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Authors: Jordi Badia & Luisjo Gómez

Tags: #Intriga, Histórica

El legado del valle (30 page)

BOOK: El legado del valle
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—Al ver la polvareda que levantaba, llamé a Moses para indicarle que lo ocultara. No sé dónde lo escondió, pero no me cabe duda de que habrá acertado con el lugar y que llegado el momento me lo dirá.

—Y el jueves, alguien que os ha amenazado irá en su búsqueda —reflexionó en voz alta el profesor.

—Pero ¿por qué suscita tanto interés, profesor? ¿Qué valor tiene?

—Bien, tiene doble valor: por su condición de documento histórico, es decir, por su antigüedad; y, por otro lado, por su contenido, por el mensaje que transmite. Ese pergamino, si es auténtico, podría suponer un giro absoluto en mi vida profesional. ¡Imaginaos, a mis ochenta y tres años!

—Pero ¿por qué?

—Arnau, para responder esa pregunta deberé explicarte algunas nociones sobre el arte románico. Sólo así comprenderás las razones. Intentaré no aburrirte. A ti, Berta, si aún recuerdas alguno de mis cursos, no te hará falta.

—No me vendrá mal un reciclaje —contestó ella con una delicada sonrisa de complacencia.

El profesor se hizo con otro libro entre la tupida biblioteca que nos rodeaba:
El románico en las colecciones del MNAC
.

—Éste —dijo— es el libro que mejor recoge la interpretación oficial del arte románico.

Se acomodó en la silla, a fin de encontrar una postura que le permitiera afrontar una larga exposición.

—El arte románico, amigos míos, tiene unos trazos característicos presentes en casi toda la obra: en primer lugar, su
componente narrativo
. Remontaos a la Edad Media: la gente no dispone de ningún tipo de formación; la población es analfabeta en su inmensa mayoría; la cultura queda reservada a los clérigos y de algún modo, a la nobleza, y se recoge en pergaminos y libros cuya lectura estaba restringida en archivos y bibliotecas monásticas. En ese momento, el arte era el único vehículo disponible para transmitir de manera rápida y eficaz la cultura.

Al momento, las magistrales explicaciones del profesor nos captaron y nos trasladaron siglos atrás.

—Con el arte, la gente podría hacerse una idea comprensible de los personajes, así como de los mensajes que deseaban transmitir las jerarquías superiores, sabedoras de la fuerza y la influencia que las imágenes tenían sobre la sociedad. El pueblo parecía con ello asumir mejor su sumisión al poder. Poco a poco, el arte se transformó en símbolo de grandeza.

»Es importante destacar que a menudo los artistas eran laicos: profesionales itinerantes que trabajaban donde se les contratara. Fijaos: ¡fueron los primeros cómics! —afirmó el profesor, al señalar muestras clarificadoras de aquel denso libro—. ¡Hay quien dice que fue el nacimiento de la publicidad! Estructurados en celdas, narraban fundamentalmente pasajes bíblicos con clara vocación docente.

»La segunda gran característica: la
estructura bidimensional
. Debido al aún pobre desarrollo pictórico, los autores desconocían los métodos para representar la perspectiva, las sombras, el juego con la luz y, en definitiva, todo aquello que diera profundidad o tridimensionalidad a sus creaciones. Las pintaban igual que un niño hace con sus primeros dibujos.

»En tercer lugar, la
simetría
: cualquier obra románica es identificable por la estructura simétrica en la disposición de sus elementos. Y es que la simetría era reconocida como un atributo del cuerpo humano y, por extensión, de la naturaleza.

El profesor nos mostraba, uno tras otro, ejemplos de lo que trataba de explicarnos, extraídos de su paraíso bibliográfico, en una amalgama de conceptos, para mí ignorados hasta aquel momento, pese a haberme criado en el valle.

—La cuarta gran particularidad: la
iconografía
. Las obras precisaban de una alta dosis de simbología para sintetizar densos mensajes en un espacio acotado. No había ningún detalle gratuito. Todos estaban premeditados y contaban con un significado concreto: los pies descalzos, por ejemplo, simbolizan santidad; las flores junto a ellos, la fecundidad del camino de la bondad; la flor de lis, la castidad; el tetramorfo, omnipresente, simboliza a los cuatro evangelistas: el toro para san Lucas, el león para san Marcos, el águila para san Juan y el ángel para san Mateo. La seriedad de los personajes es una imposición de severidad que propaga el temor a la justicia divina, donde prevalece la «cultura del miedo» como herramienta de dominio. La almendra mística, también conocida como mandorla divina, que rodea los personajes centrales: Jesucristo y la Virgen María.

»Y ésta encadenaría con la quinta característica, la de mayor trascendencia para nosotros: la
perspectiva jerárquica
, es decir, un respeto escrupuloso al rango de cada personaje: en lo más alto, la divinidad, Cristo o María rodeados de la almendra mística:
Maiestas Domini
o
Maiestas Mariae
.

»A su lado, personajes celestiales; por debajo, los santos; y en la fracción inferior, los seres terrenales.

El profesor debió de ver en mí cierta expresión de lasitud.

—Perdonad si os canso —dijo al extraer más y más muestras ejemplarizantes de sus argumentos—, siempre es lo mismo.

—En absoluto. Resulta apasionante —afirmó Berta, comentario que suscitó por mi parte una mirada burlona.

—No me malinterprete, profesor. Estoy entusiasmado con su exposición —mentí, para añadir al instante—: Disculpe mi ignorancia, pero ¿qué tiene que ver todo esto con mi pergamino?

—Paciencia. Es preciso introduciros de manera somera en el románico para que luego os adentréis en un análisis crítico: no sólo aquel que contempla la obra, sino el que busca lo que el autor quería transmitir —sostuvo con aire solemne—. Porque, para mí —prosiguió—, la belleza de una obra va más allá de su mera contemplación. Radica en su comprensión, tanto en su globalidad como en cualquiera de sus elementos o detalles alegóricos; y mejor cuanto más imperceptibles o difíciles de descifrar sean, es decir, aquellos que permitan descubrir ideas o conceptos escondidos
ex profeso
por el autor. Es una belleza intelectual la que se encuentra detrás de las imágenes; el fondo conceptual que encubre un pensamiento, una idea, un sentimiento.

Ese ambiente intelectual nos mantenía distendidos. Por primera vez respirábamos una agradable y serena calma que nos hacía olvidar, aunque fuera por un momento, nuestra condición de fugitivos de la justicia.

Sí, aquella ilustrada lección de arte parecía borrar de nuestra memoria la imagen del sacrificio del mosén, que se difuminaba entre barnices de santos y tetramorfos, de vírgenes y ángeles, de retablos y frescos elaborados con un método casi matemático y que pasaban uno tras otro ante nuestra mirada.

—Tú viviste el final de la dictadura franquista. Yo la sufrí toda. ¿Recuerdas cómo los periodistas, artistas, cantautores… evadían la censura? Pues es lo mismo, pero en la Edad Media. Es decir, ¿fueron los artistas románicos afines a la causa de Roma? ¿Quisieron a través de la pintura mostrarnos su disconformidad?

—Entiendo —asentí embrujado.

—La mayor parte de pintores, escultores y arquitectos del románico provenían de tierras lombardas, en un trayecto que los llevó al sur de Francia, donde se asentaron doctrinas luego consideradas herejes, como la albigense.

—Albi… ¿qué?

—Es sinónimo de cultura cátara —intervino Berta—. Ya hemos hablado de eso, ¿recuerdas? —Miró a Puigdevall y explicó—: le comenté cuatro cosas de esta doctrina, por la presencia de cruces.

Asentí con la cabeza y el profesor continuó la disertación.

—Es manifiesta la influencia del románico italiano en todas las iglesias catalanas, excepto en las del Valle de Boí. Curiosa diferencia, ¿verdad? No es la única. Allí se acepta la impronta francesa, entre otras cosas porque no se representa con tanto énfasis la reforma gregoriana del siglo XI.

»Sería posible que alguno de los artistas que decoraron el Valle, quizás el autor de tu pergamino, en su periplo por tierras del Languedoc, hubiera interiorizado la doctrina cátara. Una primera hipótesis apuntaría a que quisiera dejar testimonio encubierto y secreto de sus creencias, entre barnices, con sutiles detalles y fragmentos que escaparían a la detección de sus mecenas. Pinceladas a veces incluso irónicas, con las que conseguían trazar un gesto crítico con la esperanza de que alguien, algún día, pudiera darles sentido.

Berta quiso aportar su granito de arena:

—Es evidente la influencia que dejaron los cátaros huidos del asedio franco-romano, en especial en Catalunya, por los que tomaron rutas hacia el sur. Todavía existe en la Cerdanya el Camino de los Buenos Hombres, que une Montsegur, bastión del catarismo, y el santuario de Queralt, en Berga. Fue la ruta de los albigenses en su exilio. En su curso encontramos los castillos de Bagá y de Gósol, utilizados por los desplazados. En la actualidad es el GR107, que una vez recorrí en bicicleta de montaña —concluyó sonriente.

El profesor se sirvió otra taza.

—¿Más café? —ofreció con la jarra en alto.

Con exquisita educación, nos negamos a un nuevo sufrimiento.

—Ahora, examinemos juntos tu pergamino, en concreto su parte izquierda, donde aparece desdibujada una mujer. Ayudadme un poquito —dijo con cierta sorna—. ¿No os recuerda a algún personaje de las obras que os acabo de mostrar?

Berta y yo nos miramos e hicimos un gesto negativo, con sonrisas infantiles de supina ignorancia.

—Os daré una pista. —Puigdevall dispuso sobre la mesa, en un primer plano, el Pantocrátor de Sant Climent de Taüll—. Aquí es adonde apuntan los acrósticos de tu tía y del mosén; la más bella obra, la más emblemática, la más…

—Sí —interrumpí—, se correspondería con esta mujer —añadí mientras señalaba con el dedo a la única que aparece en el fresco de Taüll, junto a los apóstoles.

—Así es, Arnau. Parecen la misma mujer, rodeada de iguales columnas y arco. Esas mujeres son una: María, en idéntica posición, con la mano derecha abierta en muestra de paz y bondad, mientras que en la izquierda sostiene un cáliz. Presente en muchos murales, pero en el Pantocrátor de Taüll representada bajo una secuencia de santos muy poco frecuente. Es una de tantas singularidades de esta obra…

Miré al profesor con seriedad, algo poco frecuente en mí.

—¿Relaciona usted mi pergamino, del que defiende su origen cátaro, con una obra católica como esta?

—Tú lo has dicho, no yo. Hemos aceptado la influencia francesa de su estilo. —El profesor, con su sonrisa perenne, alargó el brazo y se hizo con una Biblia del estante que le quedaba más próximo—. María aparece junto a otros apóstoles de manera también singular; a su lado, san Juan. —Buscó el punto que precisaba—. Ahora escucha esto: «San Juan 8-12: Otra vez les habló Jesús, diciendo: Yo soy la luz del mundo (EGO SUM LUX MUNDI) —se ocupó de traducir con su mirada fija en mis ojos, antes de continuar—: el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida». —Tras una breve pausa, continuó—: Querido Arnau, ¿sabes en qué basa el catarismo la interpretación de la figura de Jesucristo, antagónica a la del catolicismo?

—No sea sarcástico —contesté sonriente—. Sabe muy bien que lo desconozco.

—En el Evangelio de san Juan. El que el autor quiso destacar con la cita del libro que sostiene Jesucristo, precisamente la que contiene el mayor concepto que aleja a cátaros y católicos: Jesucristo es espíritu, su mensaje es luz divina: nada terreno. Para el autor del Pantocrátor, subrayar esa cita, que no colisiona en absoluto con el catolicismo, podría ser una señal de proximidad con la cultura cátara. Hay más —agregó llevado de su propia pasión—: los cátaros sostenían, entre otras cosas, que Jesucristo no murió en la cruz, por lo que tampoco veneran ese símbolo. —Nos acercó de nuevo el libro de las colecciones románicas del MNAC y pidió—: Buscadme una cruz, una sola cruz, en el Pantocrátor.

Sabía que no la hallaríamos.

—Sí, sí, en el Pantocrátor —insistía—, adonde apuntan todos los elementos que os han traído aquí. Pocas, poquísimas cruces encontraríamos en el resto del románico catalán. Sin embargo, lo contrario sucede en escudos de armas y muchos otros emblemas del mismo tiempo. Pero casi ninguna aparece en el arte románico.

Berta y yo escudriñamos la obra.

—No queda todo ahí —prosiguió—: a lo largo de los Pirineos, y a pesar de las múltiples escenas bíblicas que se reproducen en el románico, dada su función divulgativa, escasas muestras hallamos (diría que tan sólo un par) del suceso más trascendente del cristianismo, según la visión católica: la muerte de Jesucristo en la cruz. No obstante, siglos más tarde, la cruz católica (que no la cátara) tendría presencia por doquier, y se convertiría en el gran símbolo de nuestra civilización.

»El arte, amigos, permanece estático a lo largo del tiempo; la religión, aunque con lentitud, cambia. Por eso, con el arte religioso, contamos con un fiel testimonio de las creencias de nuestros antepasados. Bien, conste que os comunico avances que no son míos, sino de un teólogo e historiador con quien colaboro. —Bebió un largo sorbo de café—. Aparte de su factura francesa, de su espectacularidad, o de sus hipotéticas conexiones cátaras, hay más peculiaridades en el Pantocrátor respecto al resto de murales de la zona. El color rojo, por ejemplo. ¿Lo veis? Sólo aquí lo encontramos con tal intensidad y fuerza. Y es que los técnicos descubrieron en sus pigmentos la presencia de cinabrio. Algo exclusivo de Sant Climent de Taüll.

»La presencia del cinabrio, o sulfuro de mercurio, es otro dato enigmático, sorprendente, porque en España sólo hay cinabrio en Ciudad Real, en Almadén, que en esa época era territorio de al-Andalus. ¿Formaría parte de algún botín arrebatado en la Reconquista? ¿Sería la aportación de algún musulmán asentado en el Valle? ¿Fueron en su busca? ¿Quiso el autor destacar con ello alguno de los elementos de ese color?

»Cierto que encontramos muchos motivos en color rojo, pero hay uno tan trascendente como enigmático, que tiene como protagonista a la mujer que aparece en el pergamino: del cáliz sagrado que sostiene María surgen rayos rojos ascendentes.

No quise interrumpir el callado momento que dedicó el profesor a recuperar fuerzas de su dilatado discurso, que poco después retomó:

—Como veis, el Pantocrátor cumple las características antes comentadas propias del románico. Componente narrativo: Jesucristo nos invita a conocer la palabra de Dios, la «luz del mundo»; nada que decir, por su obviedad, sobre la estructura bidimensional o la simetría, pero la iconografía y la perspectiva jerárquica introducen misterios.

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