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Authors: Elsa Punset

Tags: #Ensayo, Ciencia

Una mochila para el Universo (24 page)

BOOK: Una mochila para el Universo
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Las ideas pueden pues proporcionarnos mucho placer. Lograr generar y disfrutar de esta capacidad característicamente humana alimenta una vida dotada de sentido y de creatividad. Vamos a ver ahora qué elementos y técnicas nos pueden ayudar a poner en marcha y a concretar las metas que derivamos de nuestra capacidad de soñar y de crear.

CAPÍTULO SEIS
LA ESCUELA DE LA BUENA SUERTE
Cómo ser creativo, cambiar tu suerte y cumplir tus metas

De la vida me interesa sobre todo lo que no me dicen, lo que no salta a la vista. Por ejemplo, ¿qué hacen las personas a las que parece que la vida siempre les sonríe?

¿Es una pregunta ilusa? ¡Es que quiero hacer exactamente lo que hacen ellas! Ya sé que solemos culpar a la buena y a la mala suerte de casi todo lo que nos pasa, sin embargo existen infinitos ejemplos que prueban que una persona puede lograr metas importantes con el viento en contra. ¿Pero cómo? Imaginen a tres hermanas muy unidas, que además son escritoras de éxito. ¿Verdad que la estampa suena a suerte, éxito y felicidad? Pues miren con lupa lo que la letra pequeña de estas vidas, como la de tantas otras, esconde en realidad. Allá por 1821, Charlotte Brontë, una de estas hermanas privilegiadas, tenía apenas cinco años cuando su madre murió. La enviaron, junto a tres hermanas mayores, a un siniestro internado. Dos hermanas de Charlotte contrajeron tuberculosis y murieron. Con el paso de los años las hermanas supervivientes, Charlotte, Emily y la pequeña Anne, trabajaron como gobernantas y maestras, dos de las pocas formas dignas, aunque desde luego nada divertidas, que se ofrecía a una mujer entonces para ganarse la vida. Finalmente decidieron regresar a su hogar de la infancia y fundar allí una escuela.

Fue una decisión valiente y atrevida: tenían un sueño y lo pusieron en marcha. A todos nos gusta que nuestros sueños logren plasmarse. Las hermanas Brontë, cuando lo tuvieron todo a punto, pusieron un anuncio en prensa invitando a las posibles alumnas de su escuela a interesarse por ella. Podía haber sido una explosión de éxito, una celebración de la tenacidad y del trabajo bien hecho. Se lo merecían. Pero ¿os lo podéis creer? El cartero, día tras día, legó con las manos vacías. Nadie, absolutamente nadie, contestó a su anuncio. Tuvieron que renunciar a su sueño. Y de repente, en 1847, las tres hermanas lograron publicar con éxito sus libros. Debió de ser en torno a aquella época cuando Charlotte Brontë aseguró que «si no existiese la adversidad, la prosperidad no sería tan bienvenida». La dicha sin embargo fue corta: Anne y Emily, autoras respectivamente de Agnes Grey y de Cumbres Borrascosas, murieron al poco tiempo de tuberculosis. Unos años más tarde, Charlotte, la hermana superviviente, decidió hacer algo que había rechazado repetidamente hasta entonces: con el arrojo de los valientes, o tal vez de los desesperados, decidió casarse. Con treinta y ocho años se quedó embarazada, y seguramente disfrutó durante unos meses de un nuevo soplo de inesperada prosperidad. Pero antes de dar a luz, murió víctima de la tuberculosis que había aniquilado a todas sus hermanas.

Y ahora leamos la trágica historia desde otro prisma… Porque aquella experiencia vital sembrada de muertes y de carencias ha colmado de dicha, indirectamente, a innumerables lectores. Y es que Charlotte Brontë volcó la experiencia vivida en su infancia en Jane Eyre, una obra alimentada por su propia vida, dramática y nada envidiable. Sus páginas nos recuerdan que, a menudo, es precisamente en la superación de los obstáculos donde nace la fuerza de las personas para conseguir sus metas. ¿Alguien se apunta a treinta y ocho años plagados de rechazos, tuberculosis y muertes a cambio de un libro inolvidable? Nos gustaría alcanzar metas y tocar la gloria, pero quisiéramos transitar por un camino más ligero, menos doliente. ¿Existirá algún atajo? En estas páginas encontraréis respuestas concretas a mi pregunta ilusa. ¿O no tan ilusa? Admitido, el precio del éxito puede ser alto, pero tal vez merezca la pena sobreponerse a obstáculos y tropiezos si el fruto es un pedacito de eternidad para uno mismo… y para los demás.

RUTA 16. ATAJOS PARA VENCER
LOS CAMBIOS Y LA PEREZA

No nos gusta cambiar de opinión

Empecemos el recorrido por estas rutas de montaña escarpadas reflexionando acerca del nacimiento de una idea y su posterior transformación en algo hermoso o útil.

¿Cómo generamos nuestras ideas y creencias? La respuesta a esta pregunta tiene un impacto muy grande sobre nuestras vidas. Por ejemplo, ¿sabe mi lector que a los humanos nos cuesta más cambiar de opinión que a los chimpancés? Pido a mis lectores un esfuerzo para visualizar el experimento que voy a contar a continuación, realizado por Victoria Horner en la Universidad de St. Andrews, en Escocia
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. Se enseña a varios niños cómo conseguir una recompensa que dispensa un mecanismo insertado en una caja cuadrada, con tres pasos diferenciados: primero, con un bastón se abre un pestillo en la parte superior de la caja para facilitar el acceso a un agujero; segundo, se introduce el bastón por el orificio, golpeando varias veces; y finalmente, se extrae la recompensa de una trampilla que da acceso a un dispensador.

Debido a que la caja es negra y opaca, no se puede ver la relación entre causa y efecto y por tanto los niños no pueden saber que los dos primeros pasos que están realizando a petición de los investigadores son inútiles. Sin embargo, cuando se indica a los niños que repitan la rutina aprendida de los tres pasos con una caja cuyo mecanismo interno es idéntico, pero que es transparente, éstos —que en teoría deben darse cuenta en este punto de que los dos primeros pasos no tienen utilidad alguna—, para sorpresa de los investigadores, repiten las acciones inútiles en la caja transparente sin importarles el resultado. Es decir, que parece que los niños tienden a imitar las acciones, aunque no sirvan de nada concreto.

Cuando estas pruebas se repitieron con chimpancés, los resultados fueron completamente diferentes: estos imitaban correctamente los pasos cuando se les hacía practicar con la caja negra opaca, pero en cambio, cuando se enfrentaban a la transparente, eran capaces de saltarse los pasos inútiles y de ir directamente a la recompensa.

¿Por qué los niños no usaron la lógica para extraer la recompensa de una manera más eficaz?

Lo que realmente quería estudiar Horner mediante esta prueba es si los chimpancés y los niños usan la emulación o la imitación para aprender. La emulación es el proceso de aprendizaje que se centra en los resultados de las acciones. Por el contrario, la imitación es la reproducción detallada de todos los elementos del proceso, que incluye desde cómo cogerlo hasta la posición del brazo. Esto nos indica que hay una razón evolutiva de peso que explica por qué nos cuesta cambiar de opinión: los humanos aprendemos por imitación, y repetir patrones de conducta aprendidos por imitación, sin cuestionarlos, forma parte del kit de supervivencia humano.

Las ventajas de una reproducción exacta de las conductas son diversas. En la mayoría de los comportamientos que tienen que ver con la vida en sociedad, lo importante no es el resultado final sino la manera en que lo haces. Aprender conductas asociadas a convenciones sociales es un conocimiento importante para los primates humanos y no-humanos. Además, imitar fielmente permite que cualquier innovación se difunda con rapidez por una población.

A medida que avanza la vida, los seres humanos abandonamos las estrategias de imitación para usar otras de carácter más emulativo. Por esta razón, cuando esas pruebas se realizaron con varios adultos humanos, éstos optaban por estrategias más parecidas a las de los otros primates (iban directos a por la meta).

Gracias a este tipo de estudios, sabemos que en la vida en sociedad no basta con el resultado: la manera en la que se desarrolla el proceso es de vital importancia, pues de ello dependerá la aceptación o rechazo de la «manada». En muchas de las acciones que levamos a cabo en grupo, el objetivo último es irrelevante. Lo importante es cómo las hacemos y si están en línea o en contradicción con las normas sociales. Por ésta y otras razones, sabemos que la imitación es una estrategia adaptativa humana favorecida por la selección natural en la que lo que importa es el camino, no el destino final.

Imitar es un mecanismo evolutivo de aprendizaje, algo programado en el cerebro. Nos da seguridad, nos hace similares al resto de la manada. Por tanto, tendemos a querer comportarnos como lo hacen los demás, como siempre lo hemos hecho. Es una de las razones por las cuales nos cuesta cambiar de opinión:

«Siempre lo he hecho así, así es como aprendí a hacerlo».

¿Nos es más fácil cambiar de opinión si tenemos buenas razones para ello?

Los hechos objetivos no nos ayudan necesariamente a cambiar de opinión. Diversos estudios levados a cabo en 2005 y 2006 en la Universidad de Michigan demuestran que las personas que menos saben acerca de un tema determinado, especialmente si tienen ideas políticas muy arraigadas, casi nunca cambian de opinión, aunque se les suministren hechos objetivos (más bien actúan al revés). Otro estudio, éste del investigador Hugo Pardo Kuklinski, sugiere que si intentas corregir las opiniones de las personas a través de los medios de comunicación o similares no consigues nada, ya que a medio plazo vuelven a lo que les hace sentirse seguros, a sus opiniones. Un estudio de 2006 de la Universidad Stony Brook de Nueva York muestra que también los pensadores más sofisticados se resisten a cambiar de opinión: hay un 10 por ciento de sus creencias que son prácticamente inamovibles, además de completamente equivocadas. Muchos estudios muestran que las personas con opiniones políticas muy fuertes suelen estar poco informadas. Esto se repite en todos los ámbitos estudiados: inmigración, sanidad, armas, educación… Se denomina el síndrome de «Sé que tengo razón» y se refiere a que no sólo la mayoría se resiste a cambiar de opinión a pesar de los hechos objetivos, sino que la gente que más necesitaría cambiar de opinión menos lo hace.

¿Por qué nos resistimos a cambiar de opinión?

Resistirse a cambiar de opinión es un mecanismo natural para evitar lo que se denomina la «disonancia cognitiva», es decir, pensar cosas que no te cuadran acerca de un tema. Por ejemplo, si eres fumador, te resulta incómodo fumar y, simultáneamente, saber que fumar es dañino para tu salud. Esto te genera una disonancia cognitiva que querrás aliviar dejando de pensar en el tema o negando la realidad («Es muy exagerado eso que dicen de que fumar mata… La gente muere aunque no fume… Si no fumase engordaría, y eso sería también perjudicial…»). Resulta muy amenazante admitir que no tienes razón. En estos casos el cerebro se inhibe y prefiere no considerar siquiera la posibilidad de estar equivocado.

¿Nuestras opiniones provienen de nuestras creencias o de una realidad objetiva?

En general nos gusta pensar que nuestras opiniones se han formado a lo largo del tiempo de forma sosegada y justa. Pero en realidad solemos basar nuestras opiniones sobre nuestras creencias, y desgraciadamente las creencias suelen tener poco que ver con los hechos objetivos. No son los hechos los que construyen las creencias, sino que son nuestras creencias las que nos hacen fijarnos en determinados hechos. Las investigaciones muestran que tendemos a interpretar la información de forma subjetiva, para que refuerce nuestras opiniones. La respuesta a todo esto está en nuestros cerebros, que buscan la coherencia. Aceptamos de forma pasiva la información que refuerza lo que ya creemos, y en cambio rechazamos activamente la información que no nos «cuadra»; este mecanismo se llama «razonamiento motivado».

En un mundo ideal deberíamos vigilar la información que nos lega, controlar las fuentes y la forma en la que nuestros cerebros la procesan. Pero cuestionarse constantemente cuesta mucho esfuerzo y puede resultar agotador; por ello, una vez que internalizamos nuestras creencias, nos cuesta mucho cambiarlas.

¿Es importante estar abierto a cambiar de opinión en tiempos de crisis?

Cambiar de opinión en tiempo de crisis es fundamental para poder sobrevivir, tanto en crisis económicas como personales. Para facilitar los cambios necesarios para ajustarse a las crisis, se aconseja cambiar de entorno, incluso de lengua o de país, pero esto es justo lo contrario de lo que tendemos a hacer cuando nos sentimos amenazados, puesto que intentamos replegar velas y aferrarnos a lo conocido. Uno de los entornos que más dificulta el cambio es el familiar, donde las personas han crecido desarrollando un papel rígido que nuestros familiares suelen querer mantener por costumbre y por instinto de supervivencia, aunque no nos haga felices ni a nosotros ni a ellos.

¿Cómo podemos cambiar de opinión?

Podemos reforzar nuestra auto-estima y bajar las defensas del miedo. Hay un estudio de Brendan Nyhan, profesor del Darmouth Colege de Hanover (Estados Unidos), que muestra que cuando propones a una persona un ejercicio de autoafirmación, está más abierta a considerar información nueva, puesto que no se siente tan amenazada o insegura. Es por eso por lo que los líderes políticos populistas se benefician cuando la gente está nerviosa o agitada: se les controla más, los retos les amilanan y están tan estresados que ni los registran correctamente.

Nuestros cerebros están diseñados para tomar atajos y adquirir informaciones que les permitan aferrarse aún más a sus creencias. Es lógico, porque así evitamos esa sensación tan desagradable de estar perdidos en un mundo muy complicado, de no saber dónde pertenecemos y qué podemos creer. Si te sientes acorralado en una situación a la que no ves salida, probablemente tienes miedo a perder algo. Enfréntate a ese miedo: ¿a qué tengo miedo? ¿Qué me da miedo perder? Busca soluciones que te ayuden a escapar de la cárcel del miedo en la que te has encerrado: una amistad o relación amorosa dependiente, por ejemplo, se alivia si abres tus horizontes y te planteas que no necesitas depender de una sola persona, y trazas un plan para abrirte al mundo exterior y hacer nuevos amigos.

Puedes ayudar a tu cerebro a no engañarse a sí mismo y a los demás. Tú no eres el conjunto de tus creencias: eres mucho más que eso. Así que atrévete a cambiar de opinión, de creencias y de circunstancias.

¿Por qué nos da pereza ponernos manos a la obra?

Hay una cierta sensación de que la gente que tiene éxito lo debe, sobre todo, a sus circunstancias o a la suerte. ¿Tú qué crees? Lo cierto es que, aunque la suerte y las circunstancias puedan jugar un papel más o menos determinante, la inmensa mayoría de la gente que vive en aquellos países donde el umbral de pobreza es bajo y hay acceso a la sanidad y la educación, esto es, las personas que no están luchando por sobrevivir, logran sus metas porque se han puesto manos a la obra, porque han trabajado para lograr lo que desean y han tenido que superar la tentación de dejarse levar por una vida más cómoda. Un ejemplo conocido es el del cómico norteamericano Jerry Seinfeld, un clásico «triunfador» que arrasó con su programa en televisión
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(aunque rechazó una oferta de noventa millones de dólares para hacer una última temporada). Sus comienzos fueron muy duros, sin embargo triunfó por su fuerza de voluntad. ¿Sabes qué truco usaba? Es una técnica muy simple: le daba pereza empezar a escribir cada día, pero le encantaban las galletas, así que ponía un bote bien lleno al lado de un folio en blanco y, si escribía, como premio se comía unas cuantas. La idea es que si tienes una meta a largo plazo, puedes dividirla en pequeñas metas y premiarte cada vez que logres alcanzar una de ellas. Basta con una recompensa tan modesta como una galleta.

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