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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

A tres metros sobre el cielo (24 page)

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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—Ya está.

Vuelve de nuevo a sus brazos.

—Ahora sí que no nos falta de nada.

Lo besa con pasión. De los altavoces del estéreo salen como en un murmullo las notas de la canción
Ti sposerò perché
. La voz de Eros acompaña dulcemente sus suspiros.

Es cierto, puede que sea ella la mujer que le va. Maddalena sonríe. Susurra entre el fresco crujido de las sábanas:

—Ésta es una de las veces en las que hay que saber moverse… ¿verdad?

—Así es.

Step le besa el pecho. Está seguro. Madda es la mujer que le va. Luego, de repente, recuerda el extraño perfume de su cazadora. Es Caronne. Recuerda también a quién pertenece. Y, por un momento, en la oscuridad de aquella habitación, deja de estar tan seguro.

Veintiséis

Un ruido insistente. El despertador.

Pallina lo apaga. Se desliza silenciosa fuera de la cama y se viste. Mira a Babi. Apenas se ha movido y duerme tranquila boca arriba. Pallina se acerca a la pequeña repisa de madera que hay colgada en la pared. U2, All Saints, Robbie Willliams, Elisa, Tiziano Ferro, Cremonini, Madonna. Hace falta algo realmente especial. Ahí está. Controla el volumen y lo baja. Luego roza apenas el botón de
play
.
Settemila caffè
. Alex Britti empieza a cantar dulcemente. El volumen es el adecuado. Babi abre los ojos. Se da la vuelta sobre el almohadón hasta quedar boca abajo. Pallina le sonríe.

—Hola.

Babi se vuelve hacia el otro lado. Su voz le llega un poco ahogada.

—¿Qué hora es?

—Las siete menos cinco.

Pallina se acerca a ella y le da un beso en la mejilla.

—¿Hacemos las paces?

—Como mínimo necesito un cruasán al chocolate de Lazzareschi.

—No hay tiempo, mi madre llegará dentro de nada y tengo que ir a hacerme el análisis.

—Entonces no hay paz que valga.

—Anoche fuiste muy valiente.

—Te dije que no quería volver a hablar de eso.

Pallina alarga los brazos.

—Está bien, como quieras. Eh, ¿qué le digo a tu madre si me la encuentro al salir?

—Buenos días.

Babi le sonríe y tira hacia arriba de la sábana. Pallina coge la bolsa con los libros y se la echa al hombro. Está feliz, han hecho las paces. Babi es estupenda y, además, ahora es una
camomilla
. Pallina cierra con cuidado la puerta, como un rayo, cruza de puntillas el pasillo. La puerta de casa todavía está cerrada con llave. Descorre el cerrojo y, justo cuando está a punto de salir, oye una voz a sus espaldas.

—¡Pallina!

Es Raffaella, con una bata rosa, la cara sin maquillar, ligeramente pálida y, sobre todo, estupefacta. Pallina decide seguir el consejo de Babi y con un «Buenos días, señora» desaparece por las escaleras. Sale del portal y llega hasta la verja. Su madre todavía no ha llegado. Se sienta en el muro a esperarla. Un tibio sol asciende frente a ella, el encargado de la gasolinera quita la cadena a los surtidores, algunos señores salen apresuradamente del quiosco que hay enfrente, llevando bajo el brazo el peso de noticias más o menos catastróficas.

A la luz del día, no le cabe ya la menor duda. No le gustaría que Raffaella fuera su madre, para nada, aunque sea mucho más puntual que la suya.

Babi entra en el baño. Se cruza con su cara en el espejo. No es de las mejores. Hacer de
camomilla
no favorece, por lo menos a ella. Abre el grifo del agua fría, la deja correr durante un rato, luego se lava enérgica la cara.

Daniela aparece detrás de ella.

—¡Cuéntamelo todo! ¿Cómo fue? ¿Cómo es el invernadero? ¿Es de verdad tan divertido como dicen? ¿Viste a alguna de nuestras amigas?

Babi abre el tubo de pasta de dientes, empieza a apretarlo por el fondo tratando de hacer desaparecer la huella del pulgar de Daniela que lo ha abollado justo en la mitad.

—Es una tontería. Un grupo de macarras que arriesga inútilmente la vida y de vez en cuando alguno de ellos llega incluso a perderla.

—Sí, pero ¿hay tanta gente? ¿Qué hacen? ¿Adónde se va después? ¿Has visto qué guays, las camomilas? Qué valor, ¿eh? ¡Yo no sería capaz de hacerlo!

—Yo lo he hecho…

—¿De verdad? ¿Has hecho de
camomilla
? ¡Guau! Mi hermana es una
camomilla
.

—Bueno, tampoco es para tanto, te lo aseguro, y, ahora, tengo que prepararme.

—¡Siempre haces lo mismo! Contigo una no se puede dar nunca el gusto. ¿De qué sirve tener una hermana mayor si luego nunca te cuenta nada? ¡De todas formas, Andrea y yo hemos decidido ir la semana que viene! ¡Y si tengo ganas, yo también haré la
camomilla
!

Daniela sale resoplando del baño. Babi se ríe para sus adentros, acaba de lavarse los dientes y luego coge el cepillo. Es imposible. Daniela se ha vengado a distancia. Algunos pelos largos y negros yacen inmóviles y enredados entre las púas. Babi los coge con la mano y los arroja al váter. Luego tira de la cadena y empieza a peinarse.

Daniela vuelve a aparecer en la puerta.

—¿Dónde has puesto las Superga que te presté ayer por la noche?

—Las he tirado.

—¿Cómo que las has tirado? ¿Mis Superga nuevas…?

—Lo que has oído, las he tirado. Acabaron dentro de un montón de estiércol y estaban tan estropeadas que no me quedó más remedio que tirarlas. Además, si no lo hacía, Step no me quería acompañar a casa.

—¿Has acabado en un montón de estiércol y después Step te ha acompañado a casa? ¿Y cuándo has hecho de
camomila
?

—Antes.

—¿Detrás de Step?

—No.

Daniela sigue descalza a Babi hasta su habitación.

—Pero bueno, Babi, ¿me cuentas cómo ha ido?

—Oye, Dani, hagamos un pacto, si a partir de hoy limpias el cepillo después de haberte peinado con él, yo te lo cuento todo dentro de unos días, ¿vale?

Daniela resopla.

—De acuerdo.

Luego vuelve a su habitación. Babi se pone el uniforme. No le contará nunca nada, lo sabe ya. Puede que Daniela limpie el cepillo por unos días, eso es todo. Es superior a sus fuerzas.

Raffaella entra en la habitación de Babi.

—¿Pallina ha dormido aquí?

—Sí, mamá.

—¿Dónde?

—En mi cama.

—Pero ¿cómo es posible? Cuando entré ayer en tu habitación para darte un beso estabas sólo tú.

—Llegó más tarde. No podía quedarse en su casa porque su madre daba una cena.

—¿Y dónde estuvo antes?

—No lo sé.

—Babi, no quiero ser responsable también por ella. Piensa que si le hubiera pasado algo mientras que su madre creía que estaba en nuestra casa…

—Tienes razón, mamá.

—La próxima vez quiero saber antes si se queda a dormir con nosotros.

—Pero si yo te lo dije, antes de que te fueras a casa de los Pentesti, ¿no te acuerdas?

Raffaella se queda pensativa por un momento.

—No, no me acuerdo.

Babi le sonríe ingenuamente como diciendo «¿y yo qué puedo hacer?». En cualquier caso, sabe que es imposible que se acuerde. No se lo dijo.

—No me gustaría tener una hija como Pallina. Siempre está en la calle por la noche y a saber en qué líos se mete. No me gusta esa chica, acabará mal, ya lo verás.

—No hace nada malo, mamá, le gusta divertirse, pero te aseguro que es buena.

—Lo sé, pero yo te prefiero a ti.

Raffaella le sonríe y le hace una caricia bajo la barbilla, luego sale de la habitación. Babi sonríe. Sabe cómo tratarla. Es un período, sin embargo, en el que dice muchas mentiras. Se propone dejar de hacerlo. Pobre Pallina, incluso cuando no tiene nada que ver resulta culpable. Decide perdonarla. Todavía queda por arreglar el problema de Pollo, desde luego, pero todo a su debido momento. Se pone la falda. Se para delante del espejo, se recoge el pelo, despejando la cara, y lo sujeta con dos pequeños ganchos a ambos lados. Se contempla mientras
Lo zingaro felice
sale del estéreo. Babi nota cuánto se parece a su madre. No, aunque se enterase de todo lo que ha organizado, Raffaella no la cambiaría nunca por Pallina, se parecen demasiado.

Es uno de esos raros casos en los que, incluso sin saberlo, todos están de acuerdo.

El sol se filtra alegre por la ventana de la cocina. Babi acaba de comerse sus galletas integrales y bebe la última gota de café con leche que ha dejado adrede en la taza. Daniela excava a conciencia. Su cucharita se agita nerviosa en la cajita de plástico de un pequeño flan, tratando de atrapar irritada el último trozo de chocolate que se esconde en una de las grietas del fondo. Raffaella ha comprado casi todo lo que habían escrito en la lista. Claudio está feliz. Puede que a causa de algún horóscopo positivo pero lo más probable es que sea porque, finalmente, ha conseguido beberse el ansiado café. Ha ahorrado incluso en la cafetera grande.

—Babi, hoy hace un día precioso. Hay un sol… y no creo que haga mucho frío. He hablado ya con tu madre y estamos de acuerdo. Aunque te hayan puesto esa nota… ¡Hoy podéis ir en Vespa al colegio!

—Gracias, papá, sois muy buenos. Pero, sabes, he pensado mucho en lo que hablamos el otro día, y puede que tú también tengas razón. Ir por la mañana al colegio, juntos, Daniela, tú y yo se ha convertido ya en casi un rito, en un amuleto. Y, además, es un bonito momento: podemos hablar de todo, comenzar juntos el día; es mucho más agradable así, ¿no te parece?

Daniela no puede creer lo que oye.

—Babi, perdona, vayamos en Vespa. Con papá podemos hablar siempre, podemos estar juntos por la noche mientras cenamos, el domingo por la mañana.

Babi le aprieta el brazo, quizá demasiado fuerte.

—Pero, no, Dani, es mejor así, en serio, vamos con él. —Se lo aprieta de nuevo—. Acuérdate, además, de lo que te dije ayer por la noche: no me encuentro muy bien. A partir de la semana que viene iremos en Vespa, para entonces hará más calor.

Este último apretón no deja lugar a dudas. Es un mensaje. Daniela es realmente una muchacha intuitiva, más o menos.

—Sí, papá, Babi tiene razón, vamos contigo.

Claudio bebe feliz el último sorbo de café. Es bonito tener dos hijas así. No sucede a menudo que uno se sienta tan querido.

—Está bien, chicas, en ese caso vamos, si no llegaremos tarde al colegio.

Claudio va al garaje a coger el coche mientras Babi y Daniela se quedan esperándolo en el portal.

—¡Finalmente lo has entendido! ¿Acaso querías que te rompiera el brazo?

—Me lo podías haber dicho antes, ¿no?

—¿Y yo qué sabía que hoy nos dejarían ir en Vespa?

—Pero ¿por qué, no la quieres usar?

—Fácil, porque no está.

—¿No está la Vespa? ¿Y dónde está? ¿No saliste con ella ayer por la noche?

—Sí.

—¿Y entonces? ¿Te caíste también con la Vespa en el estiércol y la has tirado?

—No, la dejé en el invernadero, y cuando volvimos ya no estaba.

—¡No te creo!

—Créeme.

—¡No quiero creérmelo! Mi Vespa.

—Si es por eso, me la regalaron a mí.

—Sí, pero ¿quién la trucó? ¿Quién hizo cambiar el colector? El año que viene papá y mamá te comprarán el coche y la moto habría sido para mí. No me lo puedo creer.

Claudio frena delante de ellas. Baja la ventanilla eléctrica.

—Babi, ¿se puede saber dónde está la Vespa? No está en el garaje.

Daniela cierra los ojos, ahora sí que no le queda más remedio que creérselo.

—Nada, papá, la he puesto detrás, en el patio. Te molesta mucho para maniobrar. Creo que es mejor dejarla fuera.

—¿Bromeas? Métela enseguida dentro. ¿Y si luego te la roban? Mira que tu madre y yo no tenemos ninguna intención de compraros otra. Métela enseguida, venga. Ten, aquí tienes las llaves.

Daniela sube detrás mientras Babi se aleja hacia el garaje fingiendo buscar la llave justa. Una vez en el patio, Babi se pone a pensar. «¿Y ahora qué hago? Tengo que encontrar la Vespa antes de esta noche. Si no, tendré que buscar otra solución. Maldita Pallina, ella me metió en este lío y ella será la que me saque de él.» Babi oye el ruido del Mercedes que llega hasta allí haciendo marcha atrás. Corre hacia el garaje. Se inclina sobre la puerta metálica. Justo a tiempo. El Mercedes se asoma por la esquina y se para allí delante. Babi finge cerrar el garaje y se dirige sonriendo hacia el coche.

—Ya está, la he puesto en su sitio.

A pesar de que Babi se considera una actriz consumada, quizá sea conveniente encontrar la Vespa lo antes posible. Mientras sube al coche, nota que la observan. Alza los ojos. Tiene razón.

El chico que vive en el segundo piso está asomado. Debe de haberlo visto todo. Mejor dicho, en realidad no ha visto nada, precisamente por eso tiene ese aire de perplejidad. Ella le sonríe tratando de tranquilizarlo. Él le devuelve la sonrisa, pero es evidente que hay algo que no entiende.

El Mercedes se pone en marcha. Babi le devuelve las llaves a su padre y le sonríe.

—¿La has pegado bien contra la pared?

—Sí. Ahora es imposible que te moleste.

Babi se vuelve hacia Daniela. Está sentada con los brazos cruzados. Negra.

—Venga, Dani, ¡iremos al colegio en Vespa la semana que viene!

—Eso espero.

El Mercedes se detiene a la salida de la urbanización delante de la barra que empieza a alzarse lentamente. Claudio saluda al portero quien le hace una señal para que se pare un momento. Sale de su garita con un paquete en la mano.

—Buenos días, señor, perdone, han dejado este paquete para Babi.

Babi lo coge curiosa. El Mercedes arranca dulcemente de nuevo mientras la ventanilla se cierra. Daniela se inclina hacia delante muerta de curiosidad. También Claudio mira de reojo para ver de qué se trata. Babi sonríe.

—¿Quién quiere un trozo? Es un cruasán de chocolate de Lazzareschi.

Babi parte el cruasán con las manos.

—¿Papá?

Claudio hace un gesto negativo con la cabeza.

—¿Dani?

—No, gracias.

Tal vez esperaba que en aquel paquete hubiera noticias de
su
Vespa.

—Mejor, así me lo como todo yo. No sabéis lo que os estáis perdiendo…

Pallina es realmente un encanto, siempre sabe cómo hacerse perdonar. Ahora sólo le queda encontrar la Vespa antes de las ocho.

Veintisiete

Las chicas charlan alegres a la entrada del colegio esperando que suene el timbre. Babi y Daniela bajan del coche y se despiden de su padre. El Mercedes se aleja en medio del tráfico de la plaza Euclide. Un grupo de chicas las rodea de inmediato.

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