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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

El aprendiz de guerrero (8 page)

BOOK: El aprendiz de guerrero
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Miles miró la franca, molestamente hermosa cara de su primo segundo, Ivan Vorpatril. Ivan también tenía una servilleta atiborrada. Su mirada parecía ligeramente alerta. Un bulto peculiar interrumpía las suaves líneas de la chaqueta de su nuevo y reluciente uniforme de cadete.

Miles hizo un gesto indicando el bulto y dijo en tono de asombro:

—¿Ya te dejan llevar un arma?

—¡Diablos, no! —Ivan abrió un poco la chaqueta, tras una mirada conspiradora a su alrededor; probablemente, por temor a lady Vorpatril—. Es una botella del vino de tu padre. La obtuve de uno de los sirvientes, antes de que la vaciara en una de esas jarras. Dime, ¿hay alguna posibilidad de que me sirvas de guía nativo hasta algún rincón apartado de este mausoleo? Los guardias de servicio no te dejan vagar solo por ahí arriba. El vino es bueno, la comida es buena, salvo esas cosas púrpuras, pero, ¡Dios mío!, la compañía de esta fiesta…

Miles asintió, de acuerdo en principio, aun cuando estaba tentado de incluir al mismo Ivan en la categoría de «¡Dios mío, qué compañía!».

Está bien —contestó—, tú busca otra botella de vino —eso bastaría para anestesiarle y volverle tolerante —y dejaré que te ocultes en mi cuarto. Ahí es donde iba a ir, de todas maneras. Te veo junto al ascensor.

Miles estiró sus piernas sobre la cama con un suspiro mientras Ivan preparaba el picnic y abría la primera botella de vino. Ivan vació un generoso tercio de la botella en cada uno de los dos vasos del baño y le alcanzó uno a su lisiado primo.

—Vi al viejo Bothari cargándote el otro día. —Ivan señaló con un gesto las piernas de Miles y tomó un refrescante trago. El abuelo hubiera tenido un ataque al ver esa cosecha tratada tan desdeñosamente, pensó Miles. Él dio un sorbo más respetuoso, a manera de libación en honor al espectro del viejo, aun cuando la mordaz afirmación del abuelo el martes anterior, al respecto de que Miles no podría distinguir una buena cosecha del agua de lavar, no estaba lejos de la verdad—. Una desgracia, aunque realmente eres el afortunado —prosiguió Ivan en tono alegre.

—¿Eh? —masculló Miles, hincando los dientes en un canapé.

—¡Diablos, sí! El adiestramiento empieza mañana, ¿sabes?

—Eso he oído.

—Tengo que presentarme en mi dormitorio a medianoche, a más tardar. Pensé que iba a pasar mi última noche de libertad festejándolo, pero me quedé aquí, en cambio. Mi madre, ya sabes. Pero mañana prestamos juramento preliminar al emperador y ¡por Dios si le voy a dejar que me trate como a un niño después de eso! —Hizo una pausa para engullir un pequeño bocadillo relleno—. Piensa en mí, mientras tú estás aquí todo arropado…

—Lo haré. —Miles dio otro sorbo, y otro.

—Sólo dos períodos de permiso en tres años —divagaba Ivan entre mordiscos—, bien podría ser un maldito prisionero. No asombra que lo llamen servicio. La servidumbre es muy parecida a esto. —Otro trago, para bajar un pastel relleno de carne—. Pero tu tiempo es todo tuyo, tú puedes hacer lo que quieras con él…

—Cada minuto —dijo Miles lentamente. Ni el emperador ni nadie requería su servicio. No podía venderlo… no podía regalarlo…

Ivan, afortunadamente, se calló unos minutos, reponiendo combustible. Después de un rato, dijo vacilante:

—No hay posibilidades de que tu padre venga aquí, ¿no?

Miles alzó la barbilla.

—¿Qué? No tendrás miedo de él, ¿no?

Ivan refunfuñó.

—El hombre maneja a voluntad todo el Estado Mayor, por el amor de Dios. Yo sólo soy el recluta más novato del emperador. ¿No te aterra a ti?

Miles consideró seriamente la pregunta.

—No exactamente, no. No en los términos a los que te refieres.

Ivan hizo girar los ojos incrédulo.

—Realmente —agregó Miles, pensando en la reciente escena de la biblioteca—, si estás tratando de esquivarle, éste no podría ser el mejor sitio esta noche.

—¿Eh? —Ivan jugueteó con el vino del fondo de su vaso—. Siempre tuve la sensación de que no le agrado —añadió hoscamente.

—Oh, no le importas —dijo Miles con algo de compasión—. Al menos, no apareces en absoluto en su horizonte. Aunque creo que fue a los catorce años cuando descubrí que Ivan no era tu segundo nombre. —Miles se interrumpió. Ese idiota-de-Ivan iba a empezar mañana una vida al servicio del Imperio. El afortunado-Miles, no. Tomó otro trago de vino y suspiró por poder dormir. Terminaron los canapés e Ivan vació la primera botella y abrió la segunda.

Hubo un autoritario golpeteo doble en la puerta. Ivan pegó un salto.

—¡Oh, diablos!, no es él, ¿no?

—Se requiere que un oficial inferior se cuadre y salude cuando entra un oficial superior, no que se esconda debajo de la cama —dijo Miles.

—¡No estaba pensando en esconderme debajo de la cama! —contestó Ivan, aguijoneado—. Sólo en el cuarto de baño.

—No jodas. Te garantizo que habrá tanto fuego para cubrirte que podrás retirarte totalmente inadvertido. —Miles alzó la voz—. ¡Entra!

En efecto, era el conde Vorkosigan. Clavó en su hijo una mirada fría y gris como un glaciar en un día sin sol, y comenzó sin preámbulos.

—Miles, qué hiciste para hacer llorar a esa jov… —Se interrumpió al advertir a Ivan, parado en posición de firme como un muñeco relleno. La voz del conde Vorkosigan volvió —Se interrumpió al advertir a Ivan, parado en posición de firme como un muñeco relleno. La voz del conde Vorkosigan volvió a su tono de gruñido más normal—. Oh, demonios, esperaba evitar tropezarme contigo esta noche. Imaginé que estarías emborrachándote a salvo con mi vino en algún rincón…

Ivan saludó nerviosamente.

—Señor. Tío Aral. Eh… Mi, ¿mi madre habló con usted, señor?

—Si —respondió suspirando el conde Vorkosigan.

Ivan empalideció Miles notó que Ivan no advertía la diversión encubierta en los ojos de su padre; pasó pensativamente un dedo por el borde de la botella vacía.

—Ivan estuvo consolándome por mis heridas, señor.

Ivan asintió con la cabeza.

—Ya veo —respondió fríamente el conde Vorkosigan, y Miles sintió que realmente lo había hecho. La frialdad desapareció de golpe. El conde volvió a suspirar y se dirigió a Ivan en un tono de amable y retórica queja—. Llevo cincuenta anos de servicio militar y político y ¿qué soy?: un duro, utilizado para asustar muchachos y hacer que se porten bien… como Baba Yaga, que sólo se come a los niños malos. —Abrió los brazos y agregó sarcásticamente—: ¡Buh!, considérate castigado y vete. Anda, muchacho.

—Sí, señor. —Ivan saludó otra vez, con aspecto decididamente aliviado.

—Y deja de saludarme —dijo más cortante el conde Vorkosigan—, todavía no eres un oficial. —Pareció notar por primera vez el uniforme de Ivan—. De hecho…

—Sí, señor. No, señor. —Ivan comenzó a saludar nuevamente, se detuvo, pareció confundirse y se marchó. Los labios del conde se retorcieron.

Y yo que nunca pensé que le estaría agradecido a mi primo, pensó Miles.

—¿Estaba diciendo, señor? —sugirió.

Le llevó un instante al conde Vorkosigan retomar el hilo, tras la diversión provista por este joven pariente. Recomenzó, más tranquilo.

—¿Por qué estaba llorando Elena, hijo? No estarías acosándola, ¿no?

—No, señor. Sé que pudo parecerlo, pero no fue eso. Le daré mi palabra, si quiere.

—No es necesario. —El conde Vorkosigan acercó una silla—. Confío en que estarías emulando a ese idiota-de-Ivan. Pero… la filosofía sexual de tu madre tiene su sitio allá, en la Colonia Beta. Quizá también aquí, algún día; aunque me gustaría enfatizar que Elena Bothari no es un caso adecuado para experimentar.

—¿Por qué no? —dijo Miles de repente. El conde Vorkosigan alzó las cejas—. Quiero decir —explicó rápidamente Miles—, ¿por qué debe estar tan… tan confinada? Está demasiado controlada. Ella podría ser cualquier cosa. Es inteligente y es… bonita, y podría partirme por la mitad, ¿por qué no puede tener una educación mejor, por ejemplo? El sargento no planea para ella ninguna educación superior, todo lo que ha ahorrado es para la dote. Y jamás la deja ir a ninguna parte. Debería salir de viaje más a menudo, demonios, lo apreciaría mil veces más que cualquier otra joven que yo conozca. —Se detuvo, casi sin aliento.

El conde Vorkosigan frunció los labios y pasó su mano pensativamente por el respaldo de la silla.

—Todo esto es muy cierto, pero Elena… significa para el sargento enormemente más de lo que tienes conciencia. Ella es un símbolo para él, un símbolo de todo lo que imagina… No sé muy bien cómo expresarlo. Es una importante fuente de orden en su vida. Y yo le debo el proteger ese orden.

—Sí, sí, justo y apropiado, lo sé —dijo Miles impacientemente—. ¡Pero no puedes deberle todo a él y nada a ella!

El conde Vorkosigan pareció confundido y recomenzó.

—Le debo mi vida a él, Miles. Y la de tu madre. En un sentido muy real, todo lo que he sido y lo que he hecho por Barrayar en los últimos dieciocho años se lo debo a él. Y le debo tu vida; por lo menos dos veces desde entonces y, por lo tanto, mi cordura… lo que quede de ella, como diría tu madre. Si él elige cobrar esa deuda, no hay fondos para pagarla. —Se mordió los labios introspectivamente—. Además, y de todos modos no será perjudicial remarcar esto, preferiría mucho evitar todo tipo de escándalo en mi familia en este momento. Mis adversarios están siempre buscando algo, una palanca para moverme. Ruego que no te conviertas tú mismo en una.

¿Pero qué diablos está pasando en el gobierno esta semana?, volvió a preguntarse Miles. Nada que alguien vaya a decirme. Lord Miles Naismith Vorkosigan. Ocupación: arriesgar la seguridad. Aficiones: caerse de las paredes, desilusionar gravemente a los ancianos, hacer llorar a las muchachas… Esperaba arreglar las cosas con Elena, al menos. Pero la única cosa que podía imaginarse capaz de aliviar los terrores que Elena concebía, sería encontrar realmente esa maldita tumba y, hasta donde podía figurarse, la misma tenia que estar en Escobar, mezclada entre los seis o siete mil muertos de guerra que allí quedaron mucho tiempo atrás.

Entre el abrir la boca y el hablar, el plan le poseyó. El resultado fue que olvidó lo que iba a decir y se quedó con la boca abierta un instante. El conde Vorkosigan levantó las cejas inquiriendo cortésmente. En su lugar, lo que Miles finalmente dijo fue:

—¿Alguien ha oído algo de la abuela Naismith últimamente?

Los ojos del conde Vorkosigan se entornaron.

—Es curioso que la menciones. Tu madre ha estado hablando de ella con frecuencia en los últimos días.

—Tiene sentido, en estas circunstancias. Aunque la abuela es un espécimen tan saludable; todos los betanos esperan vivir hasta los 120, supongo. Creen que es uno de sus derechos civiles.

La abuela betana de Miles, a siete saltos por agujeros de gusano en el espacio y tres semanas adicionales de viaje por la ruta más directa, vía Escobar. Una línea espacial de pasajeros, convenientemente escogida, bien podría incluir una parada en Escobar. Tiempo para un poco de turismo, tiempo para un poco de investigación. Podría hacerse con la suficiente sutileza, incluso con Bothari colgado de su hombro. ¿Qué podría ser más natural, para un muchacho interesado en la historia militar, que hacer un peregrinaje a los cementerios de los soldados del emperador, tal vez haciendo una ofrenda inclusive?

—Señor —comenzó a decir—, ¿cree usted que yo podría…?

Y, al mismo tiempo, el conde Vorkosigan comenzó a decir:

—Hijo, ¿te gustaría ir en representación de tu madre…?

—Perdón, señor, ¿decía usted…?

—Estaba por decir —continuó el conde —que éste podría ser un momento muy oportuno para que visites a tu abuela Naismith otra vez. Ya hace casi dos años que no vas a la Colonia Beta, ¿no? Y, si bien los betanos esperan vivir hasta los 120… bueno, uno nunca sabe.

Miles se destrabó la lengua y trató de no tambalear.

—¡Qué gran idea! Eh…, ¿podría llevar a Elena?

Otra vez las cejas.

—¿Qué?

Miles pegó un salto y se puso a caminar por el cuarto de aquí para allá, incapaz de mantener en silencio sus desbordantes planes. ¿Obsequiarle a Elena un viaje fuera del planeta? Por Dios, quedaría como un héroe ante sus ojos, uno de dos metros de alto, como Vorthalia el Audaz.

—Sí, seguro, ¿por qué no? Bothari vendrá conmigo de todas formas. ¿Quién podría ser un acompañante más justo y apropiado para ella que su propio padre? ¿Quién podría presentar objeción alguna?

—Bothari —dijo el conde Vorkosigan gruñendo—. No puedo imaginármelo entusiasmado ante la idea de exponer a Elena a la Colonia Beta. Después de todo, él ya conoce el lugar. Y, viniendo de ti, justo en este momento, no estoy del todo seguro que lo tome como una invitación adecuada.

—Hm. —Pasos, media vuelta, pasos. ¡Idea! —Entonces no la invitaré.

—Ah. —El conde Vorkosigan se tranquilizó—. Es prudente, estoy seguro…

—Haré que madre la invite. ¡Veamos cómo se opone a eso!

El conde soltó una risa de asombro.

—¡Astuto muchacho! —Su tono era de aprobación.

El corazón de Miles se animó.

—Este viaje fue idea de ella realmente, ¿no, señor? —preguntó Miles.

—Bueno… sí —admitió el conde—. Pero, de hecho, estoy contento de que lo sugiriera. Me… tranquilizaría que estuvieses a salvo en la Colonia Beta los próximos meses. —Se levantó—. Debes disculparme, el deber me llama. Tengo que ver a ese trepador rampante de Vordrozda, para mayor gloria del Imperio. —Su expresión de disgusto estaba cargada de sentido—. Francamente, preferiría emborracharme en un rincón con ese idiota-de-Ivan, o hablar contigo. —Su padre le miró cálidamente.

—Su trabajo está primero, por supuesto, señor. Lo comprendo.

El conde Vorkosigan se detuvo y le miró otra vez, de un modo peculiar.

—Entonces no entiendes nada. Mi trabajo ha sido la ruina para ti, desde el principio. Lamento que significara tal lío para ti… —Lío el tuyo, pensó Miles. Maldita sea, dime lo que realmente quieres decir—. Jamás me propuse que fuera así. —Inclinó la cabeza y se retiró.

Disculpándose conmigo otra vez, pensó desdichado Miles. Por mí. Sigue diciéndome que estoy bien y luego se disculpa. Incoherente, padre.

Volvió a caminar arrastrando los pies por el cuarto y su dolor estalló en palabras. Arrojó su discurso contra la sorda puerta:

—¡Haré que te retractes de esa disculpa, maldita sea! ¡Yo estoy bien! ¡Haré que lo veas! ¡Haré que te sientas tan lleno de orgullo por mí que no habrá espacio para tu querida culpa! Lo juro por mi honor de Vorkosigan. Lo juro, padre. —Su voz se hizo un susurro—. Abuelo. De algún modo, no sé cómo…

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