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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Dame la mano (41 page)

BOOK: Dame la mano
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De repente, pensó: ¡Por supuesto que hay futuro! ¡Por supuesto que tendré alguna otra relación! No ahora que Fiona acaba de morir. No con Dave, que es el prometido de Gwen. Pero habrá más hombres. Y sabré abrirles mi corazón.

Era como si Stephen, al romper su fidelidad, la hubiera metido, además, dentro de una especie de campana de cristal tan diáfana que, si bien le habría permitido apreciar el mundo y la vida, la encerraba de un modo tan hermético que no había podido participar en nada, porque no había nada que se le hubiera podido acercar. Había hecho lo que debía, había superado todas las rutinas de forma enérgica y competente, sin embargo había seguido con aquella frialdad interior, lejos de cualquier persona, completamente sola. Incapaz de reconocer los sentimientos que despertaba en los demás y aún más incapaz de aceptarlos.

Algo estaba cambiando. Se hallaba bajo la lluvia en la costa de Scarborough y era capaz de sentir la atracción que le provocaba un hombre. Reaccionaba a él. Había llorado entre sus brazos.

Tan solo una semana antes, una escena como aquella le habría resultado impensable.

La doctora Leslie Cramer se había echado a los brazos de un hombre al que apenas conocía y se había desahogado llorando de la opresión que ejercían en ella la frialdad y la pérdida que habían marcado su infancia y su adolescencia. Estaba tan irritada consigo misma que a punto estuvo de soltar una carcajada, más de desesperación que de felicidad, pero consiguió contenerla. Reír no habría sido adecuado para ese momento.

—Solo pensaba en tomar una taza de té —dijo Dave—, en charlar un poco, tal vez escuchar música. Nada más.

¿Qué había de malo en eso?

—Mi casa, o mejor dicho la casa de Fiona, no es el mejor lugar —dijo Leslie—. A menos que te apetezca conocer a mi ex marido.

—No mucho, la verdad —admitió Dave.

—Entonces tendrá que ser en tu casa.

Leslie no quería imaginarse lo que Gwen diría acerca de esa cita en la habitación de Dave. No tenía la impresión de estar jugando con fuego. Consideraba que tanto ella como Dave Tanner eran prisioneros de aquella situación, que para ambos resultaba igual de incierta y confusa debido a lo mucho que los había conmocionado aquel crimen que había irrumpido tan súbitamente en sus vidas. Ninguno de los dos sabía a ciencia cierta cómo se sucederían los acontecimientos.

Sin embargo, Gwen no tenía por qué enterarse de aquel encuentro. Al fin y al cabo, decidió Leslie, lo que ocurra en la habitación de Dave depende de mí.

Recorrieron el camino a pie en un silencio armónico. Tanto uno como el otro estaban tan empapados que ya no les importaba seguir mojándose.

Con el mal tiempo, Friargate Road parecía triste y abandonada. La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas, gorgoteaba por los canalones y colmaba de agua los diminutos jardines. Oyeron una música estridente que procedía de alguna de las casas. Frente al mercado se encontraron con un par de grupos de adolescentes que bebían cerveza con los iPods puestos y que daban patadas a las latas vacías, muertos de frío. Gritaron unas cuantas obscenidades mientras Dave y Leslie pasaban por su lado y finalmente estallaron en carcajadas de lo borrachos que iban ya a esas horas.

Al llegar a casa de la señora Willerton, un tipo salió de un coche que estaba aparcado al otro lado de la calle. Leslie ni siquiera había reparado en él. El individuo se subió las solapas del abrigo y acudió al encuentro de la pareja con paso ligero. A Leslie le sonaba de algo su cara, pero no acababa de ubicarlo con exactitud. Se detuvo justo delante de ellos y les bloqueó el paso mientras les mostraba la identificación.

—Sargento Reek —se presentó—. Señor Tanner…

—Hola, sargento —dijo Dave en tono amistoso.

Reek se guardó de nuevo la identificación en el bolsillo interior del abrigo.

—Señor Tanner, tengo que pedirle que me acompañe inmediatamente a comisaría. La inspectora Almond quiere hacerle unas cuantas preguntas.

—¿Ahora?

—Sí. Ahora mismo.

—Como ve, sargento, tengo visita, y…

—Ahora mismo —insistió Reek.

Dave se apartó un par de mechones mojados de la frente. No parecía inquieto, pero sí irritado.

—¿Significa eso que se me lleva detenido?

—Señor Tanner, solo se trata de unas cuantas preguntas de las que necesitamos saber la respuesta cuanto antes. Tenemos serias dudas acerca de su declaración respecto a la noche del sábado. Usted es el primer interesado en disipar esas dudas cuanto antes. —La forma de expresarse y el tono de voz de Reek, a pesar de la cortesía, hicieron comprender a Dave que no tenía más elección que acceder a su petición.

Bajó la mirada.

—¿Puedo entrar y cambiarme de ropa rápidamente para ponerme algo seco? A decir verdad, voy empapado hasta los calzoncillos y no me apetece pillar un resfriado en la comisaría, sargento.

—Lo acompaño —dijo Reek.

Dave se volvió hacia Leslie.

—Lo siento. Como ves, no conseguiré hacer nada al respecto.

—¿Qué pueden tener en tu contra, Dave?

—Ni idea —respondió él encogiéndose de hombros—. Lo más probable es que lo aclaremos enseguida. Pero, Leslie, quiero que sepas que por muchas cosas que pudiera haberme reprochado, yo no maté a tu abuela. Como tampoco maté a Amy Mills. No voy por ahí asesinando a mujeres, te lo juro. Por favor, no dudes de mí.

Leslie asintió. Sin embargo, Dave notó el desconcierto en la mirada de ella y levantó la mano para acariciarle levemente la mejilla en un gesto tan desesperado como afectuoso.

—Por favor —repitió.

—No dudo de ti —dijo Leslie. Se preguntaba por qué deseaba a toda costa poder hacer algo por ayudarlo de algún modo.

—Señor Tanner —lo apremió el sargento Reek, cada vez más impaciente y más calado por la lluvia.

—Voy enseguida —dijo Dave.

Los dos hombres entraron en la casa de la señora Willerton. Leslie se los quedó mirando bajo la lluvia, contempló aquella escena que le parecía tan irreal. Contempló cómo Dave metía la llave en el cerrojo y abría la puerta. Cómo entraba acompañado por el sargento. Cómo la puerta se cerraba tras ellos.

Dave Tanner ni siquiera volvió la vista.

10

—Qué raro —dijo Colin— que Jennifer todavía no haya vuelto.

Estaba ante la puerta del pequeño despacho. Gwen se encontraba sentada ante el escritorio, con el ordenador encendido y movía el ratón muy concentrada.

—¿Por qué? —preguntó tras levantar la mirada.

—Ya son casi las dos y el tiempo es un desastre. ¿Qué debe de estar haciendo tanto rato en la ciudad?

—Estará sentada en una cafetería, esperando a que la lluvia amaine para no llegar con los pies empapados a la parada del autobús —dijo Gwen en una demostración de ese pragmatismo absoluto tan propio de ella y que, no obstante, tan poca gente le habría atribuido—. Además, si ha perdido el autobús de la una, tendrá que esperar hasta el de las cuatro y cuarto. ¡Es lo que tiene vivir en el campo, Colin!

—Sí… —dijo este.

Tras él estaban Cal y Wotan. Wotan gimió.

—Los perros la echan de menos.

—No tardará en llegar —respondió Gwen con aire distraído.

Colin entró entonces en el despacho.

—¿Dónde está tu padre?

—Se ha acostado. No está bien. Creo que le ha afectado mucho la muerte de Fiona.

—Ya —dijo Colin.

Gwen y Colin dejaron la mirada perdida por encima del escritorio.

—Hace un momento me has dicho que… ¿Dices que Dave Tanner conoce toda la historia? —preguntó Colin en voz baja. Chad Beckett podía bajar por la escalera en cualquier momento.

Gwen respiró hondo.

—Sí.

—¿Se la has dado a leer tú?

—Sí.

—¿Y cómo ha reaccionado?

—No ha opinado al respecto.

—Supongo que el mal concepto que ya pudiera tener acerca de Fiona no debe de haber mejorado precisamente después de leerlo.

—Me temo que no —respondió Gwen.

A Colin le llamó la atención lo cansada que parecía. Cansada y abatida. Las veinticuatro horas que ha pasado con su prometido no deben de haber sido muy excitantes que digamos, pensó Colin.

Le pareció verla tan frustrada que de buena gana la habría dejado en paz, pero una pregunta le ardía en el alma.

—¿No crees que toda esa historia de tu padre y Fiona debería saberla la policía? —preguntó con cautela.

Ella lo miró, ni enfadada ni sorprendida, solo triste.

—Pero entonces mi padre se enterará de que he leído los correos que le mandaba Fiona. De que los he impreso y os los he dado a leer a Jennifer y a ti. Y a Dave. Y no me lo perdonará jamás.

—Tal vez no le importe demasiado que alguien conozca la historia aparte de él. Me parece que Chad ha quedado un poco trastocado por la tristeza de haber perdido a Fiona. No creo que le afecte gran cosa aparte de eso para enfadarse.

—Aun así, preferiría que no llegara a saberlo —dijo Gwen—, por eso no quiero que la policía lea esos mensajes.

Su tono de voz sonó más resoluto que de costumbre. Colin sabía lo apegada que estaba a su padre. Una desavenencia con él durante mucho tiempo la afectaría. Además, no quería manchar la reputación de su padre, algo que podría llegar a suceder si la policía permitía que trascendiera públicamente su pasado. Y lo mismo respecto a la difunta Fiona. Su memoria quedaría también desacreditada, y durante muchos años había sido como una madre para Gwen. Le rompería el corazón que esas dos personas que en cierto modo eran su única familia no pudieran defenderse —Fiona, porque estaba muerta, y Chad, porque estaba encerrado en sí mismo— de la dureza y de la falta de piedad de la opinión pública.

—Gwen… —empezó a decir Colin con prudencia. Sin embargo, ella lo interrumpió con un tono de voz sorprendentemente arisco.

—Hay otra cosa que la policía debería saber antes que eso, Colin. Algo que a mí me parece mucho más significativo que esa vieja historia.

—¿A qué te refieres?

—A Jennifer —respondió ella.

Colin no comprendía nada.

—¿Jennifer?

Gwen se explicó sin mirarle.

—No hago más que pensar en ello. El sábado por la noche, Colin, ya sabes, nos preguntaron a todos qué estábamos haciendo en el momento de los hechos y dónde estábamos.

—Lo sé. ¿Cuál es el problema?

Gwen parecía estar luchando consigo misma. Más tarde, Colin pensaría que Gwen no habría llegado a mencionar lo que le dijo a continuación de no haberse sentido entre la espada y la pared. Se había visto obligada a disuadirlo, para que no siguiera insistiendo en que debía informar a la policía acerca de la historia de Fiona y solo había encontrado una manera de hacerlo: desplazando el centro de atención hacia otra persona. No obstante, por algún motivo Colin no dudó ni un momento de que lo que le contaba era cierto.

—Poco después de que nos enteráramos de la muerte de Fiona Jennifer vino a verme —dijo Gwen—. Afirmó que podía llegar a meterme en problemas porque podía considerarse que tenía motivos para matarla. Al fin y al cabo, Fiona prácticamente había echado a mi prometido de la granja. Me dijo que podía llegar a encontrarme en una situación peliaguda.

—¿En una situación peliaguda… frente a la policía?

—Sí. Y no le faltaba razón. Lo cierto es que aquella noche había solo dos personas que tenían motivos para estar furiosas con Fiona: Dave y yo.

—Sí, pero…

—Por eso Jennifer me ofreció una coartada.

—¿Qué? —preguntó Colin, atónito.

—Me dijo que les contara que había bajado a la cala con ella y los perros. Que ella lo atestiguaría. Y yo estaba… tan confusa y asustada que acepté.

Colin estaba horrorizado.

—¿Eso significa que en realidad tú no…?

—No. No bajé con ella a la cala. Pasamos un rato juntas en mi habitación y estuvo consolándome, pero después… se marchó sola. Yo me quedé aquí. Toda la noche. Aunque, claro, no tengo testigos de que así fuera.

Colin negó con la cabeza.

—Gwen, ¿eres consciente de lo que estás diciendo?

—Solo te lo he contado a ti —añadió Gwen—. No se lo diría a nadie más, pero… me paso el tiempo pensando que… bueno, Jennifer estaba rondando por ahí fuera sola cuando tuvieron lugar los hechos. En su momento ya se me ocurrió que tal vez podría ser al revés, ¿sabes?

—¿Al revés? —preguntó Colin, medio aturdido. Se sentía como si le hubieran dado un golpe en la cabeza.

¿Cómo había podido Jennifer ser tan tonta?

—Que tal vez lo que intentaba en realidad no era procurarme una coartada a mí, sino que era ella quien necesitaba una. No estoy afirmando que… Es decir, que no he creído ni por un momento que pudiera ser ella quien mató a Fiona. ¿Por qué tendría que haberlo hecho? Pero es extraño, ¿no crees, Colin? ¿Por qué mentiría a la policía? ¿Por qué quiso protegerse a toda costa?

11

Los grandes bloques de viviendas de Saint Nicholas Cliff tenían un aspecto bastante sórdido, incluido el Grand Hotel, cuya fachada parecía haber sufrido, sobre todo durante los últimos años, una exposición excesiva al viento y al salitre. El edificio en el que vivía Stan Gibson se encontraba en una esquina superior del conjunto y parecía abandonado. En la planta baja había una tienda de ropa femenina que, a juzgar por el escaparate, estaba dirigida a mujeres de mediana edad con un nivel de ingresos más bien bajo. Las ventanas de las viviendas que había encima eran pequeñas, y ya desde lejos se apreciaba que debían de cerrar mal y que no dejaban pasar mucha luz hacia el interior.

En definitiva, pensó Jennifer, no es un edificio en el que me gustaría vivir.

Se sintió incómoda mientras seguía a Ena por la sombría escalera, muy empinada y que crujía bajo el peso de las dos mujeres. Las paredes estaban recubiertas de un horrible papel pintado con un estampado floreado y olía a moho.

—Enseguida mejorará la cosa —dijo Ena—, su piso es muy bonito.

Jennifer no conseguía imaginarlo.

En la tercera planta, Ena se detuvo frente a una puerta y la abrió.

—Se lo ha reformado él mismo —explicó—. El casero estuvo de acuerdo. Y en mi opinión no le ha quedado nada mal. —Invitó a Jennifer a entrar.

Efectivamente, Jennifer tuvo que admitir que Stan había conseguido mejorar todo lo mejorable. Supuso que con anterioridad el piso debía de haber constado de varias habitaciones pequeñas y estrechas, pero Stan había eliminado algunos tabiques para conseguir un solo espacio de grandes dimensiones que se sostenía gracias a algunas columnas que había dejado intactas, así como a los estantes de madera que las unían y que convertían el espacio en un lugar muy acogedor. Había una cocina abierta reluciente, de acero inoxidable y granito negro, y un espacioso sofá esquinero alrededor de una falsa chimenea que, no obstante, quedaba muy decorativa. Los muebles escandinavos no parecían caros, pero eran de madera clara y tenían un aspecto agradable. Una puerta lacada de color blanco daba, según Ena, al dormitorio. Más allá, todavía había un baño.

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