Read Cita con Rama Online

Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

Cita con Rama (26 page)

BOOK: Cita con Rama
8.71Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

De los residuos se disponía en forma muy simple: todo se arrojaba al mar, donde presumiblemente era reducido a fragmentos que volvían a utilizarse. El proceso era rápido. La
Resolution
desapareció de la noche a la mañana, con gran indignación de Ruby Barnes. Norton la consoló argumentando que la balsa había cumplido magníficamente su misión, y que de todas maneras él jamás habría permitido que nadie la volviera a usar. Los tiburones del Mar Cilíndrico no serían tal vez tan discriminativos como los «cangrejos barrenderos».

Ningún astrónomo, al descubrir un nuevo planeta, se habría sentido mas feliz que Rousseau cuando descubrió un nuevo tipo de «biot» y se aseguró una buena foto del mismo a través de su telescopio. Lamentablemente, parecía que todas las especies interesantes estaban en el Polo Sur, donde realizaban misteriosas tareas alrededor de las astas. De cuando en cuando podía verse algo parecido a un ciempiés con almohadillas de succión que exploraba el Gran Cuerno; mientras que Rousseau había alcanzado a ver a un ser enorme, algo que parecía un cruce de hipopótamo y tractor, entre las astas más bajas. Y había incluso una especie de jirafa con dos pescuezos que aparentemente hacía las veces de grúa movible.

Era fácil presumir que Rama, como cualquier nave, requería exámenes, revisiones y reparaciones después de su inmenso viaje. La tripulación ya estaba trabajando a pleno rendimiento. ¿Cuándo aparecerían los pasajeros?

La clasificación de los biots no era la principal tarea confiada a Rousseau. Sus órdenes eran vigilar a los dos o tres grupos de exploradores que estaban siempre de recorrida, ver que no corrieran peligro, y advertirles si algo extraño se les aproximaba. Se turnaba, cada seis horas, con cualquier otro miembro de la tripulación que pudiera relevarlo, aunque en ocasiones había estado en su puesto doce horas seguidas. En consecuencia, conocía ahora la geografía de Rama mejor que cualquiera de sus compañeros, mejor que cualquier hombre en los años por venir. Había llegado a serle tan familiar como las montañas de Colorado en su niñez.

Cuando el teniente comandante Kirchoff emergió de la puerta Alfa, Rousseau supo al punto que algo inusitado estaba sucediendo. El cambio de personal nunca tenía lugar durante el periodo de descanso, y, de acuerdo con el horario de misión era ahora pasada la medianoche. Luego Rousseau recordó cuán faltos de gente estaban, y se sobresaltó al caer en la cuenta de otra irregularidad.

—Jerry..., ¿quién se ha quedado a cargo de la nave?

—Yo —respondió Kirchoff fríamente al quitarse el casco—. No habrás pensado que soy capaz de abandonar el puente mientras estoy de guardia, ¿verdad?

Abrió uno de los bolsillos de su traje espacial y retiró un pequeño recipiente que ostentaba una etiqueta: «Zumo de Naranjas concentrado, para hacer cinco litros».

—Tú eres hábil para esto, Pieter. El capitán lo está esperando.

Rousseau levantó el recipiente y dijo:

—Espero que hayas puesto suficiente peso dentro. A veces las cosas quedan detenidas en la primera terraza.

—Bueno, tú eres el experto.

Eso era cierto. Los vigías del cubo habían tenido ocasión de hacerse prácticos en el envío de pequeños objetos olvidados arriba o que de pronto se necesitaban. El secreto consistía en hacerlos pasar por la región de la baja gravedad, y luego cuidar de que el Efecto Coriolis no los arrastrara demasiado lejos del campamento durante la rodada de ocho kilómetros hasta la planicie.

Rousseau se ancló a sí mismo con firmeza, tomó el recipiente y lo arrojó con todas sus fuerzas por la pared del risco. No lo dirigió directamente hacia el Campamento Alfa, sino casi a una distancia de treinta grados.

Casi inmediatamente, la resistencia del aire le quitó al recipiente su velocidad inicial, pero en seguida la seudogravedad de Rama se impuso y el recipiente comenzó a descender a una velocidad constante. Chocó una vez cerca de la base de la escala, y rebotó con un movimiento de cámara lenta. El rebote lo alejó de la primera terraza.

—Ahora ya no habrá problemas —decretó Rousseau—. ¿Quieres hacer una apuesta?

—No —fue la pronta respuesta—. Tú sabes las trampas.

—¡No eres un deportista! Pero te diré qué pasará: el recipiente se detendrá a trescientos metros del campamento.

—No es muy cerca que digamos.

—Puedes tratar de hacerlo tú en cualquier momento. Una vez vi a Joe errar en un par de kilómetros.

El recipiente ya no rebotaba; la gravedad era ahora bastante fuerte como para mantenerlo casi pegado a la cara curvada de la cúpula norte. Al llegar a la segunda terraza rodaba a unos veinte o treinta kilómetros por hora, alcanzando casi el máximo de velocidad permitido por la fricción.

—Ahora tendremos que esperar —dijo Rousseau, sentándose frente al telescopio para seguir el rastro al recipiente mensajero—. Llegará en unos diez minutos. Ah, ahí tenemos al jefe. Me he acostumbrado a reconocer a la gente desde este ángulo. Ahora el jefe levanta la cabeza y mira hacia nosotros.

—Creo que ese telescopio te da una sensación de poder.

—¡Oh, ya lo creo que sí! Soy la única persona que sabe todo lo que está pasando en Rama. Por lo menos —añadió quejosamente mientras dirigía una mirada de reproche a Kirchoff— creía que lo era.

—Si te hace más feliz, el jefe ha descubierto que se ha quedado sin dentífrico y me ha ordenado que se lo traiga.

Después de eso, la conversación languideció. Hasta que Rousseau dijo:

—Quisiera que hubieses aceptado esa apuesta. El jefe sólo tendrá que caminar treinta metros. Ahora lo ve. Misión cumplida.

—Gracias, Pieter, ha sido un trabajo muy bueno. Ahora puedes irte a dormir otra vez.

—¡Dormir! Estoy de guardia hasta 04,00.

—Lo lamento. Debías estar durmiendo. Si no, ¿cómo pudiste soñar todo esto?

Cuartel General Vigilancia del Espacio. Al Comandante del
Endeavour
.

Prioridad AAA. Clasificación: Sólo para sus Ojos. Sin Registro Permanente,

Guardia del Espacio Informa de un Vehículo de Velocidad Ultra-alta Lanzado Aparentemente desde Mercurio Diez o Doce Días Atrás, Interceptará Rama. Si no se Produce Cambio de Órbita se Predice Llegada Fecha 322 Días, 15 Horas. Podría ser Necesario que se Retiraran Ustedes Antes. Les Mantendremos Informados.

Comando en Jefe.

Norton leyó el mensaje media docena de veces para memorizar la fecha. Era muy difícil llevar la cuenta del tiempo en Rama; tuvo que mirar su reloj calendario para ver que estaban en el día 315. Esto les dejaba sólo una semana más de tiempo.

El mensaje era estremecedor, no tanto por lo que decía sino por lo que implicaba. Los mercurianos habían lanzado un vehículo espacial clandestino, lo cual constituía en sí mismo una violación a las leyes del espacio. La conclusión era obvia: el tal vehículo sólo podía ser un misil.

Pero, ¿por qué? Era inconcebible —bueno, casi inconcebible— que Mercurio se arriesgara a poner en peligro al
Endeavour
. Así que, presumiblemente, no tardaría en avisarle con amplitud adecuada. En una emergencia podría abandonar Rama en pocas horas, aunque sólo lo haría, y bajo extrema protesta, en obediencia a órdenes directas del Comando en jefe.

Lenta y pensativamente se encaminó hasta el improvisado complejo de supervivencia y dejó caer el mensaje en uno de los aparatos de saneamiento eléctricos. El resplandor brillante de la luz Láser, asomado por un intersticio bajo la tapa, le dijo que las exigencias de la seguridad estaban satisfechas.

Lástima, se dijo, que no fuera posible disponer de todos los problemas en forma tan expeditiva e higiénica.

El misil

E
l misil estaba todavía a cinco millones de kilómetros cuando el resplandor de sus propulsores de frenado se hizo claramente visible en el principal telescopio del
Endeavour
. Para entonces el secreto había dejado de serlo, y Norton ordenó de mala gana la segunda y quizá definitiva evacuación de Rama. Pero, no tenía intención de irse hasta que los hechos no le dejaran alternativa.

Cuando completó su maniobra de freno, el indeseable visitante de Mercurio estaba sólo a cincuenta kilómetros de Rama, y al parecer hacía un reconocimiento completo con sus cámaras de T.V. Estas eran claramente visibles —una delante y otra atrás— así como varias pequeñas omniantenas y un gigantesco plato direccional, dirigido a la estrella distante de Mercurio. Norton se preguntó qué instrucciones llegaban desde ese rayo de luz y qué información devolvía.

No obstante, los mercurianos no podían enterarse de otra cosa que lo ya sabido; todo lo descubierto por el
Endeavour
había sido divulgado a través del sistema solar. Ese vehículo espacial que había superado todos los récords de velocidad para llegar allí, podía ser sólo una extensión de la voluntad de sus amos, un instrumento de su propósito. Ese propósito pronto sería conocido, ya que dentro de tres horas el embajador de Mercurio ante los Planetas Unidos hablaría en la Asamblea General.

Oficialmente, el misil no existía. No llevaba marca de identificación, y no transmitía en una banda de frecuencia standard. Eso significaba una seria violación de las reglas, pero ni siquiera Vigilancia Espacial había formulado todavía una protesta formal. Todos aguardaban, con nerviosa impaciencia, a ver qué haría Mercurio a continuación.

Hacía tres días que habían sido anunciados la existencia y origen del misil. Durante todo ese tiempo los mercurianos permanecieron obstinadamente silenciosos. Eran maestros en el arte de callar cuando les convenía.

Algunos psicólogos declaraban que era casi imposible llegar a comprender a fondo la mentalidad de alguien nacido y criado en Mercurio. Exiliados para siempre de la Tierra por su gravedad tres veces más poderosa, podían pararse en la Luna y mirar a través de ese estrecho abismo el planeta de sus antecesores, en algunos casos de sus padres, pero nunca visitarlo. Y así, inevitablemente, proclamaban que no querían hacerlo.

Pretendían despreciar las lluvias suaves, las onduladas praderas, los lagos y mares, los cielos azules, todo lo que ellos sólo podían conocer a través de grabaciones. A causa de que su planeta estaba inundado de tal energía solar que la temperatura durante el día llegaba a menudo a seiscientos grados, ellos afectaban una resistencia algo fanfarrona, que no resistía el menor análisis. En efecto, tendían a ser físicamente débiles, puesto que sólo podían sobrevivir si se aislaban totalmente de su entorno. Aun cuando hubieran tolerado la gravedad, un mercuriano habría quedado rápidamente incapacitado por un día de calor en cualquier país ecuatorial de la Tierra.

Sin embargo, en asuntos de verdadera importancia eran resistentes, duros. Las presiones psicológicas de esa estrella rapaz tan al alcance de la mano, los problemas de ingeniería surgidos de la necesidad de arrancar de su empecinado planeta todo lo que fuera menester para la subsistencia, habían producido una cultura espartana y en muchos sentidos admirable.

Se podía confiar en un mercuriano; si él prometía algo, seguro que lo cumpliría, aunque el precio exigido sería considerable. Ellos mismos solían bromear asegurando que si el sol mostraba alguna vez señales de convertirse en una nova, se comprometerían para controlarlo... una vez fijado el precio. Y era una broma, no precisamente entre los mercurianos, que cualquier niño que mostrara signos de interés por el arte, la filosofía y la matemática abstracta, era inmediatamente vuelto a labrar en las granjas hidropónicas. En lo que a criminales y psicópatas concernía, eso no era una broma ni mucho menos. El crimen era uno de los lujos que Mercurio no podía permitirse.

El comandante Norton había ido a Mercurio en una ocasión y quedó enormemente impresionado, como la mayoría de los visitantes. Hizo muchas amistades, se enamoró de una chica en Puerto Lucifer, e incluso consideró la posibilidad de firmar un contrato por tres años, pero la oposición de los padres de ella, que desaprobaban a todo el que no fuera de la órbita de Venus, era demasiado firme. Lo cual fue para bien.

—Un mensaje Triple-A desde la Tierra, jefe —anunciaron desde el puente—. Voz y texto del Comando en jefe. ¿Listo para recibirlo?

—Registre el texto y archívelo. Déjeme oír la voz.

—Ahí va.

La voz del almirante Hendrix sonaba tranquila y natural, como si estuviese impartiendo una orden de rutina a la flota, en lugar de estar tratando una situación única en la historia del espacio.

Pero, claro, él no se encontraba a diez kilómetros de una bomba de tiempo.

—El Comando en jefe al comandante,
Endeavour
. Este es un rápido resumen de la situación tal como la vemos ahora. Ya sabe que la Asamblea General se reúne en 1400, y usted va a escuchar su desarrollo. Es posible que deba entrar en acción inmediatamente, sin consulta previa; de ahí este resumen.

»Hemos analizado las fotos que nos envió. El vehículo es una sonda espacial standard, modificada para un mayor potencial y probablemente con un arranque Láser para la aceleración inicial. Dimensión y masa compatibles con una bomba de fusión de un alcance de quinientos a mil megatones. Los mercurianos utilizan cien megatones como rutina en sus operaciones de minería, de modo que no habrán tenido dificultad en reunir semejante material de guerra.

»Nuestros expertos estiman además que ésa sería la mínima medida necesaria para asegurar la destrucción de Rama. Si la carga fuese detonada contra la parte más delgada de la corteza, debajo del Mar Cilíndrico, dicha corteza se quebraría y la rotación del cuerpo completaría su desintegración.

»Presumimos que si proyectan un hecho semejante, le proporcionarán a usted oportunidad y tiempo para alejarse. Para su información, el destello del rayo gamma de una bomba de ese poder podría resultar peligroso para su nave hasta una distancia de mil kilómetros.

»Sin embargo, el peligro mayor no es ése. Los fragmentos de Rama, con un peso de toneladas y girando a casi mil kilómetros por hora, podrían destruir al
Endeavour
a una distancia ilimitada. Por lo tanto le aconsejamos que avance a lo largo del eje de rotación, ya que ningún fragmento volará en esa dirección. Diez mil kilómetros le proporcionarán un adecuado margen de seguridad.

»Este mensaje no puede ser interceptado; es emitido por vía múltiple-seudo al azar, por eso he hablado claramente. Su respuesta puede ser captada, por lo tanto hable con discreción y utilice la clave cuando sea necesario. Le llamaré apenas terminen las conversaciones de la Asamblea General. Fin del mensaje. Comando en jefe, fuera».

BOOK: Cita con Rama
8.71Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

After Sundown by Anna J. McIntyre
More Than Lies by N. E. Henderson
Star Trek by Dayton Ward, Kevin Dilmore
The Lipstick Laws by Amy Holder
The Arrival by CM Doporto
Isabella’s Airman by Sofia Grey