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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

Naufragio (8 page)

BOOK: Naufragio
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Comenzó a volar en círculo sobre el macizo central en busca de un lugar apropiado en las laderas empinadas. Descubrió que en el lado norte las laderas descendían suavemente a las sierras inferiores. Aquella montaña era realmente la última de la cordillera principal; se elevaba hasta una altura de cuatro mil metros y tenía desfiladeros profundos en los lados este y sur. Al sobrevolar los desfiladeros vio por primera vez rocas desnudas. Al pie de ellas acababa la capa de cintas de modo brusco, y sobre la superficie de la roca no parecía crecer nada. Esa capa de cintas había impuesto su dominio: o todo, o nada.

Finalmente pudo encontrar una zona plana en el lado norte, exactamente en el límite de la línea de nieve a tres mil metros de altura, y aterrizó con seguridad después de gastar todo el combustible que hubiera utilizado recorriendo la mitad del continente.

Otro terreno más de parameras desoladas. La capa de cintas crecía en esta zona en forma de grandes protuberancias de linos tres metros de altura y ocho o diez de diámetro. Miró hacia el otro lado para observar la pendiente de la montaña y ver la nieve que comenzaba a pocos metros de distancia. Se encontraba en los huecos entre los salientes, dando a la pendiente una curiosa forma de círculos oscuros y círculos blancos en medio. Continuaba así, pendiente arriba, durante algunos kilómetros hasta que, a una altura superior, la nieve lograba vencer y cubrirlo todo. Parecía que la capa de cintas bichaba contra la nieve haciendo surgir corcovas, como si se tratara de una ciudad llena de techos en pendiente, y obligando a la nieve a deslizarse por ellos y a rellenar los huecos, mientras que el viento también ayudaba a mantener limpias las cimas de las corcovas. Suponía que esto ocurriría también en las latitudes septentrionales altas.

Salió de la nave para buscar alguna otra diferencia. La capa de cintas parecía ser la misma que en todas partes. Luego examinó la nieve, la primera que había visto en su vida. Había oído hablar mucho de ella y la había visto en muchas fotos; incluso a bordo de la nave espacial se solían colocar en Navidad postales con paisajes llenos de nieve.

Se puso en cuclillas y dejó correr la nieve por los dedos de su mano enguantada; hizo una bola y la tiró contra la nave. La bola de nieve cayó a corta distancia, y por eso hizo otra y la tiró con toda su fuerza. Por extraño que parezca, ésa era la primera vez en su vida que arrojaba algo. A nadie se le ocurría lanzar nada dentro de los estrechos límites de una nave espacial, llena de gente y de instrumentos delicados por todas partes. Cuando se trabajaba en el exterior de la nave, bajo las condiciones espaciales de caída libre, tampoco se podía tirar nada, porque si se hacía la reacción impulsaría a quien lo hiciera girando y cayendo en dirección opuesta. Perder el control de los propios movimientos en el espacio era algo aterrador. Como todos los que habían pasado su infancia en naves espádales, Tansis había aprendido a moverse con cuidado y con calma y nunca había conocido ni alborotos ni juegos animados.

Ahora daba rienda suelta a una necesidad largo tiempo sentida, y estuvo media hora haciendo bolas de nieve y lanzándolas al escudo de las Naciones Unidas pintado sobre su nave. El brazo empezaba a dolerle y se cayó varias veces, pero se divertía mucho y con ese juego liberó, en parte, su tensión acumulada.

Sudoroso y sin aliento, pero bastante contento, fue a dar un paseo por las colinas. Surgían por todas partes, formando un laberinto estrecho y relleno de nieve, con valles hundidos entrecruzándose. El aspecto era atractivo y lleno de variedad, como si fuera un paisaje en miniatura. Sintiéndose mejor que en todo el día, volvió otra vez a la nave. Su buen humor le hacía estar animoso para trabajar más, y en vez de ir al interior de la nave sacó el taladro portátil e hizo una perforación para ver cómo era el subsuelo y si el sistema de raíces era tan extenso como en las tierras bajas. El taladro comenzó a encontrar roca sólida a seis metros de profundidad, pero era difícil determinar si esos seis metros eran roca disgregada rellena de raíces, o una masa sólida de raíces con roca y tierra entremezclada. Incluso en la roca más profunda aparecían fragmentos ocasionales de raíces en la muestra de taladro, allí donde se hallaba una fisura y por ella había crecido la raíz hacia abajo. Estaba claro que la montaña tenía un manto de vegetación auténticamente masivo.

Se estaba convenciendo poco a poco de que la masa terrestre de este planeta estaba totalmente cubierta por una única planta planetaria gigantesca, y que ésta era básicamente una planta subterránea. Lo que podía verse en la superficie era simplemente los órganos de respiración; la gran masa se encontraba por debajo.

Estaba llegando el fin de otro largo día, el que hacía ochenta y tres de su estancia en este mundo. En estos momentos la nave principal deteriorada estaría acabando su giro en torno al planeta e iniciaría una ruta que la acercaría varios millones de kilómetros al terrible infierno de Capella. Ahora, cuando pensaba en ello ya no se asustaba ni se deprimía tanto. Lo aceptaba. Luego comenzó a pensar en el día de mañana, y en lo que debería hacer.

Examinó una vez más los mapas y decidió dirigirse en dirección sur hacia el ecuador, para estudiar la región situada a unos ochocientos kilómetros al sur del estuario del gran río. Las fotos mostraban una amplia zona que parecía estar desierta. Tansis tenía la certeza de que iba a encontrar allí la misma vieja capa de cintas, pero sería interesante ver cómo solucionaba el problema del clima seco.

Durante el resto de la tarde estuvo estudiando un manual sobre navegación en lancha. Sabía que tenía mucho que aprender en este campo. A juzgar por su actuación reciente, era más fácil que muriera al naufragar mar adentro que por ninguna Otra causa. En realidad no podía hundirse con el traje espacial puesto, pero si se quedaba flotando en el agua sin ayuda, en algún momento moriría sofocado, al acabarse el suministro de aire.

El agua profunda y el espacio tenían mucho en común, o así le parecía. Ambos eran ambientes hostiles cuyas extrañas condiciones requerían un entrenamiento especial; claro que si había aprendido a manejar una nave espacial, también debería ser capaz de manejar una lancha.

Volvería al mar y contemplaría de nuevo las criaturas que había encontrado, pero intentaría buscar para ello una zona de aguas más tranquilas. Tal vez encontrara esas aguas más calmas al sur. Pero antes, sin embargo, iba a echar una mirada al desierto: ése sería su trabajo de mañana.

5

Estuvo toda la noche en la montaña, y al día siguiente partió al amanecer, dejando que el computador siguiera una ruta que condujera a la nave a unos mil kilómetros al sur.

Cuando salió de la nubes a una altura de más de seis mil metros, miró hacia abajo y vio un paisaje inmenso y claro de grises y ocres. Podía ver al oeste el océano resplandeciente y al este, a lo lejos, montañas elevadas. Al sur las nubes lo cubrían todo, de abajo arriba; la zona tropical era evidentemente muy húmeda y nubosa. Al ir descendiendo hacia abajo, los detalles se hicieron más precisos. La tierra era una llanura antigua y muy erosionada, cortada por gargantas profundas. Subía en pendiente hacia el este. Una banda sinuosa verde-azulada cruzaba toda la llanura, de norte a sur, a unos quinientos kilómetros de la costa.

Al llegar más abajo, observó por todas partes pequeñas manchas negras. A mil quinientos kilómetros de altura tomó la dirección manual, y dirigió la nave rumbo al este, hacia la franja amplia y oscura que evidentemente era una forma de vegetación. El aterrizaje resultó fácil debido a la abundancia de tierra llana y suelo desnudo. Dejó reposar la nave en medio de una tormenta de remolinos de arena, y se sentó con calma esperando que el polvo se dispersara.

La vegetación estaba muy esparcida, pero crecía por todas partes. Cada planta distaba casi cien metros de las otras y tenía el aspecto de un gran reloj de arena. La parte inferior era un tronco sólido, cónico, de unos tres metros de anchura al nivel del suelo que disminuía hasta poco más de medio metro a una altura de dos metros. Por encima del tronco había una masa de follaje formada por cintas verdes azuladas tiesas, que se desplegaban a partir de la estrecha cúspide del tronco y formaban un cono de las mismas dimensiones que el tronco. En el espacio entre formas de reloj de arena había polvo, arena y piedras. El follaje con aspecto de cintas le parecía demasiado familiar.

Una vez fuera de la nave, Tansis se dio cuenta de la temperatura. Era de 26 grados centígrados; la humedad era virtualmente inexistente y el suelo parecía no haber recibido lluvia alguna desde hacía cien años. Los árboles con forma de reloj de arena manchaban la llanura por igual en todas las direcciones, hasta perderse en la distancia. ¿De dónde obtendrían la humedad? Los troncos cónicos estaban recubiertos de una sustancia esponjosa que parecía goma elástica. Cuando la cortó con un machete resultó que sólo tenía tres o cuatro centímetros de espesor; por debajo de ella había una madera fibrosa exactamente igual a la de los árboles de cintas de la cuenca fluvial, y, más debajo aún, la madera se hacía gomosa y húmeda. Era evidente que los árboles almacenaban agua en el interior de sus troncos.

Extendió el brazo hacia arriba, y cortó varias frondas de cintas tiesas del cono de follaje superior. Eran similares a las de los árboles de cintas, aunque más gruesas y fuertes. Ahora tenía una buena colección de diferentes tipos de cintas, y tendría que dedicar cierto tiempo a estudiarlas con detalle para ver si había alguna diferencia en cuanto a estructura celular y composición química. Estaba seguro de que todas serían básicamente de la misma especie.

A continuación sacó el taladro para comprobar una teoría que había elaborado. Durante varias horas se dedicó a taladrar una serie de orificios en el suelo, entre los árboles de reloj de arena. Cuando hubo concluido, le pareció que su corazonada era cierta. Había un impresionante sistema de raíces debajo de los árboles que se extendía de forma horizontal en todas direcciones y que enlazaba todos los árboles. Comprendía dos niveles diferentes; el nivel inferior se encontraba en el límite de la capacidad de su taladro; el menos profundo, entre medio metro y un metro por debajo de la superficie. ¿Qué profundidad alcanzaría el sistema inferior? Tansis pensó si valdría la pena utilizar el equipo de taladros profundos, calculó los días de trabajo que ello comportaría, y decidió no hacerlo. No tenía que demostrárselo a sí mismo. Dedujo entonces que en este continente debía de existir por todas partes un sistema único de raíces conectadas —una raíz mundial— y que las diversas plantas de la superficie serían únicamente los órganos superficiales de esa raíz.

Calculó el tamaño del sistema de raíces del subsuelo del desierto y se sintió sobrecogido al comprobar la escala. Sin ninguna duda serviría también para conectar la vegetación de la zona templada con la de los trópicos. Tendría que ir más al sur y ver el aspecto que allí tenía. Pero antes quería ver la franja continua de vegetación que cruzaba el desierto como si fuera una autopista. El borde se encontraba a menos de medio kilómetro de distancia, y ése sería su próximo objeto de estudio.

Regresó a la nave para comer y descansar, y se dio cuenta de que estaba más cansado de lo que había supuesto. La pesada gravedad le agotaba mucho. Cuando se despertó después de la siesta, se dio cuenta con sorpresa de que la luz iba menguando: atardecía. No tenía ganas de trabajar, y notó que regresaba esa sensación de vacío en su interior, ese abismo de soledad del que siempre debería huir. Estuvo el resto de la tarde viendo películas.

A la mañana siguiente caminó hasta el borde de la franja de vegetación. Era irregular, serpenteando como una línea costera, y supuso que seguiría el contorno exacto de alguna reserva subterránea de agua. Estaba formada por una capa de cintas perfecta, de un tono algo más oscuro y de un tamaño más grueso, en corte transversal; cuando cortó un fragmento observó que era gomosa, y que rezumaba humedad.

A Tansis le parecía algo misterioso encontrarse en el mismo borde de esa sustancia, haber encontrado por fin su auténtico límite. Comenzaba a sus pies y luego subía en pendiente hacia arriba con un ángulo muy suave hasta alcanzar unos cinco metros de altura, formando una especie de colina larga, suave y serpenteante.

Al dirigirse a la parte más alta, pudo notar que la materia se hacía cada vez más honda, de modo que no crecía sobre una auténtica colina sino que se amontonaba formando capas espesas. Una vez en la cima, comprobó que se extendía hacia lo lejos, tan plana como una mesa. A partir de la impresión que tuvo cuando la nave iba descendiendo, calculó que la anchura de la cinta sería de diez a quince kilómetros; el lugar de aterrizaje había sido junto a una zona anormalmente ancha.

Quería echar una mirada al suelo debajo de la capa de cintas para compararlo con el del desierto. Comenzó a hacer un orificio quemando el suelo con la lanza térmica, pero ardía con dificultad y expulsaba gran cantidad de humo. Después de unos minutos dejó esa tarea y regresó a la nave.

Despegó de allí y se remontó con la rapidez de un rayo a una altura de sólo quince metros, dirigiéndose al centro de la franja vegetal, a ocho kilómetros de distancia, y aterrizó en medio de una nube de humo y de vapor.

La escena tardó en aclararse unos diez minutos, y al mirar hacia el exterior por encima del camino que había quemado en la franja, se sintió culpable de haber deteriorado algo que debería haberse consolidado durante milenios. Veía un camino ancho, negruzco y humeante por donde había pasado la nave, que parecía una carretera de alquitrán. Debería de haber sido más respetuoso con los esfuerzos de la vida en un ambiente marginal como éste. Conocía demasiado bien los errores ecológicos cometidos en la Tierra, y todos los miembros de la expedición le habían enseñado a ser cuidadoso cuando aterrizara en su planeta de destino.

Por encima de él una nube de humo grande y negra se movía lentamente hacia el este, como una reprimenda silenciosa. La nave se encontraba bien hundida en el interior de la capa de cintas, que se levantaba hasta llegar a un cuarto de la altura de la nave. El agujero aún humeaba, y tuvo que esperar una hora antes de poder salir al exterior.

Cuando lo hizo encontró, en vez de un montón de cenizas, un gran espacio abierto por debajo de la capa de cintas. Se extendía a ambos lados, sin límite aparente, iluminado suavemente por una luz verde azulada. El techo se encontraba a tres metros por encima de su cabeza y era perfectamente plano; el suelo estaba formado por arena, entrecruzada por pequeñas raíces grises. Mucho humo pendía del techo y estropeaba el aspecto, y a Tansis de nuevo le supo mal haber contaminado un lugar tan bello. Era el primer lugar realmente hermoso que había visto desde que aterrizó.

BOOK: Naufragio
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