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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Fronteras del infinito (27 page)

BOOK: Fronteras del infinito
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—Todos mis agentes y los de Bharaputra lo han intentado, y ha resultado imposible.

—No me sorprende. Porque quienes lo llevaron a cabo fueron los agentes de Bharaputra. —Bueno, por lo menos era factible.

Había despertado su interés.

—¿Mataron su propio producto? —dijo despacio.

—Creo que Ryoval hizo un trato con la Casa Bharaputra para traicionarle a usted —se apresuró a explicar—. Supongo que tenía que ver con el intercambio de muestras biológicas únicas en posesión de Ryoval; no creo que el dinero fuera suficiente frente a tanto riesgo. El trato se hizo al más alto nivel, obviamente. No sé cómo decidieron dividirse los restos de la Casa Fell después de su muerte, barón, y tal vez no pensaran dividirla, después de todo. Parecen tener algún tipo de plan final de combinación de operaciones para un monopolio gigante de mercancía biológica en Jackson's Whole. Una fusión, una corporación, digamos. —Miles se detuvo para que el Barón tuviera tiempo de digerir la información—. ¿Puedo sugerir que se guarde sus fuerzas y favores contra enemigos más, ejem, cercanos e inmediatos que yo? Además, usted tiene todo nuestro dinero y nosotros sólo la mitad de la carga. ¿Le parece que estamos en paz?

Fell lo miró con furia durante un largo minuto, la cara de un hombre que pensaba en tres direcciones al mismo tiempo. Miles conocía esa sensación. Después volvió la cabeza y farfulló:

—Contraorden a las naves de persecución.

Miles respiró de nuevo.

—Le agradezco la información, almirante —dijo Fell—, pero no demasiado. No voy a impedirle la huida. Pero si usted o sus barcos vuelven al espacio jacksoniano…

—Ah, barón —afirmó Miles con sinceridad—, estar lejos, muy lejos de aquí se está convirtiendo en una de mis ambiciones más queridas.

—Es usted sabio —gruñó Fell y se movió para cortar la conexión.

—Barón Fell —agregó Miles en un impulso repentino. Fell se detuvo—. Para que no le suceda lo mismo en el futuro. ¿Es seguro este canal?

—Sí.

—El verdadero secreto de la técnica de rejuvenecimiento de Beta es… que no existe. Que no lo engañen de nuevo. Represento esta edad, porque es la que tengo. Haga con esta información lo que quiera.

Fell no dijo nada. Al cabo de un momento esbozó una sonrisa leve. Sacudió la cabeza y cortó la comunicación.

Por si acaso, Miles se quedó en una especie de burbuja vidriosa, borroneada por el cansancio, en un rincón de la sala hasta que el oficial de comunicaciones informó que el control de tránsito de la estación de salto les daba vía libre. Pero en realidad, estaba seguro de que las casas Fell, Ryoval y Bharaputra iban a estar demasiado ocupadas vigilándose unas a otras como para preocuparse por él, por lo menos de momento. Su última entrega de información verdadera y falsa entre los combatientes —a cada uno según su propia medida— había sido como arrojar un solo hueso a tres perros hambrientos y furiosos. Casi lamentaba no poder quedarse a ver los resultados. Casi.

Horas después del salto, se despertó en su cabina, vestido y con las botas junto a la cama; no tenía el más mínimo recuerdo de cómo había llegado allí. Pensaba que Murka lo había acompañado, pero podía ser sólo una idea. Si se hubiera quedado dormido mientras caminaba, seguramente se habría dejado las botas puestas.

Primero fue a ver al oficial de guardia, que le informó sobre la situación y el estado del
Ariel
. Todo estaba bien, refrescantemente gris, después de los días anteriores. Estaban cruzando el sistema de una estrella azul entre puntos de salto en la ruta a Escobar, un lugar deshabitado y vacío de todo excepto por algunas pocas naves mercantes. Y nada los seguía desde Jackson's Whole. Miles comió algo liviano. No sabía si era el desayuno, el almuerzo o la cena, porque sus biorritmos estaban confusos tras sus aventuras en tierra. Después fue a buscar a Thorne y a Nicol. Los encontró en ingeniería. Un técnico estaba puliendo un último detalle en la silla voladora de Nicol.

Nicol, con una túnica blanca y pantalones cortos con vivos rosados, yacía boca abajo sobre un banco esperando que terminaran las reparaciones. A Miles le causó una curiosa sensación verla fuera de su taza, era como mirar a un caracol sin caparazón, o una foca en tierra. Resultaba extrañamente vulnerable así, y sin embargo, en la silla parecía tan bien, tan en su ambiente que Miles había dejado de notar lo raro de los cuatro brazos. Thorne ayudó al técnico a colocar el caparazón azul de la silla voladora sobre su mecanismo antigravitatorio y se volvió para saludar a Miles mientras el técnico lo ajustaba.

Miles se sentó en el banco frente a Nicol.

—Por lo que veo —dijo—, el barón Fell no va a perseguirla. Él y su medio hermano van a estar muy ocupados vengándose uno del otro durante un tiempo. Me alegra ser hijo único.

—Mmm —emitió ella, pensativa.

—Estará bien —aseguró Thorne, como dándole ánimos.

—No… no es eso —dijo Nicol—. Sólo pensaba en mis hermanas. Hubo una época en que no veía la hora de escaparme de ellas. Ahora no veo la hora de volver a abrazarlas.

—¿Qué piensa hacer? —preguntó Miles.

—Primero voy a ir a Escobar —contestó—. Es un buen lugar de cruce, y desde allí espero arreglármelas para volver a la Tierra. Desde la Tierra, a Oriente IV y desde ahí, seguramente, podré llegar a casa.

—¿Entonces es a casa adónde quiere ir?

—Hay mucho más que ver por aquí —señaló Thorne—. No estoy seguro de que las naves de los Dendarii tengan lugar para una intérprete pero…

Ella negaba con la cabeza.

—A casa —dijo con firmeza—. Estoy cansada de luchar sola todo el tiempo. Estoy cansada de estar sola. Empiezo a tener pesadillas acerca de tener piernas…

Thorne suspiró.

—Tenemos una colonia de los de superficie entre nosotros —agregó ella en tono sugestivo a Thorne—. Han hecho un asteroide propio con gravedad artificial, una cosa muy parecida al suelo, pero no tan llena de corrientes.

Miles se alarmó un poco, perder a un comandante de lealtad tan probada…

—Ah —suspiró Thorne, en tono tan pensativo, como el de Nicol—. Está muy lejos de mi casa, su asteroide.

—¿Piensa volver a la colonia Beta algún día? —preguntó ella—. ¿O es que los Mercenarios de Dendarii son su casa ahora?

—No es algo tan apasionado —explicó Thorne—. Me quedo, sobre todo, porque tengo mucha curiosidad. Quiero saber qué va a pasar.

Y Thorne sonrió a Miles de manera especial. Después ayudó a Nicol a subirse a su silla azul. Ella controló los sistemas, y se acomodó, tan ágil —más aún— como sus compañeros con piernas. Se balanceó y miró a Thorne con la cara radiante.

—Sólo nos quedan tres días para la órbita de Escobar —dijo Thorne como si lo lamentara—. Son… setenta y dos horas, cuatro mil trescientos veinte minutos. ¿Cuánto podemos hacer en cuatro mil trescientos veinte minutos?

¿O con cuánta frecuencia?
, pensó Miles con frialdad.
Especialmente, si no duermen
. Dormir, en sí mismo, no era lo que Bel tenía en mente si Miles interpretaba bien los indicios. Buena suerte… a los dos.

—Mientras tanto —continuó Thorne mientras maniobraba para poner a Nicol en el corredor—, voy a mostrarle la nave. Es ilírica… pero claro, supongo que ésa no es su especialidad. Es toda una historia la forma en que cayó en manos de los Dendarii… entonces éramos los Mercenarios de Oseran…

Nicol lanzaba pequeñas exclamaciones de interés. Miles suprimió una sonrisa de envidia y se volvió hacia el otro lado, a buscar al doctor Canaba y arreglar los detalles para cumplir con la última y muy desagradable parte de su misión.

Confundido, Miles dejó el hipoespray que tenía entre las manos cuando se abrió la puerta de la enfermería. Giró en el sillón del técnico médico y alzó la vista hacia Taura y la sargento Anderson que entraban en ese momento.

—Dios mío —murmuró.

Anderson esbozó una sonrisa.

—Informando como me pidió, señor.

La mano de Taura se levantó en el aire. La mujer soldado no sabía si tratar de imitar o no el saludo militar de la sargento. Miles la miró de arriba a abajo y sus labios se abrieron en una sonrisa involuntaria. La transformación de Taura era todo lo que él había soñado y más.

No sabía cómo había hecho Anderson para conseguir que el ordenador del depósito ampliara sus parámetros normales, pero de alguna forma le había hecho vomitar un equipo completo de ropa Dendarii para Taura: chaqueta gris y blanca brillante con bolsillos, pantalones grises, botas pulidas hasta los tobillos. La cara y el cabello de Taura estaban todavía más limpios que sus botas. Llevaba el cabello oscuro recogido atrás en una trenza espesa que se le enroscaba sobre la nuca —Miles no veía el extremo— y brillaba con inesperados reflejos color caoba.

Parecía, si no bien alimentada, por lo menos no tan hambrienta, los ojos eran brillantes e interesados, no esas luces fantasmales y amarillas metidas en cavernas huesudas que él había visto al principio. Incluso desde lejos, Miles se dio cuenta de que la rehidratación y la oportunidad de limpiarse los dientes y los colmillos había eliminado ese aliento a acetona que le habían producido los días en los sótanos del establecimiento de Ryoval, a dieta de ratas crudas.

La capa de suciedad incrustada en sus manazas había desaparecido y sus uñas afiladas —una buena idea— no estaban cortadas, pero sí limadas y pintadas con un esmalte blanco perla brillante que complementaba la ropa blanca y gris como una joya. El esmalte, seguramente, era un toque personal de la sargento.

—Sorprendente, sargento —dijo Miles, admirado.

Anderson hizo una mueca de orgullo.

—¿Es eso lo que tenía en mente, señor?

—Sí, sí. —La cara de Taura reflejaba que estaba encantada—. ¿Qué te ha parecido tu primer salto? —le preguntó.

Los largos labios dibujaron lo que Miles supuso una sonrisa.

—Creía que me estaba descomponiendo. Me sentí tan mareada al principio… hasta que la sargento me explicó de qué se trataba.

—¿Alucinaciones, una sensación extraña como si el tiempo durara más?

—No, pero no fue… Bueno, por lo menos fue corto.

—Mmm. No parece que seas uno de los afortunados, o desafortunados, que tienen aptitudes para piloto de salto. Por el talento que demostraste en la plataforma de aterrizaje de Ryoval ayer, supongo que la división táctica no querrá perderte en manos de navegación y comunicaciones. —Miles hizo una pausa—. Gracias, Laureen. ¿Qué he interrumpido con mi llamada?

—Controles de sistemas de rutina en los transbordadores, hice que Taura me viera hacerlo.

—De acuerdo. Adelante. Taura volverá cuando termine aquí.

Anderson se fue un tanto reticente: era obvio que sentía curiosidad. Miles esperó hasta que las puertas se cerraron con su suspiro característico antes de hablar.

—Siéntate, Taura. ¿Así que tus primeras veinticuatro horas con los Dendarii han sido satisfactorias?

Ella sonrió y se sentó despacio en una silla que crujió bajo su peso.

—Sí.

—Ah. —Él dudaba—. Quiero que entiendas que cuando lleguemos a Escobar puedes hacer lo que quieras. No estás obligada a unirte a nosotros. Podría hacer que consiguieras algo en el planeta…

—¿Qué? —Se le abrieron los ojos de desesperación—. ¡No! Quiero decir…, ¿como demasiado?

—En absoluto. Peleas como cuatro hombres juntos, así que bien podemos darte de comer como a tres. Pero… tengo que arreglar algunas cosas antes de que hagas el juramento de práctica. —Miles se aclaró la garganta—. No fui a Ryoval para reclutarte. Unas semanas antes de que Bharaputra te vendiera, el doctor Canaba te inyectó algo en la pierna, ¿recuerdas? Con una aguja, no con el hipoespray.

—Ah, sí. —Ella se frotó la pantorrilla casi sin pensarlo—. Me hizo un nódulo.

—¿Qué… qué te dijo que era?

—Inmunización.

Ella tenía razón cuando se conocieron, pensó Miles. Los humanos mienten mucho.

—Bueno, pues no era eso. Canaba te estaba usando como depósito vivo de un material biológico fabricado. Material pasivo, unido a las moléculas —se apresuró a añadir cuando ella se miró la pierna, asustada—. Me ha asegurado que no puede activarse espontáneamente. Mi misión inicial era llevarme al doctor Canaba y sólo eso. Pero él no quería irse sin sus complejos genéticos.

—¿Pensaba llevarme consigo? —dijo ella sorprendida y encantada—. ¡Entonces tengo que agradecerle a él que tú vinieras!

Miles hubiera querido ver la cara del doctor Canaba si ella se lo agradecía.

—Sí y no. No exactamente. —Siguió hablando para que no le fallaran los nervios—. No tienes nada que agradecerle, ni a mí tampoco. Él quería llevarse sólo la muestra de tejidos y me mandó a buscarla.

—¿Hubieras querido dejarme en… es por eso que Escobar…? —Ella todavía no comprendía.

—Fue tu buena suerte la que hizo que perdiera a mis hombres y mis armas antes de encontrarte. Canaba también me mintió a mí. Puedo decir en su defensa que tenía una idea rara sobre salvarte de una vida brutal como esclava de Ryoval. Me mandó a matarte, Taura. A matar a un monstruo cuando debería haberme rogado que rescatara a una princesa de incógnito. No estoy satisfecho del doctor Canaba. Ni de mí mismo. Te mentí a lo loco en las instalaciones de Ryoval. Pensé que tenía que hacerlo para sobrevivir y ganar.

La cara de ella reflejaba confusión, la luz en sus ojos se apagaba.

—¿Entonces, no… pensaste realmente que era humana?

—Por el contrario. Tu elección de la prueba fue muy buena. Es mucho más difícil mentir con el cuerpo que con la boca. Cuando te… demostré que te creía humana, tuvo que ser real. —La miró y todavía sintió una alegría salvaje, lunática, un residuo somático de esa aventura del cuerpo. Siempre sentiría algo, supuso… un condicionamiento masculino, sin duda—. ¿Te gustaría que te lo demostrara de nuevo? —preguntó, esperanzado a medias, después se mordió la lengua—. No —contestó su propia pregunta—. Si voy a ser tu comandante, tenemos reglas de no confraternización. Sobre todo, para proteger a los de menor rango del abuso… aunque funciona para los dos… ejem…

Estaba haciendo una digresión terrible. Levantó el hipoespray, jugueteó con él, nervioso y lo volvió a apoyar.

—Como decía, el doctor Canaba me pidió que te mintiera de nuevo. Quería que te diera una anestesia general para poder sacar su muestra. Es un cobarde, como debes de haber notado. Ahora está fuera, temblando de pies a cabeza con la idea de que sepas lo que él quería hacerte. Creo que anestesia local con un bloqueador médico sería suficiente. Yo querría estar consciente y bien alerta si estuvieran haciéndomelo a mí, te lo aseguro… —Tocó el hipoespray con un dedo, desdeñosamente.

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