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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Dame la mano (10 page)

BOOK: Dame la mano
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Colin habría jurado que Fiona y Chad habían sido pareja en otros tiempos. Puesto que Chad se había casado ya muy mayor, Colin suponía que la relación que lo unía a Fiona habría tenido lugar con anterioridad. Lo que no sabía era por qué no había cuajado en una relación más formal. Gwen no había tardado en convertirse en su confidente y a Colin siempre le dio la impresión de que la mujer dependía mucho de Fiona y de sus opiniones. Respecto a su matrimonio, no obstante, difícilmente se dejaría convencer de que debía abandonar el camino que había elegido tomar, por mucho que la anciana intentara persuadirla.

Leslie Cramer, la nieta de Fiona Barnes que vivía en Londres. Colin la había conocido esa misma noche, pero había oído a Gwen hablando de ella alguna vez. Así había sido cómo se había enterado de que su matrimonio se había ido a pique recientemente. Trabajaba como médico. Tras la prematura muerte de su madre, se crió con su abuela, a la que había acompañado a menudo en sus visitas a la granja de los Beckett. De este modo, Gwen y ella habían trabado cierta amistad, a pesar de que difícilmente sería posible imaginar a dos mujeres más dispares. Leslie tenía el clásico aspecto de mujer trepa: moderna, algo fría, disciplinada, orientada al éxito. En el ajado interior pasado de moda de la granja de los Beckett parecía sentirse absolutamente fuera de lugar. Empezando ya por su elegante traje pantalón de color gris claro, no encajaba ni lo más mínimo en el paisaje rural de Yorkshire. Aunque Colin tenía la sensación de que Gwen no la había invitado por compromiso a la celebración, Leslie apretaba los dientes mientras esperaba que los minutos pasaran lo más rápido posible. El vínculo que la unía a Gwen era sólido, forjado a lo largo de muchos años, y se extendía también al lacónico Chad y a su decadente granja. Tras la elegancia de su forma de vestir y de maquillarse parecía ocultar cierto abandono e incluso tristeza.

Gwen, la novia feliz. Dave Tanner tenía razón, aquel vestido de color melocotón le sentaba bien, confería un tono rosado a sus pálidas mejillas. Estaba más guapa que de costumbre, aunque parecía muy tensa. Gwen no era tonta. Sabía que examinarían con lupa a su prometido y naturalmente notaba la aversión que despertaba en Fiona, las reservas de Leslie y la incomodidad que escondía el silencio de su padre. No cabía duda de que esa celebración no era la que ella habría querido. Se esforzaba en intentar avivar las lánguidas conversaciones, pero por encima de todo parecía preocupada por rellenar las largas pausas que se producían, por si a Fiona le daba por romper el silencio con un comentario mordaz o una pregunta inoportuna. A Colin le daba pena ver lo agotada que parecía. La obsequió con una sonrisa de ánimo, pero Gwen estaba demasiado nerviosa para captarla.

Justo a su lado estaba sentado Dave Tanner, su futuro marido. Colin lo había visto una sola vez con anterioridad, un día que acudió a la granja a recoger a Gwen en un coche inaceptablemente destartalado. Era un hombre guapo que no conseguía disimular la pobreza material en la que vivía. Hacía tiempo que debería haber pasado por una peluquería para que le arreglaran el cabello, y llevaba una chaqueta que, por el corte y la tela, sin duda había comprado en unos grandes almacenes baratos. Colin pensaba que ese aspecto algo andrajoso y deslucido le daba cierto aire de artista, de bohemio, aunque le pareció que vestido de ese modo Tanner se sentía especialmente incómodo. A Colin, que tenía la facultad de analizar a fondo a las personas, le pareció también atisbar algo de duda y de precipitación en el aspecto de Dave Tanner. El tipo estaba sometido a una enorme presión. ¿Estaba enamorado de Gwen? Colin lo ponía en duda. La boda que pretendían celebrar debía de motivarla alguna otra cosa y, no obstante, Tanner parecía absolutamente decidido a llegar hasta el final. Y no parecía un mal tipo, pensó Colin para sí.

Fiona Barnes sin duda lo veía de otro modo.

La mirada de Colin se desvió hacia Jennifer, su esposa. Estaba sentada a uno de los extremos de la mesa para poder controlar con la mirada a sus dos perros, tendidos en el suelo junto a la puerta de la habitación, durmiendo. Cal roncaba ligeramente mientras Wotan, en sueños, movía impetuosamente las patas traseras. De vez en cuando arañaba con las patas el suelo de piedra. Jennifer parecía… feliz, una circunstancia que Colin consideró digna de destacar, puesto que no había muchas ocasiones en las que pudiera describirse así su estado. Sufría de la acentuada manía de querer ayudar siempre, luchaba contra sus depresiones, en el ámbito profesional se había quedado absolutamente desfasada y no conseguía superar lo que insistía en llamar su fracaso. Aparte de eso era una mujer de buen corazón y participativa que parecía ignorar por completo la envidia y la hostilidad.

Desde el primer día en la granja se había hecho responsable del bienestar de Gwen. Desconfiaba de las intenciones de Dave Tanner, pero parecía decidida a pasar por encima de cualquier arrebato de temor. Por lo visto, Jennifer había llegado a la conclusión de que en ese punto ya nadie debía hacer daño a Gwen o desanimarla, sin que importara lo que pudiera suceder con posterioridad. Probablemente por dentro tenía ganas de mandar a Fiona Barnes al diablo.

Después de que Jennifer sirviera los postres, helado de limón con galletas caseras de jengibre, Fiona se volvió de repente hacia Dave Tanner, y por la manera con la que arremetió contra él, dio la impresión de que había estado esperando ese momento durante toda la velada.

—¿Tiene previsto empezar a dedicarse pronto a algún trabajo de verdad? —preguntó—. Quiero decir, aparte de esas pocas clases nocturnas que imparte en Scarborough durante la semana a amas de casa que intentan aprender español y francés.

Gwen primero empalideció y luego se sonrojó. Buscando desesperadamente ayuda, miró a Jennifer, quien en ese momento se disponía a llevarse una cucharada de helado a la boca y detuvo el movimiento súbitamente. Colin vio cómo Leslie Cramer cerraba los ojos por un instante.

A veces esa abuela puede llegar a ser desagradable, pensó él, casi divertido.

—De momento —dijo Dave—, me dedico únicamente a los cursos.

Fiona fingió sorprenderse, a pesar de que, naturalmente, conocía ya la respuesta de antemano.

—¿Y así es como un hombre llena sus mejores años? Tiene usted cuarenta y tres años, ¿no? Y quiere casarse, quiere formar una familia. Tal vez tenga hijos con Gwen. ¿Qué dirán esos niños cuando les pregunten a qué se dedica su padre? ¿Que da cursos de idiomas una vez cada…? ¿Cuántas tardes por semana?

—Solo tres tardes por semana, en la actualidad —respondió Dave. Mantenía las formas, aunque parecía tenso—. Me gusta ría poder impartir clase con más frecuencia —prosiguió—, pero lamentablemente no hay la demanda suficiente para que se organicen más cursos. En especial porque hay otra profesora, Linda Gardner, que ya imparte francés.

Gwen vio que había llegado el momento de intentar cambiar de tema.

—Linda Gardner es bastante conocida en Scarborough —dijo, interrumpiendo de repente a su prometido—, aunque por desgracia se la conoce a causa de un desgraciado incidente. Es la madre de la niña a la que había estado cuidando Amy Mills la noche en la que la asesinaron.

Leslie salió enseguida en ayuda de su amiga.

—¿Tenéis un caso de asesinato aquí, en Scarborough?

Antes de que Gwen pudiera añadir algo, Fiona volvió a entrometerse.

—De momento —dijo con un tono de voz cristalinamente mordaz— me interesa muchísimo más el señor Tanner que la pobre Amy Mills. Chad… —Se volvió hacia el anciano, que observaba su helado de limón con desconfianza, como si oliera algún tipo de amenaza en él—. Chad, me limito a hacer preguntas que de hecho te correspondería hacer a ti. ¿Has tenido ya una conversación exhaustiva con tu futuro yerno?

—¿Sobre qué? —dijo Chad tras alzar la mirada.

—Bueno, pues sobre sus intenciones. Al fin y al cabo pretende casarse con tu hija, tu única hija.

—No creo que eso sea algo que yo pueda evitar —dijo con aire cansado Chad—. Y además, ¿por qué tendría que quererlo? Gwen ya es mayorcita. Ya debe saber lo que le conviene.

—No tiene dinero, ni un empleo como Dios manda. ¡Eso como mínimo debería interesarte!

—¡Fiona, ya has ido demasiado lejos! —gritó su nieta.

Leslie elevó tanto la voz que Cal y Wotan se despertaron de repente y levantaron la cabeza. Cal gruñó levemente.

—Tiene toda la razón —dijo Dave. Miró a Fiona. Tanto sus ojos como la expresión de su rostro revelaban lo que estaba pasando por su interior—. Tiene razón, señora Barnes. No tengo un empleo como Dios manda. Desgraciadamente desaproveché la oportunidad que tuve de terminar la carrera o de seguir formándome. Y los cursos de idiomas apenas me permiten ir tirando. Pero tampoco le he ocultado nada de todo esto a Gwen. No la he engañado. No he engañado a ninguno de los presentes.

—Pues yo creo que sí nos engaña, señor Tanner —replicó con calma Fiona.

Gwen soltó una leve exclamación de horror.

Jennifer hundió la cara entre las manos.

Leslie parecía tener ganas de matar a palos a su abuela.

En ese momento, incluso Chad se sintió obligado a decir algo.

—Fiona, tal vez deberíamos quedarnos al margen de todo esto. Al fin y al cabo, justamente nosotros…

—¿Qué quieres decir con justamente nosotros? —le espetó Fiona.

La expresión siempre algo ausente del anciano se transformó de repente. Su mirada se volvió clara y directa.

—Ya sabes a qué me refiero —dijo con mucha calma.

—Creo que… —empezó a decir Leslie antes de que Tanner la interrumpiera apartando de golpe su silla de la mesa y poniéndose de pie.

—Mire, no se qué piensa exactamente de mí, señora Barnes —dijo Dave—. Pero que quede claro que no estoy dispuesto a que siga tratándome de ese modo, y menos mientras festejamos mi compromiso. Creo que por hoy ya ha sido suficiente para todos.

—¡Por favor, no te vayas, Dave! —le suplicó Gwen. Su rostro se había puesto pálido como una sábana.

—Pienso decirle todo lo que opino sobre usted, señor Tanner —replicó Fiona. Colin tuvo la impresión de que la anciana realmente no tenía ni idea de cuándo llega ese momento en el que es mejor callarse—. Me parece que no ama a Gwen en absoluto, que ni siquiera la aprecia ni le importa lo más mínimo. En mi opinión, lo que pretende es casarse con ella para hacerse con la granja de los Beckett. Pienso que usted, señor Tanner, se encuentra en una situación desesperada y sin perspectivas de ningún tipo y que solo ve una salida posible: casarse con una mujer acomodada. Usted sabe exactamente lo que podría hacer con esta granja, con esta finca junto al mar. Se toma el enlace con Gwen como un acierto en un juego de azar que quiere ganar a toda costa. Los sentimientos de Gwen, el futuro que la espera, no le importan en absoluto.

Un silencio desconcertante siguió a esas palabras.

Entonces Dave Tanner abandonó rápidamente la estancia.

Gwen comenzó a sollozar.

Con el calor de la chimenea, los helados empezaron a derretirse lentamente en sus recipientes. Nadie volvió a tocarlos.

Domingo, 12 de octubre (1)
1

Cuando volvió a casa de su abuela, después de medianoche, todavía estaba furiosa. Y algo borracha. Temía que incluso bastante, porque le había costado mucho abrir la puerta después de haberse equivocado de apartamento, aunque afortunadamente se había dado cuenta de que se hallaba en un piso equivocado antes de llegar a despertar al vecino. En ese momento estaba ya en el piso de Fiona y sabía que necesitaría al menos dos aspirinas para no encontrarse fatal al día siguiente.

La puerta del dormitorio de Fiona estaba cerrada. La anciana debía de dormir profunda y plácidamente. Leslie consideró la posibilidad de comprobarlo sin hacer ruido para asegurarse de que todo estaba bien, pero al cabo prefirió no correr ese riesgo. Acabaría despertándola, y Leslie no sabía lo que podría pasar si eso llegaba a ocurrir. Supuso que se pelearían tan desenfrenadamente que no sería posible ningún tipo de contacto normal entre ellas durante meses.

A la mañana siguiente incluso las olas más furiosas se habrían calmado.

Leslie se metió en el baño, rebuscó en el botiquín y encontró una caja de aspirinas en la que aún quedaban un par de tabletas. Llenó el vaso en el que tenía el cepillo de dientes con agua del grifo, echó las tabletas dentro y contempló cómo se disolvían lentamente.

Volvieron a aparecer frente a sus ojos las imágenes de aquella horrorosa velada.

Después de que Dave hubiera abandonado la casa, todos habían oído cómo había intentado infructuosamente arrancar el coche cuatro o cinco veces.

Quizá no lo consiga y se vea obligado a volver sobre sus pasos, había pensado Leslie, si bien por otro lado tenía clarísimo que después de la humillación que había sufrido, simplemente no podía volver a entrar, ni siquiera si la única alternativa posible para él era regresar a Scarborough a pie.

Al final había conseguido arrancar el coche, que había soltado un rugido enfermizo antes de permitirle alejarse de la granja. Gwen no había dicho nada, ni una sola palabra. Se había levantado y había abandonado el salón. Habían oído sus pasos mientras subía la escalera, unos pasos lentos, cansados.

Leslie finalmente se había levantado, pero Jennifer ya estaba junto a la puerta.

—Déjela, yo me ocuparé de ella —había dicho tras lanzarle una fría mirada a Fiona—. Tal vez sería una buena idea que se llevara a su abuela a casa.

Dicho esto, desapareció. Cal y Wotan se levantaron entre suspiros y la siguieron.

—Fiona, ¿cómo has podido…? —dijo Leslie, pero Fiona la interrumpió enseguida.

—No quiero irme a casa. Todavía tengo pendiente una conversación importante con Chad. Vete sola. Ya tomaré un taxi.

—Hasta que consigas un taxi…

—Ya te he dicho que debo hablar con Chad. Y puede que tarde un buen rato. Así que o decides esperarme o dejas que vuelva a casa en taxi.

Dicho esto, Fiona se había levantado y le había hecho un gesto a Chad para que la siguiera. Desorientada y enfurecida, Leslie se había limitado a observar cómo su abuela, después del considerable daño que había causado deliberadamente con sus palabras, se ocupaba de sus asuntos sin ni siquiera dar explicaciones ni mostrar la más mínima consternación. Como si nada hubiera ocurrido. Eso era muy típico de ella.

—No, no creo que te espere —había replicado Leslie con voz airada—. No creo que pueda quedarme ni un momento más aquí.

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