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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

A tres metros sobre el cielo (31 page)

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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—Sabía que me lo preguntarías. —Vuelve a apoyar la cabeza contra su pecho—. ¿Ves la casa que está allí, sobre las rocas?

Step mira en la dirección que indica la mano de ella. Antes de perderse en la lejanía se detiene por un momento en aquel índice menudo y lo encuentra también maravilloso. Sonríe, dueño exclusivo de sus pensamientos.

—Sí, la veo.

—¡Es mi sueño! Cuánto me gustaría vivir en esa casa. Imagínate la vista que debe de tener. Un ventanal sobre el mar. Un salón en el que poder contemplar el atardecer mientras nos abrazamos.

Step la estrecha con más fuerza entre sus brazos. Babi sigue mirando por un instante a lo lejos, arrobada. Él se acerca apoyando su mejilla contra la de ella. Babi, juguetona y caprichosa, trata de apartarlo, sonriendo a la luna, fingiendo querer escapar. Step coge la cara de ella entre sus manos y ella, pálida perla, sonríe, prisionera en aquella concha humana.

—¿Quieres darte un baño?

—¿Estás loco, con este frío? Además, no tengo bañador.

—Venga, no hace frío y, entre otras cosas, ¿para qué necesita un bañador un pececito como tú?

Babi hace una mueca de rabia y lo empuja hacia atrás con las manos.

—Por cierto, le has contado a Pollo la historia de la otra noche, ¿verdad?

Step se levanta y trata de abrazarla.

—¿Qué, bromeas?

—¿Cómo es posible entonces que Pallina se haya enterado? ¡Se lo habrá contado Pollo!

—Te juro que no le he dicho nada. Puede que haya hablado en sueños…

—Hablado en sueños, claro… además, ya te he dicho que no creo en tus juramentos.

—Es verdad que de vez en cuando hablo en sueños, tú misma no tardarás en comprobarlo.

Step se dirige a la moto mirando hacia atrás divertido.

—¿Lo comprobaré? Estás bromeando, ¿verdad?

Babi le da alcance un poco preocupada.

Step se ríe. Su frase ha conseguido el resultado que pretendía.

—¿Por qué, acaso no dormimos juntos esta noche? Para el caso, no tardará mucho en amanecer.

Babi mira preocupada el reloj.

—Las dos y media. Caramba, si mis padres llegan antes que yo estoy acabada. Rápido, tengo que volver a casa.

—Entonces, ¿no duermes conmigo?

—¿Estás loco? A lo mejor no te has enterado de con quién estás saliendo. Y, además, ¿cuándo se ha visto a un pececito dormir acompañado?

Step enciende la moto, aprieta el freno delantero dando gas. La moto, obediente entre sus piernas, gira sobre sí misma y se para delante de ella. Babi sube detrás. Step mete la primera. Se alejan poco a poco, aumentando gradualmente la velocidad, dejando a sus espaldas una línea precisa de anchos neumáticos. Algo más lejos, entre la arena removida por aquellos besos inocentes, hay un pequeño corazón. Lo ha dibujado ella a escondidas, con el mismo índice que a él le ha gustado tanto. Una ola pérfida y solitaria cancela su contorno. Pero, usando un poco la imaginación, todavía se pueden leer la S y la B. Un perro ladra a lo lejos a la luna. La moto sigue con su carrera enamorada y se desvanece en la noche. Una ola más decidida que las demás acaba de borrar aquel corazón. Nadie podrá, sin embargo, cancelar aquel momento en sus recuerdos.

Treinta y seis

Delante de Vetrine, parada en medio de la calle desierta, queda ya sólo su Vespa. Babi baja de la moto, desbloquea la rueda delantera y la enciende. Monta sobre el sillín y la empuja haciéndola bajar del soporte. Luego, parece acordarse de él.

—Adiós. —Le sonríe con ternura.

—Te acompaño, te escolto hasta casa.

Llegados a la avenida de Francia, Step se acerca a la Vespa y apoya el pie derecho bajo el faro, sobre la pequeña matrícula.

Da gas. La Vespa aumenta de velocidad. Babi se vuelve asombrada hacia él.

—Tengo miedo.

—Mantén derecho el manillar…

Babi mira de nuevo hacia delante sujetándolo bien. La Vespa de Pallina va más rápida que la suya pero jamás habría alcanzado por sí sola esos niveles. Dejan atrás la avenida de Francia y luego suben por la calle Jacini, hasta la plaza. Step le da un último empujón justo delante de su casa. La suelta. Poco a poco, la Vespa va perdiendo velocidad. Babi frena y se vuelve hacia él. Está parado, erguido sobre la moto, a pocos pasos de ella. Step la mira por un momento. Luego le sonríe, mete la primera y se aleja. Ella lo sigue con la mirada hasta verlo desaparecer en la curva. Lo oye acelerar cada vez más, un cambio rápido de marchas, silenciadores que rugen mientras se alejan corriendo a toda velocidad. Babi espera que Fiore, medio dormido, levante la barra. Luego sube por la pendiente que hay frente al edificio. Cuando dobla la curva, una triste sorpresa. Su casa está toda iluminada y su madre está allí, asomada a la ventana de su dormitorio.

—¡Aquí está, Claudio!

Babi sonríe desesperada. No sirve de nada. Su madre cierra bruscamente la ventana. Babi mete la Vespa en el garaje, pasando con dificultad entre la pared y el Mercedes. Mientras cierra la puerta metálica piensa en la bofetada de aquella mañana. Inconscientemente, se lleva la mano a la mejilla. Trata de recordar el daño que le hizo. Sin esforzarse demasiado. De todos modos, no tardará en comprobarlo. Sube parsimoniosamente las escaleras intentando retrasar lo más posible el momento de aquel descubrimiento. La puerta está abierta. Pasa resignada bajo aquel patíbulo. Condenada a la guillotina, sin confiar demasiado en un posible indulto, ella, moderna Robespierre con pantalón de peto, perderá su cabeza. Cierra la puerta. Una bofetada le da en plena cara.

—¡Ay!

«Siempre en el mismo lado», piensa, acariciándose la mejilla.

—Vete de inmediato a la cama pero antes dale las llaves de la Vespa a tu padre.

Babi cruza el pasillo. Claudio está junto a la puerta. Babi le entrega el llavero de Pallina.

—¿Babi?

Ella se vuelve, inquieta.

—¿Qué pasa?

—¿Por qué una P?

La P de goma del llavero de Pallina cuelga inquisitiva de las manos de Claudio. Babi lo mira momentáneamente perpleja, pero a renglón seguido, despabilada por la bofetada y fresca creadora del instante, improvisa.

—Pero cómo, papá, ¿no te acuerdas? Por el apodo que me pusiste tú. ¡De pequeña me llamabas siempre Puffina!

Claudio parece momentáneamente indeciso, luego sonríe.

—¡Ah, es verdad! Puffina. Ya no me acordaba. —Acto seguido, vuelve a ponerse serio—. Ahora vete a la cama. Mañana hablaremos de toda esta historia. ¡No me ha gustado nada, Babi!

Las puertas de los dormitorios se cierran. Claudio y Raffaella, ya más tranquilos, hablan sobre aquella hija que antes era pacífica y tranquila y que ahora se rebela, irreconocible. Vuelve a altas horas de la noche, participa en carreras de motos, aparece fotografiada en todos los periódicos. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ha pasado a su Puffina?

En una de las habitaciones cercanas, Babi se desnuda y se mete en la cama. Su mejilla enrojecida encuentra un fresco consuelo en el almohadón. Durante un rato, sueña con los ojos abiertos. Le parece escuchar todavía el ruido de las olas, sentir el viento que le acaricia el pelo y ese beso, fuerte y tierno al mismo tiempo. Se gira en la cama. Piensa en él mientras mete las manos bajo el almohadón soñando que lo abraza. Entre las sábanas lisas, unos diminutos granos de arena le hacen sonreír. En la oscuridad de su habitación, surge poco a poco la respuesta que sus padres buscan con afán. Es evidente lo que le ha pasado a su Puffina: se ha enamorado.

Treinta y siete

Pallina se precipita sobre Babi antes de que ésta pueda acabar de subir las escaleras del colegio.

—Bueno, ¿cómo fue? Desapareciste…

—Estuvimos en Ansedonia.

—¿Fuisteis hasta allí?

Babi asiente.

—¿Y lo hicisteis?

—¡Pallina!

—Bueno, perdona, si fuisteis hasta allí se supone que bajaríais a la playa, ¿no?

—Sí.

—¿Y no hicisteis nada?

—Nos besamos.

—¡Yuhuuu! —Pallina le salta encima—. ¡Caramba! Menuda suerte, te has ligado al tío más bueno de la ciudad. —Luego advierte que Babi parece un poco triste—. ¿Qué pasa?

—Nada.

—Venga, no digas mentiras, suéltalo. Ánimo. Cuéntaselo a tu vieja y sabia amiga, Pallina. Lo hicisteis, ¿verdad?

—¡Noooo! Sólo nos besamos, y fue precioso. Pero…

—Pero ¿qué…?

—Pues eso, que no sé cómo hemos quedado.

Pallina la mira perpleja.

—Pero intentó…

Mueve el puño hacia abajo dos veces de manera elocuente.

Babi hace un gesto negativo con la cabeza resoplando.

—No.

—En ese caso, la cosa es realmente preocupante.

—¿Por qué?

—Le interesas.

—¿Tú crees?

—Seguro. Normalmente, se las tira a todas la primera noche.

—Ah, gracias, es un consuelo.

—Quieres saber la verdad, ¿no? Bueno, perdona, tienes que ser feliz. No te preocupes, si el problema es sólo ese lo único que tienes que hacer es esperar a la segunda noche, ¡ya verás!

Babi le da un empujón.

—Estúpida… Por cierto, Pallina, te han secuestrado la Vespa.

—¿Mi Vespa? —Pallina cambia de expresión—. ¿Quién ha sido?

—Mis padres.

—La simpática de Raffaella. Uno de estos días le voy a decir un par de cosas. ¿Sabes que el otro día lo intentó?

—¿Mi madre? ¿Con quién?

—¡Conmigo! ¡Me besó mientras dormía en tu cama pensando que eras tú!

—¿Me lo juras?

—¡Sí!

—Imagínate, mi padre ha cogido tu llavero pensando que era el mío.

—¿Y no le ha parecido extraño lo de la P?

—¡Sí! Le dije que, de pequeña, él me llamaba siempre Puffina.

—¿Y se lo creyó?

—Ahora sólo me llama así.

—¡Qué lástima! Tu padre es un buen tipo, pero eso no quita que sea también bastante bobalicón.

De este modo, entran en clase. Una, rubia y esbelta, la otra, morena y más menuda. Guapa y estudiosa la primera, graciosa e ignorante la segunda, pero con algo muy grande en común: su amistad. Durante la lección, Babi mira distraída la pizarra, sin ver los números escritos sobre ella, sin oír las palabras de la profesora. Piensa en él, en lo que estará haciendo en ese momento. Se pregunta si estará pensando en ella. Trata de imaginárselo, sonríe enternecida, a continuación preocupada, al final anhelante. Tiene muchos modos de ser. A veces resulta tierno y dulce, pero también puede convertirse inesperadamente en alguien salvaje y violento. Suspira y mira la pizarra. Es mucho más fácil resolver aquella ecuación.

Step se acaba de levantar. Se mete en la ducha y deja que aquel chorro de agua potente y decidido le dé un masaje. Apoya las manos contra la pared mojada y, mientras el agua tamborilea sobre su espalda, empuja hacia abajo las piernas, levantándose de puntillas, primero el pie derecho, después el izquierdo. Mientras el agua resbala por su cara piensa en los ojos azules de Babi. Son grandes, límpidos y profundos. Sonríe y, a pesar de tener los ojos cerrados, puede verla a la perfección. Ahí está, inocente y serena frente a él, con el pelo despeinado por el viento y aquella nariz recta. Ve su mirada resuelta, temperamental. Mientras se seca, piensa en todo lo que se dijeron, en lo que él le contó. Ella, único oído dulce casi desconocido, oyente silencioso de su viejo sufrimiento, de su amor ahora convertido en odio, de su tristeza. Se pregunta si no se habrá vuelto loco. En cualquier caso, ya está hecho. Desayunando, piensa en la familia de Babi. En su hermana. En su padre que parece simpático. En esa madre de carácter firme y tajante, de rasgos parecidos a los de Babi, un poco ajados por la edad. ¿Llegará un día en el que ella sea también así? Las madres, a veces, no son sino la proyección futura de la muchacha con la que nos divertimos hoy. Le viene a la mente el recuerdo de una madre, más intenso que el de la hija. Apura el café sonriendo. Llaman a la puerta. Abre Maria. Es Pollo. Le tira sobre la mesa la habitual bolsa de papel, sus sándwiches al salmón.

—¿Entonces? Me tienes que contar lo que pasó. ¿Te la tiraste o no? Imagínate, ésa… con el carácter que tiene a saber cuándo se dejará. ¡Nunca! ¿Adónde coño fuisteis? Os busqué por todas partes. Ah, no sabes cómo se puso Madda. ¡Está negra! ¡Cómo la pille la descuartiza!

Step se pone serio. Maddalena, es verdad, no había pensado en ella. Anoche no pensó en nada de eso. Decide que ahora tampoco quiere hacerlo. A fin de cuentas, nunca se comprometieron a nada.

—Ten. —Pollo se saca del bolsillo un trozo de papel blanco arrugado y se lo tira—. Es su número de teléfono. —Step lo coge al vuelo—. Se lo pedí ayer a Pallina, sabía que hoy lo querrías…

Step se lo mete en el bolsillo y sale de la cocina. Pollo va tras él.

—Pero bueno, Step, ¿me cuentas algo o no? ¿Te la tiraste?

—¿Por qué me preguntas siempre esas cosas, Pollo? Ya sabes que yo soy un caballero, ¿no?

Pollo se tira sobre la cama muerto de risa.

—Un caballero… ¿tú? Dios mío, me va a dar algo. Lo que tengo que oír. Joder… Un caballero.

Step lo mira sacudiendo la cabeza y luego, mientras se pone los vaqueros, también él se echa a reír. ¡La de veces que no se ha comportado, lo que se dice, como un caballero! Por un momento, le gustaría poder contarle algo más a su amigo.

Treinta y ocho

A la salida del Falconieri ningún muchacho vende libros. Es un colegio demasiado «fino» como para que cualquiera de sus alumnas compre un libro usado. Babi baja las escaleras mirando en derredor esperanzada. Al fondo de ellas, varios grupos de muchachos acechan nuevas presas o esperan a viejas conquistas. Pero ninguno de ellos es el apropiado. Babi da los últimos pasos. El ruido de una moto veloz le hace levantar la mirada. Su corazón se acelera. En vano. Un depósito rojo pasa como un rayo entre los coches. Dos jóvenes abrazados se ladean al mismo tiempo hacia la izquierda. Babi los envidia por un momento. Después sube al coche. Su madre la espera dentro, todavía enojada por lo que pasó el día anterior.

—Hola, mamá.

—Hola —es la seca respuesta de Raffaella.

Babi no recibe ninguna bofetada ese día, no hay motivo. Pero casi lo lamenta.

Step y Pollo están pegados a la red. Presencian en el borde del campo el entrenamiento de su equipo. Junto a ellos Schello, Hook y algún que otro amigo más, la pasión por el Lazio. Hinchas descontrolados con tal de armar un poco de alboroto. Step, procurando que no lo vean, se sube un poco la manga izquierda de la cazadora, dejando al descubierto el reloj. La una y media. Acabará de salir. Se la imagina en el coche de su madre, en la avenida de Francia, volviendo a casa. Más bonita que un gol de Mancini. Pollo no le quita ojo.

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