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Authors: Henning Mankell

Tea-Bag (12 page)

BOOK: Tea-Bag
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—¿Por qué ibas a hacerlo?

—Ellos no pueden saberlo.

—No se puede hacer un curso de escritura con vosotras si todos tienen que saber de qué hablamos a cada momento. Escribir es contar historias desde dentro de uno mismo. Se trata de desvelar nuestros pensamientos más íntimos.

Leyla reflexionó.

—No necesitas leer lo que hemos escrito. Pero tenemos que recuperar nuestros papeles para poder enseñarlos cuando lleguemos a casa. Excepto Tanja, como es natural.

—¿Por qué ella no?

—No tiene familia. Nosotros somos su familia.

Jesper Humlin se dio cuenta de que no llegaría más lejos. Se puso en pie.

—No pienso hablar de lo que han escrito las muchachas —gritó.

Inmediatamente se oyó un murmullo de descontento en la habitación.

—Pero, por supuesto, ellas pueden quedarse con lo que han escrito.

Las protestas cesaron poco a poco. Jesper Humlin volvió a sentarse, miró a Leyla con agradecimiento y empezó a revisar los papeles. El primero que miró era el de Tanja. Estaba en blanco, excepto un pequeño dibujo de un corazón que parecía sangrar. Nada más. Jesper Humlin se quedó un rato mirando el dibujo del corazón que sangraba o tal vez lloraba. Luego miró a Tanja. Pero ella no buscó su mirada y continuaba mirando fijamente hacia un punto que parecía estar lejos, más allá de las paredes de la asfixiante habitación. Dobló el papel, notó que le interesaba el pequeño dibujo que había hecho y volvió a dejarlo delante de ella.

El siguiente papel era de Leyla. Quería ser escritora para poder contar qué se sentía viviendo como fugitiva en un país extraño como Suecia. Pero ella además había añadido algo con sinceridad. «Quiero aprender a escribir para ser delgada.» Jesper Humlin pensó que ésa era de todos modos una de las respuestas más sinceras que había recibido a la pregunta de cuál era el origen del sueño de ser escritor. A la pregunta de qué soñaba ser en el futuro, había contestado que le gustaría ser actriz de telenovela o presentadora de un programa de televisión.

El último papel era de Tea-Bag. «Quiero contar lo que pasó en la playa.» En lo referente al futuro, para sorpresa de Jesper Humlin, había escrito también que quería ser presentadora de televisión.

Las respuestas que había obtenido a sus preguntas eran a la vez ilustrativas y desconcertantes. Buscó en su cada vez más fatigada cabeza un modo de terminar bien la tarde. Miró a las muchachas. Y luego a sus parientes, que, con creciente impaciencia, esperaban que dijera algo. «Ahora voy a mentir», pensó mientras se levantaba. «Voy a mentir y lo voy a hacer de modo que parezca convincente. No por maldad ni por desdén, sino porque todo este proyecto se ha ido a pique antes de tiempo.»

—No podemos avanzar más de lo que hemos hecho esta tarde. Ya nos hemos encontrado, vosotros y yo, y ahora sé un poco más qué esperáis de todo esto. Se os avisará de cuándo vamos a encontrarnos la próxima vez. Gracias por venir.

Por unos instantes, hubo un silencio impreciso. Luego, alguien empezó a aplaudir. Jesper Humlin sintió un gran alivio. Pronto todo habría pasado. Fue lentamente hacia la salida y por el camino apretó muchas manos extendidas. Y fue entonces cuando una muchacha de unos diecisiete años estaba allí sonriéndole y él, sin saber en realidad por qué, le dio unos golpes en la mejilla y luego todo se oscureció.

Ahora se hallaba en la camilla de un hospital y tenía la mejilla izquierda muy inflamada. El dolor iba y venía como oleadas. Por detrás de la cortina apareció un médico que parecía estar muy ocupado y lo miró. Hablaba mal el sueco. Jesper Humlin supuso por el nombre que leyó en su bata que sería polaco o ruso.

—Las radiografías están bien —dijo el médico—. ¿Cómo te encuentras?

—Me duele.

—Toma algún analgésico. Se pasará en unos días. ¿Estabas borracho?

—¿Me preguntas si estaba borracho?

—Es normal cuando uno se enzarza en una pelea.

—Rechazo las insinuaciones insolentes. No estaba borracho. Me atacaron.

—Entonces tendrás que denunciarlo a la policía.

Pelle Törnblom entró junto con Amanda en ese momento tras descorrer la cortina. Había oído lo último que había dicho el médico.

—No es necesaria ninguna denuncia policial. Sólo fue una pequeña riña familiar que se complicó.

El médico desapareció. Jesper Humlin se esforzó para sentarse con la intención de decirle a Pelle de una vez por todas lo que pensaba de las peleas familiares que se complicaban. Pero el dolor era tan fuerte que se vio obligado a tumbarse de nuevo.

—¿A qué te refieres con lo de riña familiar? —susurró.

—En Stensgården nos sentimos todos como una gran familia. Al menos deberíamos hacerlo. Estás empezando a entrar en ella.

Jesper Humlin señaló hacia la cortina.

—Se han ido. Me pidieron que te dijera que esperan encontrarse de nuevo contigo. Haiman está muy triste. Va a darte un regalo la próxima vez que os veáis.

—Eso no va a ocurrir nunca. ¿Qué clase de regalo?

—Dijo algo de un balón de rugby.

—No quiero ningún balón de rugby. Odio el rugby. No volveré aquí nunca más. —De repente recordó algo.

Algo que había olvidado totalmente—. ¿Y el periodista? Dijiste que habías hablado con un periodista. ¿Estaba allí? ¿Vio lo que pasó?

—Parecía muy entusiasmado con la velada. Va a escribir algo positivo.

—Lo único que va a escribir es que me golpearon. Saldrá en los titulares de los periódicos. Y el que me golpeó va a afirmar que manoseé a su hija, o prima, o lo que fuera. ¿Cómo voy a defenderme de eso? Estoy condenado de antemano.

—No va a escribir sobre eso. Te lo prometo. De hecho le interesa lo que estáis haciendo.

Jesper Humlin miró escéptico a Pelle Törnblom, pero al final se atrevió a creer que decía la verdad.

—Me voy. Amanda se queda un rato. Mañana temprano te llevaré en coche al tren, así podremos decidir cuándo vendrás la próxima vez.

Jesper Humlin no respondió. Había empezado a darse cuenta de que todo lo que le decía a Pelle Törnblom inmediatamente se interpretaba al revés.

Pelle Törnblom desapareció. Amanda fue a por un vaso de agua para él. Jesper Humlin admiró su buen trasero y pensó a la vez en Tanja, enseguida se sintió de mejor humor. El pequeño corazón sangrante le había conmovido. El aspecto de ella también había influido. Pero entonces reflexionó. No iba a volver. La idea de reunir a varias muchachas para un curso de escritura improvisado era una equivocación. O tal vez era él la persona equivocada para dirigirlo. Por primera vez se le ocurrió la idea de que tal vez, a pesar de todo, trataría de escribir una novela policiaca. Quizás, en el fondo, sí que había algo de lo que dijo Olof Lundin sentado en su máquina de remo acerca de que podía llevar a cabo algo inesperado que echara por tierra todas las otras novelas policiacas convencionales y previsibles.

Pelle Törnblom lo llevó por la mañana en coche a Landvetter. Aún le dolía la mejilla, que continuaba inflamada.

—La velada de ayer fue muy interesante. Ya se preguntan cuándo vas a volver.

—No pienso volver nunca.

—En unos días te darás cuenta de la aventura que has tenido el privilegio de vivir. ¿Cuándo vuelves?

—El miércoles. Pero con una condición que no es negociable.

—¿Qué condición?

—Que cada una de esas chicas lleve a un solo familiar.

—Va a ser difícil.

—Entonces no vendré.

—Puedo pedirles que limiten la cantidad de miembros de la familia.

—Además pongo la condición de que el hombre que me golpeó no vuelva a aparecer.

—Eso es imposible. Se sentirá ofendido.

Jesper Humlin se quedó atónito.

—¿Que él se sentirá ofendido? ¿Cómo me sentí yo ayer? No sólo me sentí ofendido. Me golpearon.

—Quiere darte un regalo y reconciliarse.

—No quiero ningún balón de rugby.

—Puedes aceptarlo y luego tirarlo. Pero debes verle y aceptar sus excusas.

—Puede que me tire al suelo otra vez.

—Tienes muchos prejuicios, Jesper. No sabes mucho de este país ni de las personas que viven aquí.

—¿Qué hacía él allí?

—Tal vez tenía la intención de que alguna de sus hijas asistiera al próximo curso.

—¿Al próximo curso? No va a haber ningún curso más.

A Jesper Humlin la mejilla le dolía cada vez más a medida que hablaba. Se sentó en silencio en el coche el resto del viaje. Además tenía dificultades para encontrar el modo de responder a lo que había dicho Pelle Törnblom sobre sus prejuicios, pues probablemente llevaba razón. Se separaron en el aeropuerto en medio de la nieve que estaba derritiéndose. Jesper Humlin esperaba que nadie lo reconociera. La mejilla inflamada estaba ahora de color rojo y azul.

Cuando llegó a casa, fue directo al dormitorio, corrió las cortinas y se metió en la cama. El teléfono lo despertó unas horas después. Dudó si responder o no. A la séptima señal levantó el auricular. Era Pelle Törnblom.

—El periodista ha escrito muy bien.

—¿Nada sobre la pelea?

—No hubo ninguna pelea. Recibiste un golpe que puede caracterizarse como un derechazo de estilo puro. Pero no lo menciona. Habla de una «iniciativa ejemplar de un poeta destacado».

—¿Ha escrito eso de verdad?

—Literalmente.

Jesper Humlin se sentó en la cama.

—¿Qué más ha escrito?

—Que otros escritores deberían imitar tu iniciativa. «¿Por qué escribir novelas policiacas cuando podemos comprometernos con la realidad?»

—¿Ha escrito eso realmente?

—Estoy citando directamente del periódico.

Por primera vez en muchos años, Jesper Humlin sintió algo que podía describirse como una sensación liberadora de ser de nuevo real.

—La próxima vez que vengas quiero hacer una entrevista contigo. También han llamado de la televisión.

—¿De qué canal?

—De dos canales distintos.

—Hablaré con ellos con mucho gusto.

—Ya te dije que verías todo de otro modo cuando te sintieras mejor.

—No estoy mejor.

—Llámame cuando sepas en qué tren o en qué vuelo llegas, para que vaya a esperarte.

Jesper Humlin colgó el teléfono y se estiró entre las sábanas frescas. Aunque todavía le preocupaba cómo salir de la situación que había surgido en Stensgården, le alegraba empezar a llamar la atención como algo más que un poeta bueno y respetado, pero no especialmente interesante. La mayor satisfacción se la proporcionaba, sobre todo, pensar cómo iban a reaccionar Olof Lundin y Viktor Leander. Probablemente Olof Lundin rompería de rabia los remos de la máquina porque uno de sus escritores tenía el increíble descaro de no seguir sus consejos y peticiones.

Jesper Humlin intentó recordar la única vez que había estado en casa del editor, en el enorme y lujoso apartamento que tenía en Strandvägen. Las paredes estaban llenas de valiosos cuadros. Por la noche, cuando Olof Lundin había bebido hasta emborracharse, fue dando traspiés junto con Jesper Humlin, que también se tambaleaba, y le reveló cuál de sus escritores le había pagado cada cuadro con los beneficios que había obtenido la editorial. En una esquina de la entrada estaba colgada una miniatura a la acuarela, de un pintor poco conocido de la costa oeste, y Olof Lundin, con profundo descontento, afirmó que el dinero de la adquisición procedía de lo que Jesper Humlin había escrito para él.

Jesper Humlin estaba tumbado en la cama regocijándose ante la idea de que, a partir de ahora, la presión arterial de Olof Lundin subiría a cifras inimaginables. Pero a la vez no podía evitar la preocupación que le producía el hecho de que Olof Lundin tuviera mucho poder en el ramo de las editoriales, pues sabía que podía cerrarle muchas puertas directamente ante sus narices.

Le resultaba fácil imaginar la reacción de Viktor Leander. No podría dormir durante varias noches, preocupado porque Jesper Humlin había tenido una idea que, a largo plazo, podría resultar mejor que entrar en el juego de los escritores que escribían juntos novelas policiacas más o menos vacías. En la continua lucha de poderes que mantenían Jesper Humlin y Viktor Leander, ambos iban repartiéndose alternativamente golpes decisivos que les producían insomnio. Esta vez era el turno de Viktor Leander de quedarse despierto.

Jesper Lundin se pasó el resto del día en la cama. Por la tarde fue a casa de Andrea en taxi. Allí le explicó lo que había sucedido. Sin embargo, cambió el curso de los acontecimientos, excluyó el golpe en la mejilla a la chica desconocida y echó la culpa a un encolerizado cíngaro al que no se le había permitido participar en el curso de escritura que estaba iniciando.

—¿Por qué no pudiste permitirle que participara? A los cíngaros siempre les ha ido mal en nuestra sociedad.

—He decidido que sólo pueden participar chicas.

—¿No pudiste hacer una excepción?

—Entonces se habrían puesto en la cola diez boxeadores.

—¿Por qué boxeadores precisamente?

—Porque Pelle Törnblom tiene un club de boxeo. Ya no me quedan fuerzas para contarte nada más. Me duele la mejilla.

Esa noche durmieron juntos por primera vez en tres semanas. Al día siguiente, cuando Andrea salió de casa, Jesper Humlin abrió inmediatamente su diario para ver lo que había escrito. Sabía que ella siempre escribía sus notas por la mañana. «¿Qué le pasa? Va tan rápido que no me da tiempo de sentir nada.»

Jesper Humlin se sintió ofendido y se vengó imaginándose cómo pasaría una noche de pasión en algún hotel de Gotemburgo con esa silenciosa y bella muchacha llamada Tanja. Había más de un motivo por el que tenía que volver a Gotemburgo y continuar aquel confuso curso —por no decir otra cosa— que no había iniciado, sino que más bien lo había atrapado a él.

Se marchó a casa. Pasó la tarde tratando de ocultar el hematoma de la mejilla inflamada con distintas cremas bronceadoras. Cuando oyó la señal del teléfono se inclinó sobre el contestador. Tanto Olof Lundin como Viktor Leander habían recibido la noticia de su curso de escritura. Jesper Humlin no contestó. Tampoco les devolvió la llamada. Al reír, la piel de la cara le tiraba.

Poco después de las cinco decidió dar un paseo. Al abrir la puerta de la casa descubrió que había alguien sentado en la escalera. En la oscuridad, al principio no vio quién era. Luego se dio cuenta de que la que estaba allí era Tea-Bag.

Capítulo 7

En algún apartamento por encima del suyo se cerró una puerta de golpe. Como Jesper Humlin no quería que ningún vecino curioso lo sorprendiera en las escaleras con una chica negra, la metió rápidamente en el apartamento. En ese mismo instante le preocupó que Andrea pudiera aparecer, se pusiera celosa y montara una escena. Se llevó a Tea-Bag a la cocina y le preguntó si quería tomar un té. Movió negativamente la cabeza con energía.

BOOK: Tea-Bag
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