Read Zona zombie Online

Authors: David Moody

Tags: #Terror

Zona zombie (28 page)

BOOK: Zona zombie
12.52Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Cada paso adelante le costaba un gran esfuerzo, pero Kilgore se descubrió siguiendo instintivamente el cadáver por el aeródromo. No sabía por qué. ¿Era el miedo, la curiosidad o el nerviosismo lo que le empujaba? ¿Acaso quería ver de cerca en lo que aún se podía convertir? Esperó un momento en el quicio de la puerta para recuperar el aliento antes de abandonar el edificio donde había supuesto que iba a morir. Delante de él, el cuerpo de Kelly siguió alejándose, perfilado contra el sol bajo de última hora de la tarde. El cielo sobre Kilgore, tan claro y azul durante la mayor parte del día que ahora estaba terminando, se estaba empezando a oscurecer y se teñía con manchas de rojos oscuros y púrpuras, y con mechones de nubes que se movían con lentitud. Lejos, en el horizonte, se podía ver la luna y las primeras estrellas brillantes. Siguió a Kelly por la pista, pasando por delante de la torre de control y después hacia la alambrada perimetral.

Kilgore se detuvo. No podía seguir su ritmo. No había ido muy lejos, pero el esfuerzo de moverse era ya demasiado. Apoyó las manos en las rodillas e inhaló una bocanada larga y lenta de aire purificado. Ahora estaba empezando otra alucinación. Más poderosa que las demás que había tenido, aquélla parecía que lo rodeaba y lo engullía. Se inició con un ruido. Empezó con lentitud, y al principio parecía no proceder de ninguna dirección, pero creció con rapidez hasta convertirse en un rugido ensordecedor, acompañado de un viento feroz y furioso. Cansado, levantó la cabeza y vio encima de él el helicóptero que iniciaba un descenso rápido. Dando un paso en falso por la distracción repentina, sus débiles piernas se doblaron y cayó de espaldas. Pinchazos de dolor recorrieron toda la extensión de su cuerpo exhausto y se estremeció por el malestar repentino. A unos diez metros de la alambrada del perímetro se quedó sentado en la hierba alta y contempló cómo la poderosa máquina se detenía en el aire encima de las cabezas de miles de cadáveres putrefactos. Entonces se oyó otro sonido salido de la nada y se percibió un movimiento lateral y repentino cuando el avión se deslizó sobre él antes de tocar el suelo y saltar por la pista, llegando finalmente a detenerse resbalando de forma poco elegante en el extremo más alejado del asfalto.

Kilgore contempló desde su posición derrumbada al borde del aeródromo cómo la gente empezaba a salir de la torre de control. Ya no reconocía a ninguno de ellos. Sólo eran siluetas oscuras y sin rasgos, tan anónimas como los miles de cadáveres que rodeaban el aeródromo.

Demasiado cansado para seguir sentado, se tendió de espaldas y se quedó mirando el cielo que se iba oscureciendo. El ruido incesante del helicóptero cambió de dirección y se diluyó.

Cuando se aseguró de que el avión había tomado tierra sano y salvo, Richard Lawrence empezó a aterrizar el helicóptero. Miró hacia abajo a la masa de cadáveres descompuestos a sus pies mientras pasaba por encima de la alambrada perimetral. «Maldita sea —pensó—, los cuerpos están más enojados y animados de lo que los he visto nunca.» Algunos seguían atacándose entre ellos y peleándose con los que tenían más cerca. Otros estaban empujando la valla, aplastados sin duda por el peso de cientos de cadáveres que tenían detrás. Pero ahora había muchos más que defendían su territorio lo mejor que podían, mirándolo de manera desafiante con ojos fríos y sin pestañear. Obligándose a apartar la vista y concentrarse de nuevo, voló hacia la torre de control y los otros edificios.

Cooper le estaba esperando. Las palas del rotor seguían girando cuando el piloto se agachó y corrió hacia el ex soldado. Juntos corrieron hacia el avión. Keele estaba sentado en la cabina intentando recuperarse del trauma del vuelo. Había conseguido hacer girar el avión para volver a encarar la pista, pero no se había movido de su asiento.

—¿Ha ido todo bien? —preguntó Cooper a Richard mientras esperaban que Keele se moviese.

—Como un reloj —contestó.

—¿Vais bien de combustible?

—Bastante bien.

—¿Tenéis suficiente para otro vuelo?

—De sobras. Yo debo de tener aún para unos cuantos viajes y creo que Keele lo mismo.

—Entonces enviaremos otro cargamento mañana a primera hora, ¿de acuerdo?

Richard suspiró agotado.

—Maldita sea, colega —protestó—, dame la oportunidad de recuperar el aliento. Ha sido un día muy largo.

—Lleva a toda esta gente y te podrás pasar el resto de tu vida relajándote.

—¿Va todo bien, Richard? —preguntó Jackie Soames desde detrás.

Venía del edificio de oficinas y quedaba claro el alivio que se reflejaba en su rostro cansado.

—Todo va estupendamente —contestó.

Finalmente, Keele se había recuperado lo suficiente para bajar del avión. Caminó por la pista hacia los demás, aliviado de que la tortura hubiera pasado por aquel día.

—Bien hecho, hijo —le felicitó Richard cuando estuvo lo suficientemente cerca para que lo oyese—. Ya te dije que todo iría bien.

Keele asintió. Seguía respirando con fuerza y tenía la camisa empapada de sudor. El cabello que habitualmente llevaba peinado a la perfección estaba desgreñado. El esfuerzo de aterrizar lo había agotado.

—Lo has hecho bien —añadió Jackie, abrazándolo—. ¡Si siguiera regentando el pub, te invitaría a un trago!

—Hay un pub en Cormansey. Me podrás invitar a un trago cuando llegues allí.

Los cuatro se detuvieron ante el edificio de oficinas. Richard pudo ver dentro muchas caras que lo miraban expectantes. Por una vez parecía que también había rostros optimistas y felices, todos ellos compartiendo el deseo común de salir de aquel lugar peligroso y poco acogedor. La responsabilidad que compartía con Keele para llevar a toda esta gente a un lugar seguro era apabullante. La luz procedente de la brillante puesta de sol anaranjada en el horizonte se reflejaba en los cristales y oscureció por un momento su visión.

—¿Allí están todos bien? —preguntó Jackie.

—¿Qué?

—La gente que se fue a la isla, ¿están bien? —repitió.

—Eso parece —contestó—. Han limpiado el pueblo y han conseguido deshacerse de la mayor parte de los cuerpos. Los dejamos vaciando casas.

—¿Así que tendrán el lugar listo para cuando llegue? —bromeó Jackie.

—Lo dudo. Estuve hablando con Brigid. Considera que vamos a tardar semanas en limpiar el sitio como Dios manda.

—No importa —intervino Cooper, bostezando y estirando los brazos hacia arriba en el frío aire de la tarde—. Lo que no nos va a faltar es tiempo. No importa si tardamos semanas o meses en acabar toda la tarea. Siempre que podamos tener suficiente comida y estemos relativamente cómodos, a quién le importa lo que tardemos en...

Se calló.

Emma había aparecido en el quicio de la puerta de la torre de control a corta distancia de donde se encontraban ellos. Sin aliento a causa de la carrera para bajar la escalera, su cara estaba blanca a causa del miedo. Su aparición repentina y su expresión aterrorizada callaron de inmediato la charla. En el silencio súbito, fueron conscientes de otro sonido que llegaba del borde del aeródromo.

—Han tirado la valla —anunció.

Hubo un momento de consternación e incredulidad.

—¿Qué? —preguntó Jackie.

—Los cadáveres —confirmó, temblando—. Han tirado una parte de la valla.

Cooper fue el primero en reaccionar. Se dio la vuelta y corrió de regreso a la pista, centrando instintivamente su atención en el segmento de la muchedumbre putrefacta que llevaba toda la tarde preocupándole. La luz difusa hacía difícil que viera con claridad lo que estaba ocurriendo en la distancia, pero ya podía vislumbrar cadáveres penetrando en el campo, cayendo encima de un corto fragmento de alambrada caída y después levantándose y avanzando hacia los edificios. Dedujo que el ruido repentino y ensordecedor producido por el regreso del helicóptero y del avión había provocado un frenesí entre los muertos y esa histeria les había dado el ímpetu suficiente para lanzarse hacia delante y derribar la valla. Cooper podía ver que uno de los postes de metal había sido empujado hasta estar casi tendido en el suelo, y ahora el peso combinado de la multitud de cuerpos que intentaba avanzar estaba amenazando con tirar otra sección de la barrera.

—Estas jodidas cosas van a tirar toda la alambrada —gritó Jack Baxter con desesperación mientras corría desde la torre de control hacia los demás—. ¿Qué demonios vamos a hacer?

—Bloquearlos —sugirió alguien—. Llevar hasta allí uno de los camiones y bloquear el hueco.

—¿Dónde está Steve Armitage? —preguntó Emma, pero Jack iba un paso por delante.

Corrió hasta el edificio de oficinas y arrastró al exterior al camionero. Steve corrió hasta el camión, jadeando y resollando. Había perdido unos segundos muy valiosos mirando totalmente incrédulo hacia el perímetro del aeródromo. Debilitada por el colapso de la primera, una segunda sección de la alambrada se estaba cayendo. Seguían estando a varios cientos de metros y se movían de una forma lenta y extraña como siempre, pero una avalancha imparable de cuerpos muertos estaba entrando en el aeródromo.

—Demasiado tarde para eso —le gritó Cooper a Steve mientras pasaba corriendo a su lado, en dirección a la torre de control—. Keele, vuelve a poner en el aire ese jodido avión. Sal de aquí ahora mismo o no volverá a abandonar el suelo nunca más.

Los cadáveres que iban más adelantados estaban a punto de alcanzar el extremo de la pista. Cooper tenía razón. Si el piloto no reaccionaba con rapidez y despegaba el avión en el plazo de unos minutos, la pista quedaría inundada de cadáveres y el despegue sería imposible. Los nervios anteriores de Keele se vieron reemplazados de repente por el más puro terror. Volvió a subir al asiento aún caliente en la cabina y arrancó el motor. Phil Croft intentó controlar el flujo de personas desde el edificio de oficinas hacia el avión, pero se rindió cuando avanzaron impulsadas por el pánico. La brecha en la alambrada era visible desde la parte trasera del edificio y la noticia de lo que había ocurrido se extendió con rapidez. La gente empujaba, tiraba y luchaba entre sí para garantizarse un billete de ida. Cooper intentó contener la multitud, utilizando toda su fuerza para limitar el número de personas que entraban en el avión. Forzado a tomar una decisión que era tan egoísta como desinteresada, Jack llegó por detrás de él, se abrió camino hasta el interior y cerró la escotilla, sabiendo que ya había suficientes personas a bordo.

—¡Apartaos de mi maldito camino! —gritó Jacob Flynn, un bravucón detestable, cuando la escotilla del avión se le cerró en las narices.

Se lanzó contra Cooper, tirándolo casi al suelo, pero éste se recuperó con rapidez y cargó contra Flynn, empujándolo de vuelta al edificio de oficinas.

—Vuelve, estúpido capullo —le ordenó mientras Flynn empezaba a correr de nuevo hacia delante—. Volved todos. Es demasiado tarde.

Flynn se detuvo y miró a su alrededor. Más allá de los rostros aterrorizados que le rodeaban, podía ver las siluetas oscuras de los muertos que proseguían su avance imparable. Se dio la vuelta y corrió hacia el edificio que estaba a sus espaldas.

Cooper golpeó con la mano el fuselaje del avión y Keele inició la marcha.

—¡Volved adentro! —gritó de nuevo a la marea de personas aterrorizadas que seguían con la esperanza de subir al avión—. Mantened la calma y saldremos de aquí. Escondeos.

Croft miró por encima del hombro y se dio cuenta de lo cerca que estaban los primeros cadáveres. Regresó cojeando al edificio de oficinas con toda la velocidad que le permitía su cuerpo herido. A corta distancia, Richard Lawrence estaba empujando a Jackie hacia la parte trasera del helicóptero antes de agarrar a los tres supervivientes más cercanos y meterlos en la aeronave. Saltó a su asiento, arrancó el motor y despegó.

Emma lo contemplaba todo cubierta de lágrimas desde la puerta de la torre de control. Le gritó algo a Steve Armitage que estaba al otro lado de la pista, pero sus palabras quedaron ahogadas por el rugido del avión. Vio impotente cómo recorría la pista de asfalto y se elevaba en el aire; sus ruedas pasaron menos de un metro por encima de las cabezas de los cadáveres que estaban más adelantados.

Cooper empujó a los últimos supervivientes a través de la puerta del edificio de oficinas y la cerró de golpe. Después corrió de vuelta a la torre de control.

—¡Arriba! —le gritó a Emma y a Steve mientras el camionero con sobrepeso se arrastraba por la pista, rodeando a algunos de los cadáveres más cercanos y golpeando a otros.

Ahora había cadáveres por todas partes. Algunos golpeaban las paredes del edificio de oficinas, intentando alcanzar al grupo de personas aterrorizadas que estaban atrapadas en su interior; otros se desplazaban hacia la base de la torre de control donde Cooper estaba intentando cerrar y atrancar la puerta. Dos cadáveres tambaleantes consiguieron colarse dentro, sólo para encontrarse cara a cara con Steve, que cogió una silla de metal y golpeó con ella repetidas veces a las desesperadas criaturas hasta que quedaron reducidas a una pila de carne putrefacta y huesos machacados. Se apartó cuando Cooper arrastró unas mesas desde una pequeña habitación de la planta baja para bloquear la puerta.

En lo alto de la escalera, Emma chocó pesadamente con otro cadáver. Instintivamente, buscó en la semioscuridad algo para destruirlo. Agarró la pierna del cadáver para evitar que se fuera y le dio una patada con una fuerza sorprendente.

—No —protestó una mujer de cabello castaño—. Por favor, no me hagas daño.

Emma se relajó y se puso en pie. Reconoció que era Juliet Appleby, una de las integrantes de la mayoría silenciosa que había pasado el tiempo escondida en la torre de control. Cuando Cooper y Steve pasaron corriendo a su lado, empujó a Juliet hacia delante. La mujer, aterrorizada y temblorosa, atravesó a trompicones la sala hasta la ventana que tenía justo en frente y miró hacia el aeródromo. El daño en la alambrada quedaba ahora oscurecido por cientos de cuerpos. Seguían entrando por el hueco, avanzando sin pausa hacia el centro del aeródromo. Una marea imparable de carne muerta. Ya había miles dentro de la alambrada perimetral y un número incalculable les seguía.

El aeródromo estaba perdido.

Kilgore yacía en el suelo y miraba hacia el cielo.

Era consciente del movimiento a su alrededor y a veces encima de él. El ruido anterior había parado. El avión se había ido. El helicóptero también se había ido.

BOOK: Zona zombie
12.52Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Dark Days by James Ponti
Term Limits by Vince Flynn
Not Meant To Be Broken by Cora Reilly
Pride's Harvest by Jon Cleary
Corpus Christmas by Margaret Maron
Agent Undercover by Lynette Eason
A Lantern in the Window by Bobby Hutchinson