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Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

El líder de la manada (29 page)

BOOK: El líder de la manada
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Y rezar, por supuesto, es la fuerza más poderosa de diálogo interior y de intención. Incluso la ciencia moderna se está abriendo paulatinamente a la idea de que el rezo, la meditación y la fe pueden influir en las cosas de un modo nunca imaginado por los más apegados a la realidad.

Algunas técnicas para alcanzar una energía serena y firme:

— Intención clara y positiva,

— técnicas del método de interpretación,

— visualización,

— autohipnosis,

— diálogo interior,

— grabaciones estimulantes,

— afirmaciones positivas, escritas o verbales,

— citas o lecturas estimulantes,

— música,

— yoga, tai chi,

— artes marciales,

— meditación u oración.

Todos estos son medios diferentes para acceder a tu lado sereno y firme, al líder que llevas dentro. Con una energía serena y firme en tu vida, no sólo tendrás la capacidad de cambiar la vida de tu perro, sino también la tuya si lo deseas. En cuanto a los peces gordos a los que me dirigía en la conferencia, algunos aprenderán a ser líderes serenos y firmes con sus perros. Puede que ello les inspire a compartir más energía serena y firme con la gente que trabaja para ellos y el resto del mundo. Otros, por supuesto, seguirán haciendo las cosas como venían haciéndolas hasta este momento. El presidente Theodore Roosevelt dijo una vez: «La gente me pregunta cuál es la diferencia entre un líder y un jefe..., el líder trabaja abiertamente, mientras que el jefe lo hace encubiertamente. El líder lidera, el jefe conduce». Si pretendes que tu perro te siga, no puedes ser sólo un jefe. Debes ser un guía, su inspiración, un verdadero líder desde dentro hacia fuera.

‘CJ y Signal Bear, una historia con final feliz’

Trabajaba como contratista en el mantenimiento de un jardín vallado —casi del tamaño de una manzana de edificios— cuando un supervisor vino a nuestra oficina y nos dijo: «Podemos acompañarles al coche ahora que llega la hora de comer. Es que hay una chow chow preñada que anda suelta por aquí y que está aterrorizando a todo el mundo. Acabamos de llamar a los de Control de Animales para que vengan a buscarla». Yo pensé: «Vaya por Dios: ¿una chow preñada y salvaje? La dormirán, seguro». Tal era la política de los trabajadores del Control de Animales cuando se encontraban con un perro agresivo, y yo me sentí obligada a echarle un vistazo a aquella pobre futura víctima de la pena de muerte. Sin embargo, cuando llegué al aparcamiento me encontré con un perro macho muertecito de miedo. Estaba aterrorizado, ladraba, gruñía, enseñaba los dientes y corría de un lado para otro. Como directora de seguridad medioambiental y salud laboral con treinta y cinco años de experiencia, mi primer pensamiento fue «¿puedo ayudar a este animal sin ponerme en peligro a mí misma, a los demás trabajadores e incluso al propio perro? ¿Y si se escapa de este jardín, que es un lugar seguro, y sale a la calle?».

Había estado viendo el programa de El encantador de perros en la televisión, de César Millán. Yo había trabajado toda la vida con perros de rescate y exposición, de modo que pensé que sería capaz de poner a prueba algunas técnicas de las que él había hablado en su programa sin correr grandes riesgos. Recordaba en particular dos cosas que César había dicho: «depresión y agresividad suelen ser, en el fondo, frustración», y «primero hay que descargarle de energía; hay que dejar que el perro se canse». Y eso es lo que el perro hizo al final: terminó por esconderse entre la caseta de almacén y la pared de cemento, cambiando su energía agresiva por una retirada temerosa. Luego seguí los pasos que le había visto dar a César en sus casos de perros en zona roja, aunque sé que en el programa dicen que no se deben intentar en casa. Tomar control del espacio. Bloqueé la salida del perro sentándome en la entrada. Me adueñé del espacio. «Ni tocar ni hablar ni mirar a los ojos». Estuve sentada de lado a él, bloqueándole el paso, durante dos horas a casi 40 grados de temperatura. Al final el perro acabó acercándose. Yo le ignoré. Me empujó con el hocico: su energía había pasado a ser serena, firme, tranquila y equilibrada. Sin mirarle, estiré el brazo, le acaricié el hombro y al final le atraje hacia mí. Luego lo llevé en coche a casa y le presenté mi manada de cuatro perros. Lo hice tal y como lo hacía el encantador de perros.

Signal Bear, que es como lo llamé, fue el primer perro de mi manada educado al estilo del encantador de perros desde el primer momento que pasó conmigo. Me había sorprendido lo fácil que puede resultar trabajar con un perro empleando las técnicas de César; había humanizado al resto de mis perros durante diez años. Desde aquel momento, he rescatado, rehabilitado y colocado a cuatro perros más (¡por ahora!) que estaban a punto de recibir una inyección letal por supuestos e incurables problemas de comportamiento, pero que cambiaron con la aplicación firme de la fórmula de César «reglas, fronteras y limites».

La filosofía y técnicas de César no sólo nos han proporcionado una vida mejor con nuestros perros, sino que nos han ayudado a mi marido y a mí en nuestro puesto de trabajo. Tenía un cliente que llevaba años comportándose como un tirano. Hacía poco que me había estado culpando de algo injustamente y decidí cambiar de sistema con él. En lugar de sentirme y actuar como una víctima, me olvidé mentalmente de mi larga historia con él y de mi reacción habitual ante él, emotiva y temerosa. Respiré hondo para calmarme y utilicé una técnica de dispersión que había visto utilizar a César cuando paseaba a sus perros. Aunque no podía decirle a un cliente ¡chisst!, utilicé la misma energía que usa César y simplemente pronuncié su nombre mientras apoyaba la mano en su brazo. Él se quedó clavado en el sitio, su rabia se quedó en suspenso, y me miró de verdad. Luego me limité a continuar explicándole nuestros proyectos. El cliente simplemente me siguió sin protestar. ¡Había conseguido que volviese a formar parte del equipo!

8
Sanadores de cuatro patas

«Déjate iluminar.

Que la naturaleza sea tu maestra».

WILLlAM WORDSWORTH

Abbie Jaye, AJ para su amplio grupo de amigos, había pasado por cinco años de infierno. Su querido Scooby, cruce de pastor alemán con labrador, acababa de fallecer. Al poco tiempo fallecieron también su padre y su madre, con muy pocos meses de diferencia. Por otro lado, estaba intentando desesperadamente tener un niño con Charles, su marido, y sufrió cuatro abortos seguidos, cada uno más amargo para ella que el anterior. Si es verdad el dicho de que
Dios no nos da nada que no podamos soportar
, desde luego a AJ la estaba sometiendo a una dura prueba, una prueba que, durante un tiempo, ella pensó que no iba a poder superar. «Imagínate un saco de boxeo», me decía, conteniendo la emoción. «Le das un puñetazo, y vuelve después a ti, ¿no? Pues yo no tenía tiempo de recuperarme de una pérdida cuando ya tenía encima la siguiente».

El resultado de todas estas tragedias, la una tras la otra, fue que AJ comenzó a padecer una reacción psicológica al estrés agudo que estaba sufriendo y que se conoce con el nombre de trastorno de pánico. Todo lo que has aprendido acerca de cómo tu perro experimenta la acumulación de energía no liberada se aplica a todos los animales, especialmente a los humanos. Cuando las personas pasan por la clase de traumas que AJ había sufrido y no son capaces de aliviarse de tanto dolor, tristeza y frustración, la energía negativa tiene que ir a parar a alguna parte. Los ataques de pánico son un modo de liberarla. Más de cuatro millones de norteamericanos, alrededor del 5 por ciento de la población adulta, sufre de ataques de pánico, según en Instituto Nacional de Salud Mental. La gente que los ha padecido los describe como pesadillas devastadoras. Son traumas tanto físicos como emocionales: la sensación de que algo terrible aguarda tras la esquina, de que están a punto de sufrir un ataque al corazón, la sensación de que se están ahogando, o todas estas sensaciones al mismo tiempo. El ritmo cardíaco se acelera y se hiperventilan, los brazos y las piernas les tiemblan y pierden sensibilidad, y tienen la impresión de que se están volviendo locos. Algunas personas incluso se marean y llegan a perder el conocimiento. Antes de ser diagnosticadas, muchas de estas personas pasan por las urgencias de los hospitales. Lo peor de los ataques de pánico es que no siempre aparecen por una razón evidente. Quienes los padecen los describen como algo que aparece de pronto, y precisamente por eso las deja con una terrible sensación de indefensión y depresión, incluso después de que el ataque haya cesado. No saben cuándo o dónde les va a volver a ocurrir, y qué les pasará si vuelve.

AJ pasó a ser una entre los millones de personas con ataques de pánico, que temen tanto que les ocurra en un lugar público que empiezan a no salir de casa. Aquello fue devastador para AJ, porque siempre había sido una persona abierta, activa y enérgica. Siempre había asumido el papel de cuidadora, y no el de persona necesitada de ayuda. Además de ejercer su trabajo como directora de una residencia de ancianos, AJ trabajaba constantemente como voluntaria; de hecho, durante quince años había llevado a su perro, cualificado como animal apto para la terapia, y lo llevaba a que ayudase a las personas que lo necesitaban.

Los perros terapéuticos son mascotas entrenadas para entrar en hospitales, residencias de ancianos, casas de reposo, instituciones mentales y escuelas para proporcionar amor y consuelo a los pacientes y residentes. Los perros sumisos y serenos pueden ofrecer ayuda en situaciones en que a los humanos nos es imposible. Cuando vemos a una persona conectada a una máquina, no podemos evitar sentir lástima por ella. Los perros no lo ven así. Por eso muchas de las personas que están internadas en un hospital prefieren recibir la visita terapéutica de un perro que la de otro humano. Los médicos y las enfermeras están preparados para ser más imparciales, pero a veces su energía no sirve de consuelo. La suya suele ser una energía puramente intelectual. Pero un perro está siempre en un estado instintivo. Si llevas a un perro sereno, sumiso y equilibrado a una sala en el que la gente internada esté sufriendo, el perro buscará inmediatamente a la persona más débil del grupo, mejorará su energía y trabajará con el resto de la habitación hasta que consiga que todo el mundo esté en ese mismo estado de ánimo. La investigación acerca del poder curador de los animales sólo ha llegado a arañar la superficie del lazo secreto y mágico que une a animales y humanos. Por ahora se ha demostrado que las mascotas bajan nuestra presión arterial, los triglicéridos y el nivel de colesterol perjudicial para el organismo
[1]
. Si eres víctima de un ataque al corazón, tienes una posibilidad ocho veces mayor de sobrevivir un año si eres dueño de un perro. Si has sido intervenido quirúrgicamente, te recuperarás mucho más rápido con terapia animal. Pruebas químicas han demostrado que tras varios minutos de acariciar a un perro, tanto el humano como el animal producen hormonas beneficiosas como la prolactina, oxitocina y feniletilamina. Los perros de terapia se están empleando para mejorar la concentración y estimular la memoria en enfermos de Alzheimer y pacientes con depresión; ayudan a mejorar la comunicación en aquellas personas con problemas de habla, como por ejemplo pacientes de psiquiatría y con accidentes vasculares, y simplemente ofreciendo consuelo y una sensación de paz a aquellos que atraviesan situaciones estresantes
[2]
. AJ, Scooby y su otra perra, un cruce de bóxer y labrador de 3 años llamada Ginger, habían realizado esas tareas hasta que Scooby falleció. Luego un enérgico terrier de nombre Sparky y 1 año asumió las funciones de Scooby.

Pero Sparky resultó tener un talento propio y muy especial. Tanto Abbie como su marido notaron que cuando ella estaba con Sparky tenía menos ataques de pánico, y cuando los tenía, se recuperaba mucho más rápido. Sparky le aportaba una sensación de paz y tranquilidad que ningún medicamento conseguía; de hecho, el montón de fármacos que le habían prescrito para ayudarla con sus ataques de pánico o bien le causaban unos efectos secundarios terribles o no eran eficaces. Marty Becker, veterinario y coautor del libro
Healing Power of Pets
(«El poder curativo de las mascotas»), dice: «Creo que tener una mascota en casa proporciona todos los beneficios de un medicamento antidepresivo y más, pero sin efectos secundarios», y así es exactamente cómo AJ describió a Sparky. «Si pudiera embotellar lo que siento cuando estoy con él y llevarlo a Oriente Medio, se alcanzaría la paz. Porque eso es lo que me proporciona: una profunda sensación de paz y tranquilidad».

De pronto AJ vio claro que si quería recuperar su vida tendría que conseguir para Sparky la certificación como perro de asistencia, que es una responsabilidad mucho mayor que la de ser simplemente un perro de terapia. Solemos pensar en los perros de asistencia como guías para invidentes y ayudantes para personas que necesitan silla de ruedas. Pero ahora se entrena a este tipo de perros para ayudar a niños autistas y con otras discapacidades del desarrollo, para ser los oídos de los sordos, para ayudar a personas con problemas de equilibrio ¡e incluso para recordar a aquellos que padecen enfermedades crónicas que deben tomarse su medicación a la hora! Incluso existe un movimiento nuevo que promueve el empleo de estos perros en psiquiatría para que ayuden a personas con discapacidades psíquicas
[3]
, acurrucándose con ellos cuando se sienten tristes o indefensos, despertándoles si padecen hipersomnolencia o exceso de sueño y recordándoles tomar la medicación si tienen problemas de concentración o de pérdida de memoria. Porque como ya hemos visto, los perros están totalmente sintonizados con nuestros sentimientos, nuestras emociones e incluso con cambios químicos apenas perceptibles en nuestro cuerpo y en nuestra mente, llegando a ser incluso mucho más intuitivos que el psiquiatra más caro de Park Avenue, y más rápidos en su actuación que los servicios de emergencia.

Sparky ya estaba siendo el guía y el consuelo de Abbie. Pero para que pudiera estar con ella en todo momento, tendría que obtener la certificación como perro de asistencia, de modo que pudiera llevar el chaleco especial y poseer las «credenciales» que le permitieran entrar en tiendas y restaurantes, en aviones y en otros espacios públicos. Sparky pasó las pruebas básicas con facilidad, tales como obedecer órdenes y montar en coche, pero había un aspecto en el que fallaba estrepitosamente: era impredecible en situaciones públicas. Se distraía cuando pasaba una persona, o un coche, o un camión; o aún peor: podía ser agresivo con otros perros. Si no conseguía pasar esa prueba, AJ no podría utilizar la mejor medicina que tenía a su alcance, es decir, su perro. Por eso me pidió ayuda.

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