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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

Naufragio (18 page)

BOOK: Naufragio
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Se puso a analizar su esputo, y un poco de flema de la garganta. No encontró en ellos las extrañas moléculas, pero encontró algunos anticuerpos propios que, según el computador, tenían afinidades con las moléculas. Habían sido producidos para intentar contrarrestar los efectos de estas últimas, pero no eran tan efectivos, no podían acoplarse ni enmascarar esas moléculas y no tuvo la certeza de si la tos y el dolor de garganta eran resultado de moléculas extrañas o de sus propios anticuerpos. Pero algo quedaba definitivamente aclarado: este mundo había penetrado ya sus defensas.

El que se tratara de una infección mortal, de un envenenamiento o tan sólo de una reacción alérgica, sólo el tiempo lo diría. Confiaba en que fuera una alergia, como la fiebre del heno, que era sólo pasajera; pero, ¿y si dejara efectos permanentes? Tansis también tenía otra certeza: mientras viviera en este planeta podría acampar en el exterior mientras no estuviera en curso la estación del polen, y sólo el tiempo podría decirle lo que duraba. Se quedaría en la nave hasta conseguir más respuestas.

8

La noche casi había concluido; Tansis estuvo casi treinta horas de pie. Se fue directo a la cama, sin comer, y se sintió dormido casi al instante.

Cuando se despertó era ya media tarde, y con auténtica ansiedad examinó su cuerpo para ver si su salud mejoraba. La garganta no parecía dolerle tanto, pero aún tenía tos; con ella salían mucosidades y aún notaba un cosquilleo en el fondo de la garganta, que le irritaba. No había estado enfermo, ni notaba nada extraño en la presión sanguínea, en el ritmo del corazón o en la piel. Los pulmones estaban un poco congestionados y la temperatura era un grado más alta de lo normal, pero no había perdido el apetito. Desayunó con auténtica hambre.

En el mejor de los casos la reacción alérgica desaparecería; en el peor, podría tener problemas permanentes en la garganta. Prefería no pensar en la otra posibilidad: que esto fuera el comienzo de una enfermedad grave.

Estudió la muestra de la capa de cintas que había traído a la nave, trabajando por control remoto desde el exterior de una cámara de inspección hermética. Los nódulos agrandados de las cintas estaban sólidamente rellenos de polen molecular, como había supuesto.

Esto le planteaba un dilema. ¿Por qué necesitaba reproducirse la capa de cintas? Parecía como si la sustancia se extendiera por acción de las raíces y por aspiración. No recordaba nada más. Nunca había visto ninguna capa de cintas muerta ni marchita, salvo aquella que él mismo había destruido. Parecía fresca y vigorosa, como si nunca muriera, y en realidad, si era una única raíz gigantesca y planetaria, realmente era inmortal.

Si la capa había recorrido todos los centímetros del planeta de un modo u otro, aparentemente sin dejar resquicio alguno para plantas nuevas, llegó a la conclusión de que la enorme liberación de moléculas portadoras de genes tendría el objetivo de fortalecer esa única planta planetaria. Esto aseguraría que se mantendría igual por todas partes, ya que la mezcla mundial de genes evitaría el deterioro genético. Las moléculas eran todas idénticas; no parecía haber ninguna distinción entre gametos masculinos y femeninos. No se trataba de una reproducción, sino de un autofortalecimiento.

Permaneció dentro de la nave seis semanas más, estudiando medicina y bacteriología febrilmente, efectuando pruebas con las muestras de aire, haciendo experimentos en cultivos de tejidos humanos. Tenía que descubrir si era posible enfrentarse con el mundo exterior sin ningún aislamiento durante, al menos, una parte del año. Ahora conocía que durante una estación debería mantenerse en el interior de la nave, y debería disponer del aislamiento suficiente para poder entrar y salir de la nave durante esa estación para el resto de sus días.

Concediéndose a sí mismo, esperanzadamente, unos setenta años de vida, pidió al computador que calculara la reserva de película de aislamiento. A partir de ahora solamente iría al exterior cuando tuviera que hacerlo, y no usaría más las tiendas de campaña. Intentar aplicar el aislamiento con un pulverizador sostenido con la mano era una operación difícil y llena de riesgos. El manual de expediciones indicaba que los exploradores deberían utilizar las esclusas de aire por parejas, y se aplicarían el aislamiento mutuamente. La primera película era transparente, pero la segunda era roja para que fuera más fácil descubrir en qué zonas no se había aplicado. Tansis había tenido que girar el cuerpo y pulverizarse la espalda por encima del hombro; no era extraño que hubiera dejado sin aislar alguna parte de su cuerpo. A partir de ahora viviría en la nave y la máxima distancia que recorrería sería la que pudiera cubrir en un día.

La tos y la irritación de la garganta permanecían, y cuando se cansaba empeoraban. Sufría jaquecas y dolores en diversas partes del cuerpo, pero no podía estar seguro de si eran síntomas reales o imaginarios.

Continuó, sin embargo, con su programa, trabajando largas horas, estudiando e investigando. Ahora su estado psíquico era de una depresión permanente por el impacto de la infección y por el temor de un desastre futuro y a la pérdida de la esperanza. Estaba seguro en este momento de que nunca podría vivir como un nativo total.

Hacía ya largo tiempo que hablaba a solas, pero ahora comenzaron a presentarse ante él antiguos miembros de la expedición. Hablaba con ellos y les explicaba lo que hacía. A veces se desvanecía y, al volver en sí, se daba cuenta de que estaba pronunciando discursos complicados en una habitación llena de personas imaginarias. El comandante comenzaba a aparecer entre ellas y permanecía de pie detrás de él mientras Tansis trabajaba, preguntándole cosas estúpidas y dándole órdenes imposibles de cumplir.

Tansis discutía con él, y sus enfrentamientos cada vez se hacían más tensos y violentos. En ocasiones se quejaba de él en público, gritando en una sala vacía. Tomó tranquilizantes y redujo las horas de trabajo; pero estaba obsesionado por sus problemas y tenía que continuar yendo al laboratorio o al computador.

El comandante se encontraba en todas partes, y Tansis estaba a veces tan irritado que se lanzaba sobre él y le golpeaba. A veces volvía en sí dando puñetazos al aire. Su corazón latía apresurado, sus músculos le dolían por usarlos de modo inadecuado, ya que mientras golpeaba, otra parte de su persona frenaba los golpes. Las palpitaciones del corazón empeoraban con estos esfuerzos, y como no podía tener la certeza de que todo se debiera al polen que había entrado en su sistema, la ansiedad y la tensión crecían.

Durante este período, la densidad del polen del exterior alcanzó un nivel máximo, decayó, volvió a elevarse de nuevo para llegar sólo a la mitad de la intensidad inicial, decreció otra vez durante un día o dos y luego se elevó a casi el nivel de la primera semana; se mantuvo así durante quince días y luego decreció rápidamente. Alcanzó un máximo de menor importancia de nuevo, y luego cayó totalmente, hasta hacerse casi imperceptible.

Supuso que el primer diluvio de polen debería de haber llegado de los trópicos y que luego, conforme la estación ascendía al norte, la vegetación del desierto habría iniciado su actividad, luego de la zona templada de la cuenca del gran río, y finalmente, la dosis menor, de la lejana región subártica. En cada oleada de polen las moléculas eran exactamente iguales. El comandante no parecía estar de acuerdo con él, y le ordenaba ascender a la cima de la montaña para comprobar que todo el polen procedía de allá arriba. Mantenía que la niebla venía de la montaña, pero Tansis podía ver claramente que procedía del mar. Tansis le odiaba por dar órdenes que ponían su vida en peligro para demostrar una teoría estúpida. Rehusaba claramente salir de la nave, y tenía que luchar con los otros oficiales que intentaban arrestarlo por desobedecer las órdenes. En ciertas ocasiones no podía ir a la cabina de mando porque sabía que los encontraría allí a todos y tendría que enfrentarse, otra vez, con ellos, para llegar al computador.

Cuando el contenido de polen del aire bajó hasta cero, su tos desapareció. Suponía que había algunas moléculas en el aire de la nave, traídas por él o expulsadas por la tos, y que al continuar respirándolas habrían reaccionado frente a las defensas de su cuerpo. A pesar de los repetidos análisis del aire de la nave nunca las encontró, y el sistema de alarma no reaccionó, de modo que el número de moléculas extrañas debía ser realmente reducido, pero suficiente para mantener la reacción alérgica. Al final de la estación del polen deberían de haberse roto y desintegrado. Si reaccionó de ese modo ante unas cuantas moléculas, ¿qué hubiera ocurrido con una dosis completa en el apogeo de la estación del polen?

Después de una semana en la que la lectura del polen fue de cero, salió al exterior por vez primera. El avance en sus estudios fue descorazonadoramente lento; ¡ tenía tanto que aprender, y tanto dependía de ello! Sabía que se estaba arruinando con el exceso de trabajo, pero tenía que continuar al mismo ritmo mientras funcionara la nave y aún quedaran provisiones de todo.

Ahora había fijado sus objetivos a un nivel inferior. Esperaba poder entrar en contacto con el ambiente durante, al menos, una parte del año, utilizando la nave como refugio en ocasiones tales como la estación del polen. Si tenía bastante energía podría mantener el sistema de apoyo vital en marcha, y podría vivir con las algas procesadas de los depósitos de la nave. Había aprendido a procesar esas sustancias, y sabía ya que los materiales necesarios eran recuperables a partir de los sistemas de la nave, de modo que sería una operación permanentemente reciclable, que no se agotarían los reactivos necesarios y que podría comer mientras la nave estuviera en funcionamiento. Por lo tanto, el suministro de energía era un asunto crucial. Tenía que acabar la torre y la plataforma y colocar los generadores y las aspas de viento.

Decidió trabajar en ello sin descanso hasta tenerlo acabado. Así no pensaría en otras cosas, y el trabajo físico relajaría su tensión mental. Le asustaba esa forma de perder todo el control de sus sentidos durante varios minutos seguidos mientras gritaba y luchaba con enemigos imaginarios.

En esta ocasión no vivía ya en el campamento, porque nunca podría confiar de nuevo en esos pulverizadores. Pasaba todo el día dentro del traje espacial, y sencillamente se estaba acostumbrando a esa incomodidad. Cada día salía a cortar troncos, darles forma, arrastrarlos e irlos uniendo. Hacía tableros, cortando los troncos a lo largo: tarea bastante fácil para un rayo láser. Hacía todo el trabajo de carpintería en la plataforma de la esclusa de aire, que disponía de una toma de energía exterior.

En una semana logró elevar la torre a más de veinte metros de altura, y le llevó mucho tiempo instalar en ella plataformas en cada piso de tres metros de altura. Estuvo otra semana acoplando escaleras entre los distintos niveles para poder subir fácilmente a la cima. Cuando acabó la torre, tuvo una sensación de éxito extraordinario. Al menos había construido algo. Admiró la torre desde diversas distancias. Sí, satisfacía una de sus necesidades psicológicas más profundas, lo que era mucho más que una mera solución del problema de la energía.

Si no podía solucionar muchos de sus problemas porque implicaban trabajo mental y comprensión de conceptos abstrusos con respuestas generalmente inconcluyentes, al menos en el caso de la torre había concebido, planeado y construido algo sólido tan alto como la nave, y esa respuesta era final y tangible. Tal vez fuera también un símbolo de escape, o de fortalecimiento de la nave. Pero fuera cual fuera el simbolismo subconsciente, le satisfacía profundamente.

Se encontraba ahora más calmado y ya no tenía esos ataques de rabia; sus penas y sus dolores hipocondríacos habían también desaparecido. Sus compañeros imaginarios no desaparecieron del todo; algunas veces se daba cuenta de que estaba explicándoles cómo había construido la torre, y aún conversaba a solas con bastante frecuencia. El comandante se mantenía a distancia, y Tansis sólo sentía su presencia fantasmal cuando iba de noche a la cabina de mando. Aunque conscientemente trataba de desvanecer la presencia mórbida de ese hombre y recordaba que estaba hablando consigo mismo, sus movimientos en la cabina de mando eran siempre muy conscientes, como si alguien le estuviera observando.

Para redondear la plataforma en torno al morro superior de la nave, aserró otro «reloj de arena» y lo talló a treinta centímetros de altura sobre su base para obtener un disco circular de tres metros de diámetro. Luego hizo en el centro un agujero de un metro y medio de diámetro. Así tuvo un gran anillo de madera que subió a la cima de la torre, y logró colocar por encima del morro. Luego aserró tres árboles más, obtuvo más discos y los llevó rodando a la nave. Ahora venía la parte más difícil. Tenía que cortarlos en segmentos, como rajas de un pastel, de forma que se acoplaran alrededor del cono y descansaran sobre el anillo de madera, sobresaliendo unos sesenta centímetros. Le llevó una o dos horas marcar y recortar las formas en hojas de papel redondas antes de disponer bien los segmentos. Luego pegó las hojas de papel en los discos y los cortó con el láser. No encajaban perfectamente, pero formaban una plataforma muy bien adecuada de casi un metro y medio de anchura. Luego las clavó sobre el anillo.

Por último cortó de los troncos muchas planchas de sesenta centímetros de espesor y las fijó sobre la parte superior de la plataforma para que salieran en radio como los rayos de una rueda. Así obtenía una plataforma circular de tres metros de ancho que se acoplaba alrededor del cono del morro de la nave. Concluyó su trabajo instalando el suelo con paneles resistentes, pero de peso ligero, obtenidos de las paredes de la cabina de la nave.

El trabajo completo le había llevado cuatro semanas y media, y aunque tuvo problemas y cometió algunos errores, no tuvo obstáculos serios ni frustraciones. Tansis había encontrado su auténtica vocación.

Ahora tenía que adaptar los generadores y diseñar aspas de viento y sistemas de transmisión. Seis de los ocho generadores estaban aún guardados en la nave, y podía adaptarlos allí. Dos estaban ahora en el exterior y no los podría entrar, porque no habían sido aislados. Tendría que arreglarlos al aire libre, lo cual sería molesto; por ahora, sin embargo, se concentró en los seis que tenía dentro de la nave.

Para hacer las aspas de viento comenzó a destrozar el interior de la nave, cortando láminas finas de metal del casco interior en aquellas zonas que no utilizaba. Cortó y dio a estas láminas de metal la forma de aspas, y las soldó al sistema de transmisiones en anillo.

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