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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

La Sombra Del KASHA (5 page)

BOOK: La Sombra Del KASHA
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—¡Anda!, qué casualidad, yo también colaboro con una revista —explicó Imai.


Red de Finanzas
, ¿verdad? —preguntó Honma, asintiendo con la cabeza.

—¿Ha oído hablar de ella?

Honma prefirió actuar con prudencia. Una sonrisa le bastaba; no podía considerarse una mentira.
Red de Finanzas
era una publicación de pequeña tirada, el tipo de revista que sólo leen los propios colaboradores.

—En fin… —Imai tomó un sorbo de té aguado, antes de ir directo al grano—. En cuanto a la señorita Sekine. ¿No ha aparecido aún?

Imai explicó que hacía cuatro días que Jun había llamado para avisarle de que Shoko había desaparecido. El 19 de enero, sobre las nueve de la mañana. Más tarde, a la hora del almuerzo, Jun había hecho un hueco en su ajetreada agenda para llamar a Imai y preguntarle si tenía alguna pista de dónde podía haber ido Shoko.

—El día dieciséis, cuando no vino a trabajar, imaginamos que había decidido prolongar su descanso. Ocurrió justo después de un largo puente. De ahí que la llamada del señor Kurisaka resultara tan desconcertante.

—¿No era la primera vez que la señora Sekine se tomaba un día libre sin avisar?

—Ya lo hizo una vez. Estuvo en la cama con fiebre y no llamó. ¿Fue así, Mitchie? —Mitchie ladeó la cabeza, perpleja, en un gesto cómico que hizo que su jefe estallara en carcajadas—. Ah, es cierto, aquello debió de ocurrir antes de que empezaras a trabajar aquí.

—Señor Imai, ¿diría que conoce bien a Jun? —preguntó Honma.

—Sí, le conocía como representante de la sucursal de nuestro banco, pero me sorprendió mucho enterarme de que la señorita Sekine y él se habían prometido.

—¿Anunciaron su compromiso aquí, en la oficina?

—No, no. Salimos a tomar una copa. Como puede ver, señor Honma, somos una compañía muy pequeña. Sería muy aburrido hacer una comida de empresa si no les pidiera a las chicas que trajeran a sus novios. Creo recordar que fue en la fiesta de Año Nuevo cuando anunciaron la feliz noticia. Fue en Año Nuevo, ¿verdad Mitchie?

—Sí, señor Imai —repuso la chica desde su mesa, inmersa en un diccionario.

—Fue entonces cuando nos enseñó el anillo. Un rubí, si no me equivoco. Es la piedra preciosa que corresponde a la fecha de nacimiento de Sekine.

—Un zafiro —corrigió Mitchie en lo que fue su primera afirmación—. Los detalles no son su punto fuerte, señor Imai. Era un zafiro. Una piedra azul, ¿recuerda?

—¿En serio? —El señor Imai se rascó de nuevo la cabeza—. En cualquier caso, supongo que debe de haber desaparecido con ella, ¿verdad?

—No conocía la existencia de ese anillo —Honma había quedado con Jun por la tarde para echar un vistazo en el apartamento de Shoko. Ya tendría algún dato más sobre sus pertenencias.

—Bueno, según me contó Kurisaka, los dos tuvieron una pelea el día quince. Y cuando él la llamó a la mañana siguiente a su apartamento, no obtuvo respuesta. Para cuando llegó la noche y Jun se acercó a su casa, se dio cuenta de que la señorita Sekine ya había hecho las maletas y se había marchado.

—Ya. Sin duda, ha sido un golpe muy duro para él.

—Si se ha llevado el anillo, supongo que sólo hay dos opciones: o bien considera volver junto a él, o se lo ha llevado con la intención de revenderlo. Pero si sólo se trató de una pequeña disputa, ¿no cree usted que volverá a casa cuando se le haya pasado el enfado? Si Kurisaka la presiona demasiado ahora, puede que ella haga algo de lo que se arrepienta después.

Hay algunos ancianos que automáticamente se ponen del lado de la mujer. No es que tengan un alma bondadosa, sólo es que nunca han tenido un roce desagradable con una de ellas.

—No fue una «pequeña disputa» —explicó Honma—. Fue algo bastante grave, no puedo darle detalles.

—¿Algo serio, dice? —preguntó Imai, inclinándose hacia delante.

—Sí. Algo que quedará entre los dos.

El anciano pareció entender que de nada iba a servirle insistir más.

—Siento oírlo pero, fuera lo que fuese, no creo que haya mucho que podamos hacer por usted. Dudo que pueda aportar nada nuevo a lo que ya le habrá contado el señor Kurisaka, ¿verdad, Mitchie?

Mitchie asintió sin levantar la vista del diccionario.

—Señor Imai, el término «sobrino segundo» no aparece.

Su jefe no respondió, así que Honma decidió ignorarla también. Pobre Mitchie.

—¿Cuándo empezó a trabajar con nosotros la señorita Sekine? —preguntó distraídamente Imai a su empleada.

Antes de que la chica contestara, Honma intervino.

—¿Sería mucho pedir que me enseñase su currículum? Dadas las circunstancias, me gustaría hablar también con sus antiguos jefes.

—Sí, desde luego —respondió de inmediato, levantándose de la silla. Casi mecánicamente, sacó una hoja de un archivo que guardaba en el cajón inferior de su mesa. Era un currículum estándar, con la típica foto de identidad adjunta. Honma no sabía por qué, pero Jun no había llevado ninguna fotografía de Shoko la noche anterior. Era la primera vez que veía el rostro de aquella mujer.

Era bellísima. Las fotos de carné suelen hacer que cualquiera parezca un criminal de poca monta, así que si había salido tan favorecida en aquella pequeña fotografía en blanco y negro, era obvio que la belleza de Shoko Sekine era algo fuera de lo común. Su rostro quedaba enmarcado por una media melena, un «corte de chico» dirían algunos. Una nariz de forma delicada, unas cejas que formaban arcos suaves (Honma no sabía si las llevaba pintadas o no) esbozados entre una frente alta y unos ojos fríos. Los labios parecían dibujar una imperceptible sonrisa.

—Es una mujer muy guapa —observó Imai—. Aunque lo es mucho más en persona. Sobre todo después de empezar a salir con el señor Kurisaka. Cada día estaba más guapa, ¿verdad, Mitchie?

Mitchie se giró sobre su silla.

—Una vez salimos de compras, y todos los hombres babeaban a su paso.

A Honma no le sorprendió lo más mínimo. —¿Es alta?

—¿No la ha visto nunca?

—No, Jun ha ocultado el compromiso a su familia.

—Shoko me contó —intervino Mitchie—, que su futura familia política no la veía con muy buenos ojos. No la consideraban lo suficientemente refinada para él.

—Efectivamente —dijo Honma, mirando a la chica—. ¿A ella le afectaba?

—Claro que sí. Estuvo tan preocupada durante una temporada que adelgazó mucho. Hasta que el señor Kurisaka le aseguró que la boda tendría lugar dijeran lo que dijesen sus padres. Entonces, le regaló el anillo y a partir de ese momento, andaba por aquí con la cabeza en las nubes.

Honma asintió y se concentró de nuevo en el currículum. La fecha de nacimiento de Shoko Sekine era el 14 de septiembre de 1964. Su formación académica terminaba con el instituto en Utsunomiya. En el apartado de «Experiencia Profesional» se indicaba el nombre de tres compañías. La primera era un proveedor de material de oficina de Tokio: Sanko Equipment Leasing, cerca de Shibuya. La chica empezó a trabajar allí en junio de 1983. Suponiendo que hubiera llegado a Tokio justo después de su graduación, habría pasado un par de meses buscando empleo. Trabajó allí hasta marzo de 1985.

La siguiente era Ishii & Company, cuyas actividades no quedaban especificadas. Únicamente figuraba la función que había desempeñado allí: «mecanógrafa». La compañía en cuestión estaba en Chiyoda, en el centro de Tokio. Shoko empezó a trabajar en abril de 1985 y finalizó en junio del año siguiente.

La tercera era Ariyoshi Certified Public Accountants, una auditoría en la zona de Minato que quedaba aún más al centro. Fue contratada en agosto de 1986 y trabajó hasta el 1 de enero de 1990. En los tres casos describía su razón de cese por «cuestiones personales». El currículum tenía fecha del 15 de abril de 1990.

—Por lo que veo ha trabajado para una auditoría.

—Suena muy bien, ¿verdad? —resopló Imai, estirando el cuello para poder ver el currículum.

—¿Nunca le comentó por qué razón dejó ese empleo?

—Claro… recuerdo que me dijo que trabajaba demasiado y cayó enferma. —Honma no parecía muy convencido—. Somos una empresa pequeña, señor Honma. Si fuéramos demasiado quisquillosos con la experiencia profesional de cada solicitante jamás contrataríamos a nadie. Así que suelo hacer la vista gorda. Si encuentro a alguien que valga para el trabajo, procuro no hacer demasiadas preguntas. Todo el mundo tiene alguna historia que prefiere no contar.

El hombre tenía razón, pero actuando así ¿no se arriesgaba demasiado a equivocarse? Era el director de una pequeña empresa que sobrevivía a duras penas en aquel lujoso barrio de negocios. Honma consideraba que dirigir un grupo numeroso de personas se asemejaría a estar al mando de un gran avión con el piloto automático conectado: tu intervención no era necesaria en todo momento. Sin embargo, una empresa que cabía en una sola habitación, era como una pequeña avioneta. Ante cualquier mínimo fallo del piloto, la aeronave se estrellaría.

—¿Y cómo procede para reclutar al personal?

—Lo típico: pongo anuncios en el periódico.

—¿Cuándo empezó ella a trabajar para usted?

Imai echó un vistazo al currículum.

—Le ofrecí el puesto al día siguiente de hacerle la entrevista. O sea, si estoy en lo cierto, empezaría alrededor del día veinte.

—¿Y se encargaba de las típicas tareas administrativas?

—Así es. Tratamiento de textos y demás…

—Hábleme de sus compañeros de trabajo —Honma se volvió hacia Mitchie que le lanzó una mirada nerviosa.

Pero fue su jefe quien respondió por ella.

—Por aquel entonces, únicamente contaba con la señorita Sekine. Mitchie sólo lleva seis meses trabajando con nosotros. ¿Es así? Mitchie asintió, visiblemente aliviada.

—¿Otros empleados… ?

—No. Sólo somos tres. Hombre, de vez en cuando alguien pasaba por aquí y tal vez la saludaran, a lo sumo. Pero dudo que esa gente sepa dónde está ahora.

—¿No le viene a la mente nadie en particular?

Negó con la cabeza, con una expresión cargada de disculpas.

—Nadie aparte del señor Kurisaka. No sé siquiera si tiene amigos. Debe de tenerlos, pero siento no poder serle de ayuda a ese respecto.

—No se preocupe.

Esta vez, cuando Honma se volvió hacia Mitchie, ella parecía estar preparada.

—A mí tampoco se me ocurre nadie —dijo sin dudarlo.

—¿Nunca la oyó mencionar a ningún amigo? Ella negó con un gesto de la cabeza.

—Mencionaba mucho el nombre del señor Kurisaka. A veces nos parábamos a tomar té de camino a casa, alguna vez hemos entrado a una tienda, cosas así. Pero aparte de eso…

—Ya veo.

—¿No cree que quizá haya regresado a casa junto a su familia? —preguntó Imai.

—No le quedaba familia.

Imai se llevó la palma de la mano a la frente.

—¡ Ay!, es verdad.

—Aunque, naturalmente, también pretendo indagar en este aspecto. —Honma cogió el currículum—. Si no le importa, me gustaría llevarme una copia.

Imai zarandeó la mano.

—Lléveselo. No me importa prestárselo al señor Kurisaka. Pregunte a sus otros jefes.

Honma le dio las gracias y aceptó la sugerencia.

—Espero que la encuentre.

Cuando Honma se puso en pie para marcharse, Mitchie se precipitó para cogerle el abrigo y ayudarle a ponérselo, pero la diferencia de altura hizo difícil la maniobra. Tras unos cuantos torpes intentos, Honma esbozó una sonrisa y se puso él solo el abrigo. Entretanto, Mitchie le sujetaba el paraguas.

—Siento mucho no haber dado con el nombre de ese parentesco, el hijo del primo de su mujer —dijo solemnemente—. De lo que sí estoy segura es que no se trata de un «sobrino segundo».

—Bueno, si lo encuentra, hágamelo saber —contestó Honma, ya que le había dado la sensación de que debía responder algo.

—Sí, señor —contestó ella—. Lo haré.

«Es probable que Shoko Sekine no ganara mucho aquí, pero no parece un mal sitio», pensó Honma mientras bajaba la escalera.

Capítulo 4

No era necesario comprobar las tres referencias que aparecían en el currículum de Shoko Sekine. Tan sólo tenía que llamar a la auditoría Ariyoshi. Había estado cuatro años trabajando para ellos y si cabía la posibilidad de que le quedara algún amigo del trabajo, seguramente estaría allí.

Honma optó por la primera cafetería que vio. Había un teléfono público nada más entrar, pero decidió descansar un momento la pierna antes de hacer la llamada. Escrutó el currículum de Shoko una vez más mientras bebía a sorbos su café. La caligrafía era limpia, nada recargada. Puede que fuera el tipo de persona que escribía en un diario y llevaba las cuentas de sus gastos.

Se acercó al teléfono y marcó el número de información telefónica. Cuando la operadora respondió, le dio el nombre y la dirección de la empresa. Pasaron cuatro segundos. Cinco.

—No hay ninguna compañía llamada Ariyoshi Certificd Public Accountants que corresponda a esa dirección, señor.

—¿Está segura? ¿Ninguna que se le parezca lo más mínimo? —No podía creerlo.

—Si no le importa esperar, puedo comprobarlo de nuevo, señor. Bajo el ruido de fondo, podía distinguir el sonido del teclado del ordenador.

—No aparece nada con ese nombre. ¿Está seguro de que la dirección es correcta?

Miró de nuevo la hoja de papel, pero no había duda, así que le dio las gracias y colgó el teléfono.

La de asesor, abogado o de notario era una profesión que requería de un espacio físico, un lugar donde pudieran acudir los clientes. Por esa misma razón, la localización de la oficina era una decisión que se tomaba concienzudamente. El que abre un despacho necesita una buena razón para trasladarse después. Por ejemplo, que el profesional en cuestión fuera un joven ambicioso que se asocia con un compañero más experimentado a la espera del momento propicio para crear su propia firma. Pero una sociedad unipersonal que se desvanecía sin dejar rastro…

Puede que Ariyoshi fuera veterano de la asesoría, quizás jubilado ya. No, un momento. No cuadraba. ¿No había mencionado Imai que Shoko Sekine había abandonado su puesto porque había caído enferma a causa de la sobrecarga de trabajo? Que una empresa tan activa se fuera a pique, no era algo que pasara desapercibido. Otra cosa muy distinta era saber si Shoko le había contado la verdad a Imai.

Quizás dar una vuelta por ahí y hacer algunas preguntas en las empresas de la zona le ayudara a atar cabos. ¡Qué lata! Aquello supondría todo un día de trabajo.

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