nunca dejaré el planeta.

La miró suspicazmente.

—¿Qué es lo que te deprime?

Elena se encogió de hombros.

—Oh, bien, tú conoces a mi padre. Es tan conservador… Debería haber nacido hace doscientos años. Eres la única persona que conozco que no piensa que es raro. Es un paranoico.

—Lo sé, pero es una cualidad muy útil en un guardaespaldas. Su suspicacia patológica me salvó dos veces la vida.

—Tú también deberías haber nacido hace doscientos años.

—No gracias. Me habrían matado al nacer.

—Bueno, está bien —admitió—. De todas maneras, esta mañana comenzó pronto a hablar de preparar mi matrimonio.

Miles se detuvo abruptamente y la miró con fijeza.

—¿De veras? ¿Qué dijo?

—No mucho, sólo lo mencionó. Quisiera… no sé, quisiera que mi madre viviese.

—Ah. Bueno… siempre está la mía, si quieres hablar con alguien. O yo. Puedes hablar conmigo, ¿no?

Elena sonrió agradecida.

—Gracias.

Llegaron a la escalera. Ella se detuvo, él esperó.

—Nunca ha vuelto a hablarme de mi madre, ¿sabes?, no lo ha hecho desde que yo tenía doce años. Solía contarme largas historias (bueno, largas para él) sobre mi madre. Me pregunto si estará empezando a olvidarla.

—Yo no pensaría eso. Le veo más que tú. Nunca ha pasado de mirar a otra mujer —dijo Miles para tranquilizarla.

Comenzaron a bajar la escalera. Sus piernas dolidas no se movían correctamente, tenía que hacer una especie de arrastre de pingüino para dar los pasos. Miró a Elena con cierto embarazo y aferró firmemente la barandilla.

—¿No deberías usar el ascensor? —preguntó ella de pronto, viendo el inseguro desplazamiento de sus pies.

No empieces tú también a tratarme como un tullido… Miró hacia abajo la brillante espiral de la barandilla.

Me dijeron que me cuidara las piernas, no especificaron cómo… —Se encaramó en la barandilla y le dirigió a Elena una sonrisa perversa por encima de su hombro.

La cara de ella reflejó una mezcla de diversión y horror.

—¡Miles, estás loco! Si caes de ahí te romperás todos los huesos del cuerpo…

Miles se deslizó alejándose de ella y tomando rápidamente velocidad. Ella bajó trotando tras él, mientras reía. En la curva, se distanció. Su sonrisa murió al ver lo que le esperaba al final.

—Oh, diablos…

Iba demasiado rápido para frenar…

—Qué…

—¡Cuidado!

Se desplomó sobre el desesperado abrazo de un hombre macizo y canoso, quien vestía uniforme de oficial. Cuando Elena llegó, ambos se revolcaban a sus pies, sin aliento, en el mosaico de la entrada. Miles podía sentir el angustiado calor en su rostro, y sabía que estaba colorado. El hombre macizo parecía estupefacto. Un segundo oficial, un hombre alto con marcas de capitán en el cuello de su uniforme, ofreció su bastón de paseo y soltó una breve y sorprendida carcajada.

Miles se recobró, poniéndose más o menos serio.

—Buenas tardes, padre —dijo fríamente. Dio un pequeño respingo agresivo con su mentón, desafiando a cualquiera a comentar su entrada poco ortodoxa.

El almirante lord Aral Vorkosigan, primer ministro de Barrayar al servicio del emperador Gregor Vorbarra, antiguo lord regente del mismo, alisó la chaqueta de su uniforme y aclaró su garganta.

—Buenas tardes, hijo. —Sólo sus ojos reían—. Yo… estoy feliz de ver que tus heridas no fueron demasiado graves.

Miles se encogió de hombros, secretamente aliviado de no tener que hacer más comentarios sarcásticos en público.

—Lo normal.

—Excúsame un momento. Ah, buenas tardes, Elena. Koudelka, ¿qué pensó usted de esos cálculos de costo de buques del almirante Hessman?

—Creo que pasaron terriblemente rápido —contestó el capitán.

—¿También usted pensó eso, eh?

—¿Cree que está ocultando algo en ellos?

—Tal vez, pero ¿qué? ¿El presupuesto de su partido? ¿El contratista es su cuñado? ¿O está enfangado en una desviación? ¿Malversación o mera ineficiencia? Pondré a Illyan tras la primera posibilidad; quiero que usted se encargue de la segunda. Presione con esos números.

—Van a chillar, ya estuvieron chillado hoy.

—No lo crea. Yo solía hacer esas propuestas cuando estaba en el Estado Mayor. Sé cuánta basura cabe ahí. Ellos no hacen daño realmente hasta que sus voces suben por lo menos dos octavas.

Es capitán Koudelka sonrió e hizo una ligera reverencia con la cabeza a Miles y a Elena, un saludo muy superficial, antes de irse.

Miles y su padre se miraron el uno al otro y ninguno quería ser el primero en abordar el tema que había entre ellos. Como por un mutuo acuerdo, lord Vorkosigan dijo solamente:

—Bueno, ¿llego tarde al almuerzo?

—Acaban de avisar, señor.

—Vamos, entonces… —Hizo un pequeño gesto abortado de ofrecer el brazo para ayudar a su hijo, pero unió las manos por detrás de la espalda, con mucho tacto. Caminaron juntos, lentamente.

Miles yacía rígido en la cama, vestido aún con la ropa del día, sus piernas correctamente estiradas frente a él. Las miró disgustado. Provincias rebeldes, tropas amotinadas, saboteadores traidores… Debería levantarse una vez más y lavarse y ponerse la ropa de noche, pero el esfuerzo requerido parecía heroico. Él no era un héroe. Se acordó de aquel sujeto, de quien le había hablado su abuelo que, en la carga de caballería, disparó accidentalmente a su propio caballo en el que montaba; pidió otro, y volvió a hacerlo.

Así que sus propias palabras, al parecer, habían puesto al sargento Bothari a pensar justo en el sentido que Miles menos deseaba.

La imagen de Elena apareció en su imaginación: el delicado perfil aquilino, los grandes ojos oscuro, la fría longitud de la pierna, la cálida llama de la cadera; parecía, pensó, una condesa en un drama. Si sólo pudiera escogerla para ese papel en la realidad… ¡Pero semejante conde!

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