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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

La Sombra Del KASHA (40 page)

BOOK: La Sombra Del KASHA
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Funaki e Isaka intercambiaron miradas.

—Tiene que encontrar trabajo en otra empresa de venta por catálogo —dijo Funaki.

—Empezar de nuevo desde el principio —repitió Isaka.

Honma dejó escapar un hondo suspiro. Si tenía alguna mínima sospecha, esta conversación se lo aclaraba todo.

—Oh, oh, tengo que salir pitando —anunció Isaka, mirando el reloj de la cocina. Faltaban cinco minutos para las tres. Makoto y Kazzy se habían empeñado en celebrar el entierro de
Zoquete
aquel mismo día. Al final, los chicos le habían preguntado a los Isaka si podían utilizar parte de su jardín en la planta baja, un trozo de terreno que técnicamente pertenecía al complejo de apartamentos. A los Isaka no les importó. Tamotsu había hecho una lápida con trozos de madera, mostrando no sólo sus dotes de manitas, sino también su respeto por los muertos.

Los chicos habían utilizado una paleta para cavar un agujero lo suficientemente hondo como para albergar el collar apenas estrenado por el pobre perro. Antes de enterrarlo, Makoto había enseñado a todo el mundo la inscripción que lucía. Tamotsu plantó la lápida sobre la tumba e Hisae la cubrió con una corona de flores. Todos los que por allí pasaban prendían una barrita de incienso y juntaban las manos en una plegaria por la criatura.

—¿Crees que a
Zoquete
le hubiera gustado su ceremonia? —preguntó Makoto.

—Seguro que le hubiera encantado.

—Apuesto a que se va a poner muy contento con su nuevo collar —añadió Funaki, dándole una palmadita en el hombro.

—Cuando llegue el verano, vamos a plantar campanillas para que crezcan y se hagan enormes —anunció Makoto, sonriente, señalando las rejas de la terraza.

—Ya tengo las semillas —comentó Kazzy.

—Podemos plantar flores diferentes en cada estación, para que siempre acompañen a
Zoquete
—prometió Hisae—. Venga, ¿por qué no guardáis la paleta y vais a lavaros las manos? Hay pastel, si os apetece. —Y todos se dispusieron a entrar en la casa.

Honma reparó en la actitud extraña de Tamotsu. Apenas había dicho una palabra en toda la ceremonia. Al principio, Honma pensó que sólo trataba de disimular sus sentimientos. Pero no era eso. Algo estaba atormentándole por dentro. Tenía los hombros caídos, y la cabeza ladeada casi todo el tiempo.

—¿Qué pasa?

—No lo sé. Me duele un poco el cuello. —Se sacudió la tierra de los vaqueros—. Mientras cavaba el agujero y colocaba la cruz, he estado pensando en algo que sucedió hace mucho tiempo.

—¿Tenías una mascota que murió cuando eras niño?

Tamotsu negó con la cabeza.

—No, no tiene nada que ver con esto. De hecho, mi padre odiaba los animales. Por mucho que lloré, nunca me dejó tener una —masculló—. Es algo que debería preguntarle a Ikumi. Ella me conoce mejor que nadie, incluso mejor que yo mismo.

—Es una buena esposa.

—Demasiado buena. Sabe que estoy a punto de cruzar la línea.

Aquella noche mientras Honma hojeaba sus notas, Tamotsu llamó a Ikumi. Honma lo animaba a llamar a casa una vez al día. Como un reloj, las primeras palabras que salían de su boca eran: «¿Cómo está Taro? ¿Qué tal el bebé?».

Ese día, sin embargo, su «Hola, soy yo» no pareció ser recibido muy bien, porque lo siguiente que dijo fue: «¿A qué te refieres con quién?»

Honma sonrió para sus adentros. Pronto le llegaría la hora de regresar a Utsunomiya, independientemente de cómo avanzase la investigación. Toda esta historia era parte de la vida de Tamotsu, estaba claro. Pero todos sabían también que su lugar estaba en casa, junto a su mujer.

—¡No digas eso! —protestó Tamotsu—. Desde luego que sí. Claro que estoy preocupado… Sabes que yo… ¿Cómo puedes decir algo así?— Tamotsu se levantó de la silla, tropezándose—. No seas idiota, ¿vale? ¡No quiero oírlo! —gritó al teléfono—. Vamos, dame un respiro. Te he llamado porque hay algo que quiero pedirte. ¿Estás sentada?

Por suerte, la conversación fue apaciguándose conforme Tamotsu iba relatando lo sucedido durante el día.

—El tema es que recuerdo haber cavado un agujero con una pala hace mucho tiempo, para hacer una especie de tumba para una mascota o algo así. Pero ya conoces a mi padre. Nunca me dejó tener mascotas. ¿Qué crees que pueda ser? ¿Tienes idea?

Tamotsu escuchó.

—¿Qué? En la escuela primaria, ¿eh? ¿Y cómo sabes tú eso? ¿Te lo conté yo? Eh, mojé la cama hasta quinto, pero supongo que también te lo he contado ya.

Su discusión no parecía llevar a ninguna parte en particular. Honma apartó la mirada cuando de repente, Tamotsu aporreó la mesita del teléfono con el puño y dejó escapar un grito de alegría.

—¡Eso es! ¡Ya me acuerdo! ¡Estaba con Shoko! Honma lo miró entonces.

Tamotsu asentía con entusiasmo.

—Eso es, fue así como sucedió… —Hablar con su esposa le había ayudado a recordar—. ¡Ikumi, eres un genio! Soy un hombre con suerte —exclamó. Colgó antes de reunirse con los demás a la mesa.

—Shoko y yo hicimos un proyecto juntos sobre animales, en la escuela —dijo, aún entre jadeos—. Teníamos que cuidar de un periquito que se coló en nuestra clase. —Cuando el pájaro murió, lo enterraron en una esquina del patio.

—De eso se trataba, entonces —rió Honma.

—Hay más —dijo Tamotsu emocionado, inclinándose sobre la mesa—. He recordado algo hablando con Ikumi.

Honma se sintió abrumado por tanto derroche de energía.

—¿Qué?

—Shoko se encariñó mucho de ese pájaro. —Sin duda, el presupuesto de su familia era demasiado ajustado como para que le compraran una mascota—. Se vino abajo cuando murió. Lloró a lágrima viva, como Makoto el otro día. «Pobrecito, tan solo ahora», dijo. —Las mejillas de Tamotsu se teñían de manchas rojas.

Honma lo miró con atención. De repente, supo lo que aquel joven intentaba decirle.

—No estarás insinuando…

Tamotsu negaba con la cabeza.

—No, es cierto. Shoko nunca lo olvidó. En la escuela, me dijo: «Tamo, si muriera antes que tú, quiero que me entierres con
Pippi
».

Un pájaro. Enterrado en un rincón del patio.

—¿Lo entiende? —continuó—. Ikumi oyó a Shoko susurrar en el funeral de su madre. Primero, lo avergonzada que estaba, por no poder permitirse comprar una tumba. Segundo, lo mucho que deseaba que la enterrasen con
Pippi
. Ikumi la oyó. Así que puede que alguien más lo hiciera.

—Espera —dijo Honma, ordenando sus pensamientos—. Eso no significa…

Tamotsu no lo escuchaba y continuó:

—Yo creo que Kyoko Shinjo fue a la visita del cementerio para pasar tiempo con Shoko. Después de todo, el objetivo de la visita era comprar una tumba, ¿no? Así que puede que Shoko se pusiera sentimental y confesara dónde le gustaría que la enterraran. Y una vez que saliera el tema, seguro que mencionó a
Pippi
. Aunque Kyoko no conociera el lugar exacto, apuesto a que fue a dar una vuelta por nuestro antiguo colegio.

Era una posibilidad remota. Y aun así, Honma recordó lo que Funaki había dicho. Cuando la gente se enfrenta a la muerte —a sus rituales y símbolos— se abren a la gente. Como aquella joven mujer que asesinó a su marido, el empresario.

¿Habría salido el tema de forma natural? ¿O fue Kyoko quien condujo la conversación en esa dirección? Pero, ¿por qué lo haría? No necesitaba saberlo, a no ser…

Pues claro. Había una razón. Kyoko no había podido tirar los anuarios de Shoko Sekine, y se había tomado la enorme molestia de enviárselos a su «mejor amiga». ¿Tal vez porque se sentía culpable? Y si había ido tan lejos por unos simples anuarios, ¿qué habría pasado con el cuerpo? Puede que lo hubiera desmembrado para deshacerse de él, pero Honma empezaba a pensar que, al menos para la cabeza, Kyoko tenía otros planes. Y fue la misma Shoko quien le dio la idea, sin saberlo.

La confianza de Tamotsu en sí mismo resultó contagiosa. Honma se obligó a tranquilizarse.

—Bueno, quizás no fuera así como ocurrió. Una idea no demuestra nada.

Pero Tamotsu estaba fuera de control.

—¡Por eso tenemos que ir a desenterrarlo! Tengo un montón de amigos del colegio en Utsunomiya. Levantaremos todo el patio si hace falta.

Para tratarse de un domingo por la mañana, era increíble que el dormilón de Makoto se las hubiera arreglado para levantarse. Justo a tiempo para darle a Tamotsu una despedida digna de un héroe.

Tamotsu iba a coger un tren de alta velocidad a Utsunomiya. Tenía la cara despejada y relajada, parecía dispuesto a ponerse manos a la obra.

En cambio, Honma se despertó totalmente confuso. El día anterior, mientras estaba sentado a la mesa hablando con los demás, algo había asomado por la superficie de su subconsciente, antes de evaporarse. Mientras yacía en la cama medio dormido aún, la misma sensación le susurraba al oído, atormentándolo, sin darle tregua.

«De acuerdo, de acuerdo. Ya es hora de ponerse manos a la obra», se ordenó a sí mismo, incorporándose como pudo en la cama. Aunque parecía haberse levantado con el pie izquierdo: rompió un plato al limpiar la mesa después del desayuno y tuvo que pagarle a Makoto la multa fijada para las torpezas domésticas.

—Estás raro —le dijo el chico mientras le ayudaba a secar los platos—. Estás en otra parte.

—Mm, quizás.

—Pero la rodilla va mejor, ¿no? ¿Vas a volver a trabajar pronto? El supuso que sí; no podía trabajar en este caso eternamente.

—¿Qué va a decir la doctora Machiko? —bromeó Makoto—. Te has saltado todas las sesiones, te vas a meter en un buen lío.

—Pero ahora ando perfectamente bien.

—Eso es lo que tú crees. A mí me parece que aún andas muy rígido. —¿Ah, sí? —dijo Honma, cerrando el grifo.

Makoto se fue a jugar y Honma volvió a revisar toda la información que tenía sobre Kyoko Shinjo y Shoko Sekine. Los papeles cubrían la mesa por completo. Se concentró en todas las preguntas sin responder. Una: cómo se las había arreglado Kyoko para sustraer los datos de los clientes de Roseline, y si Wada tuvo algo que ver. Dos: cómo había asesinado Kyoko a la madre de Shoko, si es que lo había hecho ella. Dos grandes enigmas. Llevaba dos semanas intentando descifrarlos, pero seguía sin tener nada.

Aún imaginaba a Kyoko fijándose en el anuncio de periódico «Kyoko, hablemos de lo ocurrido. Vuelve, por favor», y apareciendo de la nada, directa a los brazos de Jun.

—Qué va —gimió.

Se sentó y se levantó, se sentó y se levantó. Entretanto, la mañana pasó. Era la una cuando Makoto apareció preguntando qué había para comer. Cuando Isaka se tomaba su día libre, Honma solía estar toda la mañana en la cocina, preparando algo, pero aquel día no le apetecía hacerlo.

—¿Te apetece comer fuera? —sugirió, y no tuvo que repetirlo dos veces.

Fueron a un restaurante familiar cerca del complejo de apartamentos. Respirar algo de aire fresco les vino muy bien. Honma decidió tomarse algo más de tiempo antes de volver a casa.

—¿Tienes planes para esta tarde? —preguntó cuando salieron del restaurante.

—Voy a casa de Kazzy a las tres. Ha ido a comprar un juego de ordenador nuevo.

—¿De qué va esta vez?

Honma no tardó en perderse durante la explicación del chico. Makoto volvió tres veces a la carga, sin poder llevar a cabo su presentación. Se detenía en no sé qué historia de puntos extra en el marcador de los jugadores.

—¡Es lo máximo!

—Sí, ya lo veo.

—Bonito día, ¿verdad? —dijo Makoto, estirando perezosamente uno de los brazos.

—Sí que lo es.

—Papá, ¿sabes qué? Estás caminando muy bien. —Ya te lo había dicho.

—Pero si te pones mejor, la doctora Machiko se va a sentir muy sola.

Se dirigieron a Minamoto Park. El calendario anunciaba la primavera, pero los árboles del parque no parecían saberlo aún. Las hileras de álamos apuntaban sus ramas peladas hacia el cielo, estiraban sus dedos nudosos en el viento frío, cuales manos alzadas en protesta. A través de los Zelkovas de color rojo oxidado, volaban los pájaros, tan bajo que casi podían rozarse con los dedos.

Los parterres reservados a los lirios seguían siendo fosas llenas de barro. Un grupo de artistas aficionados había colocado sus caballetes y observaba un camino de narcisos. Retrataba la escena invernal en sus lienzos, creando dibujos que pedían a gritos algo de color verde.

Honma pensó en Kyoko Shinjo. ¿Estaría fuera disfrutando de un día tan bueno? ¿O estaría sacudiendo sus sábanas de lino con los ojos entrecerrados por los rayos de sol? También pensó en Tamotsu. ¿Estaría planeando levantar todo el patio? No es que fueran a permitírselo. Honma debería haber intentado detenerlo.

Quizás todo hubiera sido un craso error. Tal vez fuera mejor derribar el castillo de cartas que había ido levantando y volver al trabajo. Al trabajo de verdad.

—Vaya, hacía un montón que no dábamos un paseo —dijo Makoto, que corría unos pasos por delante de su padre—. Me alegro de que te sientas mejor.

—Tú eres mi mejor médico, Makoto.

Se quedaron un rato observando a la gente que pescaba en el foso. En cuanto Makoto estornudó por segunda vez, volvieron a casa, con la promesa de repetir el paseo pronto. El reloj del parque marcaba las tres menos cuarto.

Makoto se detuvo a la entrada de la urbanización, mirando a un lado y a otro.

—Voy a ver si viene Kazzy —anunció.

—¿Y qué pasa si no quedaban juegos y viene con las manos vacías? —le chinchó Honma.

—Kazzy llamó antes para comprobarlo. ¡Sí quedaban! —Le sacó la lengua a su padre.

«Los chicos de hoy día tienen las cosas bien programadas», pensó Honma. Un mercado gigante, casi sin explotar. Makoto y él caminaron hasta que el edificio apareció frente a ellos.

Makoto se detuvo en seco. —Eh, ¿qué está pasando?

Un humo acre llegó repentinamente hacia ellos. Venía de un lado. Honma desvió la mirada hacia los incineradores de basura.

—Iré a echar un vistazo.

—Voy contigo. —Makoto corrió tras él.

Había un hombre ataviado con un mono, agachado junto a un pequeño incinerador, abanicando el humo con una de las manos y sujetando la pila de basura con la otra. Se quedó mirando a Honma, parpadeando antes de agachar la cabeza, al parecer, esperando quejas de Honma.

—Lo siento. Sólo son papeles. Han cogido algo de humedad y por eso hay tanto humo. —Nubes calientes brotaban bajo la tapa del incinerador de metal. Makoto tosió.

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