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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

A tres metros sobre el cielo (45 page)

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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Junio. Una fotografía suya en un periódico. Alrededor de Andrea está toda la redacción. Debieron de hacer aquella foto pocos días después del robo. Step saca de entre los hierros del hornillo aquel trozo de papel. ¿Qué ilustración era? Debía de ser la de la cara de Zanardi. Poco importa ya. Las quemó todas aquella noche después de hablar por teléfono. Se quedó allí contemplando cómo ardían los colores, cómo se acartonaban las caras de sus héroes al ser abrazadas por la llama, cómo desaparecían en fundidos de humo las míticas frases de poetas desconocidos. Su hermano entró en ese momento.

—Pero ¿qué estás haciendo? ¿Qué pasa, has perdido la cabeza? Mira, estás quemando la campana de la cocina…

Paolo trató de apagar aquella llama demasiado alta pero él se lo impidió.

—Step, ¿te has vuelto loco? Luego me tocará a mí pagarla, ¿no? Estas gilipolleces las haces fuera.

Step perdió entonces el control. Lo tiró contra la pared, junto a la ventana. Le puso una mano alrededor del cuello, hasta casi llegar a estrangularlo. Paolo perdió las gafas. Volaron por los aires, fueron a parar al suelo, rompiéndose. Luego, Step se calmó. Lo soltó. Paolo recogió del suelo sus gafas rotas y salió en silencio, sin decir nada. Step se sintió entonces aún peor. Oyó cómo se cerraba de golpe la puerta de casa. Inmóvil, siguió contemplando cómo se quemaban sus dibujos, estropeando la campana de la cocina, sufriendo como nunca había sufrido antes. Sólo como jamás lo había estado. Recuerda a Battisti. «Prendere a pugni a un uomo solo perché è stato un pò scortese, sapendo che quel che brucia non son le offese.»
[15]
Es verdad, tiene razón. Y a él le duele todavía más. Aquel hombre es su hermano. El café sale de repente, balbuceando, como si tuviera algo que decir. Step se sirve una taza y luego se lo bebe. En su boca queda un sabor caliente y amargo, el mismo gusto de los recuerdos abandonados en su corazón.

Septiembre. Los padres de Babi le compraron un billete para Londres. Se habían puesto de acuerdo con la madre de Pallina. Querían alejarlas de las malas compañías.

Bastó poco. Un plan bien pensado. Corrieron a ver a un amigo en la jefatura de policía. Pasaportes nuevos. A aquel chárter para Inglaterra subieron finalmente dos, sólo que los nombres que figuraban en los billetes, cambiados apenas unos días antes, eran distintos. Pollo y Pallina.

Fueron quince días inolvidables para todos. Para los padres de Babi, ilusos y contentos, finalmente tranquilos. Para Pollo y Pallina, que se los pasaron dando vueltas por Londres, entrando en bares y discotecas, mandando a todos postales compradas en Roma en la Lyon Book, postales inglesas, firmadas de antemano por Babi. Y para Step y ella, lejos de todos, en aquella isla griega, Astipaleia. Un viaje épico. Con la moto hasta Brindisi, luego en ferry, abrazados bajo las estrellas, tumbados en el puente, en sacos de dormir de colores, cantando con los extranjeros canciones inglesas, mejorando así la pronunciación, aunque no fuese precisamente en el modo en el que habrían querido sus padres. Una vez llegados, los molinos blancos, las cabras, las rocas, una pequeña casa frente al mar. La pesca al amanecer, dormir por la tarde, salir por la noche, pasear por la playa. Amos de aquel lugar, del tiempo, solos, contando las estrellas, olvidando los días, mintiendo por teléfono.

Step da un sorbo a su café. Lo encuentra aún más amargo. Se echa a reír. La vez que Babi invitó a todos sus amigos a cenar. Intento de socializar. Se sentaron todos a la mesa y se comportaron bastante bien, justo como Step les había dicho que tenían que hacer. Pero no resistieron mucho. Uno tras otro se fueron levantando de las sillas, se apoderaron de los platos y, con la cerveza en la mano, fueron hasta el salón. No hay que invitar nunca los miércoles. Sobre todo si hay copa. Como no podía ser menos, la cosa acabó en modo trágico. La Roma perdió, alguno del Lazio empezó a burlarse y se produjo un conato de pelea. Step tuvo que echarlos a todos. Divergencias, diferencias, dificultades. Trató de darle gusto.

Fiesta de disfraces. Se vistieron de Tom y Jerry pero Pollo y el resto acudieron justo a la misma fiesta. ¿Una simple broma del destino? ¿O, más probablemente, un soplo de Pallina? Todos simularon no reconocerlo. Saludaron a Babi, aquel pequeño Jerry de los ojos azules, ignorando a Tom, riéndose cada vez que pasaba por delante de ellos aquel gato enorme de abultada musculatura.

Al día siguiente, en la plaza, Pollo, Schello, Hook y alguno que otro más se acercaron a él con aire serio.

—Tenemos que decirte algo, Step. ¿Sabes?, ayer fuimos a una fiesta y vimos a Babi.

Step los mira como si con él no fuera la cosa.

—¿Y qué?

—Bueno, vaya, iba vestida de ratón y había un gato muy grande que lo intentaba con ella… Como un cerdo. Parecía uno grande, uno que se sabe defender. Si quieres que te echemos una mano para ponerlo en su sitio, sólo tienes que decírnoslo. Es un problema, ¿sabes? Hay algunos gatos que tienen ciertos…

A Pollo no le dio tiempo a acabar la frase. Step se abalanzó sobre él, le sujetó la cabeza con el brazo y le restregó la nuca con su puño duro. En medio de las carcajadas de todos, las de Pollo, y también las suyas. ¡Qué amigos! Repentinamente, se siente triste. Aquella noche. ¿Por qué fue a aquella fiesta, por qué allí y no a las carreras? Babi había insistido mucho. Cuántas cosas hizo por ella. Tal vez no habría pasado. Tal vez.

El telefonillo suena enloquecido. La dueña de la casa atraviesa corriendo el salón, la puerta se abre. Pallina, con la cara blanca como la pared, pálida, temblorosa, está en el umbral. Sus ojos tristes, brillantes de lágrimas, de sufrimiento. Step se acerca a ella. Ella lo mira sin apenas poder contener el primer sollozo.

—Pollo ha muerto.

Acto seguido lo abraza buscando en él aquello que ya no podrá encontrar en ninguna parte. Su amigo, su novio, sus risotadas fuertes y sonoras. Fueron corriendo hasta el invernadero acompañados de Babi. Con el Lancia Y10 que sus padres le acababan de regalar. Los tres en aquel coche recién estrenado, con olor a nuevo, teñido ahora de sufrimiento y silencio. No tardaron en verlo. Luces resplandecientes alrededor de aquel único punto. La moto de su amigo. Uniformes odiados y coches de la policía alrededor de Pollo, que yace en el suelo, sin fuerza ya para reír, bromear, tomarle el pelo, decir tonterías. Alguien mide algo extendiendo un metro. Algún que otro muchacho contempla la escena. Pero nadie puede ver o medir todo aquello que se ha ido. Step se inclina sobre él en silencio, acaricia la cara del amigo. Un gesto de amor que no se hicieron nunca en todos aquellos años de amistad, que no les estuvo permitido nunca. Luego, le susurra llorando: «Te echaré de menos.» Sólo Dios sabe hasta qué punto fue sincero.

Se ha acabado el café. De repente le entran ganas de que alguien le lea las noticias de
Il Corriere dello Sport
, de ver a aquel tipo molesto que aterrorizaba a la criada, que entraba en su casa y lo despertaba por la mañana, que pasaba por su vida bullicioso, risueño. Se pregunta cuánto tiempo hace que no se come un sándwich al salmón. Mucho, desde entonces. Pero, extrañamente, en aquel momento no le apetece. Puede que porque, si sólo quisiera un sándwich, podría tenerlo.

Babi mira el regalo que ha comprado para Pallina. Está sobre la mesa, envuelto en papel rojo y atado con un lazo dorado. Le llevó tiempo elegirlo, está convencida de que le va a gustar, pagó mucho por él. Y, sin embargo, sigue allí. No la ha llamado, no ha hablado con ella. Cuántas cosas han cambiado entre ambas. Ya no es la misma, no se ven, no consiguen hablar. Puede que también sea porque después del bachiller ambas emprendieron caminos diferentes. Ella economía y comercio, Pallina el Instituto de Gráfica. Siempre le gustó dibujar. Recuerda todos los mensajes que le mandaba durante las lecciones. Caricaturas, frases burlonas, comentarios, las caras de sus amigos. «¿A ver si adivinas quién es ésta?» Era tan buena que Babi acertaba casi a la primera. Miraba el dibujo, levantaba la cabeza y la encontraba de inmediato. Aquella compañera de barbilla prominente, con las orejas de soplillo, la sonrisa exagerada. Y se reían desde lejos, simples compañeras, grandes amigas. Cada pretexto era bueno para dejarse arrastrar, casi orgullosas de aquella alegría, por aquellas sonrisas no tan disimuladas.

Luego llegó aquella noche, los días que vinieron a continuación, el mes siguiente. Silencios prolongados, llantos. Pollo ya no está y ella no consigue aceptarlo. Hasta que un día la llamó la madre de Pallina. Corrió a su casa. La encontró tumbada en la cama, vomitando. Se había bebido media botella de whisky y se había tragado un frasco de valeriana. «El suicidio de los pobres», le dijo Babi cuando la vio capaz de entender algo. Pallina se echó a reír y a renglón seguido estalló en sollozos entre sus brazos. Su madre las dejó a solas, no sabiendo muy bien qué hacer. Babi le acarició la cabeza.

—Venga, Pallina, no hagas eso, todos pasamos por malos momentos, todos hemos pensado al menos una vez en acabar con todo, que la vida no vale la pena. Pero puede que te estés olvidando de los cruasanes de Mondi, de la pizza de Baffetto o de los helados de Giovanni.

Pallina sonríe, se enjuga las lágrimas con la muñeca, sorbiendo por la nariz.

—Yo también, hace ya mucho tiempo, cuando dejé a ese gilipollas de Marco, creí que me iba a morir, que no lo podría superar nunca, que no existía ninguna buena razón para vivir. Pero luego se me pasó, tú me ayudaste, me sacaste de casa, conocí a Step. Bueno, ahora me gustaría acabar con él, que se comportara mejor, pero aun así ha valido la pena, ¿no?

Sueltan una carcajada. Pallina sin dejar de sollozar del todo, mientras Babi le pasa un pañuelo de papel para que se seque las lágrimas. Pero, aun así, todo empezó a cambiar a partir de aquel día, algo se enfrió entre ellas. Se llamaban siempre menos y, las veces que lo hacían, ya no tenían tantas cosas que decirse.

Tal vez porque el hecho de que un amigo nos vea demasiado débiles nos hace sentir mal. Tal vez porque siempre pensamos que nuestro dolor es único, excepcional, como todo aquello que nos afecta.

Nadie puede amar como amamos nosotros, nadie sufre como sufrimos nosotros. Ese dolor de tripa, precisamente, «lo tengo yo, y no tú». Puede que Pallina no le perdonara que hubiera ido a la fiesta con Step. Si Step hubiera ido aquella noche a las carreras no habría consentido que Pollo participara en ellas. Step lo habría salvado, no le habría permitido que se muriera. Step era su ángel de la guarda. Babi no aparta la vista del regalo. Es posible que haya también otras razones, más ocultas, más difíciles de entender. Debería llamarla. En Navidad todos son más buenos.

—¡Babi!

Es la voz de Raffaella. Decide dejar la llamada para más tarde.

—¿Sí, mamá?

—¿Puedes venir un momento…? Mira quién ha venido.

Alfredo está en la puerta.

—Hola.

Babi se sonroja ligeramente. En esto no ha cambiado. Mientras se dispone a devolverle el saludo ella también se da cuenta. Puede que en esto no cambie nunca. Alfredo trata de romper el hielo.

—Qué calor hace aquí dentro.

—Sí —dice Babi sonriendo.

Su madre los deja solos.

—¿Te apetece venir a una exposición de nacimientos en la plaza del Popolo?

—Sí, espera que me pongo algo. Aquí hace calor pero fuera tiene que hacer un frío…

Se sonríen. Él le aprieta la mano. Ella lo mira con complicidad. Luego se encamina a su habitación. Qué extraño, todos aquellos años viviendo en el mismo edificio y nunca se habían visto.

—¿Sabes?, he estudiado mucho últimamente, estoy preparando la tesis y, además, he roto con mi novia.

—Yo también.

—¿Estás preparando la tesis? —le preguntó él risueño.

—No, he roto con mi novio.

La verdad es que Step, por aquel entonces, todavía no lo sabía pero ella lo había decidido ya. Una decisión difícil, causada por las peleas, las discusiones, los problemas con sus padres y, en el fondo, ¿por qué no?, también por Alfredo. Babi se pone el abrigo. Cruza el pasillo. Justo en ese momento, suena el teléfono. Babi lo mira por un instante. Una llamada, dos. Raffaella responde.

—¿Sí?

Babi permanece a su lado, la mira interrogativa, preocupada, preguntándole con la mirada si es para ella. Raffaella niega dulcemente con la cabeza, cubre el auricular con la mano.

—Es para mí… Vete, vete…

Babi se despide de ella tranquila, palabras tenues como su abrazo.

—Vuelvo más tarde.

Raffaella la ve salir, responde al saludo educado de Alfredo con una sonrisa. La puerta se cierra.

—¿Sí? No, lo siento, Babi ha salido. No, no sé cuándo volverá.

Step cuelga el teléfono. Se pregunta si será verdad que ha salido. Si se lo habría dicho. Solo en aquel sofá, recordando, junto a un teléfono mudo, sin esperanza. Días felices ya pasados, sonrisas, días de amor y de sol. Poco a poco, se la va imaginando a su lado, entre sus brazos, en ese mismo sofá, tal y como fue.

Ilusión de un momento, violentos instantes de pasión, ahora solitaria. Después se siente aún más solo, privado incluso del orgullo. Más tarde, mientras camina entre la gente, ve los coches con parejas felices en su interior, sumergidos en el tráfico festivo, con los asientos llenos de regalos. Sonríe. Es difícil conducir cuando ella se abraza a ti, cuando quiere meter por fuerza las marchas y no es capaz, cuando tienes una mano sola para llevar el volante y, a la vez, amar.

Sigue caminando entre falsos Papá Noel y olor de castañas cocidas, entre guardias con el silbato y gente cargada de paquetes, buscando su pelo, su perfume, la confunde con otra que camina apresuradamente y se ve obligado a frenar a su corazón decepcionado.

Calle de Vigna Stelluti, un día risueño. Step la lleva en brazos como a una niña, besándola a la vista de todos, admirados por aquella diferencia. Luego entra en el Euclide, la apoya delicadamente sobre la barra y la gente que los mira le oye pedir: «Una cerveza y un trozo de tarta de crema para mi pequeña.» Salen poco después, de nuevo a la calle, ella en brazos de él, entre la gente normal, distinta. Una pareja los mira. La chica sonríe para sus adentros deseando uno así para ella, exagerado y loco. Acto seguido piensa en el débil de su novio, en la dieta que todavía no ha empezado, en el lunes que está por venir.

Los padres de Babi, al ver a su hija en brazos de Step, se acercan corriendo a ellos preocupados.

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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