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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

El aprendiz de guerrero (38 page)

BOOK: El aprendiz de guerrero
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—Elena es muy joven, por supuesto… —Abandonó la frase ante la ira que destelló en la mirada d ela joven al mismo tiempo que sus labios formaban la muda palabra ¡Tú…!—. Yendo más al punto, le di mi palabra al sargento Bothari de realizar por él tres servicios en caso de que muriera, como ha sucedido. Enterrarle en Barrayar, procurar que Elena se case con toda la debida ceremonia y… ocuparme de que lo haga con un adecuado oficial del Servicio Imperial de Barrayar. ¿Os gustaría verme faltar a mi palabra?

Baz parecía tan aturdido como si Miles le hubiese pateado. Abrió la boca, la cerró, la abrió otra vez.

—Pero… ¿no soy su hombre de armas juramentado? Eso es seguramente lo mismo que ser un oficial imperial… ¡demonios, el propio sargento era un hombre de armas! ¿No ha… no ha sido satisafactorio mi servicio? ¡Dígame en qué he fallado, mi señor, para que ya mismo pueda corregirlo! —Su perplejidad se convirtió en genuina angustia.

—No me has fallado. —La conciencia de Miles soltó las palabras de su boca—. No, pero, por supuesto, sóolo me has servido cuatro meses. Un tiempo realmente corto, si bien sé que parece mucho más largo con todo lo que ha pasado… —Miles se tropezó, se sentía más que tullido; lisiado. La furiosa mirada de Elena le había cortado por las rodillas. ¿Cuánto más corto podría permitirse aparecer ante sus ojos? Prosiguió sin vigor—. Todo esto es tan repentino…

La voz de Elena bajó hasta un grave registro de ira.

—¿Cómo te atreves…? —La voz irrumpió en la respiración, como una ola, y las palabras se formaron otra vez—. ¿Qué es lo que debes… qué puede alguien deberle a
eso
? —preguntó, despectiva, refiriéndose al sargento, comprendió Miles—. No fui su objeto personal y no soy el tuyo tampoco. El perro en el comedero…

La mano de Baz le apretó ansiosamente el brazo, conteniendo la avalancha que se abatía sobre Miles.

—Elena, quizá no es el mejor momento para tratar esto. Tal vez sería mejor más tarde.

Baz miró el pétreo rostro de Miles y retrocedió, con la mirada confundida.

—Baz, no irás a tomar esto en serio…

—Vamos. Hablaremos de ello.

Elena hizo un esfuerzo y recuperó su timbre normal de voz.

—Espérame al final del pasillo. Es sólo un minuto.

Miles saludó a Baz con un gesto, reforzando las palabras de Elena.

—Bien… —El maquinista se retiró caminando lentamente y mirando por encima del hombro, preocupado.

Esperaron, por tácito acuerdo, hasta que el sordo sonido de los pasos se desvaneció. Cuando Elena retomó la palabra, la ira en sus ojos se había convertido en súplica.

—¿No lo ves, Miles? Es mi oportunidad para alejarme de todo, para comenzar de nuevo, limpia y fresaca, en otro lugar. Tan lejos como sea posible.

Miles sacudió la cabeza. Hubiera caído de rodillas si hubiese pensado que serviría para algo.

—¿Cómo puedo renunciar a ti? Tú eres las montañas y el lago, los recuerdos… lo encierras todo. Cuando estás conmigo, estoy en casa, dondequiera que me encuentra.

—Si Barrayar fuera mi brazo derecho, haría uso de mi arco de plasma y me lo quemaría. Tu padre y tu madre siempre supieron quién era él y, no obstante, le albergaron. ¿Qué son ellos, entonces?

—El sargento estaba haciendo las cosas correctamente… haciéndolo bien, hasta… Tú ibas a ser su expiación, ¿no puedes verlo?

—¿Qué, un sacrificio por sus pecados? ¿Debo formarme a mí misma en el molde de una doncella barrayarana perfecta, como tratando de conseguir un encanto mágico para la absolución?¡Podría pasarme toda la vida efectuando ese ritual y no llegar al final de él, maldita sea!

—No el sacrificio —probó a decir—, el altar, quizás.

—¡Bah!

Elena empezó a pasarse, como un leopardo encadenado. Sus heridas emocionales parecían abrirse solas y sangrar delante de Miles. Él trató de restañarlas.

—¿No ves? —acometió otra vez, con apasionada convicción—, estarías mejor conmigo. Actuando o reaccionando, le llevamos a él en nosotros. No puedes alejarte de él más de lo que yo puedo. Sea que vayas hacia adelante o lejos, él será la brújula. Será la lente, llena de colores sutiles y astigmáticos, a través de la cual serán vistas todas las cosas nuevas. Yo también tengo un padre que me acecha y sé lo que es.

Quedó estremecida, temblando.

—Me haces sentir muy mal.

Cuando Elena se estaba yendo, Ivan Vorpatril surgió por el pasillo.

—Ah, aquí estás, Miles.

Ivan eludió cautamente a Elena al cruzarse con ella, llevando sus manos a la entrepierna, en un gesto inconsciente de protección. Elena frució de forma venenosa un rincón de su boca e inclinó la cabeza en un saludo cortés. Ivan agradeció el gesto con una rígida y nerviosa sonrisa. Eso bastaba, pensó Miles, a sus caballerescos planes de las indeseables atenciones de su primo.

Ivan se paró junto a Miles con un suspiro.

—¿No has sabido nada todavía del capitán Dimir?

—Ni una palabra. ¿Estás seguro de que venían a Tau Verde y de que no le ordenaron repentinamente ir a otra parte? No veo cómo un expreso rápido puede demorarse dos semanas.

—Oh, Dios, ¿crees que es eso posible? Voy a tener un gran problema…

—No lo sé. —Miles trató de mitigar su alarma—. Vuestras órdenes eran encontrarme, y hasta ahora eres el único que parece haber tenido éxito en cumplirlas. Menciona eso, cuando le pidas a mi padre que te saque del entuerto.

—¡Ja! —murmuró su primo—. ¿Cuál es la ventaja de vivir en un sistema de poder heredado si uno no puede tener un poco de nepotismo de vez en cuando? Miles, tu padre no le hace favores
a nadie
. —Miró afuera, a la flota Dendarii, y agregó elípticamente—: Eso es impresionante, ¿sabes?

Miles estaba imperceptiblemente animado.

—¿Realmente lo crees? —Y añadió jocosamente—: ¿Quieres alistarte? Parece ser la última moda por aquí.

—No, gracias. No quiero servir de alimento al emperador. La ley Vorloupulous, ya sabes… —dijo Ivan ahogando la risa.

La sonrisa de Miles se borró de sus labios. La risa de Ivan se escurrió como algo yéndose a pique. Se miraron el uno al otro en un aturdido silencio.

—Oh, mierda… —dijo Miles finalmente—. Me olvidé de la ley Vorloupulous. En ningún momento se me cruzó por la mente.

—Seguro que nadie podría interpretar eso como organizar un ejército privado —le tranquilizó débilmente Ivan—. No hay propiamente entrega ni mantenimiento. Quiero decir, ellos no son vasallos que te han prestado juramento ni nada, ¿o sí?

—Sólo Baz y Arde —respondió Miles—. No sé cómo podría interpretarse un contrato mercenario de acuerdo a la ley barrayarana. No es un contrato de por vida, después de todo… a menor que uno resulte muerto…

—¿Quién es ese tipo Baz, de todas formas? Parece ser tu mano derecha.

—No podría haber hecho esto sin él. Era un ingeniero de máquinas del Servicio Imperial, antes de… —Miles se interrumpió —retirarse.

Trataba de imaginarse cuáles podrían ser las leyes con respecto a encubrir desertores. Después de todo, originalmente se había propuesto no ser atrapado por ello. Cuanto más lo pensaba, su nebuloso plan de volver a casa con Baz y pedirle a su padre que dispusiera alguna suerte de perdón empezaba a parecerse cada vez más a un hombre que cae de un avión y piensa en aterrizar en esa blanda y mullida nube que está debajo de él. Lo que a cierta distancia parecía sólido, bien podría resultar niebla visto de cerca.

Miles miró a Ivan. Luego, le observó. Luego, le examinó. Ivan pestañeó con un gesto de inocente interrogación. Había algo en ese alegre y franco rostro que a Miles le hacía sentirse terriblemente incómodo.

—¿Sabes? —dijo Miles finalmente—. Cuanto más pienso en tu presencia aquí, más rara me parece.

—No lo creas —contestó Ivan—. Tuve que trabajar para ganarme el pasaje. Esa vieja pájara era casi insaciable…

—No me refiero al hecho concreto de que estés aquí… me refiero, en primer lugar, a que te hayan enviado. ¿Desde cuándo sacan a cadetes de primer año y los mandan en misiones de Seguridad?

—No lo sé. Supuse que querían a alguien que pudiera identificar el cadáver o algo por el estilo.

—Sí, pero tienen casi tantos datos médicos míos como para hacerme de nuevo. Esa idea sólo tiene sentido si no la piensas demasiado.

—Mira, cuando un almirante del Estado Mayor llama a un cadete en mitad de la noche y le dice que vaya, uno va. No te paras a debatir con él. No lo apreciaría.

—Bueno… ¿qué decían las órdenes en el registro?

—Piénsalo un poco, nunca he visto el registro de las órdenes. Supuse que el almirante Hessman debió de dárselas personalmente al capitán Dimir.

Miles pensó que su incomodidad provenía de las veces que la palabra «supuse» estaba apareciendo en esa conversación. Había algo más… casi lo tenía…

—¿Hessman? ¿Hessman te dio las órdenes?

—En persona —respondió con orgullo Ivan.

—Hessman no tiene nada que ver ni con Inteligencia ni con Seguridad. Está a cargo de la Gestión. Ivan, esto se está poniendo cada vez más jodido.

—Un almirante es un almirante.

—Este almirante está en la lista de mierda de mi padre, sin embargo. Por una cosa, es el conducto del conde Vordrozda al Cuartel General del Servicio Imperial, y mi padre odia que sus oficiales se involcren con los partidos políticos. Mi padre también sospecha de él por malversación de fondos del Servicio, algún tipo de prestidigitación en los contratos con los armadores de naves. En la época en que me fui de casa, mi padre estaba lo suficientemente impaciente para poner al capitán Illyan a investigar personalmente a Hessman; y sabes que no malgastaría los talentos de Illyan en nada de poca monta.

—Eso está fuera de mi capacidad. Ya tengo bastantes problemas con las matemática de navegación.

—No debería estar fuera de tu capacidad; sí, como cadete, seguro… pero también eres lord Vorpatril. Si algo me ocurriera, heredarías de mi padre el Condado de nuestro distrito.

—Dios no lo permita. Quiero ser un oficial y viajar y ligar con chicas, no salir de cacería por esas montañas tratando de cobrar impuestos a homicidas analfabetos o de evitar que casos de robos de gallinas se conviertan en guerras de guerrillas menores. No intento insultar, pero tu distrito es el más huraño de Barrayar. Miles, hay gente detrás de la garganta Dendarii que vive en cuevas. —Ivan se estremeció—. Y encima les gusta.

—Hay cuevas grandiosas allí —Miles se mostró de acuerdo—. Colores magníficos cuando les da la luz adecuada a las formaciones rocosas. —Recuerdos nostálgicos le punzaron.

—Bueno, si alguna vez heredo un Condado, ruego que sea en una ciudad —concluyó Ivan.

—No estás en la descendencia de ninguno que se me ocurra —sonrió Miles.

Trató de recobrar el hilo de su conversación, pero las observaciones de Ivan le hacían representar en su cabeza mapas de líneas hereditarias. Trazó su propio origen; desde su abuela Vorkosigan al príncipe Vax y de éste al emperador Dorca Vorbarra en persona. ¿Había previsto alguna vez el Gran Emperador el giro que su tataranieto daría a su ley, que proscribía por fin para siempre los ejércitos privados y las guerras privadas de los condes?

—¿Quién es tu heredero, Ivan? —preguntó Miles, como ausente, mirando las naves Dendarii pero pensando en las montañas Dendarii—. Lord Vortaine, ¿no?

—Sí, pero espero sobrevivirle en cualquier momento. Su salud no andaba muy bien, según lo último que he oído. Lástima que esta cosa de la herencia no funcione para atrás, tendría parte de la pasta.

—¿Quién se llevará el dinero?

—Su hija, supongo. Lo títulos irán… déjame pensar… al conde Vordrozda, quien ni siquiera los necesita. Por lo que he oído de Vordrozda, él preferiría llevarse el dinero. No sé si llegaría tan lejos como para casarse con la hija para conseguirlo, sin embargo; la chica tendrá unos quince años.

Ambos contemplaron el espacio.

—Dios —dijo Ivan después de un rato—. Espero que esas órdenes que recibió Dimir cuando yo desaparecí no hayan sido volver a casa o algo así. Pensarán que he estado «ausente si permiso» durante tres semanas… no habrá sitio suficiente en mi expediente para todos los deméritos. Gracias a Dios que han eliminado los alardes disciplinarios de antaño.

—¿Estabas cuando Dimir recibió las órdenes? ¿Y no te quedaste a ver cuáles eran? —preguntó Miles asombrado.

—Conseguir que me diera el permiso fue como sacarle un diente. No quería arriesgarlo. Estaba esa chica, ya sabes… Ahora desearía haberme llevado mi transmisor.

—¿Dejaste tu transmisor?

—Estaba esa chica… casi me lo olvido de verdad, pero en ese momento el capitán Dimir estaba abriendo el asunto y no quise volver adentro y que me agarraran.

Miles sacudió la cabeza con un gesto de impotencia.

—¿Puedes recordar alguna cosa fuera de lo común en relación con esas órdenes? ¿Algo inusual?

—Oh, seguro. Era un paquete de lo más extraordinario. En primer lugar, fue entregado por un correo de la Casa Imperial, todo librea. Déjame ver, cuatro discos de datos, uno verde para Inteligencia, dos rojos para Seguridad, uno azul para Operaciones. Y el pergamino, por supuesto.

Ivan tenía la memoria de la familia, al menos. ¿Cómo sería tener una mente que lo retiene casi todo, pero que nunca se molesta en ponerlo en ninguna clase de orden?

Exactamente como vivir en el cuarto de Ivan, determinó Miles.

—¿Pergamino? —preguntó—. ¿Un
pergamino
?

—Sí, me pareció que era algo inusual.

—¿Tienes idea de hasta qué punto lo es?

Se levantó, volvió a sentarse y presionó sus sienes con la palma de las manos, como esforzándose por poner su cerebro en movimiento. Ivan no sólo era un idiota, sino que generaba un campo telepático amortiguador que volvía idiotas a las personas que estaban cerca. Informaría de eso a la Inteligencia de Barrayar, lo cual convertía a su primo en el arma más moderna del arsenal barrayarano…

—Ivan, hay sólo tres tipos de cosas que siguen escribiéndose en pergaminos: los Edictos Imperiales, los originales de los edictos oficiales del Consejo de Condes, y ciertas órdenes del Consejo de Condes a sus propios miembros.

—Ya sé eso.

—Como heredero de mi padre, yo soy miembro cadete de ese Consejo.

—Mis condolencias —dijo Ivan, con la mirada vagando hacia el exterior—. ¿Cuál de esas naves crees que será más rápida, el crucero Illyrica o…?

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