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Authors: George Alec Effinger

Tags: #Ciencia Ficción

Cuando falla la gravedad (28 page)

BOOK: Cuando falla la gravedad
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—Tengo informes —dijo—. Soy un influyente oficial de policía, ¿recuerdas?

—Está bien, lo olvidaré. El ángulo Nikki-Seipolt es un callejón sin salida. ¿Y sobre el ruso, Bogatyrev?

—Era un ratón que trabajaba para los bielorrusos. Primero se pierde su hijo y luego tiene la mala suerte de parar esa bala de James Bond. Todavía guarda menos relación que Seipolt con los otros crímenes.

Sonreí.

—Gracias, teniente. Friedlander Bey quiere que me asegure de que no ocultas ninguna prueba. De verdad que no deseo interrumpir tu investigación. Dime qué debo hacer ahora.

Hizo una mueca.

—Te sugeriría que salieras en una misión en busca de hechos a Tierra del Fuego o a Nueva Zelanda o a cualquier lugar fuera de mi vista, pero te reirías y no me tomarías en serio. Así que interroga a cualquiera que pueda tener un motivo contra Abdulay o entérate de si alguien en particular quería matar a las «Viudas Negras». Investiga si alguna de las «hermanas» fue vista con un desconocido o un sospechoso poco antes de que las mataran.

—Está bien —dije, poniéndome en pie.

Acababa de recibir la primera lección sobre medios evasivos, pero quería que Okking creyera que me había derrotado. Era posible que tuviera algunas pistas que no quisiera compartir conmigo, pese a lo que «Papa» había dicho. Eso explicaría su deliberada mentira. Fuera cual fuese la razón, yo planeaba volver pronto, cuando Okking no estuviera, y utilizar los registros del ordenador para profundizar un poco más en los datos de Seipolt y Bogatyrev.

Al llegar a casa, Yasmin señaló la mesa.

—Alguien ha dejado una nota para ti.

—¿Ah, sí?

—La deslizaron por debajo de la puerta y llamaron. Fui a abrir y no vi a nadie. Bajé la escalera, pero tampoco había nadie en la acera.

Sentí un escalofrío. Abrí el sobre. Contenía un corto mensaje impreso en papel de ordenador. Decía:

AUDRAN:

¡TÚ ERES EL SIGUIENTE!

JAMES BOND SE HA IDO.

AHORA SOY OTRA PERSONA, ¿ADIVINAS QUIÉN?

PIENSA EN SELIMA Y LO SABRÁS.

NO QUIERO HACERTE NINGÚN FAVOR, PORQUE

¡PRONTO ESTARÁS MUERTO!

—¿Qué dice? —preguntó Yasmin.

—Oh, nada —respondí.

Sentí un pequeño temblor en mi mano. Me alejé de Yasmin, arrugué el papel y me lo metí en el bolsillo.

15

Desde la noche en que Bogatyrev fue asesinado en el local de Chinga, yo había sentido todas las emociones fuertes que una persona puede sentir. Asco, terror y júbilo. Había conocido el amor y el odio, la esperanza y la desesperación. En ocasiones había sido tímido y audaz en otras. Sin embargo, nada me llenó tanto como la furia que surgía ahora en mí. El forcejeo preliminar había acabado, las ideas como honor, justicia y deber se supeditaban a la todopoderosa necesidad de seguir vivo, de evitar ser asesinado. El tiempo de la duda había pasado. Me amenazaban, a mí, personalmente. Ese mensaje anónimo captó mi atención. Mi rabia estaba dirigida directamente contra Okking. Me había ocultado información, quizá encubría algo y, con ello, ponía mi vida en peligro. Si quiso poner en peligro a Abdulay o a Tami, bien, creo que era asunto de la policía. Pero si me ponía en peligro a mí, era asunto mío. Cuando fuera a su oficina, Okking se enteraría, de malas maneras.

Caminé a grandes y furiosas zancadas «Calle» arriba y, mientras, pensaba y ensayaba lo que iba a decirle al teniente. No me costaría mucho. Okking se sorprendería al verme de nuevo, a la hora de salir de su oficina. Planeaba irrumpir en ella, dar un portazo tan fuerte que los cristales temblasen, meterle la amenaza de muerte en las narices y pedirle una relación completa de pruebas. Si no, le arrastraría a una de las salas de interrogatorios y le haría rebotar contra sus propias paredes. Apostaba a que el sargento Hajjar me prestaría toda la ayuda que yo necesitara.

Mientras me encaminaba hacia la puerta del extremo Este del Budayén, vacilé entre paso y paso. Una idea afloró en mi mente. Esa mañana había sentido el mismo hormigueo, como de asunto sin zanjar, cuando hablé con Okking. Lo sentí después de ver el cadáver de Selima. Siempre dejo que mi subconsciente trabaje en esos hormigueos y, más tarde o más temprano, los desvela. Tenía la respuesta, como un timbre eléctrico sonando en mi cabeza.

Pregunta: ¿Qué falta en este cuadro?

Respuesta: Observémoslo de cerca. Primero, en las últimas semanas tenemos varios crímenes sin resolver en el vecindario. ¿Cuántos? Bogatyrev, Tami, De vi, Abdulay, Nikki, Selima. Ahora, ¿qué hace la policía cuando se enfrenta a un hueso duro de roer en una investigación homicida? El trabajo de la policía es reiterativo, aburrido y metódico: acuden a todos los testigos una y otra vez, y les hacen repetir sus declaraciones por si han descuidado alguna pista vital. Los policías repiten las mismas preguntas, cinco, diez, veinte y cien veces. Te arrastran a la comisaría o te despiertan a mitad de la noche. Más preguntas, las mismas tediosas respuestas.

Con una pizarra que muestra seis asesinatos sin resolver relacionados en apariencia, ¿por qué la policía no ha importunado más, haciendo pesquisas y averiguaciones? No tenía que volver a repasar mi versión y dudo que Yasmin o alguien necesitara hacerlo.

Deberían despedir a Okking y al resto del departamento. Por mi honor y por mis ojos, ¿por qué no lo hacen? Seis muertos por el momento, y yo estaba seguro de que la cuenta aumentaría. Me habían prometido personalmente al menos un cadáver más, el mío.

Al llegar a la comisaría de policía, entré en el despacho del sargento sin decir una palabra. No pensaba en los modales ni en el protocolo, sino en la sangre. Quizá era la expresión de mi rostro o el aura negra como la medianoche que me rodeaba, lo cierto es que nadie me detuvo. Subí la escalera y atravesé el laberinto de pasillos hasta llegar ante Hajjar, sentado fuera del pequeño cuartel general de Okking. También Hajjar debió percatarse de mi expresión, porque sacudió el pulgar por encima de su hombro. No iba a cruzarse en mi camino, ni tampoco a correr riesgos con su jefe. Hajjar no era inteligente, aunque sí astuto. Dejaría que Okking y yo nos sacudiéramos pero no estaría cerca. No recuerdo si le dije algo a Hajjar o no. Lo siguiente que recuerdo es que me apoyaba en el escritorio de Okking y le tenía agarrado de la camisa en mi puño tenso. Los dos gritamos.

—¿Qué demonios significa esto? —dije a voces, moviendo el papel de ordenador frente a sus ojos.

Eso es todo lo que puedo recordar antes de ser volteado, derribado e inmovilizado contra el suelo por dos policías, mientras otros tres me apuntaban con sus pistolas de agujas. Mi corazón estaba acelerado todavía, no podía ir más rápido sin explotar. Quería darle una patada en el rostro, pero mi movilidad estaba controlada.

—Soltadle —ordenó Okking.

También él respiraba agitado.

—Teniente —objetó uno de los hombres—, si...

—Soltadle.

Le obedecieron. Me puse en pie y miré a los hombres uniformados guardar sus armas y abandonar el despacho. Hubo un revuelo general. Okking esperó a que el último de ellos cruzase el umbral y cerró despacio la puerta, se pasó la mano por el cabello y volvió a su escritorio. Empleó mucho tiempo y esfuerzo en intentar calmarse. Supongo que no quería hablar hasta haberse controlado. Por último, se sentó en su silla giratoria y me miró.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

Sin burla, sin sarcasmo, sin amenazas veladas ni artimañas de policía. El tiempo del temor y la incertidumbre había acabado para mí, también el del desdén y la condescendencia para Okking.

Dejé la nota sobre su cuaderno y esperé a que la leyera. Me senté en una silla de plástico, dura y angulosa, frente al escritorio de Okking y esperé. Le vi acabar de leer. Cerró los ojos y se los frotó, fatigado.

—Jesús —murmuró.

—Quienquiera que fuese ese James Bond, ha cambiado de moddy. Dice que yo sabría cuál si lo pensaba. No se me ocurre nada.

Okking miró la pared que había a mi espalda, mientras recordaba la escena del asesinato de Selima. Primero, sus ojos se abrieron un poco; luego, su boca. Entonces gruñó.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó.

—¿Qué?

—¿Qué te parece Xarghis Moghadhíl Khan?

Yo había oído ese nombre antes, pero no estaba muy seguro de qué Khan se trataba. Sabía que no iba a gustarme.

—Háblame de él.

—Fue hace unos quince años. Ese psicópata se proclamó a sí mismo el nuevo profeta de Dios en Assam o Sikkim o uno de esos lugares del este. Dijo que un fulgurante ángel azul le hacía revelaciones y proclamas divinas. Lo más terrible fue que Khan salía y se follaba a cualquier mujer blanca que encontraba y asesinaba a cualquiera que se cruzara en su camino. Alardeaba de haber matado a doscientos o trescientos hombres, mujeres y niños antes de ser detenido. También antes de ser ejecutado asesinó a cuatro más en la cárcel. Le gustaba sacarle los órganos a sus víctimas y sacrificarlas a su ángel azul metálico. Diferentes órganos, según el día de la semana o las fases de la luna o alguna maldita razón.

Hubo un silencio nervioso durante unos segundos.

—Será mucho peor como Khan que como Bond —dije. Okking asintió, tétrico.

—Al lado de Xarghis Moghadhil Khan toda la pandilla de asesinos del Budayén parecerían dibujos animados del gato y el ratón.

Cerré los ojos, me sentía indefenso.

—Tenemos que averiguar si sólo se trata de un asesino lunático o trabaja para alguien.

El teniente volvió a mirar por encima de mí, a la pared mientras se le ocurría otra idea. Su mano derecha jugaba nerviosa con la figura de una barata sirena de bronce que tenía sobre su escritorio. Por fin me miró.

—Puedo ayudarte en eso —dijo con calma.

—Estaba seguro de que sabías más de lo que me contabas. Sabes para quién trabaja este James Bond-Khan. Sabías que yo tenía razón en que los crímenes eran ejecuciones, ¿no es así?

—No tenemos tiempo para pataletas ni medallas. Eso vendrá más tarde.

—Será mejor que me cuentes toda la historia. Si Friedlander Bey se entera de que has ocultado esta información, perderás tu empleo antes de que te dé tiempo a pedirle perdón.

—Yo no estaría tan seguro, Audran —dijo Okking—, pero no deseo comprobarlo.

—Pues dímelo, ¿para quién trabajaba James Bond? El policía parecía reacio. Cuando me miró, había angustia en su semblante.

—Trabajaba para mí, Audran.

La pura verdad es que no esperaba oír eso. No supe cómo reaccionar.

—Walláhnl-aztm —murmuré. Dejé que Okking lo explicara.

—Has tropezado con algo más importante que una serie de asesinatos —dijo—, pero no tienes ni idea de cuánto más importante. Creo que lo intuías. Está bien. Yo recibía dinero de un gobierno europeo para localizar a alguien que se ocultaba en la ciudad. Esa persona era el candidato para gobernar un país. Una facción política de su lugar de origen deseaba asesinarle. El gobierno para el que trabajo quería que le encontrara y le devolviera sano y salvo. No necesitas saber todos los detalles de la intriga, pero ésa es la idea básica. Contraté a James Bond para que encontrara al tío y también para impedir que el otro partido intentara asesinarle.

Me costó unos segundos asimilar todo eso. Era demasiado grande para digerirlo de golpe.

—Bond mató a Bogatyrev y a Devi, y, después de convertirse en Xarghis Khan, a Selima —resumí—. De modo que yo estaba sobre la pista correcta desde el principio: Bogatyrev fue asesinado a propósito. No se trató de un desgraciado accidente como tú, «Papa» y todo el mundo insistíais. Y por eso no has excavado más hondo en estos crímenes. Sabes exactamente quién les mató a todos.

—Creía que lo sabía, Audran. —Okking parecía cansado y un poco enfermo—. No tengo la menor idea de quién trabaja por el otro lado. Tengo bastantes pistas, las señales y marcas de las manos en los cuerpos torturados, una descripción bastante buena de la talla y el peso del asesino, un montón de pequeños detalles forenses como éstos. Pero no sé quién es, y eso me asusta.

—¿Te asusta? Vaya mierda de ánimos tienes. Todo el Budayén está metido en sus escondrijos desde hace semanas porque se preguntan quién será la próxima víctima de esos dos psicópatas, y tú estás asustado. ¿De qué demonios estás asustado, Okking?

—El otro bando ha vencido, el príncipe ha sido asesinado, pero los crímenes no cesan. No sé por qué. El asesinato debería haber zanjado la cuestión. Los asesinos están eliminando a cualquiera que pueda identificarles.

Me mordí el labio y pensé.

— Necesito retroceder un poco —dije —. Bogatyrev trabajaba para la legación de uno de los reinos rusos. ¿Cómo liga eso con Devi y Selima?

— Te he dicho que no quiero darte todos los detalles. Es algo sucio, Audran. ¿No estás satisfecho con lo que te he contado?

— Volví a enfurecerme.

— Okking, tu jodido hombre viene a por mí. Tengo el maldito derecho a saber toda la historia. ¿Por qué no puedes decir a tu asesino que deje de trabajar?

— Porque ha desaparecido. Después de que el príncipe fuera asesinado por el otro partido, James Bond desapareció del mapa. No sé dónde está ni cómo ponerme en contacto con él. Ahora trabaja por su cuenta.

— O alguien le ha dado nuevas instrucciones.

— No pude evitar un escalofrío cuando el primer nombre que cruzó por mi mente no fue el de Seipolt —la elección lógica—, sino el de Friedlander Bey. Me había engañado a mí mismo sobre los motivos de «Papa»: el temor por su vida y un loable interés por proteger a los demás ciudadanos. No, «Papa» nunca había sido tan honrado. Pero ¿de qué manera podía estar detrás de esos terribles acontecimientos? Era una posibilidad que ya no podía desdeñar.

— Okking estaba perdido en sus propios pensamientos, con un destello de temor en sus ojos, mientras jugueteaba con su pequeña sirena.

—Bogatyrev no era un pequeño empleado de la legación rusa. Era el gran duque Vasili Petrovich Bogatyrev, el hermano menor del rey Vyacheslav de Bielorrusia y Ucrania. Su sobrino, el príncipe de la corona, se convirtió en un gran estorbo en la corte y hubo de ser enviado fuera. Los partidos neofascistas de Alemania querían encontrar al príncipe y devolverle a Bielorrusia, con la idea de utilizarle para destronar a su padre y sustituir la monarquía por un protectorado controlado por los alemanes. Partidarios del comunismo soviético les apoyaban, querían destruir la monarquía, pero planeaban reemplazarla por su propio gobierno.

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