B-10279 Sobreviviente de Auschwitz (13 page)

BOOK: B-10279 Sobreviviente de Auschwitz
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Cada día que pasaba, empeoraba. Sentía que las fuerzas me abandonaban. Para subir los escalones ya me era muy difícil. Me tenía que ayudar con las manos para levantar las piernas escalón por escalón. Tenía diarrea y cada dos por tres corría a los baños. El encargado ya me tenía marcado. Mi preocupación más grande era no ser descubierto por Iasek. Sólo un milagro me podía salvar.

LA MILAGROSA AYUDA DE LA CRUZ ROJA INTERNACIONAL

Llegaron al campo de concentración Gussen, paquetes de la Cruz Roja Internacional. Los paquetes contenían productos alimenticios. Fue una sorpresa pues nunca antes había ocurrido esto. Los confinados judíos también se encontraban entre los beneficiados. Los primeros en obtener los alimentos fueron los prisioneros provenientes de los paises occidentales: franceses, belgas, holandeses y otros. Cuando nos tocó entrar al depósito, ingresé con otro muchacho amigo. En el interior del mismo me exigieron quitarme el saco y extenderlo sobre la mesa. En presencia de un oficial SS fue abierta una caja chica y otra de tamaño algo más grande. Volcaron el contenido. Se trataba de una variedad de alimentos envasados. El oficial nazi sólo retiró para él las tabletas de chocolate. Las dos cajas eran para repartir entre dos. El problema era como llegar a salvo a nuestro bloque con estos productos envueltos en un saco. Cuando comenzamos a caminar hacia nuestro barracón sentimos gritos de los que habían salido antes que nosotros. Teníamos que pasar por bloques ucranianos y polacos para llegar al nuestro. Estos en numerosos grupos asaltaban a los portadores, los lesionaban y saqueaban. (A ellos no les tocó recibir paquetes y no supimos por qué).

Cuando escuchamos gritos de los asaltados tomamos por otro camino, pero igual corrieron detrás nuestro. Iasek nos salvó, con un látigo enfrentó a los que nos perseguían. A la mayoría de mis compañeros les prestó una valiosa ayuda, enfrentó a los que acechaban como lobos hambrientos. A Iasek se le agradeció compensándole con una cantidad de estos productos. Una vez en el bloque con el valioso cargamento, fuimos mi amigo y socio hacia nuestra cucheta. Estábamos todavía exhaustos por haber corrido despavoridos y atemorizados. Nos quedamos sentados un rato para tranquilizarnos de la tensión. Lo considerábamos como un regalo milagroso caído del cielo. Algo más tranquilos, abrimos el saco para ver qué clase de productos contenía. Habíamos quedado realmente sorprendidos de la cantidad de alimentos.

Con mi circunstancial socio, nos repartimos los paquetes en partes iguales. Había de todo: cigarrillos, galletitas, dulces, fideos, arroz, sardinas y otros. Subsistía el problema de cómo ubicar las cosas alrededor del cuerpo, para no llamar la atención. Con hilo até el pantalón por los tobillos y coloqué los paquetitos alrededor de las piernas. Caminaba bastante incómodo, igual que una momia.

Estaba preocupado por mi estado de salud. El problema que me agobiaba era la diarrea, pero con el milagroso regalo, se me abría la posibilidad de curarme de esta enfermedad. Sabia que el arroz era efectivo para estos casos. Traté de intercambiar con otros, ciertos productos por arroz y lo conseguí. Un amigo ruso que trabajaba en mi sector, con un calentador eléctrico que usaba para derretir laca aceptó cocinar el arroz para mí. Lo compensé bien, se lo merecía. Seguí con este menú varios días y resultó ser efectivo. Gracias al paquete de la Cruz Roja Internacional me salvé de esta enfermedad y comencé a restablecerme de la fatiga. La ayuda del exterior fue para nosotros muy valiosa, diría una bendición. Pero para algunos resultó fatal. La tentación de comer para apaciguar el hambre, fue mortal. Muchos murieron por haber comido alimentos que por muchos años ni habían visto. El cuerpo de éstos no soportó el repentino cambio alimenticio. Por suerte en mi caso no me dejé llevar por la tentación. La ayuda que llegó de la Cruz Roja, fue vital, prácticamente me salvó la vida. A los prisioneros rusos, polacos y ucranianos no se les repartió ningún paquete, se sintieron excluidos.

LA PRIMAVERA Y LA LIBERACION

El tiempo transcurría lentamente y a esa altura del año ya habíamos entrado en el mes de abril del 45.

Una noticia que se expandió como reguero de pólvora fue que los SS ucranianos, los de los galones negros, quedaron arrestados. Les quitaron las armas y los ubicaron en un barracón aislado, bajo reforzada vigilancia. Los vimos por las ventanas desmoronados e impotentes. Pensar que horas antes nos apuntaban arrogantes con sus fusiles y ahora desarmados, estaban igual que nosotros a merced de los nazis.

Al anochecer fueron llevados a un lugar desconocido. Nos enteramos que los habían fusilado a todos.

Supimos que estos ucranianos al ver que la situación era crítica para los alemanes, se sintieron comprometidos por haber colaborado con ellos. Planificaron liberar el campo y querían tener la imagen de salvadores. Pero los nazis descubrieron su intención o quizás fueron delatados y los eliminaron. De cualquier modo si los ucranianos hubiesen logrado su propósito, no serían perdonados por los mismos prisioneros liberados. Por el contrario, se hubiesen vengado de ellos.

En una colina cercana al campo, los alemanes instalaron un cañón antiaéreo de gran calibre. Lo tenían camuflado con ramas de árboles. Daba la casualidad que de sorpresa aparecieron dos aviones que volaban a una altura en la que podían ser de fácil alcance para este cañón antiaéreo. Los prisioneros del campo pudimos observar cómo el cañón apuntaba y seguía a esos aviones, pero no se animaron a disparar contra ellos. Los rusos reconocieron los aparatos y exclamaron: “eto nashe", son nuestros.

Se formó un comité clandestino compuesto de polacos y otros. Ellos trabajaban en la administración y estaban al tanto de los acontecimientos. Esta gente nos visitó en el bloque al anochecer. Nos informaron de las presuntas intenciones de los alemanes. Los nazis habían ordenado tapar o amurar las bocas de entrada a los refugios. Sólo quedaría abierta una. Haciendo sonar la sirena introducirían a todos los prisioneros (unos 40 mil) dentro de los túneles. Luego dinamitarían la última abertura para convertir el refugio en una tumba gigante.

El comandante del campo tenía órdenes de Himmler, de no dejar con vida a ningún prisionero. El improvisado comité nos advirtió que pasara lo que pasara, nadie tenía que abandonar el bloque. Esta advertencia provocó en todos una gran conmoción y una honda preocupación, ya que nadie pudo conciliar el sueño.

Afortunadamente esa sirena no sonó. Tal vez las circunstancias ya no les eran propicias. Alemania nazi se derrumbaba y les quedaba muy poco tiempo para salvar su propio pellejo. Se comenzó a notar que el conteo, ya no era tan riguroso. El oficial nazi en lugar de contar, sólo hizo mi ademán de que todo estaba bien y se retiró. El problema seguía latente, la tensión predominaba. Todavía estábamos a merced de ellos. La inquietud que todos sentíamos era porque los asesinos nazis todavía podían ensañarse con nosotros.

En las plantas, la actividad seguía en forma normal. Un nuevo capataz fue nombrado en mi sector de trabajo. Con éste, me pude entender bien. Era un joven ruso oriundo de un pueblo no lejos de Moscú. Me contó entre otras cosas que había escondido una motocicleta de su propiedad cuando los alemanes habían cercado la localidad donde él vivía con su familia. Si lograba sobrevivir, tenía la esperanza de volver a su hogar y encontrar la moto enterrada, su hobby. Además me comentaba todos los días noticias sobre los acontecimientos mundiales. Estas noticias eran de un diario local austriaco al que él tenía acceso. Principalmente, me interesaba saber a qué distancia se encontraban de nosotros los americanos o los soviéticos. El ejército estadounidense estaba algo más adelantado. Cada día que transcurría se encontraban más cerca nuestro.

Los días pasaban y también pasó el mes. El tiempo se hizo más agradable, pues ya estábamos en mayo. Logré mejorar mi salud considerablemente. Todavía me habían quedado algunas cositas del regalo de la Cruz Roja y convidaba a mis compañeros que no habían recibido nada, a los que trabajaban conmigo en el mismo sector.

Este gesto servía para mantener buenas relaciones con todos los que me rodeaban. La noticia que el capataz de mi sección me comunicó fue, que el ejército norteamericano había hecho notables avances y se encontraba a pocos kilómetros de nosotros .Esta información hizo revivir la esperanza.

Al día siguiente sucedió algo muy importante que llamó la atención. Todo comando militar de la SS abandonó el campo de concentración. Antes de huir dejaron en los puestos de vigilancia a policías austriacos. A partir de ese momento no fuimos más a trabajar. La ración diaria todavía era repartida en forma normal. Aquel segundo contingente de alemanes presos uniformados no fueron enviados y permanecieron en el campo. Este numeroso grupo todavía se creía importante. Menos mal que no estaban armados. Toda la pandilla estaba formada por asesinos natos. Entre éstos se encontraba el ober-capo del turno nocturno. Este individuo era odiado por todos.

Pasamos la noche en la incertidumbre, pues un dirigente del comité improvisado nos comunicó que se había visto a numerosos nazis SS y no se sabía qué propósitos tenían. Se temía que podían volver para hacer un acto de barbarie. Pero se nos informó luego que sólo pasaron de largo.

7 DE MAYO DE 1945

Este fue el día de la liberación del campo de concentración Gussen 1 y Gussen 2. El día largamente esperado. Es también la fecha de mi cumpleaños, en realidad significó mi renacimiento.

El comité improvisado que antes se había formado nos impartió órdenes de mantenernos en calma dentro de los bloques. Las horas pasaban en un clima tenso. Los capos alemanes uniformados se encontraban en la plaza principal y se creían todavía dueños del campo. Pero de tarde los presos que estaban en buenas condiciones físicas, salieron a tomar venganza contra ellos. El ober-capo corrió para poder escapar, pero fue alcanzado por un español que trabajaba en la cocina. Le clavó un cuchillo, dejándolo tendido en medio de un charco de sangre, cerca del portón de salida. Los capos fueron linchados por una turba de polacos y ucranianos, que se abalanzaron contra ellos. A uno le cortaron la cabeza con un hacha. Ninguno de los uniformados quedó con vida. Recién al anochecer aparecieron algunos blindados americanos. La policía austriaca que ocupaba los puestos de vigilancia, fue desarmada. Salí del bloque para cerciorarme; quería ver con mis propios ojos a nuestros libertadores. En el portón principal del campo había varios carros blindados a oruga. Los soldados estadounidenses que llegaron en esos vehículos eran jóvenes. Bloquearon con los tanques el pasaje y no permitieron salir ni entrar a nadie. Por no conocer el idioma inglés no nos pudimos comunicar con ellos. Hubiéramos querido avanzar, los hubiéramos abrazado y besado por la gran emoción que sentíamos. Pero los del comité nos mantenían a distancia. La mayoría éramos esqueletos vivientes, mugrientos y piojosos. La curiosidad atrajo a gran cantidad de ex-presos e inclusive aquellos que apenas podían arrastrar las piernas. Con sorpresa vi en lo alto de un barracón una bandera de gran tamaño de la Unión Soviética, desplegada flameando. En otro la bandera polaca, también flameaba mía bandera chica azul y blanca con la estrella de David. Se vivía realmente en un clima muy emocionante. En los rostros esqueléticos de los que se encontraban en la plaza, por primera vez se veía una expresión de alegría y de orgullo. A esa hora de la noche los del comité pidieron a todos que nos fuéramos a los barracones correspondientes. Una vez ya en mi lecho no pude conciliar el sueño en toda la noche. Los pensamientos no me dejaban dormir. Todavía no me había convencido que pertenecía a los privilegiados que habían logrado sobrevivir. Pensaba que al haber resistido hasta ese día, el de la liberación, me transformaba en un héroe, además pertenecía a los afortunados que lograron ver la derrota de la Alemania nazi. Podía saborear y festejar el triunfo que permitió salvar a la humanidad.

También me preguntaba: ¿qué habrá pasado con mi madre y mi hermana Ana? ¿Habrán sobrevivido?

No me hice ilusiones de mi papá ni de mi hermanito menor Leibush.

¿Qué tendré que hacer primero? ¿Qué será lo que el destino me ha de deparar?, pensaba.

Casi no dormí, pues un sin fin de pensamientos me perturbaban de continuo. Al día siguiente los expresos acuciados por el hambre se lanzaron en masa a buscar alimentos. Penetraron al barracón donde se encontraban las instalaciones para cocinar y a los depósitos anexos. Había una gran cantidad de barriles con pasta ácida, era una especie de queso. Destrozaron los barriles y la mayor parte se desparramó por el piso. Si alguno resbaló, ya no se pudo levantar más. Una turba se lanzó para poder conseguir un bocado de queso. El piso estaba resbaladizo, pero igual penetraban masivamente. Los que estaban caídos en el suelo, fueron pisoteados y quedaron bañados con ese queso pastoso. Luego la gran multitud se lanzó a los otros depósitos donde había gran cantidad de ropa. Montañas de prendas para vestir se hallaban almacenadas en ese lugar. En poco tiempo el lugar quedó vacío. Muchos se cambiaban de vestimenta lo que les dio un aspecto aceptable. Pero lo que los sobrevivientes trataron de hacer primero fue vengarse. Esa incontrolable masa estaba dispuesta y con razón a hacer justicia por sus propias manos. La venganza hubiese sido fatal. Todo alemán encontrado hubiera sido masacrado. Pero los soldados americanos coparon todos los portones. No permitieron a los sobrevivientes salir del recinto del campo y aquel deseo no pudo realizarse y esa ansia de desquite no se pudo concretar. : V demás la mayoría no estaba en buenas condiciones físicas. Una gran mortandad se produjo luego de haber sido liberados. Las autoridades militares americanas instalaron en los edificios adyacentes un hospital improvisado con el fin de socorrer a los desfallecientes.

Muchos sobrevivientes fueron hospitalizados en ese nosocomio. Había un alto porcentaje de tuberculosos. Los liberados por encontrarnos en un estado deplorable, tuvimos que permanecer en el mismo recinto de ese campo. El menú alimenticio seguía siendo igual al de antes. La nueva directiva se había dado cuenta que sería peligroso, hasta mortal mejorar la alimentación. Decidieron no cambiar la ración diaria por un determinado tiempo. No efectuamos trabajo alguno. Pasamos la mayor parte del día en los lechos y eso nos ayudó a rehabilitamos y a recuperarnos un poco.

Soldados americanos trajeron al campo un carro para fumigar; era de gran tamaño. Desinfectaron con un polvo blancuzco el interior de los bloques, luego rociaron a todos los sobrevivientes. Con esta fumigación eliminaron millones de piojos y chinches. Realmente desaparecieron como por arte de magia.

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