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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Zona zombie (33 page)

BOOK: Zona zombie
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Asintió y estaba a punto de formular otra pregunta cuando Cooper abrió las puertas de golpe. El camión penitenciario cubierto de sangre se detuvo derrapando a unos pocos metros delante de ellos.

—¡Moveos! —chilló Cooper.

Agarró a las dos mujeres por el brazo y tiró de ellas hacia delante, prácticamente lanzándolas hacia el exterior del edificio. Los cadáveres empezaron a caer sobre ellos desde todas las direcciones imaginables. Juliet medio corrió y medio cayó hacia la parte trasera del camión, consiguiendo saltar y abrir la puerta trasera. Se metió dentro y se estiró para tratar de agarrar a Emma, que se estaba abriendo camino, luchando a través de un denso grupo de muchedumbre putrefacta, intentando avanzar a través de la marea de carne podrida que la apretaba por todos lados, amenazando con engullirla. Parecía que los cadáveres que se habían quedado a los lados habían experimentado de repente una mayor sensación de peligro físico y habían decidido lanzar un ataque antes de que los supervivientes y sus máquinas los atacasen a ellos. Lo que parecían miles de manos malvadas intentaron agarrar a Emma.

De repente aumentó su velocidad. Llegando a ella corriendo desde atrás, Cooper la empujó hacia el camión, colocando las manos bajo sus brazos e impulsándola hacia arriba. Con las manos estiradas por delante consiguió agarrar la parte trasera del vehículo donde la estaba esperando Juliet, que atrapó el cuello de la chaqueta de Emma y tiró de ella hacia dentro. Los cadáveres no podían igualar la fuerza controlada de Cooper. Pasó a través de ellos y saltó dentro de la parte trasera del camión detrás de las dos mujeres. Medio colgado de la puerta abierta, golpeó repetidas veces el lateral metálico del vehículo. El ruido era más definido y controlado que el machaque incansable de los cuerpos, y Steve supo que era la señal para ponerse de nuevo en marcha. Haciendo todo lo que podía para ignorar el dolor constante y punzante que le seguía debilitando, aceleró, giró y condujo hacia el enorme agujero en la alambrada del aeródromo.

—¿Estás bien? —le preguntó Emma a Cooper.

—Lo estaré cuando lleguemos a esa maldita isla —contestó sin aliento, de pie aún en el marco de la puerta y agarrándose con fuerza con cada giro y balanceo del camión penitenciario sobre aquel terreno irregular.

Desde todas las direcciones, los cadáveres se daban la vuelta y se tambaleaban hacia el potente vehículo. Algunos eran lanzados hacia los lados y muchos más desaparecían bajo las ruedas y quedaban aplastados. Ignorando la confusión sangrienta que se desarrollaba a su alrededor, Cooper miró hacia arriba a través del humo y, con alivio, vislumbró el helicóptero que los seguía mientras se alejaban del edificio.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Juliet con inocencia.

Antes de que Cooper pudiera contestar, el camión empezó a perder velocidad.

—Steve —gritó a pleno pulmón—, sigue adelante, tío. Por el amor de Dios, no te pares aquí.

El camión avanzó de nuevo y aceleró durante unos pocos metros más, pero después se fue deteniendo de nuevo. El motor se caló cuando el pie de Steve resbaló del pedal. La repentina sacudida casi tiró a Cooper de la parte trasera hacia la multitud, que no dejaba de aullar. Steve sabía que no podía seguir conduciendo. Ahora el dolor era insoportable. Casi no se podía mover.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Emma inútilmente. Corrió hacia el interior de la caja y empezó a golpear la pared interior—. ¡Steve! —chilló—. ¡Steve! ¿Qué ocurre...?

Se habían detenido a poca distancia del trozo derribado de la alambrada. Aunque ahí la multitud era ligeramente menos densa que alrededor de los edificios, a los pocos segundos del final abrupto del viaje del camión, masas de cadáveres putrefactos ya estaban golpeando los laterales del vehículo. Desde su punto de vista elevado, Cooper golpeó a los que eran lo suficientemente desafortunados para acercarse a él, pateándolos para que se alejaran.

—Tenemos que subir al techo —indicó mientras contemplaba la escena con desesperación.

Cientos de cadáveres avanzaban ahora hacia ellos como una niebla gris e impenetrable. El helicóptero se cernía sobre sus cabezas, su ruido y su luz atrayendo con facilidad a tantos cuerpos como los que repelía. Cooper bajó la mirada hacia el océano de rostros cambiantes delante de él y después volvió a mirar al helicóptero.

—No hay manera de que nos pueda recoger en el suelo. Tenemos que subir.

Dándose la vuelta, agarró a Juliet y la empujó hacia la puerta.

—¿Qué...?

—Al techo —la cortó.

Se agachó y unió las manos para que las pudiera usar como escalón. Gruñendo a causa del esfuerzo y el dolor, la aupó. En el techo no había nada a lo que se pudiera agarrar, de manera que intentó afianzarse e impulsarse hacia arriba. Cooper respiró hondo y la empujó un poco más hacia arriba, de manera que Juliet consiguió clavar los codos y arrastrarse poco a poco sobre el techo. Él se inclinó hacia fuera del camión y se quedó mirando hasta que los pies de Juliet desaparecieron por el extremo superior. Segundos más tarde, su cabeza reapareció por el borde.

—¿Estás bien?

—Estoy bien —contestó Juliet, mirando conscientemente hacia todas partes, excepto hacia la masa de caras putrefactas que tenía debajo y que le devolvían la mirada.

Emma fue la siguiente. Con los cadáveres más cercanos a unos pocos centímetros de que lo pudieran atrapar, Cooper la aupó y soportó su peso relativamente ligero hasta que Juliet le pudo agarrar las manos desde arriba y tiró de ella hacia el techo. Después Cooper se dio la vuelta y subió él mismo, utilizando la puerta trasera del camión para escalar.

Los tres supervivientes estaban de pie encima del camión. Emma miró hacia abajo, hacia la incansable multitud de criaturas descompuestas. Su furia y ferocidad parecía aumentar a medida que Richard hacía bajar el helicóptero.

—¡Subid! —chilló Cooper, obligado a gritar para hacerse entender por encima del ruido ensordecedor.

Agachándose por instinto y desplazándose a cuatro patas a causa de las palas del rotor que ahora parecían peligrosamente cerca y del viento que amenazaba con tirarlas del techo del camión, Emma y Juliet gatearon hacia la aeronave. Se encontraba a unos pocos centímetros, aunque la distancia entre el techo del camión y el patín más cercano del helicóptero parecía inmensa. Respirando hondo, Emma superó el hueco y subió a la parte trasera de la aeronave.

Cooper corrió hacia la parte delantera del camión y se tendió a lo ancho sobre la cabina. Avanzó a rastras, se inclinó hacia abajo y golpeó la ventanilla medio abierta del conductor. Podía ver la nuca de Steve. Estaba derrumbado sobre el volante.

—Vamos, Steve —suplicó Cooper—. Lo hemos conseguido. Sube aquí.

Steve levantó poco a poco la cabeza, cada movimiento le costaba un esfuerzo increíble, y se volvió para mirar a Cooper. Entonces volvió a caer y cerró los ojos.

—No puedo —jadeó, su voz seca y ronca, su respiración superficial e intermitente—. No puedo hacerlo.

—Venga —insistió Cooper, aunque ya sabía que era inútil.

La cara de Steve estaba gris y cenicienta, los labios azules.

—No puedo.

Durante un segundo, Cooper consideró la posibilidad de saltar e intentar subir al otro hasta el techo del camión.

—Vete —resolló Steve, intentando levantar de nuevo la cabeza.

La luz del helicóptero se movió ligera y repentinamente, iluminando el interior de la cabina y Cooper vio con claridad el dolor en el rostro de Steve. Estaba claro que se encontraba más allá de cualquier ayuda.

—De acuerdo, compañero —aceptó Cooper, estirándose a través de la ventanilla y poniendo el brazo sobre el hombro de Steve—. Eres un buen hombre. Gracias.

Cooper se puso en pie a desgana y corrió por el techo para llegar al helicóptero. Con un alivio extraño, Steve cerró de nuevo los ojos e intentó respirar a pesar del dolor creciente, hasta que finalmente desapareció.

—¿Y Steve? —gritó Emma mientras Cooper subía al helicóptero y cerraba la puerta a sus espaldas.

Cooper negó con la cabeza, miró hacia abajo y contempló cómo el techo del camión se hacía cada vez más pequeño a medida que subían más y más.

A sus pies, el aeródromo era una masa sólida de cadáveres enloquecidos y putrefactos.

45

Más de cincuenta días después de que el germen destruyese casi toda la población del planeta, los últimos supervivientes llegaron al espacio aéreo de la isla de Cormansey.

Michael había estado esperando en la casita junto a la pista de aterrizaje. Donna y Jack le habían hecho compañía, aunque nadie había dicho nada en lo que parecían horas. Finalmente, el silencio opresivo se vio roto por el ronroneo constante del helicóptero al aproximarse. El distante sonido aumentó la incertidumbre y el nerviosismo de Michael hasta un grado casi insoportable. Casi demasiado asustado para mirar, salió y oteó el cielo hasta que finalmente pudo vislumbrar la aeronave que se acercaba. Contempló hasta el último metro de su descenso dolorosamente largo y lento hasta el suelo, y entonces recorrió a la carrera la corta extensión de la pista de la isla.

Cooper fue el primero en bajar, después Juliet. Y entonces la vio. Michael corrió hacia Emma y la abrazó. Ignorando todo lo demás que estaba ocurriendo a su alrededor (la actividad frenética y agitada, las lágrimas por los amigos perdidos, los coches que se aproximaban desde varias direcciones, los gritos de alivio y los gemidos de tristeza) hundió la cara de Emma en su pecho y la abrazó con fuerza.

—Pensé que te había perdido —le susurró, apretándola hasta que casi no pudo respirar.

—Ni lo sueñes —le respondió ella también en un susurro, mirándolo a la cara y sonriendo a través de las lágrimas.

En un momento de silencio, Michael se quedó al lado de Emma y vio como ella miraba a su alrededor, intentando asimilar lo que podía ver de la isla. La contempló mientras saboreaba el aire y se empapaba de la atmósfera. También vio como finalmente se empezaba a relajar y la abrazó cuando lloró de alivio.

Cormansey era un lugar feo, frío e implacable, pero ambos sabían que era lo mejor que podían tener.

Epílogo

Michael Collins

Esta mañana he hablado con Jack por primera vez desde hace semanas. Se acercó temprano por casa y me explicó que había estado paseando de nuevo. Con frecuencia lo he visto a lo lejos, caminando solo y recortado contra el horizonte. Me dijo que había empezado a recorrer circuitos de la isla para mantenerse ocupado.

Muy pocas personas nos visitan aquí. No hay muchas casas más aisladas que la nuestra. Esto fue intencionado por nuestra parte: queríamos estar cerca de los demás, pero al mismo tiempo también queríamos una vida propia. La mayoría ha decidido vivir en Danvers Lye o sus alrededores. Algunos quieren construir una comunidad cerrada; quieren vivir, dormir y comer todos juntos. No pueden sobrevivir por sí mismos, necesitan la cercanía de los demás. Nosotros no.

Dios santo, qué bueno sería que pudiéramos tener ahora a Phil Croft. Hemos pasado una temporada realmente difícil desde que Emma se quedó embarazada. La gente ha intentado ayudarla, por supuesto, pero está siendo complicado y echamos de menos sus conocimientos, sus consejos y su compañía. Será duro cuando nazca el bebé. Al menos en ese momento podré ayudar algo más. Por el momento me siento totalmente inútil. Los demás han sido muy comprensivos. Nos han hablado del bebé que nació cuando estaban en la ciudad, y lo que le había pasado, y sabemos que lo mismo le podría ocurrir a nuestro hijo. Prácticamente no tenemos instalaciones médicas y no nos quedó más alternativa que seguir adelante con el embarazo, aunque ninguno de los dos habría tomado la decisión contraria. Rezo para que nuestro bebé nazca bien. He hablado con Donna sobre sus posibilidades. Me señaló que aunque la madre del bebé en la ciudad había sobrevivido, al padre lo había matado el germen, e indicó que quizás el hecho de que tanto Emma como yo seamos supervivientes marcará la diferencia. Espero que sea lo que sea lo que nos mantiene vivos haya pasado también a nuestro hijo y lo proteja.

Jack y yo hemos tenido hoy una larga conversación sobre el futuro. He aceptado regresar al continente con Cooper y algunos de los demás dentro de unos días. Será la primera vez que volvamos. Si el tiempo sigue siendo bueno, el plan es que Richard nos lleve hasta el puerto más cercano. Recuperaremos todos los suministros que podamos encontrar, pero lo importante es encontrar un barco en buenas condiciones para navegar de regreso a Cormansey. Ahora ya no queda casi combustible en el helicóptero. Intentaremos encontrar más, pero aun así, necesitamos otro medio para ir y venir del continente. Tendremos que seguir yendo allí, porque siempre necesitaremos medicamentos, alimentos y ropa. No cabe duda de que seremos más autosuficientes a medida que pase el tiempo, pero por el momento sigue teniendo sentido que cojamos todo lo que necesitemos.

Para ser sincero, aquí las estamos pasando canutas y no veo que las cosas vayan a ir nunca a mejor ni a ser más fáciles. Algunos hablan de intentar llevar electricidad al pueblo. Es posible que lo consigan, pero ¿cuál será el coste? Va a requerir un esfuerzo enorme para una ganancia cuestionable. ¿Cómo van a mantener el sistema? ¿Quién lo mantendrá en funcionamiento? Todo esto llevará su tiempo, pero parece que eso es lo único que tenemos en abundancia.

Hace unos días me encontré con uno de los muertos. Había olvidado lo asquerosos que son. Debo de haber pasado miles de veces a su lado y ni siquiera sabía que estaba allí. Estaba caído en una zanja a un lado de la carretera, muy descompuesto, y aun así seguía allí tendido y me miraba. Intentó moverse, pero no pudo. Consiguió levantar ligeramente la cabeza y los restos de sus ojos fríos y negros me siguieron hasta que le metí el pico a través del cráneo.

Por alguna razón, he estado pensando mucho en ese cadáver. He reflexionado sobre lo que había ocurrido para convertirlo de una persona normal y saludable en ese montón de carne y huesos putrefactos. Con frecuencia me pregunto hasta qué punto son conscientes los cuerpos de lo que les ha ocurrido. ¿Sienten algo? Me pregunto si sus cerebros están más vivos de lo que pensamos en un principio, y si es sólo el deterioro de la carne lo que provoca que reaccionen y se comporten como lo hacen. ¿Sufrían mis amigos y mi familia? ¿Pululaban por ahí de esa forma, intentando desesperados encontrar alivio y cuidados, una liberación de su dolor? Con frecuencia me pregunto si ese último cadáver me había observado como recordando lo que fue una vez.

BOOK: Zona zombie
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