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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (2 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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Nevis la fulminó con la mirada. Su rostro parecía haber sido construido para ello. Era todo aristas y ángulos y su lisa cabellera, peinada hacia atrás, realzaba la línea de su cráneo. Tenía una nariz grande y afilada como una cimitarra y sus ojillos negros brillaban medio ocultos por unas cejas igualmente negras y muy gruesas.

—¿Y para qué fin fueron alquiladas esas naves?

—Pues para viajes de estudio, naturalmente —replicó Celise Waan. Cogió otra bola de crema del plato que había ante ella, sosteniéndola delicadamente entre el índice y el pulgar, y se la metió en la boca—. He supervisado muchas investigaciones importantes y el Centro se encargó de proporcionar los fondos para ellas.

—Permíteme indicarte algo tan obvio como la maldita nariz de tu cara —dijo Nevis—. Éste no es un viaje de estudios. No pensamos hurgar en las costumbres sexuales de alguna raza primitiva. No vamos a ir excavando por ahí, en busca de algún oscuro conocimiento al que ninguna persona cuerda soñaría en darle importancia, tal y como tú estás acostumbrada a hacer. Nuestra pequeña conspiración pretende ir en busca de un tesoro de valor inimaginable. Y, si lo encontramos, no pretendemos entregárselo a las autoridades competentes. Me necesitas para que disponga de él, mediante canales no demasiado lícitos y tú confías tan poco en mí que no piensas decirme en qué consiste todo este maldito embrollo hasta encontrarnos a medio camino, y Lion ha contratado una guardaespaldas. Magnífico; todo eso me importa un comino. Pero entiendo también una cosa: no soy el único hombre poco digno de confianza que hay en ShanDellor. En este asunto puede haber grandes ganancias y mucho poder. Si piensas seguir parloteando sobre alta cocina, entonces me largo. Tengo cosas mucho mejores que hacer, en lugar de seguir aquí sentado oyendo tus tonterías.

Celise Waan lanzó un resoplido despectivo. El resoplido fue ronco y algo húmedo, como correspondía a una mujer gorda, alta y de rostro encendido como ella.

—Salto Estelar es una firma de prestigio —dijo—. Por otra parte, las leyes de salvamento...

—...no tienen el menor significado —dijo Nevis—. En ShanDellor tenemos un código legal, otro en Kleronomas y un tercero en Maya, ninguno de los cuales sirve para lo más mínimo. Y, caso de aplicarse la ley de ShanDellor, entonces sólo obtendríamos una cuarta parte del valor del hallazgo, y eso en caso de obtener algo. Suponiendo que esa estrella tuya de la plaga sea la que realmente Lion piensa que es, y suponiendo que todavía sea capaz de funcionar, entonces quien la controle poseerá una abrumadora superioridad militar en el sector. Tanto Salto Estelar como todas las otras grandes transcorps son tan codiciosas e implacables como yo, eso estoy en condiciones de jurarlo. Lo que es más, son lo bastante grandes y poderosas como para que los gobiernos planetarios las tengan vigiladas constantemente, y permíteme indicarte que somos cuatro... cinco, contando a tu adquisición —señaló con la cabeza a Rica Danwstar y obtuvo por toda respuesta una gélida sonrisa—. Una nave de lujo cuenta ya con más de cinco chefs para la repostería. Incluso en una nave pequeña la tripulación nos superaría en número. Una vez hubieran comprendido lo que poseíamos, ¿crees que nos dejarían conservarlo ni un segundo?.

—Si nos estafan les demandaremos —dijo la gruesa antropóloga, con un leve matiz de petulancia en su voz, mientras cogía la última bola de crema.

Kaj Nevis se rió de ella.

—¿Ante qué tribunales? ¿En qué planeta? Todo ello suponiendo que se nos permita seguir con vida, lo cual es francamente improbable dado el asunto del que hablamos. Creo que eres una mujer estúpida y fea.

Jefri Lion había estado escuchando la discusión con aire de inquietud.

—Vamos, vamos... —dijo por fin, interrumpiéndoles—. No empecemos con adjetivos desagradables, Nevis, no hace falta. Después de todo, este asunto es cosa de todos —Lion, bajo y corpulento, vestía una chaqueta militar de camuflaje adornada con abundantes condecoraciones de una campaña ya olvidada. Con la penumbra del pequeño restaurante, la tela de la chaqueta había adoptado un color gris sucio que armonizaba admirablemente con la barba incipiente que Lion lucía en su rostro. Su frente, amplia y despejada, estaba cubierta por una leve capa de sudor. Kaj Nevis le ponía nervioso. Después de todo, ese hombre tenía una reputación. Lion miró a los demás buscando apoyo.

Celise Waan frunció los labios y clavó la mirada en el plato vacío que tenía delante, como si con ello pudiera conseguir que volviera a llenarse. Rica Danwstar («la adquisición», tal y como Nevis la llamaba) se reclinó en su asiento con un brillo de irónica diversión en sus ojos verde claro. Bajo el mono y la chaqueta de malla plateada que vestía, su cuerpo esbelto y endurecido parecía relajado, casi indolente. Si sus patronos pensaban pasarse el día y la noche discutiendo, no era problema suyo.

—Los insultos son inútiles —dijo Anittas. Resultaba difícil adivinar lo que pensaba el cibertec. Su rostro se componía, por igual, de metal pulido, carne y plástico translúcido, sin que llegara a resultar demasiado expresivo. Los dedos de su mano derecha, de un brillante acero azulado, contrastaban con la carne de su mano izquierda, en tanto que sus ojos de metal plateado estudiaban incesantemente a Nevis, moviéndose en sus receptáculos de plástico negro—. Kaj Nevis ha planteado algunas objeciones válidas. Posee experiencia en estos asuntos y en esta zona, en tanto que nosotros carecemos de ella. ¿De qué sirve haberle metido en este asunto si ahora no estamos dispuestos a escuchar sus consejos?

—Cierto, cierto —dijo Jefri Lion—. Entonces, Nevis, ¿qué sugieres? Si debemos evitar el trato con las transcorps, ¿cómo vamos a llegar hasta la estrella?

—Necesitamos una nave —dijo Celise Waan, proclamando estentóreamente lo que era obvio.

Kaj Nevis sonrió.

—Las transcorps no poseen ningún monopolio sobre las naves. Ésa fue la razón por la que sugerí que nos reuniéramos aquí y no en la oficina de Lion. Este cuchitril se encuentra cerca del puerto y el hombre que necesitamos estará aquí, seguro...

Jefri Lion pareció vacilar al oírle.

—¿Un independiente? Algunos tienen una reputación no muy agradable, ¿no es cierto?

—Igual que yo —le recordó Nevis.

—Aun así. He oído rumores sobre contrabando e incluso sobre piratería. Nevis, ¿estamos dispuestos a correr esa clase de riesgos?

—No deseamos correr ninguna clase de riesgos —le dijo Kaj Nevis—, y no vamos a correrlos. Todo se reduce a conocer a la gente adecuada. Conozco a montones de gente. Gente adecuada y gente inadecuada. —Movió levemente la cabeza—. Volviendo a nuestro problema, voy a referirme a una mujer morena que luce un montón de joyas negras. Se llama Jessamyn Caige es la dueña de la Libre Empresa. No tengo ninguna duda de que estaría dispuesta a cedernos su nave a un precio muy razonable.

—Entonces, ¿ella es la persona adecuada? Espero que su nave tenga una rejilla gravitatoria: la falta de peso siempre me pone muy nerviosa.

—¿Cuándo piensas hablar con ella? —le preguntó Jefri Lion.

—No soy yo quien le hablará —replicó Kaj Nevis—. ¡Oh!, de acuerdo, he utilizado antes a Jessamyn para una o dos cargas, pero no pienso correr el riesgo de viajar con ella y jamás soñaría con meterla en algo tan enorme. La Libre Empresa tiene una tripulación de nueve personas, más que suficientes para encargarse de mí y de la adquisición. No lo digo con ánimo de ofender, Lion, pero los demás, sencillamente, es como si no existierais.

—Desearía hacerte saber que soy un soldado —dijo Jefri Lion con voz dolorida—. He estado en combate.

—Hace unos cien años —dijo Nevis—. Tal y como iba diciendo, los demás es como si no existierais y a Jessamyn le importaría tanto matarnos como escupir en el suelo. —Sus diminutos ojos negros les contemplaron uno a uno—. Ésa es la razón de que os haga falta. De no ser por mí seríais lo bastante ingenuos como para contratar a Jessamyn o a una de las transcorps.

—Mi sobrina está trabajando con un comerciante independiente que tiene mucho éxito —dijo Celise Waan.

—¿De quién se trata? —inquirió Kaj Nevis.

—Noah Wackerfuss —replicó ella—. Su nave es la Mundo de Gangas.

Nevis asintió.

—Noah, el Gordo. Resultaría muy divertido, estoy seguro. Podría decir, para empezar, que su nave funciona constantemente en ingravidez. Una gravedad normal mataría a ese viejo degenerado, aunque no se perdería gran cosa. Es cierto que al menos Wackerfuss no es un tipo especialmente sediento de sangre. Hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que no acabaría matándonos. Sin embargo, es tan astuto y codicioso como todos los otros y, como mínimo, buscaría un modo de conseguir una parte del botín. En el peor de los casos, acabaría quedándose con todo. Y en su nave hay veinte tripulantes, todas mujeres. ¿Has interrogado alguna vez a tu sobrina sobre la naturaleza exacta de sus obligaciones laborales?

Celise Waan se ruborizó.

—¿Tengo que escuchar las insinuaciones de este hombre? —le preguntó a Lion—. El descubrimiento lo hice yo y no pienso permitir que me insulte este rufián de tercera, Jefri.

Lion frunció el ceño con expresión lastimera.

—Bueno, realmente deberíamos dejar de discutir. Nevis, no es necesario que sigas presumiendo de ese modo. Estoy seguro de que todos decidimos contar contigo en este asunto a causa de tu capacidad como experto. Supongo que tendrás alguna idea sobre qué persona deberíamos contratar para que nos lleve a la estrella, ¿cierto?

—Por supuesto que sí —dijo Nevis.

—¿De quién se trata? —le preguntó secamente Anittas.

—Se trata de un mercader independiente que no tiene demasiada suerte en su oficio. Además, lleva medio año atascado en ShanDellor porque no ha encontrado ninguna mercancía, así que debe estar empezando a desesperarse, al menos lo suficiente como para saltar de alegría ante la oportunidad que le ofrecemos. Tiene una nave pequeña, y en no muy buen estado, con un nombre tan largo como ridículo. La nave no es muy lujosa, pero nos llevará hasta allí y eso es lo importante. No hay ninguna tripulación por la que preocuparse, sólo él. Y él... bueno, también es un poco ridículo. No tendremos ningún problema. Es un tipo grandote, pero es blando tanto por dentro como por fuera. He oído decir que en su nave tiene algunos gatos. No le gusta mucho la gente. Bebe montones de cerveza y come demasiado. Dudo que lleve una sola arma encima. Según mis informes se las arregla a duras penas para sobrevivir, volando de un mundo a otro y vendiendo baratijas absurdas que transporta en su vieja bañera. Wackerfuss piensa que este tipo es una broma ambulante pero incluso si se equivoca, ¿qué puede hacer un solo hombre contra nosotros? Si se atreve a decir que informará a las autoridades, la adquisición y yo nos encargaremos de él y le convertiremos en comida para sus gatos.

—¡Nevis, no pienso tolerar ese tipo de ideas! —protestó Jefri Lion—. No pienso permitir que se cometa ni un solo asesinato en este asunto.

—¿No? —dijo Nevis, señalando levemente a Rica Danwstar—. Entonces, ¿por qué contratarla? —En su sonrisa había algo indefinible pero muy desagradable y la sonrisa con que ella respondió a su gesto era una mueca de pura maldad—. De todos modos, sabía que éste era el lugar adecuado. Aquí tenemos a nuestro hombre.

De entre todos ellos, sólo Rica Danwstar estaba algo versada en las artes de la sutileza y la conspiración por lo que tres pares de ojos se volvieron hacia la puerta y hacia el hombre que había entrado por ella. Era muy alto, casi dos metros y medio, y su barriga sobresalía sobre su delgado cinturón metálico. Tenía las manos grandes y el rostro alargado y curiosamente inexpresivo: se movía de un modo algo envarado y su piel parecía tan blanca como el hueso, al menos por lo que podía verse, y no tenía ni el menor rastro de vello. Vestía unos pantalones de un color azul brillante y una camiseta marrón de mangas anchas, recogidas a la altura de los codos.

Debió percibir que le observaban pues volvió la cabeza y les miró. Su pálido rostro continuó tan inexpresivo como antes, y siguió mirándoles. Celise Waan fue la primera en apartar los ojos, luego lo hizo Jefri Lion y finalmente Anittas.

—¿Quién es? —le preguntó el ciborg a Kaj Nevis.

—Wackerfuss le llama Tuffy —dijo Nevis—. Según me han dicho, su nombre auténtico es Haviland Tuf.

Haviland Tuf cogió entre sus dedos la última fortaleza estelar de color verde con tal delicadeza que, por unos instantes, pareció menos corpulento de lo que era en realidad y luego se irguió para contemplar el tablero con expresión satisfecha. El campo se había vuelto totalmente rojo: cruceros, acorazados, fortalezas estelares, colonias... todo se había vuelto rojo.

—Debo reclamar la victoria —dijo.

—Otra vez —dijo Rica Danwstar, estirándose para desentumecer los músculos, agarrotados por las largas horas de juego. En cada uno de sus movimientos había la gracia letal de la leona y bajo su chaqueta plateada se adivinaba la forma del aguijón que guardaba en una funda pegada al hombro.

—Quizá pueda permitirme la osadía de sugerir que lo intentemos de nuevo —dijo Haviland Tuf.

Danwstar rió.

—No, gracias —dijo—. Eres demasiado bueno en esto. Llevo el juego en la sangre, pero contigo no hay juego posible. Me he cansado de quedar la segunda.

—En las partidas que hemos jugado hasta el momento he tenido mucha suerte —dijo Haviland Tuf. Es indudable que en estos momentos mi suerte estará agotándose y que en su próxima intentona será incapaz de reducir a la nada mis pobres fuerzas.

—Oh, sí, es indudable —replicó Rica Danwstar sonriendo—, pero deberás perdonarme si decido posponer la intentona hasta que sufra de un caso terminal de aburrimiento. Al menos soy mejor que Lion... ¿no es cierto, Jefri?

Jefri Lion estaba sentado en una esquina de la sala de control de la nave, examinando un montón de viejos textos militares. Su chaqueta de camuflaje había adoptado la tonalidad marrón del panel de madera artificial que tenía detrás.

—El juego no sigue auténticos principios militares —dijo, con cierto disgusto en la voz—. Empleé las mismas tácticas que utilizó Stephen Cobalt Nortbstar cuando la Decimotercera Flota de la Humanidad sitió Hrakkean. El contraataque de Tuf resultaba absolutamente erróneo dadas las circunstancias y, en caso de que las reglas hubieran estado redactadas de modo correcto, habría sufrido una derrota sin paliativos.

—Cierto —dijo Haviland Tuf—, en eso me veo absolutamente superado. Después de todo, habéis tenido la fortuna de ser historiador militar, en tanto que yo soy un sencillo y humilde comerciante, por lo que no estoy familiarizado con las grandes campañas de la historia. De momento he tenido una suerte inmensa ya que las deficiencias del juego y mi buena estrella han conspirado para compensar mi ignorancia. Sin embargo, me encantaría tener la ocasión de comprender mejor los principios militares. Si tuvierais la bondad de probar suerte una vez más con el juego, estudiaré cuidadosamente todas vuestras sutilezas estratégicas, esperando, de esa manera, incorporar a mi pobre forma de jugar un enfoque más sólido y auténtico.

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