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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (10 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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Volví al interior y cerré el cajón de la ropa interior justo antes de que Kisten entrase. Había escuchado perfectamente los pasos, suaves y firmes, de sus zapatos de vestir sobre el suelo de madera a su alrededor flotaba un olor a pizza y el aroma del perfume de otra persona. Al ver su pelo peinado cuidadosamente, sus mejillas afeitadas, el traje caro y la camisa de seda, deduje que venía directamente del trabajo. Me encantaba el aspecto de encargado de un club de éxito que tenía Kisten tanto como la imagen de chico malo, de tipo duro. Las dos encajaban con él perfectamente.

—Hola, cariño —me saludó, recalcando su falso acento británico para hacerme sonreír. Llevaba en las manos una bolsa de la compra moteada por la lluvia; la parte superior estaba enrollada, cerrada. Me acerqué a él, calzada con zapatillas. Tuve que ponerme de puntillas para poderlo abrazar. Mis dedos juguetearon con las puntas empapadas de su pelo al alejarme; él sonrió. Le encantaban aquellos juegos tentadores.

—Hola —respondí yo, agarrando la bolsa—. ¿Están aquí?

Él asintió y soltó la bolsa. Yo la dejé sobre la cama, la abrí y eché un vistazo al interior. Como le había pedido, me había traído un par de pantalones de chándal y una sudadera de franela.

Kisten se quedó mirando la bolsa. Era evidente que quería saber la razón por la que le había pedido aquello.

—¿Ivy ha salido? —fue lo único que alcanzó a preguntar.

—Ha ido a buscar a Jenks, por la lluvia. —Pensativa, abrí un cajón de los de abajo y metí otra camiseta en la maleta—. Ella lo ha echado de menos tanto como yo —concluí suavemente.

Kisten tenía un aspecto cansado. Estaba sentado a la cabecera de mi cama; sus largos dedos jugueteaban con la punta de la bolsa, enrollándola y desenrollándola. Cerré la maleta, pero no corrí la cremallera. Era extraño que hubiese salido del Piscary's en medio de la jornada de trabajo.

—Creo que no deberías ir. —Rompió el silencio, con voz seria.

Abrí la boca, y sentí que la sorpresa inicial se convertía en enfado cuando empecé a encajar las piezas.

—¿Es por Nick? —le pregunté, mientras me acercaba de nuevo al vestidor para coger la botellita de perfume extremadamente caro que impedía que mi aroma natural se mezclase con el de un vampiro—. Kisten, ya lo he superado. Confía en mí.

—Esa no es la razón. Ivy…

—Ivy. —Me puse tensa y lancé una mirada al pasillo vacío—. ¿Qué pasa con Ivy? ¿Acaso Piscar y…?

Negó lentamente con la cabeza, y yo me relajé un poquito.

—Va a dejarla en paz, pero cada vez te necesita más de lo que tú percibes. Si te vas, las cosas podrían cambiar.

Nerviosa, metí el frasco de perfume en una bolsita que iba cerrada con cremallera y la guardé en mi neceser.

—Estaré fuera solo una semana… Dos, a lo sumo. No es como si fuese su sucesora.

—No; eres su amiga. ¡Y ahora mismo eso es lo más importante para ella!

Me apoyé con la espalda sobre el armario ropero, con los brazos cruzados.

—Ella no es responsabilidad mía… Tengo mi propia vida —protesté—. Por Dios, solo compartimos el alquiler. ¡No estamos casadas!

Los ojos de Kisten parecían completamente oscuros bajo la débil luz que proyectaba mi lamparilla de mesa; tenía la frente arrugada por la preocupación.

—Cada día, cuando despiertas, te tomas el café con ella. Cuando cierra las cortinas para acostarse, tú estás siempre al otro lado del pasillo. Tal vez para ti no signifique mucho, pero para ella lo es todo… Eres su primera amiga de verdad. ¡Maldición, creo que en unos diez años!

—Tú también eres amigo suyo. ¿Y qué pasa con Skimmer?

—Tú eres la única amiga que no está interesada en su sangre —puntualizó Kisten, con la mirada triste—. Eres distinta.

—Bueno, pues a la mierda con eso —le espeté, cogiendo mi último par de pendientes favoritos y sin saber qué hacer con ellos. Disgustada, los eché a un lado—. Ivy no me ha dicho que no quisiese que me fuera.

—Rachel… —Kisten se puso en pie y me cogió por los codos. Tenía los dedos cálidos, sentí que se tensaban un segundo y se relajaban. Desde la sala de estar, oí como el
jazz
aumentaba de volumen y después volvía a bajar—. No te lo dirá.

Bajé la cabeza, frustrada.

—Nunca le he dicho que sería más de lo que somos ahora —me justifiqué—. No compartimos cama ni sangre ni… ¡Ni nada! No le pertenezco, y no es asunto mío tener que velar por su cordura. ¿Por qué tiene que recaer todo esto sobre mí? Tú la conoces desde hace más tiempo que yo.

—Conozco su pasado. Tú no. Se apoya más en ti porque ignoras todo lo que fue. —Respiró, dubitativo, antes de continuar—: Era horrible, Rachel. Piscary la convirtió en una amante salvaje, viciosa, que no podía separar el ansia de sangre de la lujuria ni del amor. Sobrevivió convirtiéndose en un ser que ella misma odiaba, aceptando ese patrón dañino de tener que complacer a todo el mundo al que creía que amaba.

No quería oír nada de eso, pero cuando intenté moverme, su presa se hizo más fuerte.

—Ahora ya está mejor —añadió, suplicándome que lo escuchase con sus ojos azules—. Ha necesitado mucho tiempo para romper ese patrón de conducta, y todavía mucho más para empezar a sentirse bien consigo misma. Nunca la había visto más feliz que ahora, y te guste o no, es gracias a ti. Ama a Skimmer, pero esa mujer supone una parte importante de lo que Ivy era, de cómo llegó a serlo, y si te vas…

Apreté la mandíbula, tensé el cuerpo. No me gustaba el curso que estaba tomando todo aquello.

—No soy la guardiana de Ivy —exclamé, revolviéndome en sus brazos—. ¡Nunca quise esa posición!

Su única respuesta fue una sonrisa, suave, comprensiva, lastimera. Me gustaba Ivy. Me gustaba, la respetaba y deseaba tener la mitad de su fuerza de voluntad, pero no quería tener a nadie dependiendo de mí hasta esos extremos. Por Dios, si apenas podía ocuparme de mí misma… ¿cómo iba a hacerlo de una vampira tan poderosa y con una mente tan inestable?

—No te pedirá más de lo que puedas darle —siguió Kisten—. Especialmente si lo necesita. Pero te mudaste para vivir con ella y, además, te quedase cuando vuestra relación empezó a evolucionar.

—¿Disculpa? —le interrumpí, intentando de nuevo soltarme. Pero él no me lo permitía, y tuve que retorcerme para poder retroceder dos pasos.

La expresión de Kisten era acusadora.

—Te pidió que fueses su sucesora.

—¡Y yo me negué!

—Pero le perdonaste que intentase obligarte; la perdonaste sin pensártelo dos veces.

Todas aquellas palabras eran pura basura. ¿Por qué le daba tanta importancia a aquello?

—Fue solo porque yo salté sobre su espalda y le respiré sobre la oreja cuando estábamos luchando… —expliqué—. La había presionado demasiado, no era culpa suya. Además, ella tenía miedo de que si no me convertía en su sucesora, Piscary me mataría.

Kisten asintió. Su calma empezaba a disipar mi propia furia.

—No era una situación buena para nadie —respondió con voz suave—. Y las dos la manejasteis lo mejor que supisteis… pero lo cierto es que tú saltaste sobre ella consciente de lo que podías poner en marcha.

Inhalé profundamente para protestar, pero me di la vuelta, azorada.

—Fue un error, y no pensaba que fuese una buena idea irme solo porque había cometido un error.

—¿Y por qué no? —insistió él—. Hay mucha gente que se va cuando comete errores.

Asustada, intenté empujarlo para poder pasar. Tenía que salir de allí.

—Rachel —gritó él, atrayéndome hacia él—. ¿Por qué no te fuiste entonces? Nadie esperaba que hicieses otra cosa.

Respiré profundamente antes de dejar salir la respuesta.

—¡Porque es mi amiga! —respondí, bajando los ojos y la voz, para que no me temblase—. Por eso. Y no sería justo que me fuese por culpa de mi error, porque… porque depende de mí.

Mis hombros cayeron. La presa de Kisten sobre mí se hizo más suave, y me acercó a él.

—Maldita sea, Kist —continué, apretando la mejilla contra su camiseta y aspirando su aroma—. Apenas puedo cuidar de mí… No puedo estar salvándola a ella.

—Nadie ha dicho que tengas que hacerlo —me tranquilizó él. Su voz me hacía estremecer—. Y nadie dice tampoco que las cosas tengan que ser siempre así. Ivy se siente útil ayudándote a permanecer con vida, a que puedas seguir llevando esa cicatriz sin convertirte en el juguete de un demonio… Así ella ayuda a hacer del mundo un lugar mejor. ¿Sabes lo que le cuesta a un vampiro encontrar eso? Se apoya mucho más en ti porque se siente responsable de ti, y así le debes algo.

Así que es eso
, pensé, recordando lo vulnerable que me hacía sentir mi cicatriz de vampiro sin amo. Pero no me había quedado por mi deuda con Ivy. Nick había dicho que me estaba inventando excusas para permanecer en aquella situación de riesgo, que lo que deseaba era que ella me mordiese. No podía creerlo. Era solo amistad… ¿verdad?

La mano de Kisten me acariciaba el pelo, me tranquilizaba. Le rodeé la cintura con los brazos. Su contacto me hacía sentir cómoda.

—Si te vas —continuó él— le arrebatarás toda su fuerza.

—Yo no quería esto —me defendí. ¿Cómo me había convertido en su anda, en su salvadora? Lo único que quería era ser su amiga.

—Ya lo sé. —S u aliento movía mi pelo—. ¿Vas a quedarte?

Tragué saliva. No quería moverme.

—No puedo —respondí, y Kisten me separó lentamente de él, hasta que verme la cara—. Jenks me necesita. Será una salida rápida. Son solo ochocientos kilómetros. ¿En qué tipo de problemas pueden haberse metido Nick y Jax? Seguramente solo necesiten dinero para la fianza. Volveré enseguida.

El rostro de Kisten estaba crispado; su gracia y su elegancia estaban desfiguradas por la pena. Se mezclaban en él la preocupación que sentía por mí y laque sentía por Ivy, y el resultado era algo hermoso.

—Sé que será así. Solo espero que Ivy siga aquí cuando lo hagas. Incómoda, me acerqué al armario y empecé a revolver las cosas, como si estuviese buscando algo.

—Ya es mayorcita. Estará bien. Estamos a solo un día de camino.

Respiró profundamente, preparándose para decir algo, pero se detuvo y cambió el peso de un pie al otro, como si hubiese cambiado de idea. Se acercó a la cama, abrió la bolsa de papel con la sudadera y los pantalones y echó ut vistazo al interior.

—¿Y para qué quieres todo esto? ¿Para disfrazarte? ¿O es para recordarme?

Contenta de que hubiese cambiado de tema, me giré con mis mejores botas en la mano y las dejé sobre la cama.

—¿Para recordarte?

Se le enrojecieron ligeramente las orejas.

—Sí… Pensaba que las querías para ponerlas debajo de la almohada o algo por el estilo… como si estuviese allí, contigo.

Le arranqué la bolsa de las manos y miré las prendas.

—¿Te las has puesto ya?

Se frotó la barbilla, afeitada de forma muy apurada, con un aspecto intranquilo.

—Bueno, pero solo una vez. Y ni siquiera sudé. Salí con una chica a quien le gustaba ponerse mis camisetas para dormir. Decía que era como si la abrazase toda la noche. Pensaba que era… hum, algo de chicas.

Mi sonrisa floreció.

—¿Qué quieres decir… algo así? —Sintiéndome un poco malvada, saqué la sudadera y me la puse por encima de la camiseta que llevaba. Me rodeé con mis propios brazos, y me balanceé arriba y abajo, con los ojos cerrados, respirando profundamente. No me importaba que la razón de que él oliese tan bien fuese porque era la forma que cien años de evolución habían encontrado para ayudarle a seducir a sus presas.

—Eres una bruja muy, muy malvada —susurró Kisten. El calor que se percibía en su voz, de pronto, me hizo abrir los ojos. Respiró lentamente, y todo el cuerpo se movió al mismo ritmo—. Dios, qué bien hueles.

—¿Sí? ¿Y ahora qué tal? —Empecé a dar saltos. Sabía que la mezcla de nuestros olores le volvería loco.

Como esperaba, sus pupilas se dilataron con una repentina ansia de sangre y se tiñeron de color negro.

—Rachel —pidió, con voz tensa—. No.

Con una sonrisa, esquivé la mano que me había tendido.

—¡Espera! ¡Espera! —jadeé—. Puedo empeorarlo.

—Basta —ordenó Kisten, con voz grave, controlada. Había cierto tono de amenaza, y cuando extendió de nuevo el brazo hacia mí, dejé escapar un chillido y me lancé hacia la punta de la cama. Me siguió con la velocidad usual de un vampiro; cuando me agarró, golpeé con la espalda en la pared con un topetazo que me cortó el aliento.

Sonriendo, con los ojos entrecerrados, me reí y me retorcí, y me divertí tirando de sus botones. Tras solo un momento de resistencia, me detuve y dejé que encontrase mi boca.

El aliento me abandonó con un sonido lento mientras me inclinaba hacia él, con los brazos apretados entre los dos. Me agarraba con fuerza de los hombros, dominándome. Poseyéndome. Pero sabía que si hacía un solo movimiento para liberarme, me soltaría enseguida. La música de jazz terminó de ponerme del humor adecuado.

Sus dedos me apretaron y me soltaron, sus labios descendieron hasta rozarme la barbilla; a continuación siguieron la línea de mi mandíbula hasta encontrar el hueco que había bajo la oreja. El corazón me palpitaba con fuerza y ladeé la cabeza. Con un sonido de sorpresa, mi aliento se escapó de mi cuerpo cuando la cicatriz empezó a cosquillearme. Como una bandera ondeando al viento, el calor me rodeó completamente, fluyó por mis venas y se convirtió en un tamborileo insistente… que me exigía que continuase hasta llegar al fin natural de aquello.

Kisten lo sintió, y empezó a respirar más rápidamente. Aparté las manos de entre los dos y subí los dedos hasta su nuca. Cerré los ojos al sentir su necesidad, su deseo, que latía junto al mío y lo hacía crecer. Dejé escapar un gemido cuando sus labios acariciaron mi cicatriz. Mi cuerpo se sublevaba al sentirla pasión, las rodillas dejaron de sostenerme. Kisten estaba preparado, y me sujetó con firmeza. Era lo que yo quería. Dios, lo deseaba tanto. Hace tiempo que tendría que haber intentado ponerme una de sus sudaderas.

—Rachel —me susurró, con una voz grave, cargada de deseo.

—¿Qué? —jadeé. La sangre seguía zumbando en mi interior, aunque sus labios ya no me tocaban.

—Nunca más… vuelvas a ponerte… ropa mía…

Me quedé paralizada, sin comprenderlo. Hice un gesto para liberarme, pero él todavía me sujetaba con firmeza. El miedo había ocupado el lugar de la pasión. Mis ojos se clavaron en los suyos; estaban perdidos, negros. Después le miré la boca. No llevaba los capuchones. Mierda, había llevado las cosas demasiado lejos.

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