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Authors: Dalai Lama y Howard C. Cutler

Tags: #Ensayo

El arte de la felicidad (14 page)

BOOK: El arte de la felicidad
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Tras decir esto, el Dalai Lama adoptó una postura de meditación, con las piernas cruzadas, y permaneció completamente inmóvil. Se produjo un intenso silencio. Era emocionante estar sentado entre la multitud aquella mañana. Imagino que ni siquiera el individuo más endurecido pudo evitar sentirse conmovido al verse rodeado por mil quinientas personas que concentraban su pensamiento en la compasión. Al cabo de unos pocos minutos, el Dalai Lama inició un cántico tibetano en tono bajo, con una voz profunda y melódica, que se rompía, descendía suavemente y consolaba.

Tercera parte: Transformación del sufrimiento
Capítulo 8: Afrontar el sufrimiento

En tiempos de Buda, murió el único hijo de una mujer llamada Kisagotami. Incapaz de aceptar aquello, la mujer corrió de una persona a otra en busca de una medicina que devolviera la vida a su hijo. Le dijeron que Buda la tenía. Kisagotami fue a ver a Buda, le rindió homenaje y preguntó:

—¿Puedes preparar una medicina que resucite a mi hijo?

—Conozco esa medicina —contestó Buda—. Pero para prepararla necesito ciertos ingredientes.

—¿Qué ingredientes? —preguntó la mujer, aliviada.

— Tráeme un puñado de semillas de mostaza —le dijo Buda.

La mujer le prometió que se las procuraría, pero antes de que se marchase, Buda añadió:

—Necesito que las semillas de mostaza procedan de un hogar donde no haya muerto ningún niño, cónyuge, padre o sirviente. La mujer asintió y empezó a ir de casa en casa, en busca de las semillas. En todas las casas que visitó, la gente se mostró dispuesta a darle las semillas, pero al preguntar ella si en la casa había muerto alguien, se encontró con que todas las casas habían sido visitadas por la muerte; en una había muerto una hija, en otra un sirviente, en otras el marido o uno de los padres. Kisagotami no pudo hallar un hogar donde no se hubiera experimentado el sufrimiento de la muerte. Al darse cuenta de que no estaba sola en su dolor, la madre se desprendió del cuerpo sin vida de su hijo y fue a ver a Buda, quien le dijo con gran compasión:

—Creíste que sólo tú habías perdido un hijo; la ley de la muerte es que no hay permanencia entre las criaturas vivas.

La búsqueda de Kisagotami le enseñó que nadie se libra del sufrimiento y la pérdida. Ella no era una excepción. Esa comprensión no eliminó el sufrimiento inevitable que comporta toda pérdida, pero redujo el que deriva de luchar contra ese triste hecho.

Aunque el dolor y el sufrimiento son fenómenos humanos universales, eso no hace que sea fácil aceptarlos. Los seres humanos han diseñado un vasto repertorio de estrategias para evitarlos. A veces utilizamos medios externos, como sustancias químicas, eliminando o reduciendo nuestro dolor con drogas y alcohol. También disponemos de mecanismos internos, de defensas psicológicas, a menudo inconscientes, que nos protegen de dolores y angustias excesivos. En ocasiones, esos mecanismos de defensa pueden ser bastante primitivos, como negarnos a reconocer que existe un problema. En otras ocasiones, lo reconocemos vagamente, sumergidos en distracciones o entretenimientos. O incapaces de aceptar que tenemos un problema, lo proyectamos inconscientemente sobre los demás y los acusamos de ocasionarnos sufrimiento. «Sí, me siento muy desdichado. Pero me sentiría bien si no fuera por ese jefe desquiciado que me persigue.»

El sufrimiento sólo se puede evitar temporalmente. Pero, al igual que una enfermedad que se deja sin tratar (o que se trata superficialmente con una medicación que se limita a enmascarar los síntomas), invariablemente se encona y empeora. Las drogas o el alcohol alivian nuestro dolor durante un tiempo, pero con su uso continuado el daño físico a nuestros cuerpos y el daño social a nuestras vidas puede provocar mucho más sufrimiento que la difusa insatisfacción o el agudo dolor emocional que nos indujeron a consumir esas sustancias. Las defensas psicológicas, como la negación o la represión, pueden aliviar el dolor, pero el sufrimiento no desaparece por ello.

Randa perdió a su padre hace poco más de un año, a causa del cáncer. Estaba muy compenetrado con él, y todos se sorprendieron al observar lo bien que sobrellevaba su desaparición.

—Pues claro que me siento triste —explicaba con un tono estoico—. Pero me encuentro bien. Lo echo de menos, pero la vida sigue y de todos modos no puedo pensar en su pérdida. Tengo que ocuparme del funeral, de mi madre y de las propiedades… Pero me irá bien —les decía tranquilizadoramente a todos.

Un año más tarde, sin embargo, poco después del primer aniversario de la muerte de su padre, Randall empezó a experimentar una grave depresión. Acudió a verme y explicó:

—No comprendo qué me está causando esta depresión. Todo parece ir bien en estos momentos. No puede ser por la muerte de mi padre, porque eso ocurrió hace más de un año y ya lo tengo asumido.

Sin embargo, con muy pocas sesiones de terapia quedó claro que los esfuerzos que realizaba por dominar sus emociones, para «ser fuerte», le habían impedido afrontar plenamente sus sentimientos de dolor y pérdida, que siguieron creciendo hasta manifestarse en una depresión abrumadora que sí se vio obligado a afrontar.

En el caso de Randall, su depresión desapareció con bastante rapidez en cuanto enfocamos la atención sobre su dolor y sentimientos de pérdida y pudo asumirlos. En ocasiones, sin embargo, nuestras estrategias inconscientes para soslayar conflictos se hallan mucho más profundamente enraizadas y es difícil sacarlas a la luz. Casi todos conocemos a alguien que evita los problemas proyectándolos sobre los demás, atribuyendo a los otros sus propios defectos. Ciertamente, no es un método adecuado para eliminar los problemas, y por lo general condena a una vida de infelicidad.

El Dalai Lama habló del sufrimiento humanó y la necesidad de aceptado como un hecho natural de la existencia humana.

—En nuestras vidas abundan los problemas. Los mayores son los que no podremos evitar, como el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. No pensar en ellos puede aliviamos temporalmente, pero creo que existe un enfoque mejor. Si se afronta directamente el sufrimiento, se estará en mejor posición para apreciar la profundidad y la naturaleza del problema. Si en una batalla se desconocen las características del enemigo y su capacidad de combate, nos veremos paralizados por el temor.

Este enfoque era claramente razonable pero, con el deseo de ahondar un poco más en el tema, pregunté:

—Sí, pero ¿y si se afronta directamente un problema y se descubre que no hay solución? Eso es bastante duro de aceptar.

—Sigo creyendo que es mucho mejor —contestó él con espíritu marcial—. Por ejemplo, pueden considerarse negativos e indeseables el envejecimiento y la muerte, y tratar de olvidarlos. Pero terminarán por llegar, inevitablemente; y si has evitado pensar en ello, cuando estén ahí, se producirá una conmoción que causará una insoportable inquietud mental. No obstante, si dedicas algún tiempo a pensar en la vejez, la muerte y otras cosas infortunadas, tu mente tendrá más estabilidad cuando esas cosas acontezcan, puesto que ya te habrás familiarizado con su naturaleza.

»Ésa es la razón por la que creo que puede ser útil prepararse, familiarizarse con el sufrimiento. Por utilizar de nuevo la analogía de la batalla, reflexionar sobre el sufrimiento puede verse como un ejercicio militar. La gente que nunca ha oído hablar de la guerra, de cañones y bombardeos, podría llegar a desmayarse si tuviera que entrar en combate. Pero, por medio de los ejercicios militares, se familiariza con lo que puede suceder, de modo que, en el caso de que estalle una guerra, las cosas no le serán tan duras.

—Bueno, no creo que familiarizarnos con el sufrimiento que puede sobrevenir tenga algún valor para reducir el temor y el recelo; sigo pensando que, a veces, ciertos dilemas no nos presentan ninguna otra opción que el sufrimiento. ¿Cómo podemos evitar preocupamos en tales circunstancias?

—¿Un dilema? Por ejemplo, ¿cuál?

Pensé un momento.

—Bueno, digamos, por ejemplo, que una mujer está embarazada y le practican una amniocentesis o un sonograma y descubren que el niño tendrá un grave defecto de nacimiento, como una disfunción mental o física extremadamente grave. La mujer se angustia, porque no sabe qué hacer. Puede abortar y salvar así al bebé de una vida de sufrimiento, pero entonces ella se enfrentará al dolor de la pérdida y quizá a sentimientos de culpabilidad. También puede dejar que la naturaleza siga su curso y tener el bebé. Pero entonces quizá tenga que enfrentarse a una vida llena de sufrimientos por la enfermedad del niño.

El Dalai Lama me escuchó atentamente mientras hablaba. Luego me contestó con un tono un tanto melancólico.

—Esa clase de problemas son realmente muy difíciles, tanto si los abordamos desde una perspectiva occidental como budista. Por lo que se refiere a su ejemplo, nadie sabe realmente qué será lo mejor a largo plazo. Aunque un niño nazca con un defecto, es posible que a largo plazo sea mejor para la madre, la familia o incluso el propio niño. Pero también existe la posibilidad de que, teniendo en cuenta las consecuencias a largo plazo, sea mejor abortar. Pero ¿quién decide una cosa así? Es muy difícil decirlo. Incluso desde el punto de vista budista, esa clase de juicio se encuentra fuera del alcance de nuestra capacidad racional. —Hizo una pausa, antes de añadir—: En esas situaciones las convicciones juegan un papel determinante.

Permanecimos en silencio. Luego, tras sacudir la cabeza, dijo finalmente:

—Podemos preparamos para el sufrimiento, al menos hasta cierto punto, recordando que a veces nos encontraremos con situaciones muy complicadas. Uno puede prepararse mentalmente. Pero tampoco habría que olvidar el hecho de que eso no resuelve el problema. Es posible que te ayude mentalmente a afrontarlo, que reduzca el temor pero el problema sigue ahí. Su ejemplo lo ilustra muy bien.

Percibí una nota de tristeza en su voz, pero la melodía fundamental no era la desesperanza. Durante un minuto largo, el Dalai Lama guardó silencio, sin dejar de mirar por la ventana, como si buscara algo en el mundo. Finalmente, continuó:

—El sufrimiento forma parte de la vida. Tenemos una tendencia natural a odiar nuestro sufrimiento y nuestros problemas. Pero creo que, habitualmente, las personas no ven la naturaleza de nuestra existencia como caracterizada por el sufrimiento… —De repente, el Dalai Lama se echó a reír—. En los cumpleaños, la gente suele decir: «Feliz cumpleaños! », cuando, en realidad, el día en que naciste fue el día en que empezaste a sufrir. Pero nadie dice: «¡Feliz aniversario del comienzo del sufrimiento!» —bromeó.

»Al aceptar que el sufrimiento forma parte de nuestra existencia se pueden empezar a examinar los factores que normalmente dan lugar a sentimientos de insatisfacción e infelicidad. En términos generales, por ejemplo, te sientes feliz si tú o personas cercanas a ti reciben alabanzas, consiguen fama, fortuna y otras cosas agradables. Y uno se siente desdichado y descontento si no se tienen esas cosas o si las alcanza un enemigo. Sin embargo, al considerar tu vida cotidiana, descubres a menudo que son muchos los factores que causan dolor sufrimiento y sentimientos de insatisfacción, mientras que las situaciones que dan lugar a la alegría y la felicidad son comparativamente raras. Eso es algo por lo que tenemos que pasar, tanto si nos gusta como si no; y puesto que ésta es la realidad de nuestra existencia, es posible que haya que modificar nuestra actitud hacia el sufrimiento. Esa actitud es muy importante porque determinará nuestra forma de afrontar el sufrimiento cuando llegue. Ahora bien, la actitud habitual consiste en una aversión e intolerancia intensas hacia nuestro dolor. Sin embargo, si pudiéramos adoptar una actitud que nos permitiera una mayor tolerancia, eso contribuiría mucho a contrarrestar los sentimientos de infelicidad, de insatisfacción y de descontento.

»Para mí, personalmente, la práctica más efectiva para tolerar el sufrimiento consiste en ver y comprender que el sufrimiento es la naturaleza fundamental del
samsara
[4]
, de la existencia no iluminada. Cuando se experimenta un dolor surge un sentimiento de rechazo. Pero si en ese momento puedes contemplar la situación desde otro ángulo y darte cuenta de que este cuerpo… —se palmeó un brazo como demostración—, es la base misma del sufrimiento, eso reduce el rechazo, ese sentimiento de que, de algún modo, no mereces sufrir, de que eres una víctima. Una vez que comprendes y aceptas esta realidad, llegas a experimentar el sufrimiento como algo bastante natural.

»Así, por ejemplo, al recordar el sufrimiento por el que ha tenido que pasar el pueblo tibetano, podría uno sentirse abrumado, preguntándose: "¿ Cómo ha podido ocurrir esto?". Pero, desde otro ángulo, se puede reflexionar sobre el hecho de que el Tíbet también se encuentra en pleno s
amsara
, como el planeta y toda la galaxia.

Se echó a reír.

—En cualquier caso, creo que percibir la vida como un todo tiene un papel importante en la actitud que se asuma ante el sufrimiento. Si tu perspectiva básica, por ejemplo, es que el sufrimiento es negativo y tiene que ser evitado a toda costa y que, en cierto sentido, es una señal de fracaso, padecerás ansiedad e intolerancia, y cuando te encuentres en circunstancias difíciles, te sentirás abrumado. Por otro lado, si tu perspectiva acepta que el sufrimiento es una parte natural de la existencia, serás indudablemente más tolerante ante las adversidades de la vida. Sin un cierto grado de tolerancia hacia el propio sufrimiento, la vida se convierte en algo miserable, como una mala noche eterna.

—Me parece que cuando dice que la naturaleza fundamental de la existencia es el sufrimiento, algo básicamente insatisfactorio, expresa un punto de vista bastante pesimista, realmente descorazonador.

El Dalai Lama se apresuró a replicar:

—Al hablar de la naturaleza insatisfactoria de la existencia, hay que comprender que lo hago en el contexto del camino budista general. Estas reflexiones tienen que comprenderse en su verdadero contexto; si no se hace, estoy de acuerdo en que puede ser interpretado erróneamente y considerado bastante pesimista y negativo. En consecuencia, es importante comprender la postura budista respecto al sufrimiento. Lo primero que Buda enseñó fue el principio de las cuatro nobles verdades, la primera de las cuales es la verdad del sufrimiento. Y aquí se hace hincapié en la toma de conciencia de la naturaleza humana.

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