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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, Policiaco

Dinamita (46 page)

BOOK: Dinamita
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—¡Hola! ¡Annika!

Los otros ya se habían reunido junto a Jansson.

—¡Hola! ¡Hola! ¿Estás ahí?

—Dame el teléfono —ordenó Schyman.

Jansson le alargó el auricular al director. Anders Schyman se puso el auricular en una oreja y en la otra se metió el meñique. Oyó crujidos y zumbidos, y un sonido que subía y bajaba que podría ser el murmullo de voces.

—Está viva —susurró, le devolvió el auricular a Jansson, fue a su despacho y llamó a la policía.

—¡Oh, qué bonita! Es fantástica.

Beata parecía realmente abrumada. Eso le dio a Annika nuevas fuerzas.

—Es viejo, casi una antigüedad —informó—. Granate auténtico y oro plateado. Me gustaría tener uno como ése. Estos son los regalos bonitos de hacer, ¿no te parece?

La mujer no respondió: miraba fijamente el broche.

—Siempre me han gustado las joyas —comentó Annika—. Cuando era pequeña estuve ahorrando dinero durante años para comprar un corazón de oro blanco con un lazo de diamantes. Lo había visto en el catálogo de una joyería de la ciudad, en uno de esos que se mandan por Navidad. Cuando por fin me lo podía comprar ya había crecido y, en cambio, me compré un equipo de esquí…

—Muchísimas gracias —dijo el Dinamitero en voz baja.

—De nada —respondió Annika—. Mi abuela tenía uno igual; quizá por eso me gustó en cuanto lo vi.

Beata se desabotonó el último botón del abrigo y se prendió el broche en el jersey.

—Esto puede ser lo que necesitábamos —anunció el policía—. Ahora ya pueden colgar, la llamada está controlada. Nos ocuparemos del resto junto al técnico de la operadora.

—¿Qué van a hacer? —preguntó Schyman.

—Nos pondremos en contacto con la central de Comviq en Kista. Quizá sea posible saber de dónde viene la llamada.

—¿Puedo acompañarlos? —inquirió Schyman rápidamente.

El policía dudó unos segundos.

—Por supuesto —contestó.

Anders Schyman se apresuró a volver a la redacción.

—La policía ha localizado la llamada, podéis colgar —gritó mientras se ponía el abrigo.

—¿Crees que podemos seguir escuchando? —preguntó Berit, que ahora tenía el auricular en el oído.

—No lo sé. Si no fuera así os llamaría. ¡No os vayáis todos a casa!

Bajó por las escaleras hasta la entrada y notó que le temblaban las piernas de cansancio. «No creo que sea buena idea conducir», pensó, y corrió hasta la parada de taxis de Rålambsvägen.

Fuera todavía era noche cerrada y la carretera de Kista estaba totalmente vacía. Sólo se encontraron con un par de taxis en el camino; el taxista saludó con la mano izquierda a los que eran de la misma compañía. Llegaron a Borgarfjordsgatan, y al mismo tiempo que Anders Schyman pagaba con su tarjeta, un coche de policía sin distintivos se deslizó a su lado y se detuvo. Schyman salió del taxi y se dirigió a saludar a los policías de paisano.

—Si tenemos buena suerte quizá podamos localizarla con esta ayuda —informó el policía.

Tenía el rostro pálido de cansancio y una mueca rígida alrededor de la boca. De repente Anders Schyman comprendió quién debía ser.

—¿Conoce a Annika? —preguntó el director.

El policía respiró profundamente y miró de soslayo al otro.

—Más o menos —contestó.

En ese mismo momento llegó un guardia cansado y les dejó entrar en el edificio que albergaba las oficinas centrales de Comviq y Tele2. Les acompañó a lo largo de galerías y pasillos hasta que por fin entraron en una enorme sala llena de pantallas gigantes de televisión. Anders Schyman dio un silbido.

—Se parece a una película americana de espías, ¿verdad? —dijo un hombre que se acercó a recibirlos.

El director asintió y saludó.

—También tiene un aire a la sala de control de una central nuclear —añadió.

—Soy uno de los operadores técnicos. Bienvenidos. Por aquí —aclaró el hombre y les acompañó hasta el centro de la sala.

Anders Schyman siguió lentamente al técnico y al mismo tiempo estudiaba la gran sala. Había cientos de ordenadores, los proyectores hacían que las paredes funcionaran como pantallas gigantes.

—Desde aquí controlamos toda la red de Comviq —continuó el técnico—. Aquí trabajamos dos personas por la noche. El rastreo que nos han pedido es bastante sencillo de realizar; con sólo dar una orden desde mi terminal comienza la búsqueda.

Les mostró su puesto de trabajo. Anders Schyman no comprendía nada de lo que veía.

—Puede tardar quince minutos, a pesar de haber limitado la búsqueda a partir de las cinco horas. Ahora han pasado casi diez minutos, vamos a ver si tenemos algo…

Se inclinó sobre uno de los ordenadores y tecleó.

—No, todavía no —confesó.

—Quince minutos, ¿no es mucho tiempo? —preguntó Anders Schyman y sintió que tenía la boca seca.

El técnico le miró fijamente.

—Quince minutos es muy poco —contestó—. Es la madrugada de Nochebuena y ahora hay muy poco tráfico. Por eso creo que la búsqueda podrá realizarse en tan poco tiempo.

En ese instante aparecieron una serie de datos en la pantalla. Inmediatamente les dio la espalda a Schyman y a los policías y se sentó en su silla. Tecleó durante un par de minutos, luego resopló.

—No encuentro nada —dijo—. ¿Están seguros de que la llamada provenía de su móvil?

El pulso de Anders Schyman se aceleró. ¡Ahora no podía ir mal! Notó que crecía el desconcierto; ¿sabían estos hombres lo que había pasado en realidad? ¿Sabían lo importante que esto era?

—Nuestro jefe de noche conoce su número de memoria. Todavía estaban escuchando el zumbido de su teléfono cuando me fui del periódico —informó y se pasó la lengua por los labios.

—¡Ah! Eso lo explica todo —dijo el operador y pulsó otro mando. Los datos desaparecieron y la pantalla se oscureció.

—Ahora sólo podemos esperar —anunció y se volvió hacia Schyman y los policías de nuevo.

—¿Qué pasa? —inquirió Schyman, dándose cuenta de su irritación.

—Si la llamada todavía continúa, entonces aún no hemos podido recibir ninguna información. Esta se almacena en el teléfono durante treinta minutos —informó y se levantó de la silla.

—Después de media hora el teléfono crea una factura y nos la manda a nosotros. Entre los datos podemos ver el número A y el número B, la estación base y la celda.

Anders Schyman observó las pantallas parpadeantes y notó que aumentaba su desconcierto. El cansancio le golpeaba el cerebro, se sentía inmerso en una pesadilla surrealista.

—¿Qué significa… eso?

—Según sus datos la llamada de Annika Bengtzon a la redacción del
Kvällspressen
llegó justo después de las seis, ¿no? Si la línea no se corta, la primera información de la llamada llegará aquí alrededor de las seis y media. Dentro de poco.

—No lo entiendo —dijo Schyman—. ¿Cómo pueden saber dónde se encuentra el móvil?

—Así es como funciona —aclaró el operador amablemente—. Los teléfonos móviles funcionan igual que un transmisor y un receptor de radio. La señal se manda a través de diferentes estaciones base, las antenas de telefonía móvil, a lo largo del país. Cada estación base tiene diferentes celdas que captan las señales de distintas partes. Todos los teléfonos móviles en funcionamiento mantienen contacto con la centralita cada cuatro horas. Ayer noche hicimos el primer rastreo del móvil de Annika Bengtzon.

—¿Sí? —dijo Schyman sorprendido—. ¿Pueden hacerlo con cualquiera, por las buenas?

—Claro que no —repuso el técnico con calma—. Para poder hacer un rastreo se necesita la orden de un fiscal. Las penas relacionadas con esa acción suelen ser de más de dos años de cárcel.

Se fue a otra pantalla y tecleó. Luego se dirigió a una impresora y esperó.

—La última llamada desde el móvil de Annika, aparte de la que tiene lugar ahora, se realizó a las 13.09 —informó y estudió el papel—. Fue a la guardería en Scheelegatan 38 B en Kungsholmen.

Colocó el papel impreso en las rodillas.

—La señal del móvil de Annika salió de la estación de Nacka.

El policía tomó la palabra.

—La llamada fue confirmada por la directora de la guardería. Annika no sonaba ni rara ni presionada. Se tranquilizó al saber que la guardería estaba abierta hasta las cinco de la tarde. Por consiguiente todavía estaba en libertad sobre las trece horas, y se encontraba en algún lugar al este de la Danvikstull.

El técnico continuó leyendo su papel.

—La siguiente señal del teléfono se produjo a las 17.09. Un teléfono móvil conectado se comunica con la centralita del operador cada cuatro horas.

Anders Schyman apenas tenía fuerzas para escuchar al técnico. Se sentó en una silla y se frotó la frente con la yema de los dedos.

—Cada teléfono tiene un reloj que comienza la cuenta atrás cada vez que se enciende —continuó explicando el técnico—. La cuenta atrás acaba a las cuatro horas. Entonces emite una señal que le indica al sistema dónde se encuentra el teléfono. Como la señal ha llegado por la noche, parece ser que Annika ha tenido su móvil encendido. Por lo que sabemos no se ha alejado del lugar por la noche.

Schyman se quedó petrificado.

—¿Saben dónde está? —preguntó aturdido.

—Sabemos que su móvil se encuentra en los alrededores de Estocolmo —comunicó el técnico—. Sólo podemos saber en qué zona se encuentra, y son los barrios del centro y los suburbios más cercanos.

—¿Así que puede estar aquí cerca?

—Sí, su móvil no se ha movido de la zona durante la noche.

—¿Por eso no podíamos llamarla?

El policía se adelantó.

—Sí, entre otras razones. Si alguien está con ella y se da cuenta de que la llaman quizá apagaría el teléfono, y entonces no sabríamos si la mueven.

—Si ella está junto al móvil —añadió Schyman.

—¿No han pasado ya los quince minutos? —preguntó el policía.

—Todavía no —respondió el operador.

Fijaron su atención en la pantalla y esperaron. Anders Schyman sintió ganas de ir al baño y abandonó la gran sala unos minutos. Mientras vaciaba la vejiga notó que le temblaban las piernas.

No había ocurrido nada cuando regresó.

—Nacka —dijo Schyman ausente—. ¿Qué diablos hace ahí?

—Aquí llega —anunció el técnico—. ¡Ajá! Aquí la tenemos. El número A es el móvil de Annika Bengtzon, el número B es la centralita del periódico
Kvällspressen
.

—¿Aparece dónde se encuentra? —preguntó el policía tenso.

—Sí, aquí hay un código, un momento.

El técnico tecleó y Schyman sintió un escalofrío.

—527 D —pronunció el técnico desconfiado.

—¿Qué ocurre? —indagó el policía—. ¿Pasa algo?

—Sólo suele haber tres celdas por cada estación, A, B y C. Aquí hay más. No es nada frecuente. La celda D suele ser especial.

—¿Dónde se encuentra? —interrogó el policía.

—Un segundo —contestó el técnico, se levantó rápidamente y fue a otra terminal.

—¿Qué hace? —preguntó Schyman.

—Tenemos más de mil antenas en toda Suecia; por desgracia no puedo recordarlas todas —respondió disculpándose—. Aquí la tenemos, estación base 527, Södra Hammarbyhamnen.

Anders Schyman sintió que la cabeza le daba vueltas y se le enfriaba el cuello; ¡joder! Ahí era donde estaba la villa olímpica.

El técnico siguió buscando.

—La celda D se encuentra en el túnel entre el estadio Victoria y la zona de entrenamientos A.

El policía se quedó aún más pálido.

—¿Qué túnel, mierda? —preguntó.

—Lo siento pero no se lo puedo decir; sólo que parece ser que hay un túnel entre el estadio y una zona de entrenamiento en los alrededores.

—¿Está totalmente seguro?

—La conexión se hizo a través de una celda que está en el mismo túnel. Generalmente una celda cubre una amplia zona, pero en los túneles la recepción es muy limitada. Por ejemplo, en el túnel Sur hay una celda para cubrirlo.

—¿Se encuentra en un túnel debajo de la villa olímpica? —preguntó el policía.

—Por lo menos su teléfono se encuentra ahí, eso lo puedo garantizar —contestó el técnico.

El policía ya estaba saliendo de la sala.

—Gracias —dijo Anders Schyman y estrechó la mano derecha del técnico entre las suyas.

Después se apresuró a salir, detrás del policía.

Annika se había adormecido cuando de repente sintió que Beata arreglaba algo en su espalda.

—¿Qué haces? —preguntó Annika.

—Puedes seguir durmiendo. Sólo controlo que la carga esté bien. Se acerca la hora.

Annika tuvo la misma sensación que si hubiera recibido un cubo de agua helada encima. Todos los nervios se le contrajeron en un tenso nudo en algún lugar de su diafragma. Intentó hablar pero no pudo. Todo el cuerpo comenzó a temblar descontroladamente.

—¿Qué te pasa? —inquirió Beata—. No me digas que te vas a comportar como Christina. Sabes que no soporto el trabajo sucio.

Annika respiró apresuradamente con la boca abierta, «tranquila, vamos, háblale, gana tiempo».

—Sólo… me pregunto… qué vas a hacer con mi artículo —consiguió decir.

—Se publicará en el periódico
Kvällspressen
, igual de grande que cuando Christina Furhage murió —repuso Beata satisfecha—. Es un buen artículo.

Annika se apresuró.

—No creo que puedas —dijo.

Beata interrumpió su trabajo.

—¿Por qué no?

—¿Cómo les llegará el texto? Aquí no hay ningún módem.

—Mandaré el ordenador al periódico.

—El redactor jefe no sabe que soy yo quien lo ha escrito. No aparece en ninguna parte. Está escrito en primera persona. Tal y como está ahora parece una carta al director. El periódico no las publica íntegras cuando son muy largas.

Beata no se dio por vencida.

—Esto lo publicarán.

—¿Por qué? El redactor jefe no te conoce. Quizá no comprenda la importancia de que este texto salga a la luz. ¿Y quién se lo explicará si yo… no estoy?

«Ahí tienes algo en qué pensar», pensó Annika cuando la mujer se sentó de nuevo en la silla.

—Tienes razón. Tienes que escribir un prólogo al artículo explicando exactamente cómo hay que publicarlo.

Annika resopló en su interior. Quizá no estuviera bien hacerle el juego a esa mujer. ¿Y si así sólo empeoraba las cosas? Apartó esos pensamientos. Christina había luchado, y le habían roto la cara y las articulaciones. Si tenía que morir era mucho mejor hacerlo escribiendo en el ordenador que torturada.

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