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Authors: Cayla Kluver

Alera (9 page)

BOOK: Alera
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—¿Cómo es posible que hayamos acabado por tener a la Reina, sola, en el bosque, pasando frío, hambre y miedo, sin protección, y solamente con el río como única separación de los cokyrianos?

London se rió, pero era una risa lúgubre, y yo me encogí. Había culpado a Steldor, pero ahora, al pensarlo, me daba cuenta de que yo había actuado de forma tan irreflexiva como él. Me dije que era una insensata y sentí vergüenza por haber creído que no correría ningún peligro. ¿De verdad era tan desesperadamente ingenua? ¿O London exageraba el peligro solamente para hacérmelo creer?

London dio unos pasos alrededor del fuego y se detuvo a dos metros de mí con los brazos cruzados sobre el pecho y con una decidida expresión de desagrado en su rostro. Entonces, como si me hubiera leído la mente, empezó a responder mis preguntas.

—¿Os hacéis idea de la suerte que habéis tenido de que os encontrara? La mayoría de los soldados no os hubieran dado ni diez segundos: os hubieran cortado el cuello sin dudarlo. ¿Y de verdad creéis que mientras estáis sentada en esas rocas observando al enemigo, él no os puede ver? Cualquiera de sus arqueros os hubiera podido clavar una flecha en el corazón mientras estabais allí sentada. O los cokyrianos hubieran podido enviar a alguien en vuestra busca, en cuyo caso la Reina hubiera estado en sus manos. —Hizo un amplio ademan con el brazo y continuó—: Os he traído aquí porque no estoy seguro de que no os hayan visto. E incluso en el caso de que no hayáis atraído la atención del enemigo, habríais pasado una noche miserable, sin cobijo y sin posibilidad de defenderos. ¡os hubiera podido atacar cualquier animal, habríais podido caer al río igual que os sucedió una vez, os haríais podido perder!

Detestaba que estuviera enojado, pero no pude dejar de notar que se parecía un padre sobrepasado por las circunstancias. Esa idea casi me hizo sonreír, y tuve que morderme el labio para no hacerlo, pues sabía que una sonrisa era totalmente inapropiada en esas circunstancias. Parecía que London había terminado de reñirme, pero continuaba frunciendo el entrecejo y pensé que todavía quería decirme algo más. Esperé, mirando las sombras que el fuego proyectaba en su cuerpo y que le conferían un aspecto fantasmagórico.

—Escuchadme, Alera —dijo finalmente, mientras apoyaba una rodilla en el suelo ante mí— Sean cuales sean las ideas románticas que tengáis con respecto a Narian, nunca se podrán cumplir. Sois una mujer casada, y Narian es el enemigo.

Esas últimas palabras me hirieron profundamente. Oír que alguien decía eso de forma tan cruda fue como si me hubieran dejado sin respiración. «Narian es el enemigo»: la frase se repetía en mi cabeza, y por primera vez me di cuenta de que yo era la única que deseaba que Narian regresara por el mero hecho de tener su compañía, no porque él estuviera con nuestro enemigo pudiera resultar perjudicial para nuestro reino.

—No he podido encontrarlo —dijo London, y yo volví a la realidad—. Pero los cokyrianos probablemente lo harán.

La oscura predicción de London todavía me daba vueltas por la cabeza media hora más tarde, mientras él apagaba el fuego, satisfecho de que yo hubiera recobrado las fuerzas para volver a ponernos en marcha. No quería esperar a la mañana para regresar a la ciudad, pues estaba seguro de que alguien se habría enterado de mi ausencia, tanto si Steldor había dicho algo como si no.

Recorrimos el camino de regreso deprisa, aunque todavía tardamos dos horas en llegar a la ciudad, pues London continuó eligiendo una ruta que se alejaba de la principal. Yo volví a dormirme, segura entre los brazos de mi salvador, y no me desperté hasta que el caballo se puso al paso delante de la puerta de la ciudad. La enorme puerta de hierro, que permanecía abierta durante el día para permitir el tránsito hacia dentro y hacia fuera, había sido bajada, y las órdenes de Cannan que no se volviera a subir hasta la salida del sol.

—¡Alto, identificaos!

Uno de los centinelas, con la mano en la empuñadura de la espada, nos cerraba el paso, pero en ese momento uno de los guardias de la torre reconoció a mi acompañante.

—¡London! —gritó.

Inmediatamente, todos los soldados que montaban guardia se enteraron de que el segundo oficial había regresado. Al verme, el guardia de la torre exclamó:

—¡Reina Alera!

En cuanto el hombre se hubo recuperado de su sorpresa, ordenó que izaran la puerta, pues, a pesar de las órdenes de Cannan, no podía negarle la entrada a la Reina ni a un guardia de élite cuyo rango se encontraba justo por debajo del de capitán. Tan pronto como la puerta tuvo la altura suficiente para permitirnos el paso, London cabalgó a paso ligero, lo cual habría sido, en circunstancias normales, poco sensato, debido a lo transitada que era esa calle. Pero en ese momento la avenida estaba desierta.

—London, ¿qué hora es? —pregunté, pues había perdido por completo la noción del tiempo.

—Justo pasada la medianoche.

Dejamos a un lado el barrio de negocios, que quedaba al este, y solo de vez en cuando oímos algunas risas o alguna canción procedente de alguna de las tabernas, o vimos algún que otro cliente ebrio que regresaba a casa con paso inseguro. Pero cuanto más nos acercábamos al palacio más tranquilo estaba todo, y al final solo el sonido de los cascos sobre los adoquines resonaba en la noche. Me apoyé en el guardia de élite y cerré los ojos, imaginando que me encontraba con Narian, recordando la primera vez que él subió a mi balcón para sacarme de palacio. Juntos cabalgamos por las silenciosas calles una hermosa noche de invierno, y luego charlamos hasta la salida del sol en las caballerizas reales. Nunca me había sentido tan a gusto con alguien, ni tan segura.

Me había perdido tanto en mi imaginación que cuando London hizo detener el caballo y me ayudó a desmontar, me sentí desorientada. No estábamos en palacio: el edificio que se levantaba, oscuro, delante de nosotros, era el de las caballerizas. Al principio me sorprendió que hubiéramos ido hasta allí, pero luego pensé que si hubiéramos ido con el caballo hasta las puertas del patio de palacio, no habríamos tenido ningún mozo de cuadra para ocuparse del animal. Espere mientras London atendía a su montura y luego caminamos hasta la parte delantera de los terrenos de palacio intente no prestar atención a mis doloridos pies, pues no quería pedirle que me llevara en brazos. Cuando llegamos a las puertas del patio, los guardias de palacio nos dieron el alto, pero, al igual que había sucedido con los guardias de la ciudad, en cuanto nos reconocieron se apresuraron a permitirnos la entrada.

—El rey Steldor se sentirá aliviado al saber que estáis a salvo, majestad —dijo uno de los hombres—. Ha enviado varia patrullas a buscaros.

London me indicó que continuara adelante y, a la luz de las antorchas que iluminaban las puertas, vi que había levantado una ceja con ironía. Yo todavía estaba demasiado cansada para expresarme con esa elocuencia, pero internamente me sentía enojada.

Subimos por la escalera de piedra blanca, cruzamos el patio central y finalmente pasamos entre los setos de lilas, que nunca habían desprendido un olor tan dulce. Los guardias de palacio que montaban guardia ante la entrada principal nos abrieron la puerta y, acto seguido, entré en el calor y la luz del vestíbulo principal con una enorme sensación de alivio por estar en casa.

Galen se encontraba de pie con dos de sus hombres en la entrada, cerca de la antecámara, y hablaba con ellos en tono de urgencia. A esa hora había poca actividad en el palacio, lo cual permitió que oyéramos con claridad sus palabras.

—¿No convendría que informáramos al capitán, señor? Seguro que él...

—¿Acaso estás sugiriendo que incumplamos las ordenes del Rey?

—No, señor.

—Bien. Además, creo que, a estas horas, el capitán ya se habrá ido a casa.

Las palabras de Galen dejaron bien claro que Steldor no había informado a su padre de que yo había salido de palacio ni de que me encontraba en la ciudad, así que nadie sabía exactamente cuál era mi paradero.

—¡Reina Alera!

Al oír la exclamación uno de los guardias que estaban hablando con él, Galen se dio la vuelta inmediatamente. En cuanto me vio en casa, la tensión y la expresión de preocupación desaparecieron de su rostro.

—Gracias a Dios.

Las palabras de Galen fueron poco más que un murmullo, una instantánea plegaria de agradecimiento provocada por el alivio. Adoptó una actitud reflexiva con intención de acercarse a mí, pero antes de hacerlo dio una orden a sus hombres en tono autoritario:

—informad al Rey inmediatamente, y luego reanudad sus tareas habituales.

Entonces volvió a dirigir la atención hacia mí y se dio cuenta de mi aspecto desaliñado y agotado.

—¿Estáis bien?

Para mi sorpresa, y también para la de Galen London se puso delante de mí y empezó a increpar a gritos al joven sargento de armas.

—¿Qué si está bien? Vamos a ver. Acaba de pasar unas cuantas horas dando vueltas por el bosque, hambrienta, dolorida, con frío, sola y con miedo de no poder encontrar el camino de vuelta a casa, o de que los cokyrianos que están al otro lado del río se acercaran a ella para darle un poco de conversación. Pero sí, creo que se encuentra perfectamente bien, ¿no te parece?

Galen se quedo sin palabras, pero Cannan lo salvó de tener que improvisar una respuesta, pues apareció por la puerta de la sala de guardia, alertado por el escándalo.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el capitán en tono autoritario.

Aunque Galen se mostraba sorprendido al que su superior todavía se encontraba en palacio, dio unos pasos hacia él, como si buscara protección ante la ira de London. En ese momento, las puertas de la antecámara se abrieron y Steldor entró.

—Preguntádselo a vuestro hijo—replicó London por toda respuesta mientras señalaba con un dedo a la cabeza del Rey con su típica indiferencia hacia el protocolo.

Cannan se dirigió inmediatamente a Steldor:

—¿Qué es todo esto?

E1 Rey se paró en seco pero no mostró reacción alguna por encontrar al capitán en la entrada, ni tampoco respondió a la pregunta.

—Oh, padre —dijo, con una sonrisa ligeramente artificial— No sabía que estabas aquí.

—He estado charlando con algunos de mis comandantes de batallón —explicó Cannan, tolerante, ignorando por el momento la evasiva respuesta de su hijo.

—No hace falta que vengas —continuó Steldor, despidiéndolo, mientras se acercaba a mí—. Todo está controlado. No es necesario que interrumpas tu reunión.

Pero cuando su hijo pasó ante él, Cannan lo cogió del brazo con firmeza.

—Mis hombres pueden esperar a que obtenga la respuesta a mi pregunta.

—¿Y qué pregunta era? —preguntó Steldor en tono dulce e inocente, aunque con una sonrisa irreverente.

Los dos hombres se miraron en silencio. Eran muy parecidos, con el pelo tan oscuro que era casi negro y unos ojos profundos de color marrón, aunque los rasgos de Steldor conservaban algunas características de su hermosa madre Calen estaba ansioso, pero London, que permanecía apoyado en la pared con los brazos cruzados sobre el pecho, disfrutaba con ese callado choque de temperamentos. Los guardias de palacio que estaban montando guardia, y que nunca habían visto enfrentados a padre e hijo, tampoco miraron al Rey ni a su capitán. Pero yo no podía fijarme en ninguna otra cosa, fascinada por la confrontación que tenía lugar frente a mí. Cuando la maliciosa sonrisa desaparece del rostro de Steldor, Cannan atrajo a su hijo hacia sí y dijo con voz grave y amenazadora:

—No juegues conmigo, alteza.

Hasta ese momento Steldor le había devuelto la mirada a Cannan, pero ahora sus ojos se apartaron con una clara expresión de temor ante su padre.

—De acuerdo —murmuró, molesto aunque obediente— ¿Vas a soltarme?

—Muy bien —repuso el capitán soltando a su hijo—. Y ahora, respóndeme.

Parecía poco natural ver a Steldor sometido de esa manera, pero me di cuenta de que no le gustaba que su padre lo sacara de sus casillas. Se había ruborizado ligeramente, pero no estaba segura de si eso era un signo de vergüenza o de ira.

—Alera se fue de la ciudad. Fui tras ella, pero se negó a regresar conmigo. Mandé unos hombres a buscarla, pero acaba de volver con London.

—¿Y se fue a pie? —preguntó Cannan en tono irónico, pues había visto el estado en que se encontraba mi vestido y lo que quedaba de mis zapatos de piel. Me pareció que él ya había adivinado lo que había hecho su hijo.

—No, señor —murmuró Steldor.

—Entonces, ¿qué pasó con su medio de transporte? —La voz de Cannan delataba un autocontrol terrorífico: cada sílaba había sido pronunciada a la perfección.

—Ella se había llevado el caballo del rey Adrik y yo... lo traje de vuelta conmigo.

Steldor pronunció la frase despacio, como temeroso de que esas palabras lo condenaran. De inmediato, Cannan se dirigió hacia los guardias de palacio que montaban guardia.

—Salid al patio hasta que mande a buscaros.

Los guardias se marcharon, deseosos a la vez de presenciar la confrontación y de escapar de ella; pero, de todos modos, no tenían elección. Después de cerrar la puerta detrás de sus hombres, Cannan se acercó a su hijo y se detuvo a corta distancia de él; pensé que Steldor tendría que emplear toda su fuerza de voluntad para no salir corriendo. El capitán, que siempre resultaba imponente, se mostraba especialmente fiero, lo que se hacía evidente en la tensión de sus músculos. Parecía hacerse más alto, y su piel, más oscura, a cada segundo que pasaba. Solamente lo había visto de esa forma una vez, y fue cuando el padre de Narian, el barón Koranis, pidió que se llevaran a su hijo de la casa de campo que yo acababa de visitar.

—¿Debo, pues, pensar—dijo Cannan, con voz profunda y amenazadora como el trueno— que la Reina abandonó la ciudad sin guardias, que el Rey fue en su busca sin guardias, que el Rey la dejó sin caballo y que no creyó necesario informar de ello al capitán de la guardia, que está al cargo de la protección tanto del Rey como de la Reina?

—Sí, señor—Contestó Steldor en tono inseguro-

—¿Tenéis idea del peligro en que has puesto a Alera, y a ti mismo? Los cokyrianos están justo en nuestras fronteras…

Steldor lo interrumpió con una carcajada arrogante; su audacia me sorprendió.

—Estoy seguro de que a estas alturas ya sabes que sé cuidar de mí mismo. No me he puesto en peligro.

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